La cojas por donde la cojas Amsterdam es una ciudad abierta, sólo la encorsetan los canales y aún por ellos se escapa su esencia.
Abiertas son sus gentes que te acompañan casi hasta el lugar por el que les has preguntado o incluso, si te ven perdido suben a sus casas a imprimirte un plano con el hotel que llevas una hora buscando.
Abiertos los coffee shops que dejan escapar el aroma a la marihuana que los clientes consumen sin esconderse, sentados mirando por los ventanales del mismo modo que lo hago yo cuando me tomo un café en el bar al que suelo ir los sábados por la mañana tras comprar el periódico.
Y que decir del Barrio Rojo en el que cada farolillo anuncia un escaparate el en que se exhibe una prostituta que sólo cerrará las cortinas cuando esté trabajando.
Y finalmente lo que más me ha llamado la atención, las casas. Todas ellas, antiguas o modernas, altas o bajas tienen enormes cristaleras sin persianas, la mayor parte del tiempo con las cortinas descorridas. A primera vista no le presté demasiada atención, en la mayoría de los países de la Europa Central la falta de luz hace que las persianas no sean necesarias. Después me ha asombrado ver las cocinas, salones e incluso los dormitorios de los pisos bajos mientras iba paseando, todo ello sin que sus dueños volviesen siquiera la cabeza hacia la ventana por la que involuntariamente me adentraba en su vida por un instante.
Ya desde la casa en la que estoy, un curioso y minúsculo edificio, como no acristalado, del siglo XVII he descubierto que el vecino que tengo justo enfrente mientras como, es pintor y debajo de él vive un loco del ordenador, ya está con él cuando me levanto y corro la cortina, y ahí sigue cuando vuelvo casi de noche. Desde otro ventanal veo el esquinazo de otro edificio, allí una joven pareja cocina, trabaja, estudia, ve la televisión, se encelan y comienzan sus juegos amorosos. No sé si los continúan también allí porque soy yo la que cierro las cortinas (que por cierto son las únicas que dan privacidad a mi cama).
Alguien me explicó que esta costumbre de vivir de cara a la calle sin nada que proteja su privacidad viene de la tradición calvinista según la cual sus seguidores son tan puros que no tienen nada que ocultar a la vista de los demás. Yo creo que la gente en esta ciudad practica tanto el "vive y deja vivir" que les importa un carajo lo que los demás pensemos de cada uno de ellos, por eso han decidido que no vale la pena esconderse ni siquiera en sus madrigueras.
Aún me quedan unos días aquí, a lo mejor consigo no correr las cortinas.
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