miércoles, 29 de diciembre de 2010

[uniendo letras:42318] Microrrelato: Cual la rosa encendida (5)

 
J.Reynolds, The ladies waldegrave, 1770-80, National Gallery of Scotland, Edimburg.jpg
 
 
 
 
 

V

 

Se encontraba Estefanía sentada a una mesa, jugando a las cartas con unas amigas, cuando elevó la vista y atinó a ver a don Jacobo, preocupado, golpeando con los dedos la butaca en la que se había acomodado.

-¿Se aburre usted?- inquirió la bella burguesa echando la última mano-. Si quiere, vuestra merced, acabo enseguida y salimos a dar un paseo al jardín.

-No, no, por mí no lo hagáis- repuso él-. No os permitiré que abandonéis a vuestros invitados con tal descortesía.

-¡Oh, no, no se preocupe usted!- dijo una de aquellas jóvenes-. Si nosotras ya nos marchábamos. ¿Verdad, Adela?

-Sí, sí- contestó la otra.

Acabaron la partida y Estefanía se incorporó dirigiéndose presurosa hacia Jacobo. En aquel mismo instante le cedió el brazo y él se sujetó, aunque con cierto pudor y recato.

-Don Jacobo- comenzó ella-, os noto algo preocupado. ¿No será que algo malo os sucede?

-¿Malo? ¡Oh, no!- contestó él.

Jacobo bajó la mirada atribulado; era la primera vez que se encontraba a solas con Estefanía.

-Soy un poco torpe con las damas- explicó-. ¡Es usted tan hermosa, tan culta, tan delicada, tan juiciosa!

-No sigue por esos vericuetos- lo interrumpió Estefanía-. No soy mujer de alabanzas nimias.

-¿No os agradan los piropos? ¡Extraña criatura!

-Virtuosa y sencilla, caballero.

Jacobo se inclinó para cortar una flor y depositarla en la mano de Estefanía, que esbozó una sonrisa tímida mas cautivadora.

-La más venusta flor para la más hermosa doncella.

-¡Bella galantería! Bien os quisiera yo brindar tamaño presente; mas nada encuentro que vuestro rigor disipe.

-¿Mi rigor? ¿Tan estirado parezco?

-Será que no os conozco demasiado. Vuestro trato, empero, me es agradable.

Estefanía rió por lo bajo; aunque aquel ademán hizo que don Jacobo se incomodara. No obstante, tornó el rostro hacia ella y sonrió.

-Pero, señora, ¿os aqueja algún pesar últimamente?

-El del aburrimiento.

-¿Se aburre, usted, conmigo?

-No, no, ¿por qué habría de aburrirme?

-¿Entonces?

-Siento tedio de la vida, de la soltería; quisiera haber encontrado ya un compañero.

-En mí tenéis al más excelso compañero que podáis soñar.

Aquel comentario impulsivo hizo que Estefanía soltara una carcajada entre nerviosa y divertida. Sañuda como se encontraba, se chanceaba del idealismo de su compañero.

-¡No es humilde, usted, en su condición desmejorada?

-¿Desmejorada? ¿Acaso me aqueja algún mal, alguna bancarrota que haya mermado mi hacienda?

-Pero es usted un burgués- señaló Estefanía sin saber bien a qué atenerse; su comentario había enfriado un poco aquella conversación.

-Un burgués  no es una cosa despreciable.

-Sí en esta sociedad nobiliaria.

-¿Por qué? Los estamentos no señalan la honorabilidad en el hombre. El orden social, dice Rousseau, no viene de la Naturaleza, sino que está fundado sobre convenciones.

-¡Extraña razón entonces del principio humano! Pero… ¿en que basáis pues la estabilidad de una sociedad sino en el orden establecido?

-La sociedad debiera cimentarse sobre la igualdad de derechos de todos: burgueses, campesinos, nobles…

-¿Vos pensáis eso?

-¿Qué sino?

Estefanía se detuvo en un momento para acariciar y oler la rosa que don Jacobo le había ofrendado. En medio de aquel vergel versallesco, se sentía en la plenitud de la vida y de la juventud.

-Defendéis razones tales porque sois burgués.

-Quizá.

Estefanía lo contempló callada, de reojo, sin saber qué argumentar ni qué decir. A continuación se detuvieron bajo una de las pérgolas del jardín y allí, casi sin proponérselo, don Jacobo tomó las manos de Estefanía y se las besó. Luego, llevado aún más por la pasión que experimentaba, acercó su rostro al de ella y rozó sus labios con una caricia casi imperceptible. La joven muchacha se puso como la mismísima grana, y su primer impulso no fue otro que apartarse violentamente y dejar caer la rosa para salir huyendo de allí.

 

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