lunes, 26 de noviembre de 2012

[amro] ''El rapto de la Bella Durmiente'', Anne Rice (fragmento). Literatura erótica, XXX

Un saludo de su amigo Sören Garza (hombre), desde México.

 

 

El rapto de la Bella Durmiente

Anne Rice

 

 

Habían llegado hasta una puerta estrecha y Bella distinguió que ante ella se extendía  una rampa larga y curva. Aquello era ingenioso ya que ella no podría haber bajado la escalera a cuatro patas pero, en cambio, por allí podía continuar en la misma postura, y así lo hizo, con las puntiagudas botas de cuero justo a su costado.

 

Lord Gregory utilizó de nuevo varias veces la pala, así que cuando llegaron a la puerta de entrada a una vasta estancia del piso inferior las nalgas de Bella ardían ligeramente.

 

Sin embargo, lo que llamó la atención de la princesa fue que allí había gente.  No vio a nadie en el corredor de arriba, y sintió que la timidez la torturaba cuando cayó  en la cuenta de que en esta sala había mucha gente que se movía y hablaba.

 

En aquel instante le dijeron que se sentara sobre los talones, con las manos enlazadas detrás del cuello.

 

—Ésta será siempre vuestra posición cuando os digan que descanséis —dijo lord Gregory— y debéis mantener la vista baja.

 

Bella obedeció, pero alcanzó a ver la estancia: a lo largo de tres paredes había unas repisas excavadas en el muro, en las cuales, sobre unos camastros, dormían numerosísimos esclavos, varones y mujeres.

 

No llegó a ver al príncipe Alexi, pero sí vio a una hermosa muchacha de pelo negro y trascrito rollizo que parecía estar profundamente dormida, a un joven rubio que al parecer estaba atado por la espalda, aunque no podía distinguirlo con claridad, y a otros, todos ellos en un estado soñoliento, o más bien adormecido.

 

Ante ella se sucedía una hilera de muchas mesas y entre éstas había cuencos con agua humeante de los que surgía una deliciosa fragancia.

 

—Aquí es donde siempre os lavarán y, acicalarán —informó lord Gregory con la misma voz seria— y cuando el príncipe haya dormido lo suficiente con vos, tanto como si fuerais su amor, éste será además el lugar donde dormiréis, a no ser que su alteza dé órdenes específicas respecto a vos. Vuestro criado se llama León. Él se ocupará de todos los detalles referentes a vuestra persona, y vos le mostraréis el mismo respeto y obediencia que a todos los demás.

 

Bella vio ante él la figura delgada de un hombre joven, justo al lado de lord Gregory. Cuando se acercó un poco más, lord Gregory chasqueó los dedos y le dijo a Bella que mostrara su respeto.

 

La princesa le besó las botas al instante. —Debéis respeto hasta a la última fregona—dijo lord Gregory— y si alguna vez detecto la más mínima altanería en vos, os castigaré con toda severidad. No estoy tan... digamos, impresionado con vos como el príncipe.

 

—Sí, milord —respondió Bella con sumo respeto, aunque estaba furiosa puesto que creía que no había dado muestras de altanería.

 

Pero la voz de León la calmó de inmediato: —Venid, querida—le dijo, y se acompañó de una palmadita contra el muslo para que ella lo siguiera. Al parecer, lord Gregory desapareció en cuanto León condujo a Bella al interior de un nicho revestido de ladrillo donde humeaba una gran bañera de madera. La fragancia a hierbas era intensa.

 

León le indicó que se incorporara, le cogió las manos, se las colocó detrás de la cabeza y le dijo que se arrodillara dentro de la bañera. Bella se introdujo en la pila y sintió la deliciosa agua caliente que te llegaba casi hasta el pubis. León recogió su cabello en un rodete en la nuca y lo sujetó con varias horquillas. En aquel instante podía verle con claridad. Era de mayor edad que los pajes, pero igual de bello; tenía unos ojos almendrados que conmovían por su bondad. Le dijo a Bella que mantuviera las manos detrás del cuello mientras él procedía a hacerle un lavado general del que iba disfrutar.

 

—¿Estáis muy cansada?—le preguntó. —No tanto, mi...

—Mi señor servirá —dijo con una sonrisa—. Incluso el más humilde mozo de establo es vuestro señor, Bella —explicó—, y debéis contestar siempre respetuosamente.

 

—Sí, mi señor—susurró.

 

Él ya había empezado a bañarla, y el agua caliente que se escurría hacia abajo le sentaba sumamente bien. Le enjabonó el cuello y los brazos.

 

—¿Acabáis de despertaros?

—Sí, mi señor—dijo.

—Ya veo, pero seguro que estáis cansada del largo viaje. Los primeros días los esclavos siempre están sobreexcitados. No sienten su agotamiento. Luego, cuando se les pasa, duermen muchas horas. Pronto lo experimentaréis y notaréis también las agujetas en los brazos y las piernas. No me refiero a los castigos, sólo a la fatiga. Cuando esto suceda, os masajearé para calmaros el dolor.

 

Su voz era tan dulce que Bella simpatizó  con él de inmediato. Llevaba las mangas subidas hasta los codos y un vello dorado le cubría los brazos; los dedos trabajaban con precisión mientras le lavaba las orejas y la cara, procurando que el jabón no le entrara en los ojos.

 

—Os habrán castigado con mucha severidad, ¿no es cierto?

 

Bella se sonrojó.

El se rió tranquilamente.

 

—Muy bien, querida mía, estáis aprendiendo. Nunca respondáis a una pregunta así; podría interpretarse como una queja. Cuando os pregunten si os han castigado demasiado, si habéis sufrido mucho, u otra cosa por el estilo, lo más inteligente que podéis hacer es sonrojaros.

 

Mientras seguía hablando casi con cariño, empezó a lavarle los pechos, y Bella se ruborizó aún más. Notó que se endurecían sus pezones y, pese a que ella no veía nada más que el agua jabonosa que tenía delante, estaba segura de que él se daba cuenta, mientras sus manos se ralentizaban poco a poco para luego hacer una suave presión en la parte interior del muslo:

 

—Separad las piernas, queridísima—dijo él. Bella obedeció y separó más las piernas, y luego aún más al ser empujada por León. Él se había quedado quieto y se secaba la mano en la toalla que llevaba en la cintura. Entonces procedió a tocarle el sexo, lo que provocó que Bella se estremeciera. Tenía el sexo húmedo e hinchado de deseo y, para su horror, aquella mano le tocó una pequeña y dura protuberancia  en la que se acumulaba buena parte de su anhelo. Bella retrocedió involuntariamente.

 

 

Fuente: http://www.annerice.com.ar/Libros/Rapto%20de%20la%20Bella%20Durmiente,%20El.pdf


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