sábado, 1 de enero de 2011

[uniendo letras:42423] Microrrelato: Cual la rosa encendida (7)

 
 
 
T.Gainsborough, Mrs Graham, 1777, National Gallery of Scotland, Edimburgo.jpg
 
 
 
 
VII

 

-Perdóneme usted si la he ofendido- concluyó don Jacobo.

-¿Ofenderme?- titubeó Estefanía rozando con sus manos una de las cortinas de terciopelo de la biblioteca.

-Sí, sí- repuso él-, por lo del otro día. No debí ser tan impulsivo.

Y se acercó a ella por la espalda con la intención de aspirar su aroma a jazmín y rosas.

-Yo…-dijo ella volviéndose ruborizada hacia otro lado.

Él la miró fijamente, tembloroso, conteniendo un suspiro traidor que codiciaba delatar su ardiente pasión.

-Señora- comenzó besando la blanca mano de Estefanía-, vos tenéis mi corazón en vuestras manos.

-¿Yo?- sonrió ella sin comprender bien a su interlocutor.

-Vos.

Estefanía se puso a ojear un libro de las estanterías, uno que poseía unas cubiertas verdes y un título dorado, como buen libro antiguo que era.

-¿Habéis leído el Laberinto de Fortuna?

Don Jacobo se aproximó más hacia su presa. Ella lo esquivó como pudo. Mas como cazador que acosa y encuentra la caza a tiro, el holandés no cedió en su empeño hasta que pudo declarar su amor con todas las de la ley.

-Os idolatro, Estefanía- confesó al fin.

-¡Oh, señor mío, este no es momento…!

Y se apartó hacia un lado de la habitación, sentándose sobre una butaca de damasco, orlada con ramilletes, cerca de la ventana.

-¿Y cuándo es momento para tal dicha?- inquirió él sentándose a su vez.

-¿Creéis digno cortejar a una dama en la biblioteca de su casa?

-No veo que hay de malo.

Estefanía apartó el libro que leía y lo depositó en una mesita próxima al ventanal.

-Podíamos hablar un día; quedar en otro lugar donde no nos escuche nadie.

-Tiene usted razón.

Entonces la bella joven escogió un papel y escribió una dirección con letra casi caligráfica. Don Jacobo observó anonadado el papel que ella le había extendido.

-Seré puntual- accedió al fin.

Luego hizo una reverencia y se precipitó hacia el exterior. Una voz que detrás de él le hablaba hizo que se detuviese justo en el umbral de la puerta de salida.

-¿Tan pronto se marcha vuestra merced?

-Tengo prisa- respondió sin volverse el extranjero.

-Recuerde usted que soy mujer de palabra. Cumpla, vuestra merced, sus promesas también. No me deje esperándolo en lugar semejante.

-Lo haré.

Se tocó el sombrero, gozoso por haber obtenido una victoria tan rotunda, y se perdió detrás de unos setos de flores.

Afuera había comenzado a llover; la gotas de agua tamizaban el horizonte con su fuerte caer, en una cortina que emborronaba el paisaje y el espíritu mortal.

 

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