jueves, 3 de julio de 2014

[ † ] Viernes de la Pasión y Muerte de Jesucristo: día de penitencia y abstinencia de carne (CDC 1250/3). 04/07/2014. Beato Pier Giorgio Frassati ¡ruega por nosotros!

JMJ

Pax

† Lectura del santo Evangelio según san Mateo 9, 9-13

Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo vio Jesús a un hombre que se llamaba Mateo, sentado en la oficina de impuestos, y le dijo:
"Sígueme".
El se levantó y lo siguió.
Después, mientras Jesús estaba sentado a la mesa en casa de Mateo, muchos recaudadores de impuestos y pecadores vinieron y se sentaron con él y sus discípulos.
Al verlo los fariseos, preguntaban a sus discípulos:
"¿Por qué su maestro come con los recaudadores de impuestos y los pecadores?"
Lo oyó Jesús y les dijo:
"No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. Entiendan bien qué significa: misericordia quiero y no sacrificios; porque yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores".
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

Suplicamos su oración: Esto es gratis pero cuesta. No sería posible sin sus oraciones: al menos un Avemaría de corazón por cada email que lea. Dios te salve María, llena eres de Gracia, el Señor es contigo; bendita tu eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús; Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén. ¡Recuérdenos en sus intenciones y misas!

Aclaración: una relación muere sin comunicación y comunidad-comunión. Con Dios es igual: las "palabras de vida eterna" (Jn 6,68; Hc 7,37) son fuente de vida espiritual (Jn 6, 63), pero no basta charlar por teléfono (oración), es necesario visitarse, y la Misa permite ver a Jesús, que está tan presente en la Eucaristía, que Hostias han sangrado: www.therealpresence.org/eucharst/mir/span_mir.htm

Por leer la Palabra, no se debe dejar de ir a Misa, donde ofrecemos TODO (Dios) a Dios: al actualizarse el sacrificio de la Cruz, a) co-reparamos el daño que hacen nuestros pecados al Cuerpo de Cristo que incluye los Corazones de Jesús y de María, a Su Iglesia y nosotros mismos, b) adoramos, c) agradecemos y d) pedimos y obtenemos Gracias por nuestras necesidades y para la salvación del mundo entero… ¿Que pasa en CADA Misa? 5 minutos: http://www.youtube.com/watch?v=v82JVdXAUUs

Lo que no ven tus ojos (2 minutos): http://www.gloria.tv/?media=200354

Película completa (1 hora): http://www.gloria.tv/?media=417295

Explicación: http://www.youtube.com/watch?v=eFObozxcTUg#!

Si Jesús se apareciera, ¿no correríamos a verlo, tocarlo, adorarlo? Jesús está aquí y lo ignoramos. Jesús nos espera (Mc 14,22-24) en la Eucaristía: "si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros" (Jn 6,53; 1 Jn 5,12). Si comulgamos en estado de Gracia y con amor, nos hacemos uno (común-unión) con el Amor y renovamos la Nueva Alianza de Amor. Si faltamos a las bodas del Cordero (Ap.19,7-10) con su Iglesia (nosotros), sabiendo que rechazamos el Amor de Dios, que está derramando toda su Sangre por nuestros pecados personales, nos auto-condenamos a estar eternamente sin Amor: si una novia falta a su boda, es ella la que se aparta del amor del Novio para siempre, sabiendo que Él da la Vida por ella en el altar. Idolatramos aquello que preferimos a Él (descanso, comida, trabajo, compañía, flojera). Por eso, es pecado mortal faltar sin causa grave a la Misa dominical y fiestas (Catecismo 2181; Mt 16, 18-19; Ex 20,8-10; Tb 1,6; Hch 20,7; 2 Ts 2,15). "Te amo, pero quiero verte todos los días, y menos los de descanso". ¿Qué pensaríamos si un cónyuge le dice eso a otro? ¿Le ama realmente? Estamos en el mundo para ser felices para siempre, santos. Para lograr la santidad, la perfección del amor, es necesaria la Misa y comunión, si es posible, diaria, como pide la Cátedra de Pedro, el representante de Cristo en la tierra (Canon 904). Antes de comulgar debemos confesar todos los pecados mortales: "quien come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propia condenación" (1 Cor 11,29; Rm 14,23). ¿Otros pecados mortales? no confesarse con el Sacerdote al menos una vez al año (CDC 989), no comulgar al menos en tiempo pascual (920), abortar (todos los métodos anticonceptivos no barrera son abortivos), promover el aborto (derecho a decidir, derechos (i)reproductivos, fecundación artificial), planificación natural sin causa grave, deseo o actividad sexual fuera del matrimonio por iglesia, demorar en bautizar a los niños, privar de Misa a niños en uso de razón, borrachera, drogas, comer a reventar, envidia, calumnia, odio o deseo de venganza, ver pornografía, robo importante, chiste o burla de lo sagrado, etc. Si no ponemos los medios para confesamos lo antes posible y nos sorprende la muerte sin arrepentirnos, nos auto-condenamos al infierno eterno (Catecismo 1033-41; Mt. 5,22; 10, 28; 13,41-50; 25, 31-46; Mc 9,43-48, etc.). Estos son pecados mortales objetivamente, pero subjetivamente, pueden ser menos graves, si hay atenuantes como la ignorancia. Pero ahora que lo sabes, ya no hay excusa.

 

Misal

 

vie 13a. Ordinario año Par

Antífona de Entrada

Entremos y adoremos de rodillas al Señor, creador nuestro, porque él es nuestro Dios.

 

Oración Colecta

Oremos:
Señor, que tu amor incansable cuide y proteja siempre a estos hijos tuyos, que han puesto en tu gracia toda su esperanza.
Por nuestro Señor Jesucristo...
Amén.

 

Primera Lectura

Les haré sentir hambre, pero no de pan, sino de oír la palabra de Dios

Lectura del libro del profeta Amós 8, 4-6.9-12

Escuchen esto, los que aplastan al pobre y tratan de eliminar a la gente humilde, ustedes, que dicen: ¿Cuándo pasará la fiesta de la luna nueva, para poder vender el trigo; y el sábado, para comerciar el grano? Achicaremos la medida, aumentaremos el precio y falsearemos las balanzas para robar; compraremos al indefenso por dinero, y al pobre por un par de sandalias; venderemos hasta los desechos del trigo.
Aquel día, palabra del Señor, haré que el sol se oculte a mediodía, y en pleno día cubriré la tierra de oscuridad. Convertiré en duelo sus fiestas, y en lamentaciones sus cantos; haré que se vistan de luto, y que les rapen la cabeza. Harán duelo como por un hijo único, y todo acabará en amargura.
Vienen días, palabra del Señor, en que yo enviaré el hambre a este país, no hambre de pan ni sed de agua, sino de oír la palabra del Señor. Irán tambaleándose de mar a mar, de oriente a occidente andarán errantes, buscando la palabra del Señor, y no la encontrarán.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Salmo Responsorial

Sal 118, 2.10.20.30.40.131

Dichosos los que siguen la palabra del Señor.

Dichosos los que cumplen sus preceptos y lo buscan sinceramente.
Dichosos los que siguen la palabra del Señor.

Te busco sinceramente, no dejes que me desvíe de tus mandatos.
Dichosos los que siguen la palabra del Señor.

Agoto mi vida deseando continuamente tus mandamientos.
Dichosos los que siguen la palabra del Señor.

He elegido el camino verdadero, he deseado tus mandamientos.
Dichosos los que siguen la palabra del Señor.

Mira cuánto anhelo tus decretos, dame vida con tu salvación.
Dichosos los que siguen la palabra del Señor.

Abro mi boca suplicando, porque ansío tus mandatos.
Dichosos los que siguen la palabra del Señor.

Aclamación antes del Evangelio

Aleluya, aleluya.
Vengan a mí todos los que están fatigados y agobiados por la carga, y yo los aliviaré, dice el Señor.
Aleluya.

Evangelio

No son los sanos los que necesitan de médico. Yo quiero misericordia y no sacrificios

† Lectura del santo Evangelio según san Mateo 9, 9-13

Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo vio Jesús a un hombre que se llamaba Mateo, sentado en la oficina de impuestos, y le dijo:
"Sígueme".
El se levantó y lo siguió.
Después, mientras Jesús estaba sentado a la mesa en casa de Mateo, muchos recaudadores de impuestos y pecadores vinieron y se sentaron con él y sus discípulos.
Al verlo los fariseos, preguntaban a sus discípulos:
"¿Por qué su maestro come con los recaudadores de impuestos y los pecadores?"
Lo oyó Jesús y les dijo:
"No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. Entiendan bien qué significa: misericordia quiero y no sacrificios; porque yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores".
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

 

Oración sobre las Ofrendas

Señor, Dios nuestro, tú que nos has dado este pan y este vino para reparar nuestras fuerzas, conviértelos para nosotros en sacramento de vida eterna.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.

 

Prefacio

Proclamación del misterio de Cristo

En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación, darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno, por Cristo, Señor nuestro.
Porque, unidos en la caridad, celebramos la muerte de tu Hijo, con fe viva proclamamos su resurrección, y con esperanza firme anhelamos su venida gloriosa.
Por eso,
con todos los ángeles y santos, te alabamos, proclamando sin cesar:

Antífona de la Comunión

Bienaventurados los que lloran, porque serán consolados. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados.

 

Oración después de la Comunión

Oremos:
Señor, tú que has querido hacernos participar de un mismo pan y de un mismo cáliz, concédenos vivir de tal manera unidos en Cristo, que nuestro trabajo sea eficaz para la salvación del mundo.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén

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Dia 4/07 Santa Isabel de Portugal (blanco)

Antífona de Entrada

Doctrina verdadera llevaba en su boca y en sus labios no se hallaba maldad. Con integridad y rectitud andaba conmigo y apartaba a muchos del mal.

Oración Colecta

Oremos:
Tú que conoces, Señor, nuestra debilidad y nuestros pecados, ten misericordia de nosotros y, por la intercesión y el ejemplo de los santos, condúcenos de nuevo a tu amor.
Por nuestro Señor Jesucristo...
Amén.

Primera Lectura

También nosotros debemos dar la vida por nuestros hermanos

Lectura de la primera carta del apóstol san Juan 3, 14-18

Queridos hermanos: Nosotros estamos seguros de haber pasado de la muerte a la vida, porque amamos a nuestros hermanos. El que no ama permanece en la muerte. El que odia a su hermano es un homicida y bien saben ustedes que ningún homicida tiene la vida eterna.
Conocemos lo que es el amor, en que Cristo dio su vida por nosotros. Así también debemos nosotros dar la vida por nuestros hermanos. Si alguno, teniendo con qué vivir, ve a su hermano pasar necesidad, y sin embargo, no lo ayuda, ¿cómo habitará el amor de Dios en él?
Hijos míos, no amemos solamente de palabra; amemos de verdad y con las obras.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Salmo Responsorial

Del salmo 111

Dichosos los que temen al Señor.

Dichosos los que temen al Señor y aman de corazón sus mandamientos; poderosos serán sus descendientes, Dios bendice a los hijos de los buenos.
Dichosos los que temen al Señor.

Fortuna y bienestar habrá en su casa, siempre actuarán conforme a la justicia. Quien es justo, clemente y compasivo, como una luz en las tinieblas brilla.
Dichosos los que temen al Señor.

Quienes, compadecidos, prestan y llevan sus negocios rectamente, jamás se desviarán, vivirá su recuerdo para siempre.
Dichosos los que temen al Señor.

No temerán malas noticias, puesto que en el Señor viven confiados. Firme está y sin temor su corazón, pues vencidos verán a sus contrarios.
Dichosos los que temen al Señor.

Al pobre dan limosna, obran siempre conforme a la justicia; su frente se alzará llena de gloria.
Dichosos los que temen al Señor.

Aclamación antes del Evangelio

Aleluya, aleluya.
Les doy un mandamiento nuevo, dice el Señor, que se amen los unos a los otros, como yo los ha amado.
Aleluya.

Evangelio

Cuando lo hicieron con el más insignificante de mis hermanos, conmigo lo hicieron

Lectura del santo Evangelio según san Mateo 25, 31-46

Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos:
"Cuando venga el Hijo del hombre rodeado de su gloria, acompañado de todos sus ángeles, se sentará en su trono de gloria. Entonces serán congregadas ante él todas las naciones y él apartará a los unos de los otros, como aparta el pastor a las ovejas de los cabritos, y pondrá a las ovejas a su derecha y a los cabritos a su izquierda. Entonces dirá el rey a los de su derecha:
"Vengan, benditos de mi Padre; tomen posesión del Reino preparado para ustedes desde la creación del mundo; porque estuve hambriento, y me dieron de comer; sediento, y me dieron de beber; era forastero, y me hospedaron; estuve desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; encarcelado, y fueron a verme".
Los justos le contestarán entonces:
"Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer; sediento, y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos de forastero, y te hospedamos; o desnudo, y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o encarcelado, y te fuimos a ver?"
Y el rey les dirá:
"Yo les aseguro que, cuando lo hicieron con el más insignificante de mis hermanos, conmigo lo hicieron". Entonces dirá también a los de la izquierda:
"Apártense de mí, malditos; vayan al fuego eterno, preparado para el diablo y sus ángeles; porque estuve hambriento, y no me dieron de comer; sediento, y no me dieron de beber; era forastero, y no me hospedaron; estuve desnudo, y no me vistieron; enfermo y encarcelado, y no me visitaron".
Entonces ellos le responderán:
"Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento, de forastero o desnudo, enfermo o encarcelado, y no te asistimos?"
Y él les replicará:
"Yo les aseguro que, cuando no lo hicieron con uno de aquellos más insignificantes, tampoco lo hicieron conmigo".
Entonces irán éstos al castigo eterno y los justos a la vida eterna".
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

Oración sobre las Ofrendas

Señor que el sacrificio que vamos a ofrecerte en memoria de santa Isabel de Portugal, sea para alabanza y gloria tuya y nos ayude a conseguir la salvación.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.

Prefacio

La vida consagrada a Dios es un signo Del Reino de los cielos

En verdad es justo y necesario que te alaben, Señor, tus criaturas del cielo y de la tierra.
Porque al celebrar a los santos que por amor al Reino de los cielos se consagraron a Cristo,
reconocemos tu Providencia admirable, que no cesa de llamar al hombre a la santidad primera,
para hacerlo participar ya desde ahora de la vida que gozará en el cielo, por Cristo nuestro Señor.
Por eso,
con todos los ángeles y santos, te alabamos proclamando sin cesar:

Antífona de la Comunión

Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los pacificadores porque serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los que sufren persecución por causa de la justicia porque de ellos es el Reino de los cielos.

Oración después de la Comunión

Oremos:
Tú que nos has permitido celebrar el memorial de la muerte y resurrección de tu Hijo, concédenos, Señor, experimentar en nuestra vida sus efectos redentores.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén


Meditación diaria

13ª Semana. Viernes

MORTIFICACIONES HABITUALES

— Las mortificaciones nacen del amor y a su vez lo alimentan.

— Mortificaciones para ayudar y hacer más grata la vida a los demás; las pequeñas contrariedades de cada día; espíritu de sacrificio en el cumplimiento del deber.

— Otras mortificaciones. El espíritu de mortificación.

I. Nos relata San Mateo en el Evangelio de la Misa1 que, después de responder a la llamada de Jesús, preparó una comida en su propia casa, a la que asistieron el resto de los discípulos y muchos publicanos y pecadores, quizá sus amigos de siempre. Los fariseos, al ver esto, decían: ¿Por qué vuestro Maestro come con los publicanos y los pecadores? Jesús oyó estas palabras y Él mismo les contestó diciéndoles que no tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos. Y a continuación hace suyas unas palabras del profeta Oseas2: más quiero misericordia que sacrificio. No rechaza el Señor los sacrificios que se le ofrecen; insiste, sin embargo, en que estos han de ir acompañados del amor que nace de un corazón bueno, pues la caridad ha de informar toda la actividad del cristiano y, de modo particular, el culto a Dios3.

Aquellos fariseos, fieles cumplidores de la Ley, no acompañaban sus sacrificios del olor suave de la caridad para con el prójimo y del amor a Dios; en otro lugar dirá el Señor, con palabras del Profeta Isaías: este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de Mí. En aquella comida en casa de Mateo manifiestan con su pregunta que les falta comprensión hacia los demás invitados y que no se esfuerzan por acercarlos a Dios y a la Ley, de la que ellos se muestran tan fieles cumplidores; juzgan con una visión estrecha y falta de amor. "Prefiero las virtudes a las austeridades, dice con otras palabras Yahvé al pueblo escogido, que se engaña con ciertas formalidades externas.

"—Por eso, hemos de cultivar la penitencia y la mortificación, como muestras verdaderas de amor a Dios y al prójimo"4.

Nuestro amor a Dios se expresa en los actos de culto, pero también se manifiesta en todas las acciones del día, en las pequeñas mortificaciones que impregnan lo que hacemos, y que llevan hasta el Señor nuestro deseo de abnegación y de agradarle en todo.

Si faltara esta honda disposición, la materialidad de repetir unos mismos actos carecería de valor, porque le faltaría su más íntimo sentido: los pequeños sacrificios que procuramos ofrecer cada día al Señor, nacen del amor y alimentan a su vez este mismo amor.

El espíritu de mortificación, tal como lo quiere el Señor, no es algo negativo ni inhumano5; no es una actitud de rechazo ante lo bueno y lo noble que puede haber en el uso y goce de los bienes de la tierra; es manifestación de señorío sobrenatural sobre el cuerpo y sobre las cosas creadas, sobre los bienes, las relaciones humanas, el trabajo...; la mortificación, voluntaria o aquella otra que viene sin haberla buscado, no es la simple privación, sino manifestación de amor, pues "padecer necesidad es algo que puede ocurrirle a cualquiera, pero saber padecerla es propio de las almas grandes"6, de las almas que han amado mucho.

La mortificación no es simple moderación, mantener a raya los sentidos y el desequilibrio que producen el desorden y el exceso, sino abnegación verdadera, dar cabida a la vida sobrenatural en nuestra alma, adelanto de aquella gloria venidera que se ha de manifestar en nosotros7.

II. Prefiero la misericordia al sacrificio... Por eso, un campo principal de nuestras mortificaciones ha de ser el que se refiere a las relaciones y al trato con los demás, donde ejercitamos continuamente una actitud misericordiosa, como la del Señor con las gentes que encontraba a su paso. El aprecio por quienes cada día tratamos en la familia, en nuestro quehacer profesional, en la calle, empuja y ordena nuestra mortificación. Nos lleva a hacerles más grato su paso por la tierra, de modo particular a aquellos que más sufren física o moralmente, a prestarles pequeños servicios, a privarnos de alguna comodidad en beneficio de ellos.

Esta mortificación nos impulsará a superar un estado de ánimo poco optimista que necesariamente influye en los demás, a sonreír también cuando tenemos dificultades, a evitar todo aquello –aun pequeño– que puede molestar a quienes tenemos más cerca, a disculpar, a perdonar... Así morimos, además, al amor propio, tan íntimamente arraigado en nuestro ser, aprendemos a ser humildes. Esta disposición habitual que nos lleva a ser causa de alegría para los demás, solo puede ser fruto de un hondo espíritu de mortificación, pues "despreciar la comida y la bebida y la cama blanda, a muchos puede no costarles gran trabajo... Pero soportar una injuria, sufrir un daño o una palabra molesta... no es negocio de muchos, sino de pocos"8.

Junto a estas mortificaciones que hacen referencia a la caridad, quiere el Señor que sepamos encontrarle en aquello que Él permite y que de alguna manera contraría nuestros gustos y planes o el propio interés. Son las mortificaciones pasivas, que hallamos a veces en una grave enfermedad, en problemas familiares que no parecen tener fácil arreglo, en un importante revés profesional...; pero más frecuentemente, cada día, tropezamos con pequeñas contrariedades e imprevistos que se atraviesan en el trabajo, en la vida familiar, en los planes que teníamos para esa jornada... Son ocasiones para decirle al Señor que le amamos, precisamente a través de aquello que en un primer momento nos resistimos a admitir. La contrariedad –pequeña o grande– aceptada con amor, ofreciendo al Señor aquel contratiempo, produce paz y gozo en medio del dolor; cuando no se acepta, el alma queda desentonada y triste, o con una íntima rebeldía que la aleja de los demás y de Dios.

Otro campo de mortificaciones en las que mostramos el amor al Señor está en el cumplimiento ejemplar de nuestro deber: trabajar con intensidad, no aplazar los deberes ingratos, combatir la pereza mental, cuidar las cosas pequeñas, el orden, la puntualidad, facilitar su labor a quien está en el mismo quehacer, ofrecer el cansancio que todo trabajo hecho con intensidad lleva consigo...

Mientras trabajamos, en el trato con los demás..., en toda ocasión, manifestamos, a través de ese vencimiento pequeño, que amamos al Señor sobre todas las cosas y, más aún, por encima de nosotros mismos. Con estas mortificaciones nos elevamos hasta Él; sin ellas, quedamos a ras de tierra. Esos pequeños sacrificios ofrecidos a lo largo del día disponen al alma para la oración y la llenan de alegría.

III. Sacrificio con amor nos pide el Señor. La mortificación está en la zona fronteriza en la que es inminente el peligro de caer en el pecado; se encuentra en pleno campo de la generosidad, porque es saberse privar de lo que sería posible no privarse sin ofender a Dios. El alma mortificada no es la que no ofende, sino la que ama; vivir así, con una mortificación habitual, parece necedad a los ojos de los que se pierden; mas para los que se salvan, esto es, para nosotros, es la fuerza de Dios9, recordaba San Pablo a los primeros cristianos de Corinto.

El amor al Señor nos mueve a controlar la imaginación y la memoria, alejando pensamientos y recuerdos inútiles; a sujetar la sensibilidad, la tendencia a "pasarlo bien" como primera razón de la vida. La mortificación nos lleva a vencer la pereza al levantarnos, a no dejar la vista y los demás sentidos desparramados, sin control alguno, a ser sobrios en la bebida, a comer con templanza, a evitar caprichos...; también mortificaciones corporales, con el oportuno consejo recibido en la dirección espiritual o en la Confesión.

En ocasiones nos fijaremos en algunas mortificaciones con preferencia a otras, dando siempre especial importancia a las que se refieren al mejor cumplimiento de nuestros deberes para con Dios, a las que ayudan a vivir con esmero la caridad y el cumplimiento del propio deber. Incluso puede ser útil el tomar nota de algunas, revisarlas a lo largo del día y pedirle ayuda a nuestro Ángel Custodio para que salgan adelante. Tener en cuenta la tendencia de todo hombre, de toda mujer, al olvido y a la dejadez, nos ayudará a poner los medios necesarios para no dejarlas incumplidas, a un lado. Esas pequeñas renuncias a lo largo del día, previstas y buscadas muchas de ellas, acercan a Cristo y constituyen un arma poderosa para ir adquiriendo, primero en un campo y después en otro, el hábito de la mortificación; son una industria humana difícilmente sustituible, dada la natural tendencia a resistir y a olvidarnos de la Cruz.

Para el alma mortificada se hace realidad la promesa de Jesús: quien pierda su vida por amor mío, la encontrará10; así le encontramos a Él en medio del mundo, en nuestros quehaceres y a través de ellos. "Dijo el amigo a su Amado que le diese la paga del tiempo que le había servido. Tomó el Amado en cuenta los pensamientos, deseos, llantos, peligros y trabajos que por su amor había padecido el amigo, y añadió el Amado a la cuenta la eterna bienaventuranza, y se dio a Sí mismo en paga a su amigo"11.

1 Mt 9, 9-13. — 2 Os 6, 6. — 3 Cfr. Sagrada Biblia, Santos Evangelios, EUNSA, Pamplona 1983, in loc.; cfr. B. Orchard y otros, Verbum Dei, Herder, Barcelona 1960, vol. II, p. 683. — 4 San Josemaría Escrivá, Surco, n. 992. — 5 Cfr. J. Tissot, La vida interior, Herder, 16.ª ed., Barcelona 1964, p. 397 ss. — 6 San Agustín, Sobre el bien del matrimonio, 21, 25. — 7 Rom 8, 18. — 8 San Juan Crisóstomo, Sobre el sacerdocio, 3, 13. — 9 1 Cor 1, 18. 10 Mt 10, 39. — 11 R. Llull, Libro del amigo y del Amado, 64.

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Santoral               (si GoogleGroups corta el texto, lo encontrará en www.iesvs.org)

 

Santa Isabel de Portugal
Reina, madre de familia y pacificadora
Año 1336

Isabel significa "Promesa de Dios" (Isab = promesa. El = Dios).

Nació en 1270. Era hija del rey Pedro III de Aragón, nieta del rey Jaime el Conquistador, biznieta del emperador Federico II de Alemania. Le pusieron este nombre en honor de su tía abuela Santa Isabel de Hungría.

Santa Isabel tuvo la dicha que su familia se esmerara extremadamente en formarla lo mejor posible en su niñez. Desde muy niña tenía una notable inclinación hacia la piedad, y un gusto especial por imitar los buenos ejemplos que leía en las vidas de los santos o que observaba en las vidas de las personas buenas. En su casa le enseñaron que si quería en verdad agradar a Dios debía unir a su oración, la mortificación de sus gustos y caprichos y esforzarse por evitar todo aquello que la pudiera inclinar hacia el pecado. Le repetían la frase antigua: "tanta mayor libertad de espíritu tendrás, cuanto menos deseos de cosas inútiles o dañosas tengas". Sus educadores le enseñaron que una mortificación muy formativa es acostumbrarse a no comer nada entre horas (o sea entre comida y comida), y soportar con paciencia que no se cumplan los propios deseos, y esmerarse cada día por no amargarle ni complicarle la vida a los demás. Dicen sus biógrafos que la formidable santidad que demostró más tarde se debe en gran parte a la esmerada educación que ella recibió en su niñez.

A los 15 años ya sus padres la habían casado con el rey de Portugal, Dionisio. Este hombre admiraba las cualidades de tan buena esposa, pero él por su parte tenía un genio violento y era bastante infiel en su matrimonio, llevaba una vida nada santa y bastante escandalosa, lo cual era una continua causa de sufrimientos para la joven reina, quien soportara todo con la más exquisita bondad y heroica paciencia.

El rey no era ningún santo, pero dejaba a Isabel plena libertad para dedicarse a la piedad y a obras de caridad. Ella se levantaba de madrugada y leía cada día seis salmos de la Santa Biblia. Luego asistía devotamente a la Santa Misa; enseguida se dedicaba a dirigir las labores del numeroso personal del palacio. En horas libres se reunía con otras damas a coser y bordar y fabricar vestidos para los pobres. Las tardes las dedicaba a visitar ancianos y enfermos y a socorrer cuanto necesitado encontraba.

Hizo construir albergues para indigentes, forasteros y peregrinos. En la capital fundó un hospital para pobres, un colegio gratuito para niñas, una casa para mujeres arrepentidas y un hospicio para niños abandonados. Conseguía ayudas para construir puentes en sitios peligrosos y repartía con gran generosidad toda clase de ayudas. Visitaba enfermos, conseguía médicos para los que no tenían con qué pagar la consulta; hacía construir conventos para religiosos, a las muchachas muy pobres les costeaba lo necesario para que pudieran entrar al convento, si así lo deseaban. Tenía guardada una linda corona de oro y unos adornos muy bellos y un hermoso vestido de bodas, que prestaba a las muchachas más pobres, para que pudieran lucir bien hermosas el día de su matrimonio.

Su marido el rey Dionisio era un buen gobernante pero vicioso y escandaloso. Ella rezaba por él, ofrecía sacrificios por su conversión y se esforzaba por convencerlo con palabras bondadosas para que cambiara su conducta. Llegó hasta el extremo de educarle los hijos naturales que él tenía con otras mujeres.

Tuvo dos hijos: Alfonso, que será rey de Portugal, sucesor de su padre, y Constancia (futura reina de Castilla). Pero Alfonso dio muestras desde muy joven de poseer un carácter violento y rebelde. Y en parte, esta rebeldía se debía a las preferencias que su padre demostraba por sus hijos naturales. En dos ocasiones Alfonso promovió la guerra civil en su país y se declaró contra su propio padre. Isabel trabajó hasta lo increíble, con su bondad, su amabilidad y su extraordinaria capacidad de sacrificio y su poder de convicción, hasta que obtuvo que el hijo y el papá hicieran las paces. Lo grave era que los partidos políticos hacían todo lo más posible para poder enemistar al rey Dionisio y su hijo Alfonso.

Algunas veces cuando los ejércitos de su esposo y de su hijo se preparaban para combatirse, ella vestida de sencilla campesina atravesaba los campos y se iba hacia donde estaban los guerreros y de rodillas ante el esposo o el hijo les hacía jurarse perdón y obtenía la paz. Son impresionantes las cartas que se conservan de esta reina pacificadora. Escribe a su esposo: "Como una loba enfurecida a la cual le van a matar a su hijito, lucharé por no dejar que las armas del rey se lancen contra nuestro propio hijo. Pero al mismo tiempo haré que primero me destrocen a mí las armas de los ejércitos de mi hijo, antes que ellos disparen contra los seguidores de su padre". Al hijo le escribe: "Por Santa María la Virgen, te pido que hagas las paces con tu padre. Mira que los guerreros queman casas, destruyen cultivos y destrozan todo. No con las armas, hijo, no con las armas, arreglaremos los problemas, sino dialogando, consiguiendo arbitrajes para arreglar los conflictos. Yo haré que las tropas del rey se alejen y que los reclamos del hijo sean atendidos, pero por favor, recuerda que tienes deberes gravísimos con tu padre como hijo y como súbdito con el rey". Y conseguía la paz una y otra vez.

Su esposo murió muy arrepentido, y entonces Isabel dedicó el resto de su vida a socorrer pobres, auxiliar enfermos, ayudar a religiosos y rezar y meditar.

Pero un día supo que entre su hijo Alfonso de Portugal y su nieto, el rey de Castilla, había estallado la guerra. Anciana y achacosa como estaba, emprendió un larguísimo viaje con calores horrendos y caminos peligrosos, para lograr la paz entre los dos contendores. Y este viaje fue mortal para ella. Sintió que le llegaba la muerte y se hizo llevar a un convento de hermanas Clarisas, y allí, invocando a la Virgen María murió santamente el 4 de julio del año 1336.

Dios bendijo su sepulcro con varios milagros y el Sumo Pontífice la declaró santa en 1626. Es abogada para los territorios y países donde hay guerras civiles, guerrillas y falta de paz. Que Santa Isabel ruegue por nuestros países y nos consiga la paz que tanto necesitamos.

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Berta de Blangy, Santa Abadesa, Julio 4  

Berta de Blangy, Santa

Abadesa

Etimológicamente significa "resplandeciente". Viene de la lengua alemana.

En Blangy, en la región de la Galia Atrebatense, santa Berta, abadesa, la cual, habiendo ingresado junto con sus hijas Gertrudis y Deotila en el monasterio que ella misma había fundado, pasados unos años se encerró en una celda, donde vivió en completa clausura (c. 725).

Berta murió hacia el año 725. Sus padres fueron el conde Rigoberto y Ursana, relacionados con los reyes del condado de Kent, Inglaterra.

A la edad de veinte años, contrajo matrimonio con Sigefroi y tuvieron cinco hijas.

Movida por su religiosidad profunda, se dio cuenta de que hacía falta fundar monasterios o abadías. Comenzó por la de Blangy en Artois.

La cuidó con esmero hasta después de la muerte de su esposo. Y como cuando se respira el aire de lo espiritual en casa es fácil que salgan vocaciones religiosas, Berta tuvo la suerte de que dos de sus hijas, Gertrudis y Deotila, sintieran como su madre el ansia de la perfección.

Y sin más, se fueron las tres a llevar una vida alejada del mundanal ruido.

No esperaban, sin embargo, que su retiro le sentara tan mal a Roger. No podía ni verla. La razón no era otra que el haberle negado la mano de su hija Gertrudis para casarse con ella.

El rey Thierry, una persona sensata y buena gente, al ver la actitud del joven, le dijo que Berta era inocente de cuanto le acusaba y que su hija era muy libre de rechazarle en su proposición matrimonial.

Y para evitar que hiciera daño a la madre e hijas, las puso bajo su protección hasta que volvieran a Blagny.

Antes de volver, logró terminar Blagny y construyó, además, tres iglesias en honor de los santos de su devoción: San Audomaro y San Martín de Tours. Estableció una observancia regular en su comunidad. Y según se cuenta, ella pasó el resto de su vida en una pequeña habitación con una ventana que daba a la iglesia y al altar.

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Fuente: ar.geocities.com/misa_tridentina01
Laureano, Santo Arzobispo y Mártir, Julio 4  

Laureano, Santo

Arzobispo de Sevilla
Mártir

Etimológicamente significa " laureado, coronado". Viene de la lengua griega.

El portentoso san Laureano, arzobispo de Sevilla y glorioso mártir de Cristo, nació de padres nobles en la provincia de Pannonia que ahora llamamos Hungría.

Dejó su patria siendo de poca edad, y fue a Milán donde por misericordia del Señor se hizo cristiano, recibiendo el bautismo de manos del obispo Eustorgio II, y ordenándose de diácono a la edad de treinta y cinco años.

Pasó después a España, guiado por la Providencia, para resistir con su predicación y doctrina a los herejes arrianos que eran muy poderosos y señores de la nación, y perseguían a los católicos.

Muriendo en esta sazón Máximo, arzobispo de Sevilla, por la malicia de los herejes, estuvo vacante aquella cátedra por espacio de dos años, hasta que por común voto de los prelados sufragáneos fue elegido para aquella dignidad el varón de Dios san Laureano, el cual gobernó diez y siete años aquella Iglesia. Mas como los herejes levantasen en Sevilla una grande persecución contra el santo arzobispo, y el mismo rey Theudes que injustamente ocupaba el trono, enviase gente que le matasen, el santo, avisado de todo por un ángel, dijo misa, convocó al pueblo, hizo un largo sermón, y tomando después su báculo rodeó parte de la ciudad, llorando y dando voces diciendo: "Haced penitencia, y mirad que está Dios enojado y tiene levantado el brazo para heriros"- y en efecto, poco después fue reciamente castigada de Dios aquélla ciudad con sequedad, hambre y pestilencia.

Saliendo desterrado de ella el santo obispo, en el camino sanó a un ciego; entró en un navío llegando a Marsella, donde resucitó a un hijo de un hombre principal. De allí pasó a Italia y llegó a Roma, sanando muchos enfermos. En Roma visitó al Sumo Pontífice y consolóse con él; dijo Misa Pontifical delante del Papa el día de la Cátedra de san Pedro, y allí sanó a un viejo que desde niño estaba tullido de pies y manos.

Partió después para visitar el cuerpo de san Martín, en Francia, y tuvo la revelación de que venían por parte del rey Totila algunos soldados con el fin de quitarle la vida. No se turbó el santo, ni se congojó, antes encendido de amor del Señor y deseoso del martirio, salió a buscarles, y encontrándose con ellos en un campo raso, siendo conocido por ellos, dieron en él y le cortaron la cabeza.

Tomáronla y la llevaron al tirano, el cual cuando la vio y supo lo que había pasado, la envió a Sevilla, y con su entrada respiró aquélla ciudad y cesó la sequedad, hambre y pestilencia con que había sido azotada y afligida por el Señor a causa de sus pecados. El cuerpo del santo lo sepultó Eusebio, obispo de Arlés, en la iglesia de la ciudad de Bourges: y el Señor glorificó su sepulcro con innumerables prodigios.

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Pier Giorgio Frassati, Beato Laico, Julio 4  

Pier Giorgio Frassati, Beato

Laico

"Vivir sin fe, sin un patrimonio que defender, sin mantener una lucha por la Verdad no es vivir, sino ir tirando..."

"Cada día comprendo mejor la gracia de ser católico. Vivir sin fe, sin un patrimonio que defender, sin mantener una lucha por la Verdad no es vivir, sino ir tirando... Incluso a través de cada desilusión tenemos que recordar que somos los únicos que poseemos la verdad".

Quizá sean pocos los que se atrevan a escribir hoy día, con grandes letras, el párrafo anterior. Escribirlo no sólo con las palabras, sino, sobre todo, con la vida. Como lo hizo un joven decidido e intrépido que se llamaba Pier Giorgio Frassati.

Pier Giorgio había nacido el 6 de abril de 1901 de una rica familia de Turín. Su padre, Alfredo, era el fundador del periódico La Stampa, en el que se divulgaban ideas liberales, no ciertamente favorables a la Iglesia. Alfredo llegó a ser embajador de Italia ante Alemania, lo cual permitió a la familia el vivir y establecer amistades en el mundo alemán.

Pier Giorgio recibió en casa una educación correcta, pero sin una fe vivida. Al iniciar la adolescencia sintió una fuerte necesidad de zambullirse en el Evangelio, de ser un cristiano al cien por ciento. Por eso fue miembro de un gran número de asociaciones católicas: tenía un gran anhelo de conocer más su fe, de crecer en la vida de oración, de vivir en un sincero compromiso por los demás, sea en la asistencia social, sea en el enseñar y dar testimonio de sus convicciones cristianas.

Cuando llega a la Universidad, percibe un ambiente hostil contra todo lo que huela a católico. Pier Giorgio no duda en promover actividades espirituales entre los universitarios. A veces a riesgo de más de algún choque violento con grupos intolerantes (esos que presumían de "liberales", de "libertadores comunistas", o de "patriotas" en las filas del fascismo).

En el panel de anuncios de la universidad de Turín pone un día, entre las muchas hojas y folletos que hablan de fiestas y diversiones, un cartel para invitar a los estudiantes a la adoración nocturna. Los "anticlericales" deciden intervenir para arrancar la "provocación" de Pier Giorgio. Al llegar, se encuentran allí delante al joven, que defiende enérgicamente su derecho a expresar las propias convicciones. Al final el panel queda completamente destruido, y el anuncio de Pier Giorgio acaba hecho pedazos...

Además del trabajo con los jóvenes universitarios, Pier Giorgio quiere dedicarse a los más necesitados, a los pobres, a los enfermos. Encuentra también tiempo para acompañar a un sacerdote dominico que da catequesis a los niños de un barrio obrero para defenderle ante los insultos y agresiones de algunos comunistas amenazadores, y no pocas veces se llega a los golpes...

Cuando el fascismo llega a su apogeo, Pier Giorgio intuye el carácter anticatólico (y antihumano) de la nueva ideología, y no duda en enfrentarse con los nuevos enemigos. Se irrita especialmente cuando ve cómo algunos católicos muestran su simpatía hacia los fascistas.
Su fama de enemigo del nuevo poder llega a

Pier Giorgio Frassati, Beato

ser conocida. Hasta tal punto, que un domingo, cuando Pier Giorgio come en casa con su madre, un escuadrón de fascistas entra para destrozarlo todo. Nuestro joven aparece en el vestíbulo de ingreso, arranca un bastón a uno de los agresores y, con el bastón en mano, pone en fuga a los fascistas.

Es una vida apasionante: compromiso social, compromiso político, compromiso militante en numerosas organizaciones católicas, especialmente en los grupos de universitarios católicos. Compromiso, como dijimos, entre los más necesitados.

A muchos impresiona ver al hijo de los Frassati por las calles con un carro con los bártulos de gente pobre que busca una casa, o mientras visita a los hijos de los obreros para darles catequesis. En su familia lo tienen por loco. Casi siempre llega tarde, muchas veces sin dinero. No duda en prescindir del tranvía para dar lo ahorrado a quien pueda necesitar una limosna.

Un día invita a uno de sus amigos a un mayor compromiso de caridad, a visitar y atender a los pobres. El amigo le dice que tiene miedo, que no se atreve a entrar en casas miserables, donde todo es suciedad, donde las enfermedades contagiosas dominan por doquier. Pier Giorgio le responde con sencillez y convicción: visitar a los pobres es ¡visitar a Jesús!

Entre los pobres la providencia tenía prevista la llegada de la hora definitiva. Un día de finales de junio de 1925, el peligro se hace realidad. Pier Giorgio contrae, después de una de sus visitas, una poliomielitis fulminante.

Empieza a sentir fuertes dolores de cabeza y pierde el apetito. En su casa, sin embargo, no le hacen mucho caso, pues apenas tiene 24 años y es un joven robusto. Además, la abuela se encuentra muy grave, y todos están volcados sobre ella.

Pier Giorgio siente cómo el mal va avanzando, sin que se le atienda debidamente. Sólo cuando ya se encuentra en una situación dramática, sus padres se dan cuenta y reaccionan. Demasiado tarde. Desesperados, piden un suero especial al instituto Pasteur de París, pero ya no queda nada por hacer.

Con la humildad y el desapego con el cual había vivido se enfrentaba ahora, en plena juventud, a la muerte. O, mejor, al encuentro con aquel Jesús que tanto había amado, por el cual había luchado en la universidad y en la calle, entre los pobres o entre jóvenes de clase media poco activos en su fe.

Por eso no resultó extraño su último gesto. Pidió a su hermana Luciana que tomase de su habitación una caja con inyecciones, y escribió encima de ella la dirección de la persona a la cual había que llevar la medicina.

La muerte llega el 4 de julio de 1925. Los funerales se tienen dos días después. Son una explosión de cariño y afecto hacia un joven que había vivido para los demás. Son también el momento en el cual los padres de Pier Giorgio descubren realmente quién era su hijo, cuánta gente lo quería, lo mucho que había hecho, sencillamente, sin aspavientos, en las largas horas que pasaba fuera de casa.

"Vivir sin fe, sin un patrimonio que defender, sin mantener una lucha por la Verdad no es vivir, sino ir tirando...". La vida de Pier Giorgio fue, realmente, vida. Porque amó su fe, y porque su fe le llevó a amar y a servir a Jesús en sus hermanos.

Pier Giorgio Frassati fue declarado beato por Juan Pablo II el 20 de mayo de 1990. Sobre su personalidad, Benedicto XVI comentaba:

"Joven como vosotros, vivió con gran compromiso su formación cristiana y dio su testimonio de fe, sencillo y eficaz. Fue un muchacho fascinado por la belleza del Evangelio de las Bienaventuranzas, que experimentó toda la alegría de ser amigo de Cristo, de seguirle, de sentirse de manera viva parte de la Iglesia" (a los jóvenes, Turín 2 de mayo de 2010).

(Esta breve biografía se inspira en un trabajo de Antonio Sicari, Retratos de santos, vol. 2, Editorial Encuentro, Madrid 1996).

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Fuente: ar.geocities.com/misa_tridentina01
Andrés de Creta, Santo Obispo, Julio 4  

Andrés de Creta, Santo

San Andrés de Creta, nació en Damasco a mediados del siglo VII, abrazó la vida monástica en un convento de Jerusalén, por lo que también es llamado Andrés Jerosolimitano. Asistió al III Concilio de Constantinopla que condenó la herejía del monotelismo (año 681), como legado del Patriarca de la Ciudad Santa. Más tarde, consagrado obispo de Creta, defendió la legitimidad del culto a las imágenes. Murió hacia el año 720.

San Andrés de Creta fue un excelente compositor de himnos sagrados, hasta el punto de que la Iglesia oriental ha incorporado algunos a su liturgia. Además se conservan veintidós homilías suyas. Las que se refieren a la Virgen gozan de particular importancia, pues constituyen un testimonio muy elocuente de la fe en la Inmaculada Concepción y en la Asunción corporal de María al Cielo.

Con toda la Tradición de la Iglesia, San Andrés expone que la Concepción de Nuestra Señora es el inicio de la renovación de la naturaleza humana, herida por el pecado original. La Virgen María, preservada por Dios de toda culpa, trae al mundo "las primicias de la nueva creación", siendo —como canta la liturgia— lirio que florece entre espinas y paraíso espiritual donde Jesucristo, el nuevo Adán, establece su morada.

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Fuente: ar.geocities.com/misa_tridentina01
Alberto Quadrelli de Rivolta, Santo Obispo, Julio 4  

Alberto Quadrelli de Rivolta, Santo

San Alberto Quadrelli de Rivolta nació en Rivolta. El 29 de marzo de 1168, Jueves Santo, fue elegido por el clero y el pueblo de Lodi como obispo. Fue activo y celoso pastor, defensor del papa Alejandro III, y participo en el III Concilio Lateranense.

Su rectitud fue reconocida hasta por sus enemigos. No se conoce la fecha de su nacimiento. Tampoco se sabe con certeza la fecha de su muerte, que puede haber ocurrido en 1173 o en 1179.

Su cuerpo fue trasladado solemnemente en 1588.

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Fuente: ar.geocities.com/misa_tridentina01
Ulrico de Ausburgo, Santo Obispo, Julio 4  

Ulrico de Ausburgo, Santo

San Ulrico, obispo, descendía del noble linaje de los condes de Kyburg. Al nacer, era una criaturita tan esmirriada, que sus padres sentían incluso vergüenza de mostrarle a la gente, todos cuantos le veían quedaban convencidos de que aquel condesito no llegaría a valer para nada. Solamente un peregrino, que acababa de regresar de Tierra Santa, fue de distinto parecer y predijo que aquel niñito llegaría a ser un personaje famoso. De hecho, Ulrico, a quien solían llamar con la abreviatura familiar de Utz, alcanzó la edad de 83 años.

Así que Utz de Kyburg logró superar con tenaz aferramiento a la vida, todas las enfermedades que pueden pasarse en la infancia y llegó a hacerse un buen mozo bien asentado sobre sus fuertes piernas, sus padres le enviaron a la famosa escuela monasterial de San Gall. Muy pronto supo ganarse Utz la simpatía de maestros y condiscípulos, pues no solamente era aplicado y piadoso, sino que, además, con mucha frecuencia tenía ocurrencias graciosísimas, de suerte que en presencia suya hasta los enfermos reían francamente.

Por aquel entonces vivía en los alrededores de San Gall una ermitaña llamada Wiborada. Con frecuencia acudía Utz a visitarla. En una ocasión la ermitaña, penetrando el futuro, dijo al joven conde de Suabia, que en el futuro llegaría a ser obispo de una ciudad donde hay un río que separa dos comarcas. La profecía se cumplió, efectivamente, pues la ciudad de Augsburgo, de donde Ulrico fue más tarde obispo, está asentada junto al río Lech, que separa a Baviera de Württemberg.

Cuando Utz, a quien por respeto vamos a llamar con su nombre completo de Ulrico, hubo terminado sus estudios en San Gall, regresó a su casa y se convirtió en seguida en la mano derecha de su tío Adalberto, que era a la sazón obispo de Augsburgo y de quien había recibido la ordenación sacerdotal. Ulrico hizo también una peregrinación a Roma. Allí le comunicó al Padre Santo que su tío Adalbero había muerto, entretanto, y que él sería su sucesor. Sin embargo, aquélla predicción no se cumplió en seguida, pues cuando Ulrico regresó ya habían nombrado a otra persona obispo de Augsburgo, y como en el ínterin había fallecido su padre, Ulrico se reunió con su madre, que se había quedado sola, para consolarla en su desgracia. Cuando quince años más tarde murió, él mismo le cerró los ojos y como igualmente murióel obispo de Augsburgo, Ulrico le sucedió, llevando en sus manos durante cincuenta años el báculo pastoral.

Eran malos tiempos aquellos, pues poco antes los húngaros, pueblo bárbaro compuesto de pescadores, cazadores y jinetes, se habían desbordado sobre el país, montados en vivaces y pequeños caballos, iban incendiando ciudades y aldeas, asesinando a muchas personas y llevándose a otras como botín de esclavitud. Todos los que habían logrado escapar estaban sentados sobre las ruinas de sus antiguas haciendas, sin ánimos ni resolución para hacer nada. El obispo Ulrico tuvo muchísima labor. Con mano vigorosa se puso él mismo a trabajar en la reconstrucción, y su ejemplo inflamó a los demás. Nuevos alientos reanimaron a aquellos desgraciados hombres que se habían doblegado ante la desgracia, y todo fue resurgiendo con suma rapidez. Ulrico sabía además orar con fervor, y era de arriba abajo un obispo como debe ser. En el año 955 volvió a haber una violenta razzia de húngaros que saquearon el país, asesinaron a muchísima gente y redujeron nuevamente a cenizas las iglesias y los monasterios, las ciudades y las aldeas. Alaridos de dolor y angustia resonaban por doquier. Pero esta vez las hordas salvajes llegaron solamente hasta la ciudad de Augsburgo. En esta ciudad les tuvo a raya San Ulrico, obispo, acompañado de un escogido escuadrón de caballeros y soldados aguerridos, hasta que llegó con su ejército imperial el emperador Otón I de Alemania, el cual, en el día 10 de agosto del 955, causó tan completa derrota a los húngaros en la famosa batalla de Lechfeld, que estas hordas jamás volvieron a internarse en territorio alemán. No cabe duda, que un gran mérito en esta batalla, famosa en toda la historia universal, le corresponde a San Ulrico, obispo de Augsburgo, el cual, según dijera el peregrino de vuelta de Tierra Santa, había de ser realmente un hombre grande, valioso y afamado.

La primera canonización pontifica, llevada a cabo por el Papa Juan XV en 993, fue la de elevar al honor de los altares a Ulrico de Augsburgo.

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Fuente: Vatican.va
María Crucificada Curcio, Beata Fundadora, Julio 4  

María Crucificada Curcio, Beata

Fundadora de las
Carmelitas Misioneras de Santa Teresa del Niño Jesús

Nació en Ispica (Sicilia, Italia) el 30 de enero de 1877. Era la séptima de diez hijos. Vivió su infancia en un ambiente familiar cultural y socialmente elevado. Dotada de gran inteligencia y un carácter alegre y decidido, manifestó durante su adolescencia una marcada tendencia a la piedad y a la solidaridad con los más necesitados y marginados.

En su casa recibió una severa educación, con principios muy rígidos, en razón de los cuales su padre, siguiendo las costumbres de la época, no le permitió seguir estudiando después de la escuela primaria. Eso le costó mucho, pues sentía una gran sed de conocimientos, que saciaba con los libros de la biblioteca familiar. Así pudo leer el "Libro de la vida" de santa Teresa de Jesús, que ejerció un gran impacto en ella, impulsándola a conocer y amar el Carmelo, y abriéndola al "estudio de las cosas celestiales".

En 1890, a la edad de trece años, obtuvo, aunque con dificultad, el permiso de inscribirse en la Tercera Orden Carmelitana, recién constituida en Ispica. Visitaba con frecuencia el santuario de la Virgen del Carmen, cultivando una intensa devoción a María, "que le había robado el corazón desde su infancia", y le había encomendado la misión de "hacer que volviera a florecer el Carmelo". Profundizando en la espiritualidad carmelitana comprendió el plan de Dios para ella.

Queriendo compartir el ideal de un Carmelo misionero que uniera la dimensión contemplativa con la apostólica, inició una experiencia de vida común con algunas compañeras terciarias en un apartamento de su casa paterna. Luego se trasladó a Modica, para dirigir la casa "Carmela Polara" para la acogida y asistencia de muchachas huérfanas o necesitadas.

Después de años de pruebas y tribulaciones con el vano intento de que su obra fuera reconocida oficialmente por la autoridad eclesiástica local, por fin encontró apoyo en el padre Lorenzo van den Eerenbeemt, de la Orden Carmelita de la antigua observancia.

El 17 de mayo de 1925 viajó a Roma para la canonización de santa Teresa del Niño Jesús. Al día siguiente, visitando la localidad de Santa Marinella, cercana a la ciudad de Roma, quedó impresionada por la extrema pobreza de la mayor parte de sus habitantes y comprendió que allí la quería Dios. Con permiso del obispo, se estableció definitivamente en Santa Marinella, y el 16 de julio sucesivo recibió el decreto de afiliación de su pequeña comunidad a la Orden Carmelitana.

En 1930, después de muchos sufrimientos y cruces, su pequeña comunidad fue erigida como congregación de derecho diocesano con el nombre de Carmelitas Misioneras de Santa Teresa del Niño Jesús.

"Llevar almas a Dios" era el objetivo que la impulsó a crear obras educativas y asistenciales en Italia y en el extranjero. Pudo realizar su anhelo misionero en 1947 enviando a las primeras cuatro religiosas a Brasil, con un solo mandato: "No olvidéis a los pobres".

Su oración era un diálogo íntimo y continuo con Jesús, con el Padre y con todos los santos, inspirado por una confianza filial y sentimientos de gratitud, de alabanza, de adoración y de reparación, que trataba de transmitir, ante todo con el ejemplo de su vida, a sus hijas espirituales y a cuantos se acercaban a ella.

Cultivó una intensa unión de amor con Cristo en la Eucaristía, esforzándose por vivir un profundo espíritu de reparación, que la llevaba a compartir los sufrimientos y las angustias de los hombres, especialmente "del inmenso número de almas que no conocen y no aman a Dios", tratando de ayudarles en sus necesidades con caridad, pues descubría en ellos el rostro de Cristo crucificado.

Exhortaba a sus religiosas a entregarse sin medida al servicio de la juventud más humillada y abandonada, para "separar en ella el oro del fango", a fin de restaurar en toda criatura la dignidad y la imagen de hijo de Dios.

Marcada toda su vida por una salud precaria y por la diabetes, que afrontaba con fortaleza y sincera adhesión a la voluntad de Dios, pasó sus últimos años enferma, orando y entregándose a sus religiosas.

El 4 de julio de 1957 murió serenamente en Santa Marinella.

Fue beatificada el 13 de noviembre de 2005 por S.S. Benedicto XVI.

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Catalina Jarrige, Beata Virgen Dominica, Julio 4  

Catalina Jarrige, Beata

Catherine nació el 4 de octubre de 1754 en una pobre familia de campesinos en Doumis, Cantal, Francia.

Sus padres con sus siete hijos vivían juntos en una pequeña casa. Siendo todavía bastante joven, como todos la juventud de su tiempo y medio, trabajó en los campos con su familia y a la edad de nueve años la enviaron a que trabajara como sirvienta de un vecino. Allí ella disfrutó de una vida alegre y traviesa.

Esa era también la edad, como era la norma, que ella hiciera su primera comunión, un recuerdo que ella atesoraría para el resto de su vida.

En la imitación de su patrona, Santa Catalina de Siena, ella se hizo terciaria dominica.

Disfrutaba enormemente de bailar Bourrée, pero ella renunció a eso para ayudar a los más pobres a conocer a Dios y en sus necesidades terrenales, ella mismo diría:

"Me gustaría que las personas se confiesen tanto como yo bailé el Bourrée"

Ella ofreció toda su vida en satisfacer necesidades espirituales y materiales del pobres, consiguiendo limosnas para ellos, e inspirando al más renuente a despertar su conciencia. Era totalmente consagrada a las personas más humildes y más pobres, los cuidaba proporcionándoles la comida y vestido, generalmente ayudándos y confortándolos a lo largo de la vida.

Durante la Revolución Francesa

Catalina fue la primera en ofrecer su ayuda a los sacerdotes perseguidos por la revolución, aquellos eran sacerdotes que se negaron a hacer un juramento poniendo la cosntitución por sobre Dios.

Ella los escondía para que ellos pudieran celebrar misa, y también colaboraba con ellos en sus trabajos pastorales llegando muchas veces a poner en riesgo su propia vida. Una vez que el levantamiento revolucionario terminó, ella siguió con sus labores caritativas hasta su muerte el 4 de julio de 1836.

Una gran muchedumbre asistió a sus funerales, y hasta hoy en día en la región de Mauriac su popularidad se mantiene intacta.

Fue beatificada por S.S. Juan Pablo II el 24 de noviembre de 1996.

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Fuente: Franciscanos.net
Cesidio Giacomantonio de Fossa, Santo Mártir, Julio 4  

Cesidio Giacomantonio de Fossa, Santo

Mártir

Angel nació en Fossa, Abruzzo, provincia de Aquila, el 30 de agosto de 1873. Ya desde jovencito a menudo se iba al solitario convento de Ocre, donde reposan los restos del Beato Bernardino de Fossa y del Beato Timoteo de Monticchio. Orando ante aquellas urnas sintió germinar en su corazón la vocación religiosa y la idea de la vida franciscana.

El 21 de noviembre de 1891 fue recibido en la Orden de los Hermanos Menores, vistiendo el hábito franciscano con el nombre de Cesidio, en memoria de un jovencito mártir. Después de la profesión religiosa, en varios conventos completó sus estudios y fue ordenado sacerdote. Por algún tiempo ejerció el ministerio de la predicación. Luego fue enviado a Roma como candidato a las misiones. Después de que completó su formación misionera, junto con dos cohermanos partió para la China. Al llegar fue acogido con inmensa alegría por el Vicario Apostólico, el obispo Antonino Fantosati. A pesar del ambiente de persecución, en él persistía siempre el gran deseo de predicar, de convertir y de bautizar en el nombre del Señor el mayor número posible. Para esto aprendió bien la lengua china y su apostolado se vio colmado de satisfacciones.

En una carta a sus padres poco antes del martirio, describe su alegría de encontrarse en la China y pide oraciones por la conversión de muchos infieles. Luego añade: "Procuremos hacernos santos, si alcanzamos esta gracia podremos cantar en el cielo el eterno aleluya".

El 4 de julio de 1900, la misión donde él se encontraba fue invadida por los bóxeres. El Padre Cesidio corrió a la capilla a consumir el Santísimo Sacramento y luego se enfrentó a la rabia de sus perseguidores. Fue asesinado a golpes de lanza y bastonazos. Tenía solamente 27 años y fue así el primer mártir en la persecución de los boxers de 1900.

Fue canonizado por S.S. Juan Pablo II el 1 de octubre de 2000 como parte de los
120 mártires en China.

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Fuente: Vatican.va
Pedro Kibe Kasui y 187 compañeros, Beatos Mártires japoneses, 4 de julio  

Pedro Kibe Kasui y 187 compañeros, Beatos

Mártir


Presentación histórica del martirio realizada por monseñor Juan Esquerda Bifet, director emérito del Centro internacional de animación misionera (Ciam).

A fin de resaltar la actualidad del tema de la esperanza, decía el Papa Benedicto XVI a los obispos del Japón en la visita "ad limina" del 15 de diciembre de 2007, citando su segunda encíclica: "Quien tiene esperanza vive de otra manera; se le ha dado una vida nueva" (Spe salvi, 2). Y para contextualizar esta afirmación añadió: "A este respecto, la próxima beatificación de 188 mártires japoneses ofrece un signo claro de la fuerza y la vitalidad del testimonio cristiano en la historia de vuestro país. Desde los primeros días, los hombres y mujeres japoneses han estado dispuestos a derramar su sangre por Cristo. Gracias a la esperanza de esas personas, "tocadas por Cristo, ha brotado esperanza para otros que vivían en la oscuridad y sin esperanza" (Spe salvi, 8). Me uno a vosotros en la acción de gracias a Dios por el testimonio elocuente de Pedro Kibe y sus compañeros, que "han lavado sus vestiduras y las han blanqueado con la sangre del Cordero" (Ap 7, 14 ss)" (L´Osservatore Romano, edición en lengua española, 28 de diciembre de 2007, p. 8).

Fueron muchos miles los cristianos japoneses que, en el decurso de cuatro siglos, pero especialmente durante los siglos XVI-XVII, dieron este testimonio heroico de esperanza. Algunos ya han sido canonizados. El 8 de junio de 1862, Pío IX canonizó a veintiséis. El mismo Papa beatificó a 205 el día 7 de julio de 1867. Juan Pablo II canonizó a veintiséis el día 18 de octubre de 1987. Los nuevos 188 mártires —han sido beatificados el pasado 24 de noviembre— se suman, pues, a una cifra considerable que, no obstante, viene a ser sólo una pequeña representación de los muchos miles que dieron la vida por Cristo, además de los innumerables que afrontaron toda suerte de sufrimientos por el Señor.

Esta realidad histórica queda ya como un hecho salvífico imborrable en la evangelización del Japón y es también una herencia común para toda la Iglesia. Será siempre un punto de referencia, como lo ha sido para toda la historia eclesial la realidad martirial de los primeros cuatro siglos del cristianismo bajo el imperio romano.

Entre estos mártires se encuentran todas las clases sociales. Cabe recordar que hubo también algunas apostasías, como en toda persecución. Pero, al contemplar el conjunto admirable de unas estadísticas controladas, cabe preguntarse sobre el punto de apoyo de su perseverancia ante el martirio. ¿Qué preparación y medios habían tenido? ¿Cuál fue y sigue siendo la clave de la perseverancia?

Las circunstancias actuales han cambiado en todas las latitudes. Pero será siempre una realidad la "persecución" contra los seguidores de Cristo como él mismo profetizó (cf. Jn 15-16; Mc 13, 9). La Iglesia estará siempre "en estado de persecución" (Dominum et vivificantem, 60). Las dificultades, siendo muy diversas, no son menores en la actualidad, especialmente en una sociedad donde se sobrevalora lo útil, lo eficaz, lo inmediato, la ganancia, el éxito, las impresiones, las leyes que contrastan con la conciencia... El cristiano que quiera ser coherente, tendrá que estar dispuesto, en cualquier época, como decía san Cipriano refiriéndose a los mártires y confesores del siglo III, a "no anteponer nada al amor de Cristo".

Afirmar hoy explícitamente la divinidad y la resurrección de Jesús es un riesgo de "martirio", de marginación y descrédito... Decidirse por seguir los principios básicos de la conciencia y de la razón iluminados por la fe —sobre la vida, la familia, la educación— será frecuentemente fuente de malentendidos y tergiversaciones por parte de los que se oponen a los valores evangélicos.

La beatificación de los nuevos 188 mártires, todos ellos japoneses y casi todos laicos (183), tendrá ciertamente una gran repercusión, especialmente en el Japón. Si "la sangre de mártires es verdadera semilla de cristianos" (según Tertuliano: PL I, 535), esta realidad martirial actual anuncia, a pesar de las previsiones humanas, un resurgir de la comunidad eclesial en el Japón, con repercusión en la Iglesia universal.

El martirio cristiano es siempre un "misterio" de la historia. Ninguna figura histórica ha sido tan amada y tan perseguida como la figura de Jesús, que prometió estar presente entre los que creen en él. Pero la vida martirial de los discípulos de Jesús es siempre una gracia que tiene un dinamismo misionero imparable.

Un hecho histórico de valor permanente:
los mártires japoneses, especialmente de los siglos XVI-XVII


El 15 de agosto de 1549 llegó san Francisco Javier al Japón, donde desarrolló su actividad apostólica durante unos tres años. Los jesuitas fueron llegando continuamente. Los primeros franciscanos misioneros llegaron de Filipinas en 1592. Los dominicos y agustinos, también procedentes de Filipinas, llegaron en 1602. Hay que recordar que las Filipinas fueron evangelizadas inicialmente por los misioneros agustinos, ya desde la ocupación española, en 1565. Fueron cuatro las Órdenes religiosas que evangelizaron el Japón durante estos inicios: jesuitas, franciscanos, dominicos y agustinos.

Los años que transcurren entre 1549 y 1650 se han calificado de "siglo cristiano" del Japón; en 1644 los católicos eran unos 300.000, según la cifra aceptada por algunos historiadores. San Francisco Javier había escrito en 1552 que se produciría persecución azuzada por algunos bonzos. Él mismo había manifestado la alegría de poder llegar a ser mártir.

Se pueden observar, en el contexto histórico, diversos motivos circunstanciales que dieron origen a la persecución: las luchas comerciales por parte de navegantes ingleses y holandeses, que sembraban la sospecha y el rechazo hacia los portugueses, provenientes de Macao, y hacia los españoles, provenientes de Filipinas; el temor de algunas autoridades japonesas a una invasión; la inquina de algunos bonzos budistas que veían disminuir a sus seguidores. Pero los mártires japoneses murieron por no querer renunciar a su fe; se les proponía la posibilidad de salvar su vida a precio de esta renuncia a la misma, aunque fuera simulada.

Un primer edicto de persecución en todo el país fue firmado en 1614, y se enviaron copias a todos los "daimyós" del Japón. Hay que recordar que existía un ambiente de guerra civil en Japón entre dos "shôgun" o gobernadores mayores; de hecho, el emperador estaba como "prisionero" en Kyoto. Tokugawa Leiasu se proclamó "shôgun" en 1603 y murió en 1616, contra el "Shôgun" Toyotomi Hideyoshi, dejando fundada la dinastía "Tokugawa". Tokugawa Yemitsu asumió la plena autoridad del "shôgunado" en 1632 y reclamó obediencia absoluta a su autoridad por parte de los cristianos, por encima de la fe y de la conciencia.

Estas dificultades se acentuaban por el hecho de que, para los perseguidores, los "shôgun" —gobernadores mayores— eran la ley suprema. Los cristianos tenían que ser eliminados porque seguían el primer mandamiento del decálogo: amar a Dios sobre todas las cosas. Ese es el argumento del apóstata Fabián Ungyô, con su libro: "Ha Deus, Contra la secta de Dios", año 1620.

Se puede constatar la internacionalidad de los mártires, aunque la inmensa mayoría eran japoneses. En la documentación y también en las listas de los ya beatificados o canonizados, se encuentran coreanos, mestizos (luso-japoneses, chino-japoneses), de Malaca, un indio de Malabar, un indio de Bengala, uno de Sri Lanka, algunos chinos, etc. Entre los misioneros, casi un centenar, había portugueses, españoles, italianos, mexicanos y algunos de Flandes, Francia, Filipinas, Polonia...

Los primeros mártires fueron asesinados ya en 1558. Desde entonces están documentados los martirios, al inicio casi anualmente y en diversos lugares del Japón, hasta 1867. Pero especialmente quedan documentados con más precisión hasta el año de la clausura del Japón, en 1639, época "Sakoku" o de país clausurado. Todavía después de esta fecha, quedaron —o ingresaron clandestinamente— muchos cristianos, misioneros y catequistas que fueron mártires durante el decurso de todo el siglo XVII.

Desde el martirio masivo de Nagasaki, el 5 de febrero de 1596, con Pablo Miki, s.j., a la cabeza —veintiséis mártires ya canonizados el 8 de junio de 1868, entre los que aparece san Felipe de Jesús—, hubo siempre "grandes martirios": en Edo —Tokio— (año 1613, con veintitrés mártires), Arima-Kuchinotsu (año 1614, con cuarenta y tres mártires), Miyako-Kyoto (año 1619, con cincuenta y tres mártires), Nagasaki (año 1622, con cincuenta y tres mártires), Shiba-Edo (año 1623, dos grupos, con cincuenta y veinticuatro mártires), Minato-Akita (año 1624, con treita y dos mártires), Kubota-Akita (año 1624, con cincuenta mártires), Okusanbara (año 1629, con cuarenta y nueve mártires), Omura (año 1630, dos grupos, con setenta y tres, y diez mártires), Aizu-Wakamatsu (año 1632, con cuarenta y tres mártires), Edo -Tokio— (año 1632, con quince mártires), etc.

Es imposible concretar con exactitud el número de mártires. Ciertamente pasaron de varios miles. El cálculo más conservador sobre este número, desde finales del siglo XVI hasta mediados del siglo XVII, indica entre 5.000 y 10.000 mártires (cf. Positio, p. 40). Los mártires extranjeros no pasan del centenar. Pero sólo en la llamada "insurrección" de Shimabara, abril de 1638, según algunos escritores modernos, pudieron haber llegado a 20.000 —aparte de los caídos en la guerra— los japoneses que fueron sacrificados por el hecho de ser cristianos. En una publicación reciente, las fichas documentadas y precisas, con nombre, fecha, lugar, modalidades, etc., pasan de dos mil, pero alguna de estas fichas se refieren a algún grupo sin poder precisar más (El Martirologio del Japón 1558-1873; ver el grupo de Shimabara en la página 740).

Es impresionante la actitud de muchos niños mártires, en solitario, en grupo o con sus padres. Algunos eran de muy tierna edad. Un testimonio muy documentado habla de un grupo de dieciocho niños, en el segundo gran martirio de Edo-Tokio, 24 de diciembre de 1623: "Los seguían (a los mártires adultos) dieciocho niños, que como casi todos eran pequeñitos y no sabían todavía temer a la muerte, iban alegres y risueños como si fueran a jugar, llevando algunos de ellos en las manos los juguetes que en esa edad suelen usar, moviendo con ello a lágrimas a los mismos gentiles que lo veían... Llegados al lugar determinado, los primeros en que se ejecutó la cruel sentencia fueron los dieciocho niños, en los cuales ejecutaron crueldades tan bárbaras que sólo oírlas causa horror" (ib., p. 490).

Los suplicios fueron variando y recrudeciéndose, como puede constatarse en el conjunto de los 188 que resumiremos más abajo. Además de la cárcel y arresto domiciliario, se produjo frecuentemente la pérdida de todos los bienes y el exilio. Pero en el caso de martirio cruento, además de las decapitaciones, hogueras y crucifixiones, se ejercieron toda clase de humillaciones o vejaciones y torturas, que constan detalladamente en los documentos de la época, por parte de testigos presenciales. Además de la amputación de miembros y el apaleamiento, se practicaba el ahogo lento o repetido en agua, el veneno, el aceite hirviendo, la crucifixión, alanceados o también quemados, el lanzamiento al mar, la inmersión en los sulfatos del monte Unzen en Nagasaki, lapidación, tormento de la fosa —colgados boca abajo y metida la cabeza en una fosa—, etc.

Eran de todas las clases sociales: nobles samurais, autoridades civiles, artesanos, profesores, pintores, literatos, campesinos, ex-bonzos convertidos, esclavos ya liberados y prisioneros de guerra (de Corea), algún corsario convertido, trovadores ciegos especializados y diplomados en el arte melódico-narrativo. Pero dentro del cristianismo se sentían todos como en familia.

Como dato interesante hay que constatar que en 1632 fueron desterrados a Manila más de cien leprosos cristianos. En 1601 tuvieron lugar las primeras ordenaciones de sacerdotes japoneses, jesuitas y diocesanos. A pesar de la fidelidad por parte de la inmensa mayoría, se constata también la primera apostasía de un misionero europeo, el padre Cristóbal Ferreira, en 1633.

La invasión de Corea, a finales del siglo XVI, había dado como resultado la llegada de muchos esclavos coreanos, que vivían en el distrito de Nagasaki llamado Korai-machi. En una reunión de los misioneros con el obispo de Nagasaki, padre Cerqueira, s.j., en 1598, se inició un proceso de liberación. Muchos coreanos se hicieron cristianos; algunos serían mártires, ya beatificados y canonizados.

La persecución y los martirios continuaron hasta 1873. Fueron todavía muchos los mártires de la segunda mitad del siglo xix, al inicio de la "apertura" comercial del Japón. En 1873, por presión de los gobiernos occidentales, un decreto oficial hizo retirar los bandos oficiales que habían prohibido la religión cristiana durante siglos, desde el inicio del siglo XVII; los cristianos apresados pudieron volver a sus casas. Pero en los años inmediatamente anteriores a 1873 habían muerto en las cárceles 664 cristianos, por inanición o por torturas. La discriminación respecto de los católicos, a veces por parte de algunos bonzos budistas, continuó hasta casi la segunda guerra mundial, a mediados del siglo xx.

El nuevo elenco de 188 mártires beatificados

El conjunto de los 188 mártires corresponde a una misma época (1603-1636). Todos ellos fueron víctimas de la misma tendencia claramente persecutoria respecto del cristianismo, con el objetivo claro y planificado de borrarlo totalmente del Japón. Esta lista de 188 corresponde a quienes fueron compañeros de otros numerosos mártires ya reconocidos precedentemente por la Iglesia como tales, y que sufrieron el martirio en las mismas circunstancias.

En la presente lista destaca la fidelidad a la Santa Sede, por parte de Julián Nakaura; la tenacidad en seguir la vocación, padre Pedro Kibe; la heroicidad de misioneros y catequistas japoneses perseguidos y ocultos durante años; la vida cristiana de familias enteras sacrificadas, etc. Los treinta samurais martirizados, nobles y casi siempre con sus familias, junto con numerosos fieles del pueblo sencillo, son una muestra de la importancia de este martirio para la historia del Japón, en un momento clave de su unificación política en el inicio del siglo XVII; fueron fieles a la autoridad civil, dispuestos a dar su vida y sus haciendas por sus señores, pero nunca a renegar de su fe ni de los deberes de conciencia.

De los detalles concretos del martirio consta por parte de numerosos testigos y por documentos contemporáneos eclesiásticos y civiles, puesto que las autoridades dieron pie a la máxima espectacularidad de cada evento. Muchas veces, los perseguidores hicieron desaparecer los restos, por ejemplo arrojando las cenizas en el mar, para evitar el culto a las reliquias de los martirizados. Pero, todavía hoy, algunos de estos mártires son considerados como héroes por la sociedad japonesa no cristiana.

La intención anticristiana de los perseguidores es evidente, como consta por los edictos de los gobernantes, así como por la búsqueda organizada para apresar a todos los cristianos y la invención de toda clase de tormentos para conseguir la apostasía, con la cual hubieran quedado liberados del suplicio.

Cinco son religiosos: cuatro jesuitas —tres sacerdotes y un hermano— y un padre agustino; ciento ochenta y tres son laicos. Los treinta samurais murieron indefensos, dejando aparte las armas, hecho inexplicable y señal de cobardía en ellos si no fuera por un ideal superior. Hay niñas y niños pequeños, ya llegados al uso de razón, que mostraron una tenacidad heroica unida a su candor y fervor cristiano. Hay familias enteras, madres embarazadas o con sus hijos muy pequeños, jóvenes y ancianos, catequistas —uno era ciego— y gente sencilla del pueblo, que se prepararon asiduamente con oración y penitencias para el martirio, mostrando siempre no solamente entereza y fortaleza, sino también la alegría de dar la vida por Cristo.

Algunos de los mártires ya beatificados o canonizados anteriormente, habían dejado escrito su testimonio sobre estos 188 mártires, que han sido beatificados el pasado 24 de noviembre . La causa de los nuevos mártires, todos ellos japoneses y casi todos laicos (183), no había sido estudiada hasta hace pocos años. Fue Juan Pablo II, en su visita al Japón (año 1981), quien alentó a recordar y estudiar otros muchos mártires además de los ya reconocidos; esta invitación fue corroborada por una carta del entonces prefecto de la Congregación para la evangelización de los pueblos, cardenal Agnelo Rossi.

Estos 188 mártires, distribuidos en 16 grupos, fueron martirizados entre 1603 y 1639, prácticamente de todas las zonas geográficas del Japón, las diversas diócesis actuales. La investigación fue realizada por una comisión de cinco historiadores, especializados en temas japoneses, y se hizo con toda precisión y seriedad histórica, aprovechando el material existente en numerosas bibliotecas y archivos de dentro y de fuera del Japón: once archivos japoneses y doce archivos o bibliotecas occidentales.

A veces son fuentes civiles, pertenecientes a los mismos perseguidores, donde no se oculta el motivo de la persecución, el género de martirio, algunas apostasías y la tenacidad en afirmar la fe cristiana por parte de las víctimas. Son muy importantes las "cartas anuales" contemporáneas que enviaban a Roma los superiores jesuitas del Japón, misioneros y algunos de ellos también mártires posteriormente.

Ha habido una petición oficial de la Conferencia episcopal del Japón, firmada por todos los obispos el 14 de junio de 2004, suplicando la beatificación de los 188, que dieron su vida "por Cristo y por la Iglesia", y motivándola con razones de actualidad pastoral. Los 188 mártires corresponden a las actuales diócesis de Nagasaki, Fukuoka, Kyoto, Niigata, Hiroshima, Kagoshima, Oita, Tokio (Edo) y Osaka.

1) Once mártires de Yatsushiro, hoy Kumamoto, diócesis de Fukuoka: seis de familia de samurais (año 1603) y cinco de gente del pueblo (años 1606 y 1609)

Entre los samurais, destacan dos familias: Juan Minami y su esposa Magdalena, con su hijo adoptivo Luis, de siete años; Simón Takeda y su esposa Inés, con su madre Juana. Los varones samurais mueren decapitados. Las mujeres y el niño, crucificados. Destaca la alegría en el momento del martirio, vistiendo su mejor vestido de fiesta. Magdalena Minami, desde la cruz, rezaba a coro con su hijo Luis. Juana Takeda predicaba desde la cruz.

Entre la gente sencilla del pueblo: Joaquín y Miguel, con su hijo Tomás, de trece años; Juan y su hijo Pedro, de cinco o seis años. Son tres catequistas, con sus hijos. Mueren decapitados, menos Joaquín, que muere en la cárcel a causa de los tormentos. Todos muestran alegría, oración y firmeza en la fe. Se conservan algunas cartas desde la cárcel, donde leían libros de espiritualidad.

El caso del niño Pedro Hatori, de cinco o seis años, es emblemático. Vestido con su kimono de fiesta, en el lugar del suplicio se acercó al cadáver de su padre, martirizado unos momentos antes, se bajó el kimono de los hombros, se arrodilló, juntó las manos para orar y presentó su cuello desnudo ante los verdugos aterrorizados; estos no acertaron en el primer golpe, hiriéndolo en el hombro y tumbándolo a tierra, de donde se levantó para seguir arrodillado en oración; murió decapitado pronunciando los nombres de Jesús y María. Algo parecido pasó con el niño Tomás, de trece años, hijo de Miguel; este niño tenía el brazo izquierdo atrofiado, pero lo levantó con su brazo derecho para morir en actitud de oración (cf. P. Pasio, o.c., cap. 9, foll. 328-330).

2) Mártires de Yamaguchi y Hagi, Melchor Kumagai, samurai, y Damián, catequista ciego, año 1605, 16 y 19 de agosto respectivamente, en la diócesis de Hiroshima

El samurai Melchor muere decapitado en su casa, por defender la fe cristiana, mientras oraba y meditaba la pasión. La importancia del martirio de este samurai estriba también en su calidad de descendiente de familia noble que se remonta al emperador Kammu (782-805).

El samurai Melchor precedentemente se había enfriado en la fe, pero luego, después de la guerra de Corea, tomó un camino de segunda conversión, entregándose con generosidad hasta el momento de su martirio. En sus cartas dirigidas a sus amigos manifiesta su adhesión incondicional a la fe, mientras, al mismo tiempo, estaba dispuesto a servir con fidelidad a su señor el "daimyó", pariente suyo.

El catequista ciego Damián muere también decapitado, de rodillas y orando, por defender y propagar la fe. Su cuerpo fue mutilado y arrojado al río por los verdugos, con la intención de hacer desaparecer los restos, de donde los cristianos rescataron la cabeza para enviarla a Nagasaki. Los perseguidores intentaban conseguir la apostasía. Hay que notar en este caso y en algunos otros, la acción persecutoria de algunos bonzos de una secta budista, que instigaron a los gobernantes.

Este catequista ciego, que se había convertido del budismo, dedicó su vida a la catequesis, con su arte musical y narrativo, llegando a convertir, sólo en un año, a ciento veinte personas, además de dedicarse durante años a fortalecer la fe de los ya cristianos. Con sus cantos y narraciones, el ciego "iluminaba" a todos por el camino de la fe. En el momento en que iba a ser decapitado, le conminaron por tres veces a que apostatara de la fe, pero Damián ofreció su cuello mostrando gran paz y alegría. Sus restos, recuperados por los cristianos, fueron trasladados a Nagasaki y luego a Macao.

3) León Saisho Shichiemon Atsutomo, samurai de rango alto (1608, Hirasa, hoy Sendai, diócesis de Kagoshima)

Había recibido el bautismo el 22 de julio de 1608, de manos del futuro mártir Jacinto Orfanel, o.p., beato. El samurai convertido se entregó a un camino de oración y perfección. Instado repetidamente por su señor a apostatar, León resistió con fortaleza y ánimo tranquilo. Fue condenado a muerte por haberse bautizado en contra de las órdenes de su señor. Decía que "estaba dispuesto a morir antes que dejar de ser cristiano" (Carta de Mons. Cerqueira a Pablo V, 5 de marzo de 1609).

Salió para el lugar del martirio habiendo dejado sus armas, vestido con traje de fiesta; se arrodilló sobre una estera de paja ante una imagen pequeña del descendimiento de la cruz, que luego metió en su pecho, mientras enrollaba en su mano derecha el rosario.

Lo decapitaron el 17 de noviembre de 1608, a los tres meses y medio después de haber recibido el bautismo. Su martirio tuvo lugar donde él mismo había pedido, es decir, en el cruce de caminos (por significar la cruz de Cristo). El hecho de morir "con tanta seguridad y alegría... era cosa nunca vista en aquel reino" (Cerqueira, o.c., fol. 482).

4) Mártires en Ikitsuki (Hirado): el samurai Gaspar Nishi Genka, con su esposa Úrsula y su hijo primogénito Juan Mataichi Nishi (año 1609), diócesis de Nagasaki

Se trata de una familia de mártires. Estos tres fueron martirizados el 14 de noviembre de 1609. Hijo de Úrsula es el padre Tomás, o.p., mártir en 1634, ya canonizado por Juan Pablo II en 1987; también fue martirizado su otro hijo Miguel con su esposa e hijo en 1634, por haber dado alojamiento a su hermano, el padre Tomás.

El samurai Gaspar Nishi era protector y padre de los pobres y campesinos. El martirio de esta familia fue promovido de modo especial por un bonzo principal de Hirado, de una secta budista, mitad bonzos mitad soldados, prohibidos posteriormente, que era amigo del "daimyó". Los datos precisos del martirio se encuentran en la carta de monseñor Cerqueira, del 10 de marzo de 1610, dirigida al Papa Pablo V.

Los mártires se prepararon con oración para el martirio. Gaspar, samurai, pidió morir como Jesús en una cruz, pero sólo se le concedió ser decapitado en el lugar donde anteriormente el misionero padre Torres había levantado la cruz.

Úrsula y su hijo Juan murieron decapitados, arrodillados y pronunciando los nombres de Jesús y María. En sus cabezas, expuestas públicamente, pusieron la causa de la muerte: "por ser cristianos". Sus cuerpos fueron llevados a Nagasaki y posteriormente, en 1614, a Macao.

5) Mártires de Arima (diócesis de Nagasaki), año 1613, tres familias de samurais: Adriano con su esposa Juana, León con su esposa Marta y sus dos hijos (Magdalena de diecinueve años, Diego de doce años), León con su hijo Pablo de veinticuatro años.

Las tres familias de samurais (ocho personas) murieron quemados vivos el 7 de octubre de 1613. Este martirio tiene un significado especial: representa la cristiandad de Arima, la más cultivada del Japón, semillero de mártires. Estas tres familias fueron siempre fieles a sus "daimyós" en guerra y en paz. El odio a la fe provenía especialmente del "daimyó" apóstata Arima Naozumi. Miles de cristianos, organizados en cofradías, pudieron asistir al martirio con el rosario en la mano y velas encendidas; habían pasado una noche entera velando en oración. Cinco días después del martirio, daba cuenta detallada de todo ello el obispo monseñor Cerqueira al prepósito general de la Compañía de Jesús, padre Claudio Acquaviva.

Todos los mártires se habían preparado con oraciones y sacramentos. La numerosa comunidad cristiana de la ciudad participó en la preparación espiritual. El influjo de sus gestos audaces llegó hasta conseguir que algunos apóstatas volvieran a la fe. Estos arrepentidos, no habiéndoseles permitido sumarse a los presentes mártires, renunciaron a sus rentas y se exiliaron.

Cada uno de los mártires muestra alguna peculiaridad personal: los tres samurais anuncian a Cristo sin ambigüedades hasta el último momento. Marta anima a sus hijos, Magdalena y Diego. Magdalena, de diecinueve años, levanta y ofrece al cielo con sus manos las brasas. El niño Diego, de doce años, al vadear el río de camino hacia el suplicio, no permitió que le ayudara un samurai compasivo, sino que le dijo: "Déjame ir a pie como mi Señor, ya que no llevo la cruz a cuestas" (cf. Carta anual de 1613, fol. 271); en el momento del suplicio, al quemársele las cuerdas, los vestidos y los cabellos, corrió hacia su madre y quedó muerto a sus pies; la madre acogió al niño señalando el cielo. Todos ellos confesaron su fe con toda claridad y con alegría, pronunciando los nombres de Jesús y María.

6) Adán Arakawa de Amakusa (1614, diócesis de Fukuoka)

Se trata de un hombre del pueblo, casado con esposa cristiana, de fe sencilla y bien formada, siempre contento, catequista ("kambó") y, al marchar los misioneros, responsable de la comunidad cristiana, dedicado a ella con gran celo. Se alimentaba de libros espirituales: la "Imitación de Cristo", libro impreso en japonés en Amakusa y Nagasaki.

Fue encarcelado y repetidamente torturado desde el 21 de marzo de 1614. Afirmó su fidelidad a las autoridades civiles, pero también la independencia de su fe. En medio de las torturas, después de anunciar a Cristo, permanecía continuamente en oración. Fue decapitado el 5 de junio del mismo año (por la noche y en clandestinidad, mostrando más ánimo que sus verdugos) por no querer apostatar de su fe y por su calidad de animador catequista de la comunidad, que constaba de varios miles de cristianos. Su cuerpo, envuelto en redes y con piedras, fue arrojado al mar. Los cristianos sólo pudieron recoger algo de su sangre. Tenía sesenta años. La investigación fue dirigida por el futuro mártir beato Francisco Pacheco, según orden del provincial padre Carvalho, elegido como sucesor de monseñor Cerqueira, que había muerto en febrero de 1614.

7) El gran martirio de Miyaco (Kyoto), 6 de octubre de 1619 (cincuenta y dos mártires)

Este es uno de los martirios numerosos, o masivos, de Japón que hemos citado más arriba. En el martirio de Kyoto murieron cincuenta y dos cristianos quemados vivos: un samurai de alto rango, Juan Hashimoto con su esposa Tecla, encinta, y sus seis hijos, de entre tres y doce años; la mayoría eran gente sencilla del pueblo, madres jóvenes con sus hijos, que vivían agrupados en una calle de Kyoto ("calle de los que creen en Dios") y que habían sido atendidos anteriormente por misioneros y catequistas, también martirizados posteriormente, algunos ya beatificados. Las madres martirizadas ofrecían a sus hijos pequeños: "¡Señor Jesús, recibe a estos niños!". Todo el grupo siguió la misma suerte: encarcelados en diversas fechas, orando y cantando en la cárcel, crucificados y quemados todos juntos, afirmaron su fe. Constan los nombres de cada uno y su testimonio cristiano y martirial, algunas familias enteras. El samurai Juan fue un apoyo para todos.

Destaca el martirio de Tecla, en medio de las llamas, sujeta a la cruz con tres hijos pequeños, consolándolos, apretando a la más pequeña, Luisa, de tres años, entre sus brazos, mientras los otros tres ardían en la cruz próxima. Destaca también la actitud martirial de la niña Marta, de siete años, que quedó ciega en la cárcel y a quien los mismos guardias quisieron liberar haciéndola apostatar; la niña Marta respondió profesando la fe en nombre de todos y pudo morir junto a su madre.

El martirio fue contemplado por numerosos cristianos y miles de paganos. De este martirio quedan numerosos testimonios, incluso de un anticatólico —trabajador de la compañía inglesa de Hirado, quien también describe la muerte y oración de Tecla con sus hijos— y de los archivos civiles japoneses. El martirio fue divulgado de inmediato en Occidente, gracias a la carta anual de Rodrigues Giram, del año 1619 —el mismo año del martirio—, que tomó los datos de la relación del padre Benito Fernández, mártir dos años después.

8) Familia Kagayama-Ogasawara (18 miembros), en Kokura (1619), Hiji (1619) y Kamamoto (1636), diócesis de Fukuoka y Oita

Diego Kagayama, noble samurai, que era gobernador de Kokura, murió decapitado el 15 de octubre de 1619, con su primo y yerno Baltasar, este con su hijo Diego, de 4 años. Fueron decapitados, por orden del "daimyó" Hosokawa Tadaoki, el mismo día (15 de octubre de 1619), en distinto lugar (Kokura y Hiji respectivamente). El samurai Diego marchó descalzo hacia el lugar del suplicio, encargó dar sus vestidos de fiesta a un pobre y murió orando y arrodillado con un crucifijo en la mano. Baltasar explicó a los verdugos el porqué de su alegría al morir defendiendo la fe y oró antes de ser decapitados él y su hijo pequeño.

Los dieciocho mártires murieron por no querer apostatar de la fe, en actitud de oración. Pertenecían a una cristiandad, la de Buzen, muy numerosa —quizá unos tres mil cristianos— y muy bien formada. Los miembros de la familia samurai Kagayama-Ogasawara eran fieles a las autoridades superiores y colaboraron en sus empresas, pero no quisieron abandonar la fe, a pesar de las promesas, amenazas y castigos.

La familia Ogasawara Gen´ya (él con su esposa Miya, nueve hijos y cuatro sirvientes) fueron decapitados en Kumamoto, año 1636. Después del martirio de sus parientes —familia Kagayama— habían sufrido destierro y prisión, confesando su fe cristiana ante todo género de amenazas. Clandestinamente recibieron ayuda espiritual y sacramentos, especialmente por parte del futuro mártir japonés padre Julián Nakaura. De los esposos Ogasawara y Miya Kagayama, y de algunos de sus hijos mártires, se conservan cartas, escritas desde la cárcel, que reflejan claramente sus actitudes martiriales y las de toda la familia. Después de pasar cuarenta días en la cárcel, el 30 de enero de 1636 los esposos con sus nueve hijos y cuatro sirvientes fueron todos decapitados en el patio del templo budista Zengo-In de Kumamoto. Posteriormente se ha descubierto la tumba de la familia Ogasawara, y se han hallado dieciséis cartas, a modo de testamento, escritas desde la cárcel, donde aflora la actitud martirial cristiana ante la incomprensión de sus parientes.

9) Juan Hara Mondo No Suke, mártir de Edo (1623), hoy diócesis de Tokio

El samurai Juan Hara Mondo es el único que pudo ser escogido, entre los cuarenta y siete laicos que, junto con tres religiosos, fueron quemados vivos en la colina de Shinagawa, a la entrada de Tokio, en la presencia de una inmensa muchedumbre y de numerosos "daimyós", que acudieron a Edo (Tokio) de todo Japón, para celebrar el inicio del gobierno del nuevo shôgun, Tokugawa Yemitsu, que había dado la orden de eliminar a todos los cristianos. Era el 4 de diciembre de 1623. Además de los cuarenta y siete laicos, de los que se destaca como representante Juan Hara Mondo, había en el mismo grupo tres religiosos: un franciscano y dos jesuitas, que ya fueron beatificados en 1867, juntamente con otros doscientos cinco.

El samurai Hara Mondo procedía de familia enlazada con el emperador Kammu (782-805). Nació en 1587. Servía como paje del shôgun Tokugawa, se bautizó en Osaka cuando tenía unos trece años. En su primera juventud fue acusado de faltas graves dentro de la corte, pero luego consta que vivió una vida cristiana ejemplar. Se han documentado los detalles más importantes de su vida. El shôgun Tokugawa Ieiasu, hacia 1612 había iniciado abiertamente la persecución, intentando hacer apostatar a sus vasallos cristianos.

Ya en 1612, Juan Hara Mondo, por no querer renunciar a su fe, recibió la orden de destierro, pero se ocultó para poder propagar el cristianismo. En 1615 fue descubierto, encarcelado y condenado. Le imprimieron en la frente con hierro candente una cruz y le mutilaron los dedos de manos y pies. Pudo todavía vivir oculto y sirviendo espiritualmente a la comunidad cristiana, desde una leprosería. En 1623 fue delatado y, junto con otros cristianos, condenado a morir en la hoguera. Todos murieron "invocando los santísimos nombres de Jesús y María" y "no hubo entre ellos quien se moviese".

10) Mártires de Hiroshima: Francisco Tóyama Jintaró, Matías Shóbara Tchizaemon, Joaquín Kuroemon (1624)

De entre un gran número de mártires de Hiroshima, de algunos de los cuales se desconocen los nombres, se han escogido estos tres más documentados, todos ellos martirizados por no querer apostatar.

Francisco Tóyama era noble samurai, cristiano de vida muy ejemplar, que "tenía ofrecida su vida a Dios", uno de los cinco firmantes de la carta a Pablo V en la que prometían fidelidad. Su ejemplo cristiano influyó en la conversión de muchos. Por no querer apostatar, murió decapitado en su casa el 16 de febrero de 1624, después de recibir los sacramentos, teniendo en sus manos un crucifijo, mientras oraba ante un cuadro de la Virgen atribuida a san Lucas (copia de la de Santa María la Mayor). Unas horas antes de morir, escribió una carta alentando a otro encarcelado, Matías Shóbara, donde manifiesta claramente su disponibilidad martirial.

Matías Shóbara, mientras era guardián en la cárcel, fue bautizado por uno de los presos, futuro mártir, el jesuita padre Antonio Ishida. De camino hacia el lugar del martirio, iba rezando el rosario y explicando a la gente la doctrina cristiana; murió crucificado, después de ser atormentado para hacerlo apostatar (17 de febrero de 1624). Antes del martirio, todavía pudo responder a la carta de Francisco Tóyama (ver arriba), donde manifiesta sus actitudes martiriales.

Joaquín Kuróemon, hombre del pueblo, era catequista encargado de las obras de misericordia y de la animación de la comunidad. Por este motivo fue condenado a morir en cruz. Marchó con alegría al lugar del martirio, orando y exhortando a aceptar la fe cristiana. Fue alanceado en la cruz el 8 de marzo de 1624.

11) Mártires del monte Unzen, Nagasaki, 1627

Son un grupo de veintinueve, todos ellos indicados con sus nombres y datos concretos. Destacan el samurai
Pablo Uchibori, con sus tres hijos, y el anciano señor ("tono") de la aldea Hachirao, Pablo Onizuka, padre del mártir beato Pedro Onizuka, s.j., quemado vivo en 1622. Pero los veintinueve mártires se distribuyen en tres grupos, según la fecha del martirio: 21 de febrero, 28 de febrero y 17 de mayo de 1627.

Casi todos habían sufrido anteriormente cárcel y torturas. Algunos son descendientes o familiares de mártires. Otros mueren con su esposa e hijos. Algunos eran catequistas o jefes de aldeas, o habían hospedado a los misioneros ocultos, arriesgando su propia vida.

A los tres hijos de Pablo Uchibori, antes de matarlos y arrojarlos al mar (21 de febrero de 1627), les cortaron los dedos de las manos, ante su padre y ante un gran grupo de condenados al martirio, para presionarlos a apostatar. El niño Ignacio Uchibori, de cinco años, sufrió la mutilación con gran serenidad, levantando sus dedos y mano mutilada y sangrienta, con la admiración de todos los presentes. Con ellos murió del mismo modo, con los dedos mutilados y arrojada al mar, Gracia, esposa de Tomás Soxin, porque no quiso renegar de la fe; también mataron allí mismo, arrojándolos al mar, a otros doce.

Cinco de los veintiséis mártires de la presente lista, martirizados en los sulfatos del monte Unzen —en dos grupos y fecha distinta: 28 de febrero y 17 de mayo— son firmantes, entre otros doce, de la carta dirigida anteriormente a Pablo V (18 de octubre de 1620), expresando su disponibilidad de "ofrecer nuestras vidas en testimonio de Cristo y de la santa Iglesia romana... Nada tenemos tan grabado en el corazón como el padecer el martirio, cuando la ocasión se ofrezca, con la gracia de Dios".

El samurai Pablo Uchibori, ya desde las torturas en la cárcel y durante los tormentos de los sulfatos, animaba a todos sus compañeros a perseverar en la fe, mientras él y otros eran torturados y mutilados en rostro y manos. Murió diciendo: "Alabado sea el Santísimo Sacramento". De él se conserva una carta escrita desde la cárcel, en la que explica el martirio de otros mártires anteriores y su propia disponibilidad martirial por amor a Cristo: "Deseo padecer por su amor".

Todos murieron orando, fuertes en la fe y con alegría, a veces dejando escritas, durante el trayecto hacia el martirio, expresiones poéticas de despedida, como hicieron los mártires Joaquín Mine y Bartolomé Baba con esta afirmación: "Hasta ahora creía que el cielo estaba muy lejos; ahora, viéndolo tan cerca, me llena de alegría". El samurai Juan Marsutake murió orando: "¡Señor Jesús, no me dejéis de vuestra mano!". Los testigos han dejado constancia de la actitud martirial de todos.

12) Los cincuenta y tres mártires de Yonezawa, hoy diócesis de Niigata. Luís Amagasu y cincuenta y dos compañeros, año 1629

La comunidad cristiana de Yonezawa, ciudad situada al norte del Japón, en los "reinos del norte", fue iniciada por un samurai cristiano bautizado en Edo (Tokio). Desde su hogar cristiano, fue expandiendo la fe por toda la comarca, predominantemente budista, con la ayuda de algún misionero escondido o que pasaba para administrar los sacramentos. Dos son los samurais que encabezan el grupo: Luis Amagasu Uyemon y Pablo Nizhihori Shikibu. Sus esposas e hijos colaboraron en la evangelización entre amigos y conocidos, convirtiendo también a algunos bonzos, y permanecieron firmes durante el martirio. Los misioneros ocultos o de paso, dejaron constancia de los hechos por medio de cartas y relaciones.

El grupo de los cincuenta y tres mártires, todos ellos seglares, se divide por familias —esposos, hijos y sirvientes— y por lugar de procedencia. De todos ellos se conserva el nombre y otros datos esenciales: edad, etc. Entre ellos, hay ancianos y jóvenes, esposos y muchos niños pequeños, de entre uno y trece años de edad.

Los cincuenta y tres mártires fueron sacrificados en la misma fecha, el 12 de enero de 1629, conforme iban llegando los grupos al lugar del suplicio. No hubo encarcelamiento ni fugas. Murieron todos dando testimonio cristiano, en medio del silencio y las lágrimas de amigos y conocidos, cristianos y paganos. El shôgun Yemitsu, desde Edo, había dado la orden de eliminar a los cristianos, pero fue el "daimyó" Uesugi Sadakatsu de Yonezawa, quien llevó a cabo la orden. A todos se les ofreció la libertad si apostataban.

El primer grupo en ser sacrificado fue el del samurai Nishihori, decapitado con toda su familia y sirvientes (esposas y niños pequeños). Al recibir la noticia de que serían ejecutados, se vistieron de fiesta, tomaron su rosario y pasaron en oración las últimas horas. El camino hacia el lugar del martirio estaba cubierto de nieve. Antes de ser decapitados, todos besaron un medallón del Santísimo Sacramento, presentado por un cristiano, repitiendo tres veces: "Alabado sea el Santísimo Sacramento".

El samurai Pablo Nishihori había instruido y bautizado a cuatro no cristianos la víspera de su martirio. Antes de ir al lugar del suplicio, tomó un dibujo de la Virgen y lo puso en la funda en lugar del puñal, además de colocarse el rosario al cuello. De otros grupos se van narrando detalles de delicadeza, alegría, vida familiar y espiritual antes del martirio y en el mismo martirio.

De todos los grupos también se dan detalles precisos, con la edad de los niños y el grado de parentesco. Son familias enteras alentándose mutuamente para dar testimonio de fe, orando, predicando la fe, ofreciéndose en sacrificio...

La niña Tecla, de trece años, hija del samurai Simón Takahashi, escapó de quienes la querían hacer apostatar y corrió hacia donde se habían llevado a su padre; llegando al lugar donde la nieve estaba teñida de sangre, se quitó las botas de paja para acercarse con respeto y unirse al martirio de su padre; los dos oraron antes de ser decapitados. Ignacio Iida arregló la cabellera de su esposa antes de ser decapitada juntamente con él. Miguel A. Osamu, de trece años, hijo de Antonio Anazawa, mientras oraba, se arregló él mismo el cabello para ofrecer su cuello desnudo al verdugo. Cándido Bozo, de catorce años, defendió su fe ante las repetidas ofertas de libertad si apostataba, diciendo: "Si para vivir he de apostatar, no quiero la vida".

13) Mártires de la colina Nishizaka, Nagasaki, año 1633: Miguel Kusuriya, Nicolás Nagawara Keyan Fukunaga, s.j., y Julián Nakaura Jingoró, s.j.

Miguel Kusuriya, laico, ha sido llamado "el buen samaritano de Nagasaki", por estar dedicado a las obras de misericordia para con los pobres, así como con las viudas y los huérfanos de los mártires. Subió a la colina cantando el "Laudate Dominum". Le pusieron en la espalda una banderola con el motivo de la condena: por ser cristiano y haber prestado ayuda a los cristianos. Murió quemado vivo el 28 de julio de 1633. Son muchos los testigos que dejaron escritos los detalles del martirio.

Nicolás Nagawara Keyan Fukunaga, de familia de samurais, hermano jesuita, se dedicaba a la predicación y catequesis. Son numerosos los detalles de su vida que se encuentran en los documentos de la época. Es el primer misionero que murió en el tormento llamado de la fosa: colgado, con la cabeza metida en un hoyo, durante varios días. Murió durante el tormento (28-31 de julio de 1633) predicando e invocando a la Virgen; tal vez, según testigos, experimentando una aparición o locución de María.

Julián Nakaura Jingoró, sacerdote jesuita, había sido uno de los niños enviados a Roma en 1582, de parte de los "daimyós" cristianos. Es una figura japonesa, símbolo del intercambio cultural entre Oriente y Occidente. Se dedicó a la evangelización en medio de grandes peligros, como misionero oculto, durante muchos años. Le llevaron a la colina Nishizaka, con las manos atadas a la espalda y en compañía de un grupo de misioneros jesuitas y dominicos. Murió en el tormento de la fosa (18-21 de octubre de 1633), confesando su fe, diciendo: "Este gran dolor, por amor de Dios". Son muchos los testigos de su martirio en todos sus detalles.

Las autoridades civiles quisieron dar publicidad a los martirios, para atemorizar y conseguir apóstatas entre los cristianos. Por esto, fueron muchos los testigos de los hechos, especialmente portugueses comerciantes (algunos jóvenes nacidos en Nagasaki, que conocían bien el japonés).

14) Diego Yuki Ruosetsu, s.j., martirizado en Osaka, 1636

El padre Diego Yuki, sacerdote japonés, era en 1621 el único misionero estable en Japón central (cerca de Kyoto, Osaka). Había pronunciado sus primeros votos en la Compañía de Jesús cuando fueron crucificados en Nagasaki san Pablo Miki y compañeros (año 1597). Diego Yuki se formó en Macao junto con futuros mártires, como el beato Antonio Ishida. Antes de adentrarse como sacerdote en Japón, escribió una carta al padre general, donde aflora su actitud martirial.

Ordenado sacerdote en 1615, fue misionero oculto en Japón desde 1616 hasta su martirio en 1636, animando y confortando con los sacramentos a los cristianos perseguidos. Una carta del padre Yuki, del 18 de diciembre de 1625, describe con detalle la situación de la comunidad eclesial en aquel ambiente persecutorio.

El padre Diego Yuki, apresado en Osaka, lugar de su apostolado, fue condenado a morir en la fosa (Osaka, febrero de 1636); afirmó siempre su fe, sin delatar a sus colaboradores ni a los cristianos que le habían albergado; de haberlos delatado, hubiera sido señal de apostasía y le hubieran liberado. Los testigos ofrecen testimonio fehaciente de su actitud martirial, sin callar la defección de otros. Con él murió su catequista Miguel Soan.

15) Tomás de San Agustín, o.s.a., Kintsuba Jihyoe, 1637, diócesis de Nagasaki

El padre Tomás de San Agustín pertenecía a familia de mártires; así se afirma de sus padres, León y Clara. Fue ordenado sacerdote en 1626 ó 1627 en Manila, en la Orden de San Agustín. Logró introducirse en Japón (Nagasaki), el año 1631, después de varios intentos y de un naufragio. Realizó su apostolado primero disfrazado de samurai, pudiendo así asistir a los cristianos detenidos en la cárcel, donde estaba preso también su superior, el mexicano Bartolomé Gutiérrez; muchos de ellos ya fueron beatificados por Pío IX. Luego, disfrazado de diversas maneras y escondido en lugares desconocidos y abruptos, lograba atender a los cristianos perseguidos. Las autoridades civiles organizaban verdaderas y costosas cacerías por los montes, pero le descubrieron cuando atendía a los cristianos en Nagasaki.

Fue apresado el 1 de noviembre de 1636, por ser cristiano y sacerdote. Por estos mismos motivos y por no querer delatar a sus protectores, sufrió martirio con refinados tormentos en la cárcel, intentando hacerle apostatar; pero el mártir proclamaba siempre su fe. Sufrió el martirio de la "horca y fosa" ya una primera vez los días 21-23 de agosto, llevándolo de nuevo a la cárcel para que apostatara. Nuevamente fue puesto en la "horca y fosa" el 6 de noviembre de 1637, cuando murió, junto con otros cristianos. Mostró gran fortaleza. Cuando lo llevaban al lugar del martirio, la colina de los mártires de Nagasaki, amordazado para que no predicara, no pudieron impedir que mostrara con gestos su adhesión a la fe.

Su nombre ha quedado ligado durante siglos a dos lugares ahora famosos (uno cerca de Nagasaki y otro en los montes), donde él atendía a los cristianos, desbaratando la búsqueda de los perseguidores. Su recuerdo y su martirio se conservaron durante siglos por parte de los cristianos ocultos.

16) Pedro Kibe Kasui, s.j., mártir en Edo (Tokio), 1639

Constan con precisión los datos más importantes de la vida de este mártir japonés, que encabeza la lista de los 188 mártires. De joven era catequista y, con un grupo de catequistas también japoneses, acompañó en el exilio a los jesuitas hacia Macao, cuando estos fueron desterrados (1614). Debido a las circunstancias del momento, y a la opinión de algunos misioneros, no se permitía ordenar sacerdotes a jóvenes japoneses. Los catequistas se fueron dispersando: algunos volvieron al Japón para continuar como catequistas; cinco de ellos ya han sido beatificados como mártires de Nagasaki; otros marcharon a Manila para ingresar en los dominicos o en los agustinos.

Pedro, que en 1606 había hecho el voto privado de ingresar en la Compañía, por amor a su vocación y junto con otros compañeros, todos aconsejados por algunos superiores, emprendió el viaje a Roma, en medio de grandes dificultades, siguiendo la ruta de la seda, por Persia, Goa, Jerusalén. En Roma estudió teología, se ordenó sacerdote y entró en la Compañía como novicio. Continuó el noviciado en Portugal, donde hizo la profesión religiosa. Reemprendió el viaje, con otros veintitrés misioneros, hacia el Japón, viaje que duró seis años, en medio de dificultades, enfermedades, naufragios, para entrar en su patria el año 1630. Misionó en la clandestinidad primero en Nagasaki, hasta 1633, y luego pasó a las regiones del norte, Oshu y Dewa.

En 1638 fue apresado, con algunos de sus catequistas, en el reino de Sendai y luego llevado a Edo (Tokio) donde fue interrogado por el gran perseguidor, el shôgun Tokugawa Yemitsu, quien cerraría las puertas del Japón al resto del mundo. Un apóstata, padre Ferreira, intentó hacerles apostatar, pero Pedro animó a todos a la perseverancia en la fe. Después de diversos tormentos, fue martirizado en la "horca y fosa" y quemado a fuego lento, en Edo, en julio de 1639, juntamente con dos de sus catequistas, a quienes el padre Pedro exhortó a perseverar en la fe, hasta que a él, para reducirlo al silencio, le acabaron de matar; tenía cincuenta y dos años.

La clave de la perseverancia y su significado actual

La aprobación del martirio de estos 188 mártires es una óptima oportunidad de renovación eclesial y de evangelización, después de haber celebrado el V centenario del nacimiento de san Francisco Javier (1506-2006), que dio inicio a la evangelización del Japón, al llegar a esas tierras tan martiriales y tan marianas, el día 15 de agosto de 1546, Asunción de María.

Este evento es de suma actualidad eclesial, no sólo para Japón. Al mismo tiempo, suscita un cuestionamiento y presenta un reto a todas nuestras comunidades actuales y a cada creyente en particular: ¿Estamos preparados como estos mártires para afrontar las situaciones actuales de cierto rechazo a los valores de la fe cristiana?

San Cipriano, en los tiempos martiriales del siglo III y en un ambiente de persecución y de molestias de todo tipo, instaba a adoptar una actitud de "no anteponer nada al amor de Cristo". La instancia de aquel mártir y santo obispo de Cartago sigue siendo apremiante e insoslayable.

El ejemplo de los mártires japoneses es un testimonio imborrable de "fidelidad a Cristo y a la Iglesia de Roma". Es la afirmación que algunos de ellos, cristianos de la península de Shimabara, dejaron escrita en la carta enviada a Pablo V el 18 de octubre de 1620. De los doce firmantes de la carta, cinco serían mártires en las aguas sulfurosas del monte Unzen (Nagasaki).

Muchos de estos mártires se habían alimentado con la relativamente abundante lectura espiritual, impresa en japonés ("Imitación de Cristo", meditaciones de los Ejercicios, "Historia de la pasión"), y todos vivían una intensa vida sacramental (confesión y Eucaristía, gracias a los misioneros ocultos) y mariana (rosario, imágenes, medallas), como vivencia del Bautismo. La imprenta se había introducido en Japón el año 1590, para editar libros religiosos, además de estudios sobre idiomas. El libro de la "Imitación de Cristo" tenía edición japonesa en Amakusa y Nagasaki.

Algunas cartas, escritas por los mártires desde la cárcel, fueron una gran ayuda para perseverar en la fe y afrontar el martirio. En esas cartas se refleja la situación dolorosa de las cárceles y el ambiente de oración y alegría que se mantenía en ellas. La "Hermandad de la Misericordia", radicada en Nagasaki, se dedicaba a la acción caritativa.

La comunidad eclesial los arropaba, en todos los sentidos, desde el compartir familiarmente los bienes, hasta el acompañamiento hacia el lugar del suplicio, en medio de cantos y oraciones. Precedentemente al martirio, las comunidades se agrupaban por cofradías, de piedad, de catequesis o formación y de caridad. Una comunidad eclesial fruto de tantas "lágrimas" tenía asegurado un porvenir de fidelidad martirial. Se puede afirmar que las comunidades actuales del Japón son fruto de aquellas lágrimas del pasado y que, por tanto, tienen asegurada la fecundidad espiritual y apostólica si se abren a esta nueva gracia fruto de innumerables mártires, casi todos desconocidos.

Como caso concreto, cabe recordar que en Arima había la Congregación Mariana llamada de los mártires, que en el año 1612 afiliaba a más de tres mil cristianos. En sus reglas se comprometían a aceptar el martirio. En la Congregación se habían integrado algunos arrepentidos de sus fallos anteriores, es decir, que habían simulado una especie de apostasía. La Congregación Mariana estaba fundada en varias localidades.

Las familias cristianas se animaban mutuamente a perseverar en la fe. El martirio sería la prueba de amor a Cristo crucificado. "Las madres enseñaban a los hijos pequeños cómo tenían que descubrirse el cuello de la yukata o del kimono, cómo poner las manos y mirar al cielo, qué oraciones jaculatorias debían decir cuando llegase el momento supremo" (El Martirologio del Japón, p. 838).

Los niños eran adoctrinados para anunciar el Evangelio por las calles. Esta acción catequética y misionera llegaba a donde no podían llegar los misioneros. Esta misión infantil estimuló a los adultos a profundizar la fe. A su vez, los recién convertidos eran fervientes anunciadores. A veces hubo conversiones masivas espontáneas.

En 1615 circulaba el libro "Exhortaciones para el martirio", compuesto por los misioneros para alentar a los cristianos. Para superar el fervor imprudente de algunos, se llegó a la conclusión de no provocar positivamente a los perseguidores. Las cartas escritas desde la cárcel servían de estímulo. Los testimonios de mártires y sus reliquias, cuando podían conseguirse, eran una preparación para el martirio.

Los cristianos eran asiduos a la catequesis postbautismal, que les llevaba siempre a la celebración sacramental y a la caridad. Había algunos catequistas, como el ciego Damián, mártir, que exponían los temas con su arte musical y narrativa. Practicaban la devoción a las imágenes de la pasión, especialmente la cruz, y de María, como puede verse en pinturas de la época, ahora en los museos del Japón. En el museo de la universidad estatal de Kyoto se puede ver uno de estos cuadros, del año 1611, anónimo, de la cofradía del Santísimo Sacramento de Nagasaki, encontrado en 1930. En torno a la Eucaristía están dibujados los misterios del rosario.

La pasión del Señor, meditada con el rezo del Rosario, y especialmente celebrada en el sacrificio eucarístico, era fuente de audacia. La referencia a la cruz o a sus signos es frecuente durante la cárcel o el martirio cruento.

No era raro que la comunidad cristiana, y las masas del pueblo, acompañasen a los mártires, puesto que los perseguidores querían dar publicidad al caso con el objetivo de suscitar escarmiento. Así se explica que frecuentemente los mártires eran acompañados con cantos y velas encendidas. Por esta misma razón, fueron numerosos los testigos que dejaron por escrito su testimonio.

A veces los cristianos podían recoger algunas reliquias, que los perseguidores intentaban hacer desaparecer. Pero, en su mentalidad japonesa, el lugar donde habían dado la vida era más importante que las reliquias.

Como caso concreto, que refleja este ambiente de una comunidad cristiana martirial, podemos recordar a Francisco Tóyama (Hiroshima, 1624), que era noble samurai, cristiano de vida muy ejemplar, y que "tenía ofrecida su vida a Dios". Había sido uno de los cinco firmantes de la carta a Pablo V, en la que prometían fidelidad a Dios y a la Iglesia. Su ejemplo cristiano influyó en la conversión de muchos. Por no querer apostatar, murió decapitado en su casa el 16 de febrero de 1624, después de recibir los sacramentos, teniendo en sus manos un crucifijo, mientras oraba ante un cuadro de la Virgen atribuida a san Lucas, copia de la de Santa María la Mayor.

La perseverancia de tantos mártires es una gracia y un misterio. Pero hay que recordar que la comunidad cristiana se había preparado por medio de una catequesis organizada y permanente, la frecuencia de los sacramentos, y la dedicación a la caridad. Hay que notar que eran frecuentes las visitas de catequistas y misioneros escondidos e itinerantes. La costumbre de pasar la noche orando en la cárcel, antes de la muerte, era una continuación de una vida cristiana ejemplar. La vida familiar e intercomunitaria que se había llevado anteriormente, se continuaba con alegría y piedad durante el encarcelamiento antes del martirio.

Beatificación realizada en Nagasaki el 24 de noviembre de 2008, durante el pontificado de S.S. Benedicto XVI.

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Fuentes: IESVS.org; EWTN.com; Colección Hablar con Dios de www.FranciscoFCarvajal.org de www.edicionespalabra.es , misalpalm.com, Catholic.net

 

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