JMJ
Pax
Lectura del santo Evangelio según san Mateo 17, 1-9
Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, Jesús tomó condigo a Pedro, a Santiago y a Juan, el hermano de éste, y los hizo subir a solas con él a un monte elevado. Ahí se transfiguró en su presencia: su rostro se puso resplandeciente como el sol y sus vestiduras se volvieron blancas como la nieve. De pronto aparecieron ante ellos Moisés y Elías, conversando con Jesús.
Entonces Pedro le dijo a Jesús:
"Señor, ¡qué bueno sería quedarnos aquí! Si quieres haremos aquí tres chozas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías".
Cuando aún estaba hablando, una nube luminosa los cubrió y de ella salió una voz que decía:
"Este es mi Hijo muy amado, en quien tengo puesta mis complacencias; escúchenlo". Al oír esto, los discípulos cayeron rostro en tierra, llenos de un gran temor. Jesús se acercó a ellos, los tocó y les dijo:
"Levántense y no teman". Alzando entonces los ojos, ya no vieron a nadie más que a Jesús. Mientras bajaban del monte, Jesús les ordenó.
"No le cuenten a nadie lo que han visto, hasta que el Hijo del hombre haya resucitado de entre los muertos".
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.
Suplicamos su oración: Esto es gratis pero cuesta. No sería posible sin sus oraciones: al menos un Avemaría de corazón por cada email que lea. Dios te salve María, llena eres de Gracia, el Señor es contigo; bendita tu eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús; Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén. ¡Recuérdenos en sus intenciones y misas!
Aclaración: una relación muere sin comunicación y comunidad-comunión. Con Dios es igual: las "palabras de vida eterna" (Jn 6,68; Hc 7,37) son fuente de vida espiritual (Jn 6, 63), pero no basta charlar por teléfono (oración), es necesario visitarse, y la Misa permite ver a Jesús, que está tan presente en la Eucaristía, que Hostias han sangrado: www.therealpresence.org/eucharst/mir/span_mir.htm
Por leer la Palabra, no se debe dejar de ir a Misa, donde ofrecemos TODO (Dios) a Dios: al actualizarse el sacrificio de la Cruz, a) co-reparamos el daño que hacen nuestros pecados al Cuerpo de Cristo que incluye los Corazones de Jesús y de María, a Su Iglesia y nosotros mismos, b) adoramos, c) agradecemos y d) pedimos y obtenemos Gracias por nuestras necesidades y para la salvación del mundo entero… ¿Que pasa en CADA Misa? 5 minutos: http://www.youtube.com/watch?v=v82JVdXAUUs
Lo que no ven tus ojos (2 minutos): http://www.gloria.tv/?media=200354
Película completa (1 hora): http://www.gloria.tv/?media=417295
Explicación: http://www.youtube.com/watch?v=eFObozxcTUg#!
Si Jesús se apareciera, ¿no correríamos a verlo, tocarlo, adorarlo? Jesús está aquí y lo ignoramos. Jesús nos espera (Mc 14,22-24) en la Eucaristía: "si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros" (Jn 6,53; 1 Jn 5,12). Si comulgamos en estado de Gracia y con amor, nos hacemos uno (común-unión) con el Amor y renovamos la Nueva Alianza de Amor. Si faltamos a las bodas del Cordero (Ap.19,7-10) con su Iglesia (nosotros), sabiendo que rechazamos el Amor de Dios, que está derramando toda su Sangre por nuestros pecados personales, nos auto-condenamos a estar eternamente sin Amor: si una novia falta a su boda, es ella la que se aparta del amor del Novio para siempre, sabiendo que Él da la Vida por ella en el altar. Idolatramos aquello que preferimos a Él (descanso, comida, trabajo, compañía, flojera). Por eso, es pecado mortal faltar sin causa grave a la Misa dominical y fiestas (Catecismo 2181; Mt 16, 18-19; Ex 20,8-10; Tb 1,6; Hch 20,7; 2 Ts 2,15). "Te amo, pero quiero verte todos los días, y menos los de descanso". ¿Qué pensaríamos si un cónyuge le dice eso a otro? ¿Le ama realmente? Estamos en el mundo para ser felices para siempre, santos. Para lograr la santidad, la perfección del amor, es necesaria la Misa y comunión, si es posible, diaria, como pide la Cátedra de Pedro, el representante de Cristo en la tierra (Canon 904). Antes de comulgar debemos confesar todos los pecados mortales: "quien come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propia condenación" (1 Cor 11,29; Rm 14,23). ¿Otros pecados mortales? no confesarse con el Sacerdote al menos una vez al año (CDC 989), no comulgar al menos en tiempo pascual (920), abortar (todos los métodos anticonceptivos no barrera son abortivos), promover el aborto (derecho a decidir, derechos (i)reproductivos, fecundación artificial), planificación natural sin causa grave, deseo o actividad sexual fuera del matrimonio por iglesia, demorar en bautizar a los niños, privar de Misa a niños en uso de razón, borrachera, drogas, comer a reventar, envidia, calumnia, odio o deseo de venganza, ver pornografía, robo importante, chiste o burla de lo sagrado, etc. Si no ponemos los medios para confesamos lo antes posible y nos sorprende la muerte sin arrepentirnos, nos auto-condenamos al infierno eterno (Catecismo 1033-41; Mt. 5,22; 10, 28; 13,41-50; 25, 31-46; Mc 9,43-48, etc.). Estos son pecados mortales objetivamente, pero subjetivamente, pueden ser menos graves, si hay atenuantes como la ignorancia. Pero ahora que lo sabes, ya no hay excusa.
† Misal
Transfiguración del Señor (6 de ago) A
Si la fiesta cae domingo se dice "Credo".
Antífona de Entrada
El día de la transfiguración apareció el Espíritu Santo en una nube luminosa y se oyó la voz del Padre celestial que decía: "Este es mi Hijo unigénito en quien he puesto todo mi amor; Escúchenlo".
Se dice "Gloria".
Oración Colecta
Oremos:
Dios nuestro, que en la Transfiguración gloriosa de tu Hijo unigénito fortaleciste nuestra fe con el testimonio de Moisés y Elías y nos dejaste entrever la gloria que nos espera como hijos tuyos: concédenos seguir el Evangelio de Cristo para compartir con él la herencia de tu Reino.
Por nuestro Señor Jesucristo.
Amén.
Primera Lectura
Su vestido era blanco como nieve
Lectura del profeta Daniel 7, 9-10.13-14
Yo, Daniel, tuve una visión nocturna: vi que colocaban unos tronos y un anciano se sentó. Su vestido era blanco como la nieve y sus cabellos, blancos como lana; Su trono, llamas de fuego, con ruedas encendidas; Un río de fuego brotaba delante de ´El. Miles de miles le servían, millones y millones estaban a sus órdenes. Comenzó el juicio y se abrieron los libros.
Yo seguí contemplando en mi visión nocturna y vi a alguien semejante a un hijo de hombre, que venía entre los nubes del cielo. Avanzó hacia el anciano de muchos siglos y fue introducido a su presencia. Entonces recibió la soberanía, la gloria y el reino. Y todos los pueblos, naciones y lenguas lo servían. Su poder nunca se acabará, porque es un poder eterno, y su reino jamás será destruido.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.
Salmo Responsorial
Del salmo 96
Reina el Señor, alégrese la tierra.
Reina el Señor, alégrese la tierra; cante de regocijo el mundo entero. Tinieblas y nubes rodean el trono del Señor que se asienta en la justicia y el derecho.
Reina el Señor, alégrese la tierra.
Los montes se derriten como era ante el Señor de toda la tierra. Los cielos pregonan su justicia, su inmensa gloria ven todos los pueblos.
Reina el Señor, alégrese la tierra.
Tú Señor altísimo, estás muy por encima de la tierra y mucho más en alto que los dioses.
Reina el Señor, alégrese la tierra.
Segunda Lectura
Nosotros escuchamos esta voz del cielo
Lectura de la segunda carta del apóstol san Pedro 1, 16-19
Hermanos: Cuando les anunciamos la venida gloriosa y llena de poder de nuestro Señor Jesucristo, no lo hicimos fundados en fábulas hechas con astucia, sino por haberlo visto con nuestros propios ojos en toda su grandeza. En efecto, Dios lo llenó de gloria y honor, cuando la sublime voz del Padre resonó sobre él, diciendo:
"Este es mi Hijo amado, en quien Yo me complazco".
Y nosotros escuchamos esta voz, venida del cielo, mientras estábamos con el Señor en la montaña santa. Tenemos también la firmísima palabra de los profetas, a la que con toda razón ustedes consideran
como una lámpara que ilumina en la oscuridad, hasta que despunte el día y el lucero de la mañana amanezca en los corazones de ustedes.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.
Aclamación antes del Evangelio
Aleluya, aleluya.
Este es mi Hijo muy amado, dice el Señor, en quien tengo puestas todas mis complacencias; escúchenlo.
Aleluya.
Evangelio
Su rostro se puso resplandeciente como el sol
Lectura del santo Evangelio según san Mateo 17, 1-9
Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, Jesús tomó condigo a Pedro, a Santiago y a Juan, el hermano de éste, y los hizo subir a solas con él a un monte elevado. Ahí se transfiguró en su presencia: su rostro se puso resplandeciente como el sol y sus vestiduras se volvieron blancas como la nieve. De pronto aparecieron ante ellos Moisés y Elías, conversando con Jesús.
Entonces Pedro le dijo a Jesús:
"Señor, ¡qué bueno sería quedarnos aquí! Si quieres haremos aquí tres chozas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías".
Cuando aún estaba hablando, una nube luminosa los cubrió y de ella salió una voz que decía:
"Este es mi Hijo muy amado, en quien tengo puesta mis complacencias; escúchenlo". Al oír esto, los discípulos cayeron rostro en tierra, llenos de un gran temor. Jesús se acercó a ellos, los tocó y les dijo:
"Levántense y no teman". Alzando entonces los ojos, ya no vieron a nadie más que a Jesús. Mientras bajaban del monte, Jesús les ordenó.
"No le cuenten a nadie lo que han visto, hasta que el Hijo del hombre haya resucitado de entre los muertos".
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.
Oración de los Fieles
Celebrante:
Invoquemos, hermanos y hermanas, a Dios, nuestro Padre, que al revelarnos la gloria de su Hijo amado, nos muestra la esperanza a la que estamos llamados:
Respondemos a cada petición: Te rogamos, Señor, óyenos.
Para que Dios conceda a las Iglesias del Oriente que hoy celebran con gran solemnidad la Transfiguración de Jesucristo, encontrar su gozo en el hecho de que la luz de la gloria del Señor resplandezca sobre ellas, roguemos al Señor
Te rogamos, Señor, óyenos.
Para que quienes empiezan a sentirse atraídos por Jesús y su Evangelio, encuentren quién los ayude a transformar la simple admiración en una fe plena en Jesucristo, roguemos al Señor.
Te rogamos, Señor, óyenos.
Para que Dios fortalezca a los enfermos, con la esperanza de que su frágil condición será transformada según el modelo de la condición gloriosa de Jesucristo, roguemos al Señor.
Te rogamos, Señor, óyenos.
Para que el Dios de la gloria, que nos llama a vivir en su presencia, nos conceda el espíritu de contemplación y oración, de manera que gustemos ya desde ahora el gozo que nos prepara en el cielo, roguemos al Señor.
Te rogamos, Señor, óyenos.
Celebrante:
Escucha nuestra oración, Dios todopoderoso y eterno, e ilumínanos con tu gracia, para que vivamos siempre a la espera de la manifestación de Jesucristo, que vive y reina por los siglos de los siglos.
Amén.
Oración sobre las Ofrendas
Santifica, Señor, los dones que te presentamos y, por la Transfiguración de tu Hijo, haz que esta Eucaristía nos purifique de todos nuestros pecados.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Prefacio
El misterio de la Transfiguración
En verdad es justo y necesario es nuestro deber y salvación darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno.
Porque Cristo nuestro Señor reveló su gloria ante los testigos que él escogió; y revistió con máximo esplendor su cuerpo, en todo semejante al nuestro, para quitar el corazón de sus discípulos del escándalo de la cruz y anunciar que toda la Iglesia, su cuerpo, habría de participar de la gloria que tan admirablemente resplandecía en Cristo, su cabeza.
Por eso,
con los ángeles que te cantan en el cielo, nosotros te alabamos en la tierra diciendo sin cesar:
Antífona de la Comunión
Cuando Cristo se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es.
Oración después de la Comunión
Oremos:
Que la comunión que hemos recibido nos asemeje, Señor, cada día más a tu Hijo, cuya gloria quisiste manifestarnos en su Transfiguración.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén
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mie 18a. Ordinario año Par
Antífona de Entrada
El Señor es mi protector; él me libró de las manos de mis enemigos y me salvó, porque me ama.
Oración Colecta
Oremos:
Concédenos, Señor, que el curso de los acontecimientos del mundo se desenvuelva, según tu voluntad, en la justicia y en la paz, y que tu Iglesia pueda servirte con tranquilidad y alegría.
Por nuestro Señor Jesucristo...
Amén.
Primera Lectura
Yo te amo con amor eterno
Lectura del libro del profeta Jeremías 31, 1-7
En aquel tiempo, palabra el Señor, yo seré el Dios de todas las familias de Israel, y ellas serán mi pueblo.
Así dice el Señor: Me he apiadado en el desierto del pueblo que escapó de la espada; Israel marcha hacia su descanso. El Señor se manifiesta de lejos. Con amor eterno te amo, por eso te mantengo mi favor; te edificaré de nuevo y serás reedificada, doncella de Israel; de nuevo tomarás tus panderetas y saldrás a bailar alegremente. De nuevo plantarás viñas en los montes de Samaria, y quienes las planten las cosecharán. Llegará un día en que los centinelas gritarán en la montaña de Efraín: "¡Vengan, subamos a Sión, hacia el Señor nuestro Dios!"
Así dice el Señor: ¡Griten de alegría por Jacob! ¡Aplaudan a la primera de las naciones! ¡Que se escuche su alabanza! Digan: "El Señor ha salvado a su pueblo, al resto de Israel".
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.
Salmo Responsorial
Jer 31, 10.11-12ab.13
El Señor será nuestro pastor.
Escuchen, naciones, la palabra del Señor; anúncienla en las islas lejanas; digan: "El que dispersó a Israel lo reunirá y lo guardará como un pastor a su rebaño".
El Señor será nuestro pastor.
El Señor rescatará a Jacob y lo librará de una mano más fuerte. Vendrán y gritarán de alegría en las montañas de Sión, acudirán hacia los bienes del Señor.
El Señor será nuestro pastor.
Entonces las muchachas bailarán alegremente, junto con los jóvenes y los viejos. Yo cambiaré su duelo en risas, los consolaré, transformaré en alegría su dolor.
El Señor será nuestro pastor.
Aclamación antes del Evangelio
Aleluya, aleluya.
Un gran profeta ha surgido entre nosotros; Dios ha visitado a su pueblo.
Aleluya.
Evangelio
Mujer, ¡qué grande es tu fe!
† Lectura del santo Evangelio según san Mateo 15, 21-28
Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, Jesús se fue de allí y se retiró a las región de Tiro y Sidón. En esto, una mujer cananea procedente de aquellos lugares se puso a gritar:
"Ten piedad de mí, Señor, Hijo de David; mi hija vive maltratada por un demonio".
Jesús no le respondió nada. Pero sus discípulos se acercaron y le decían:
"Atiéndela, porque viene gritando detrás de nosotros".
El respondió:
"Dios me ha enviado sólo a las ovejas perdidas del pueblo de Israel".
Pero ella fue, se postró ante Jesús le suplicó:
"¡Señor, socórreme!"
El respondió:
"No está bien tomar el pan de los hijos para echárselo a los perros".
Ella contestó:
"Es cierto, Señor, pero también los perros comen las migajas que caen de la mesa de sus amos".
Entonces Jesús le dijo:
"¡Mujer, qué grande es tu fe! Que te suceda lo que pides".
Y desde aquel momento quedó sana su hija.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.
Oración sobre las Ofrendas
Que este pan y este vino, que tú mismo nos das para ofrecértelos, nos ayuden, Señor, convertidos en el Cuerpo y Sangre de tu Hijo, a conseguir el premio de la felicidad eterna.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.
Prefacio
Jesús, buen samaritano
En verdad es justo darte gracias, y deber nuestro alabarte, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno, en todos los momentos y circunstancias de la vida, en la salud y en la enfermedad, en el sufrimiento y en el gozo, por tu siervo, Jesús, nuestro Redentor.
Porque él, en su vida terrena, pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el mal. También hoy, como buen samaritano, se acerca a todo hombre que sufre en su cuerpo o en su espíritu, y cura sus heridas con el aceite del consuelo y el vino de la esperanza.
Por este don de tu gracia, incluso cuando nos vemos sumergidos en la noche del dolor, vislumbramos la luz pascual en tu Hijo, muerto y resucitado.
Por eso,
unidos a los ángeles y a los santos, cantamos a una voz el himno de tu gloria:
Antífona de la Comunión
Cantaré al Señor por el bien que me ha hecho; y entonaré un himno de alabanza al Dios altísimo.
Oración después de la Comunión
Oremos;
Te pedimos, Padre misericordioso, que por este sacramento con que ahora nos fortaleces, nos hagas algún día participar de la vida eterna.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén
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† Meditación diaria
6 de agosto
LA TRANSFIGURACIÓN DEL SEÑOR*
Fiesta
— El Señor conforta a sus discípulos ante la inminencia de su Pasión y Muerte.
— Dios mismo será nuestra recompensa.
— El Señor está a nuestro lado para ayudarnos a llevar lo más duro y lo que más pesa.
I. Cuando Cristo se manifieste seremos semejantes a Él, porque le veremos según es1.
Jesús había anunciado a los suyos la inminencia de su Pasión y los sufrimientos que había de padecer a manos de los judíos y de los gentiles. Y los exhortó a que le siguieran por el camino de la cruz y del sacrificio2. Pocos días después de estos sucesos, que habían tenido lugar en la región de Cesarea de Filipo, quiso confortar su fe, pues como enseña Santo Tomás para que una persona ande rectamente por un camino es preciso que conozca antes de algún modo el fin al que se dirige: «como el arquero no lanza con acierto la saeta si no mira primero al blanco al que la envía. Y esto es necesario sobre todo cuando la vía es áspera y difícil y el camino laborioso... Y por esto fue conveniente que manifestase a sus discípulos la gloria de su claridad, que es lo mismo que transfigurarse, pues en esta claridad transfigurará a los suyos»3.
Nuestra vida es un camino hacia el Cielo. Pero es una vía que pasa a través de la cruz y del sacrificio. Hasta el último momento habremos de luchar contra corriente, y es posible que también llegue a nosotros la tentación de querer hacer compatible la entrega que nos pide el Señor con una vida fácil y quizá aburguesada, como la de tantos que viven con el pensamiento puesto exclusivamente en las cosas materiales. «¿No hemos sentido frecuentemente la tentación de creer que ha llegado el momento de convertir el cristianismo en algo fácil, de hacerlo confortable, sin sacrificio alguno; de hacerlo conformista con las formas cómodas, elegantes y comunes de los demás, y con el modo de vida mundano? ¡Pero no es así!... El cristianismo no puede dispensarse de la cruz: la vida cristiana no es posible sin el peso fuerte y grande del deber... Si tratásemos de quitar esto a nuestra vida, nos crearíamos ilusiones y debilitaríamos el cristianismo; lo habríamos transformado en una interpretación muelle y cómoda de la vida»4. No es esa la senda que indicó el Señor.
Los discípulos quedarían profundamente desconcertados al presenciar los hechos de la Pasión. Por eso, el Señor condujo a tres de ellos, precisamente a los que debían acompañarle en su agonía de Getsemaní, a la cima del monte Tabor para que contemplaran su gloria. Allí se mostró «en la claridad soberana que quiso fuese visible para estos tres hombres, reflejando lo espiritual de una manera adecuada a la naturaleza humana. Pues, rodeados todavía de la carne mortal, era imposible que pudieran ver ni contemplar aquella inefable e inaccesible visión de la misma divinidad, que está reservada en la vida eterna para los limpios de corazón»5, la que nos aguarda si procuramos ser fieles cada día.
También a nosotros quiere el Señor confortarnos con la esperanza del Cielo que nos aguarda, especialmente si alguna vez el camino se hace costoso y asoma el desaliento. Pensar en lo que nos aguarda nos ayudará a ser fuertes y a perseverar. No dejemos de traer a nuestra memoria el lugar que nuestro Padre Dios nos tiene preparado y al que nos encaminamos. Cada día que pasa nos acerca un poco más. El paso del tiempo para el cristiano no es, en modo alguno, una tragedia; acorta, por el contrario, el camino que hemos de recorrer para el abrazo definitivo con Dios: el encuentro tanto tiempo esperado.
II. Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, y los llevó a un monte alto, y se transfiguró ante ellos, de modo que su rostro se puso resplandeciente como el sol y sus vestidos blancos como la luz. En esto se les aparecieron Moisés y Elías hablando con Él6. Esta visión produjo en los Apóstoles una felicidad incontenible; Pedro la expresa con estas palabras: Señor, ¡qué bien estamos aquí!; si quieres haré aquí tres tiendas: una para Ti, otra para Moisés y otra para Elías7. Estaba tan contento que ni siquiera pensaba en sí mismo, ni en Santiago y Juan que le acompañaban. San Marcos, que recoge la catequesis del mismo San Pedro, añade que no sabía lo que decía8. Todavía estaba hablando, cuando una nube resplandeciente los cubrió y una voz desde la nube dijo: Este es mi Hijo, el Amado, en quien tengo mis complacencias: escuchadle9.
El recuerdo de aquellos momentos junto al Señor en el Tabor fueron sin duda de gran ayuda en tantas circunstancias difíciles y dolorosas de la vida de los tres discípulos. San Pedro lo recordará hasta el final de sus días. En una de sus Cartas, dirigida a los primeros cristianos para confortarlos en un momento de dura persecución, afirma que ellos, los Apóstoles, no han dado a conocer a Jesucristo siguiendo fábulas llenas de ingenio, sino porque hemos sido testigos oculares de su majestad. En efecto, Él fue honrado y glorificado por Dios Padre, cuando la sublime gloria le dirigió esta voz: Este es mi Hijo, el Amado, en quien tengo mis complacencias. Y esta voz, venida del cielo, la oímos nosotros estando con Él en el monte santo10. El Señor, momentáneamente, dejó entrever su divinidad, y los discípulos quedaron fuera de sí, llenos de una inmensa dicha, que llevarían en su alma toda la vida. «La transfiguración les revela a un Cristo que no se descubría en la vida de cada día. Está ante ellos como Alguien en quien se cumple la Alianza Antigua, y, sobre todo, como el Hijo elegido del Eterno Padre al que es preciso prestar fe absoluta y obediencia total»11, al que debemos buscar todos los días de nuestra existencia aquí en la tierra.
¿Qué será el Cielo que nos espera, donde contemplaremos si somos fieles a Cristo glorioso, no en un instante, sino en una eternidad sin fin? «Dios mío: ¿cuándo te querré a Ti, por Ti? Aunque, bien mirado, Señor, desear el premio perdurable es desearte a Ti, que Te das como recompensa»12.
III. Todavía estaba hablando, cuando una nube resplandeciente los cubrió y una voz desde la nube dijo: Este es mi Hijo, el Amado, en quien tengo mis complacencias: escuchadle13. ¡Tantas veces le hemos oído en la intimidad de nuestro corazón!
El misterio que hoy celebramos no solo fue un signo y anticipo de la glorificación de Cristo, sino también de la nuestra, pues, como nos enseña San Pablo, el Espíritu da testimonio junto con nuestro espíritu de que somos hijos de Dios. Y si somos hijos también herederos: herederos de Dios, coherederos de Cristo; con tal que padezcamos con Él, para ser con Él también glorificados14. Y añade el Apóstol: Porque estoy convencido de que los padecimientos del tiempo presente no son comparables con la gloria futura que se ha de manifestar en nosotros15. Cualquier pequeño o gran sufrimiento que padezcamos por Cristo nada es si se mide con lo que nos espera. El Señor bendice con la Cruz, y especialmente cuando tiene dispuesto conceder bienes muy grandes. Si en alguna ocasión nos hace gustar con más intensidad su Cruz, es señal de que nos considera hijos predilectos. Pueden llegar el dolor físico, humillaciones, fracasos, contradicciones familiares... No es el momento entonces de quedarnos tristes, sino de acudir al Señor y experimentar su amor paternal y su consuelo. Nunca nos faltará su ayuda para convertir esos aparentes males en grandes bienes para nuestra alma y para toda la Iglesia. «No se lleva ya una cruz cualquiera, se descubre la Cruz de Cristo, con el consuelo de que se encarga el Redentor de soportar el peso»16. Él es, Amigo inseparable, quien lleva lo duro y lo difícil. Sin Él cualquier peso nos agobia.
Si nos mantenemos siempre cerca de Jesús, nada nos hará verdaderamente daño: ni la ruina económica, ni la cárcel, ni la enfermedad grave... mucho menos las pequeñas contradicciones diarias que tienden a quitarnos la paz si no estamos alerta. El mismo San Pedro lo recordaba a los primeros cristianos: ¿quién os hará daño, si no pensáis más que en obrar bien? Pero si sucede que padecéis algo por amor a la justicia, sois bienaventurados17.
Pidamos a Nuestra Señora que sepamos ofrecer con paz el dolor y la fatiga que cada día trae consigo, con el pensamiento puesto en Jesús, que nos acompaña en esta vida y que nos espera, glorioso, al final del camino. Y cuando llegue aquella hora // en que se cierren mis humanos ojos, // abridme otros, Señor, otros más grandes // para contemplar vuestra faz inmensa. // ¡Sea la muerte un mayor nacimiento!18, el comienzo de una vida sin fin.
1 Antífona de comunión. 1 Jn 3, 2. — 2 Cfr. Mt 16, 24 ss. — 3 Santo Tomás, Suma Teológica, 3, q. 45, a. 1, c. — 4 Pablo VI, Alocución 8-IV-1966. — 5 San León Magno, Homilía sobre la Transfiguración, 3. — 6 Mt 17, 1-3. — 7 Mt 17, 4. — 8 Cfr. Mc 9, 6. — 9 Mt 17, 5. — 10 Segunda lectura. 2 Pdr 1, 16-18. — 11 Juan Pablo II,Homilía 27-II-1983; cfr. Audiencia general 27-V-1987. — 12 San Josemaría Escrivá, Forja, n. 1030. — 13 Mt 17, 5. — 14 Rom 8, 16-17. — 15 Rom 8, 18. — 16 San Josemaría Escrivá, Amigos de Dios, 132. — 17 1 Pdr 3, 13-14. — 18 J. Maragall, Canto espiritual, en Antología poética, Alianza, Madrid 1985, p. 185.
* Desde muy antiguo se celebraba esta fiesta del Señor, en esta misma fecha, en diversos lugares de Oriente y Occidente. En el siglo xv, el Papa Calixto III la extendió a la Iglesia entera. La Liturgia nos recuerda el milagro de la Transfiguración por dos veces durante el año: en el segundo domingo de Cuaresma para afirmar la divinidad de Cristo al acercarse su Pasión y hoy para festejar la exaltación de Cristo en su gloria. La Transfiguración del Señor es, además, un anticipo de lo que será la gloria del Cielo, donde veremos Dios cara a cara. En virtud de la gracia participamos ya de esa promesa de la vida eterna.
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18ª semana. Miércoles
LA VIRTUD DE LA HUMILDAD
— La humildad de la mujer sirofenicia.
— Carácter activo de la humildad.
— El camino de la humildad.
I. Narra San Mateo en el Evangelio de la Misa1 que Jesús se retiró con sus discípulos a tierras de gentiles, en la región de Tiro y de Sidón. Allí se les acercó una mujer que, a grandes gritos, imploraba: ¡Señor, Hijo de David, apiádate de mí! Mi hija es cruelmente atormentada por el demonio. Jesús la oyó y no contestó nada. Comenta San Agustín que no le hacía caso precisamente porque sabía lo que le tenía reservado: no callaba para negarle el beneficio, sino para que lo mereciera ella con su perseverancia humilde2.
La mujer debió de insistir largo rato, de tal manera que los discípulos, cansados de tanto empeño, dijeron al Maestro: Atiéndela y que se vaya, pues viene gritando detrás de nosotros. El Señor le explicó entonces que Él había venido a predicar en primer lugar a los judíos. Pero la mujer, a pesar de esta negativa, se acercó y se postró ante Jesús, diciendo: ¡Señor, ayúdame!
Ante la perseverante insistencia de la mujer cananea, el Señor le repitió las mismas razones con una imagen que ella comprendió enseguida: No está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perrillos. Le dice de nuevo que ha sido enviado primero a los hijos de Israel y que no debe preferir a los paganos. El gesto amable y acogedor de Jesús, el tono de sus palabras, quitarían completamente cualquier tono hiriente a la expresión. Las palabras de Jesús llenaron aún más de confianza a la mujer, quien, con gran humildad, dijo: Es verdad, Señor, pero también los perrillos comen de las migajas que caen de las mesas de sus amos. Reconoció la verdad de su situación, "confesó que eran señores suyos aquellos a quienes Él había llamado hijos"3. El mismo San Agustín señala que aquella mujer "fue transformada por la humildad" y mereció sentarse a la mesa con los hijos4. Conquistó el corazón de Dios, recibió el don que pedía y una gran alabanza del Maestro: ¡Oh mujer, grande es tu fe! Hágase como tú quieres. Y quedó sanada su hija en aquel instante. Sería seguramente más tarde una de las primeras mujeres gentiles que abrazaron la fe, y siempre conservaría en su corazón el agradecimiento y el amor al Señor.
Nosotros, que nos encontramos lejos de la fe y de la humildad de esta mujer, le pedimos con fervor al Maestro: "Buen Jesús: si he de ser apóstol, es preciso que me hagas muy humilde.
"El sol envuelve de luz cuanto toca: Señor, lléname de tu caridad, endiósame: que yo me identifique con tu Voluntad adorable, para convertirme en el instrumento que deseas... Dame tu locura de humillación: la que te llevó a nacer pobre, al trabajo sin brillo, a la infamia de morir cosido con hierros a un leño, al anonadamiento del Sagrario.
"—Que me conozca: que me conozca y que te conozca. Así jamás perderé de vista mi nada"5. Solo así podré seguirte como Tú quieres y como yo quiero: con una fe grande, con amor hondo, sin condición alguna.
II. Se cuenta en la vida de San Antonio Abad que Dios le hizo ver el mundo sembrado de los lazos que el demonio tenía preparados para hacer caer a los hombres. El santo, después de esta visión, quedó lleno de espanto, y preguntó: "Señor, ¿quién podrá escapar de tantos lazos?". Y oyó una voz que le contestaba: "Antonio, el que sea humilde; pues Dios da a los humildes la gracia necesaria, mientras los soberbios van cayendo en todas las trampas que el demonio les tiende; mas a las personas humildes el demonio no se atreve a atacarlas".
Nosotros, si queremos servir al Señor, hemos de desear y pedirle con insistencia la virtud de la humildad. Nos ayudará a desearla de verdad el tener siempre presente que el pecado capital opuesto, la soberbia, es lo más contrario a la vocación que hemos recibido del Señor, lo que más daño hace a la vida familiar, a la amistad, lo que más se opone a la verdadera felicidad... Es el principal apoyo con que cuenta el demonio en nuestra alma para intentar destruir la obra que el Espíritu Santo trata incesantemente de edificar.
Con todo, la virtud de la humildad no consiste solo en rechazar los movimientos de la soberbia, del egoísmo y del orgullo. De hecho, ni Jesús ni su Santísima Madre experimentaron movimiento alguno de soberbia y, sin embargo, tuvieron la virtud de la humildad en grado sumo. La palabra humildad tiene su origen en la latina humus, tierra; humilde, en su etimología, significa inclinado hacia la tierra; la virtud de la humildad consiste en inclinarse delante de Dios y de todo lo que hay de Dios en las criaturas6. En la práctica, nos lleva a reconocer nuestra inferioridad, nuestra pequeñez e indigencia ante Dios. Los santos sienten una alegría muy grande en anonadarse delante de Dios y en reconocer que solo Él es grande, y que en comparación con la suya todas las grandezas humanas están vacías y no son sino mentira.
La humildad se fundamenta en la verdad7, sobre todo en esta gran verdad: es infinita la distancia entre la criatura y el Creador. Por eso, frecuentemente hemos de detenernos para tratar de persuadirnos de que todo lo bueno que hay en nosotros es de Dios, todo el bien que hacemos ha sido sugerido e impulsado por Él, y nos ha dado la gracia para llevarlo a cabo. No decimos ni una sola jaculatoria si no es por el impulso y la gracia del Espíritu Santo8; lo nuestro es la deficiencia, el pecado, los egoísmos. "Estas miserias son inferiores a la misma nada, porque son un desorden y reducen a nuestra alma a un estado de abyección verdaderamente deplorable"9. La gracia, por el contrario, hace que los mismos ángeles se asombren al contemplar un alma resplandeciente por este don divino.
La mujer cananea no se sintió humillada ante la comparación de Jesús, señalándole la diferencia entre los judíos y los paganos; era humilde y sabía su lugar frente al pueblo elegido; y porque fue humilde, no tuvo inconveniente en perseverar a pesar de haber sido aparentemente rechazada, en postrarse ante Jesús... Por su humildad, su audacia y su perseverancia obtuvo una gracia tan grande. Nada tiene que ver la humildad con la timidez, la pusilanimidad o con una vida mediocre y sin aspiraciones. La humildad descubre que todo lo bueno que existe en nosotros, tanto en el orden de la naturaleza como en el orden de la gracia, pertenece a Dios, porque de su plenitud hemos recibido todos10; y tanto don nos mueve al agradecimiento.
III. "A la pregunta "¿cómo he de llegar a la humildad?", corresponde la contestación inmediata: "por la gracia de Dios" (...). Solamente la gracia de Dios puede darnos la visión clara de nuestra propia condición y la conciencia de su grandeza que origina la humildad"11. Por eso hemos de desearla y pedirla incesantemente, convencidos de que con esta virtud amaremos a Dios y seremos capaces de grandes empresas a pesar de nuestras flaquezas...
Junto a la petición, hemos de aceptar las humillaciones, normalmente pequeñas, que surgen cada día por motivos tan diversos: en la realización del propio trabajo, en la convivencia con los demás, al notar las flaquezas, al ver las equivocaciones que cometemos, grandes y pequeñas. De Santo Tomás de Aquino se cuenta que un día fue corregido por una supuesta falta de gramática mientras leía; la corrigió según le indicaban. Luego, sus compañeros le preguntaron por qué la había corregido si él mismo sabía que era correcto el texto tal como lo había leído. Y el Santo contestó: "Vale más delante de Dios una falta de gramática, que otra de obediencia y de humildad". Andamos el camino de la humildad cuando aceptamos las humillaciones, pequeñas o grandes, y cuando aceptamos los propios defectos procurando luchar en ellos.
Quien es humilde no necesita demasiadas alabanzas y elogios en su tarea, porque su esperanza está puesta en el Señor; y Él es, de modo real y verdadero, la fuente de todos sus bienes y su felicidad: es Él quien da sentido a todo lo que hace. "Una de las razones por las que los hombres son tan propensos a alabarse, a sobreestimar su propio valor y sus propios poderes, a resentirse de cualquier cosa que tienda a rebajarlos en su propia estima o en la de otros, es porque no ven más esperanza para su felicidad que ellos mismos. Por esto son a menudo tan susceptibles, tan resentidos cuando son criticados, tan molestos para quien les contradice, tan insistentes en salirse con la suya, tan ávidos de ser conocidos, tan ansiosos de alabanza, tan determinados a gobernar su medio ambiente. Se afianzan en sí mismos como el náufrago se sujeta a una paja. Y la vida prosigue, y cada vez están más lejos de la felicidad..."12.
Quien lucha por ser humilde no busca ni elogios ni alabanzas; y si llegan procura enderezarlos a la gloria de Dios, Autor de todo bien. La humildad se manifiesta no tanto en el desprecio como en el olvido de sí mismo, reconociendo con alegría que no tenemos nada que no hayamos recibido, y nos lleva a sentirnos hijos pequeños de Dios que encuentran toda la firmeza en la mano fuerte de su Padre.
Aprendemos a ser humildes meditando la Pasión de Nuestro Señor, considerando su grandeza ante tanta humillación, el dejarse hacer como cordero llevado al matadero, según había sido profetizado13, su humildad en la Sagrada Eucaristía, donde espera que vayamos a verle y hablarle, dispuesto a ser recibido por quien se acerque al Banquete que cada día prepara para nosotros, su paciencia ante tantas ofensas... Aprenderemos a caminar por este sendero si nos fijamos en María, la Esclava del Señor, la que no tuvo otro deseo que el de hacer la voluntad de Dios. También acudimos a San José, que empleó su vida en servir a Jesús y a María, llevando a cabo la tarea que Dios le había encomendado.
1 Mt 15, 21-28. — 2 Cfr. San Agustín, Sermón 154 A, 4. — 3 ídem, Sermón 60 A, 2-4. — 4 Ibídem. — 5 San Josemaría Escrivá, Surco, n. 273. — 6 Cfr. R. Garrigou-Lagrange, Las tres edades de la vida interior, vol. II, p. 670. — 7 Santa Teresa, Las Moradas, VI, 10. — 8 Cfr. 1 Cor 12, 3. — 9 R. Garrigou-Lagrange, o. c., vol II, p. 674. — 10 Cfr. 1 Cor 1, 4. — 11 E. Boylan, El amor supremo, vol. II, p. 81. — 12 Ibídem, p. 82. — 13 Is 53, 7.
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† Santoral (si GoogleGroups corta el texto, lo encontrará en www.iesvs.org)
Fuente: Archidiócesis de Madrid
Justo y Pastor, Santos Niños Mártires, 6 de agosto
Niños Mártires Martirologio Romano: En Compluto (hoy Alcalá de Henares), en la Hispania Cartaginense, santos mártires Justo y Pastor. Todavía niños, corrieron voluntariamente al martirio, abandonando en la escuela sus tablillas de escolar y, detenidos por orden del juez e inmediatamente azotados, animándose y exhortándose mutuamente fueron degollados por su amor a Cristo (304). |
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Antonio Margil convirtió a decenas de miles de indios. Fue un franciscano valenciano, misionero y evangelizador de América, fundador de los Colegios Apostólicos de Propaganda Fide de Querétaro, Guatemala, y Zacatecas. Su nombre de bautismo era Agapito Margil Ros.
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En el Convento de la Cruz, aún existe un frondoso arbusto que da espinas en forma de cruz en cuyos brazos nacen otras semejando los clavos del Cristo. Cuenta la leyenda que la planta nació del bastón de Fray Margil que un día dejó olvidado en el patio; es única y en lo místico recuerda a la flor Pasionaria.
Los antecedentes de este convento datan de 1531, cuando en la Loma del Sangrenal fue construida una capilla para venerar la Santa Cruz de la Conquista. Luego, en 1666, la Iglesia y el convento fueron destinados a Casa de Recolección con el nombre de San Buenaventura.
Fue bautizado en la iglesia de los Santos Juanes de Valencia (España). Entró en la orden franciscana a los 18 años, en el convento de la Corona de Valencia. Fue ordenado sacerdote en 1682 y antes de marchar de misionero a América, en marzo de 1683, residió en los conventos de Onda y Denia.
Contenido
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1 Misión en América
2 Yucatán, Ciudad Real
3 Costa Rica, Guatemala
3.1 Verapaz, norte de Costa Rica
3.2 Los lancadones
4 Colegio de Querétaro
5 II Viaje a Guatemala
6 Fundación del Colegio de Zacatecas
7 Misión en Texas
8 Regreso a Zacatecas
9 Últimos viajes
10 Referencias
11 Enlaces externos
Misión en América
Partió de Cádiz tras visitar en Valencia a su madre y el que fue su primer convento, el de la Corona. El 6 de junio de 1683 llegó al puerto de Vera Cruz, que terminaba de ser saqueado por el pirata llamado Lorencillo. A los pocos días comenzó su ruta evangelizadora. Partió andando por orden del prelado llevando el Breviario, un báculo y un Crucifijo, confiando en la Providencia divina.
Lo primeros pueblos en los que predicó fueron Cotastla, Guatusco y San Lorenzo de los Negros, si bien en todo el camino hasta el convento de la Santísima Cruz de Querétaro, no perdió ocasión de difundir la palabra.
Querétaro fue el primer centro de su actividad; desde allí comenzó una increíble etapa misionera itinerante, a pie, al estilo franciscano instaurado en México 150 años antes por fray Martín de Valencia, y durante más de diez años recorrió desde el citado México,Guatemala, Honduras, Nicaragua y Costa Rica. Más de 40.000 personas recibieron el bautismo del padre Margil.
Predicaban por parejas, y cuando llegaban a los pueblos, entraban escuálidos y mal vestidos pero cantando, alegres y con la cruz levantada; ello provocaba que las gentes salieran a recibirlos maravilladas y escucharan sus palabras.
Según algunas fuentes, los indios Chiapas quedaron tan asombrados con Margil y su acompañante que cuando veían llegar a un franciscano salían a recibirlo con flores, como «compañeros de aquellos padres que ellos llamaban santos».
Gran devoto de la Pasión del Cristo y de la Virgen María, por las poblaciones que pasaba difundía el Ave María y las estaciones del Vía Crucis, y donde les parecía, siguiendo una costumbre de los misioneros, levantaban una cruz tan grande como podían.
Yucatán, Ciudad Real
De Querétaro partió hacia Yucatán, predicando por toda la zona. Luego marchó aTabasco. De camino a Ciudad Real, en el pueblo de Tustia, enfermaron gravemente los dos frailes, llegando al punto de recibir Antonio la Extrema Unción. Finalmente, de forma milagrosa,[1] sanaron y al poco siguieron su camino hacia Ciudad Real, donde predicaron un tiempo para dirigirse luego a Guatemala, recorriendo la costa sur durante meses.
Costa Rica, Guatemala
Llegaron al sur de Costa Rica en 1688 Margil y su compañero, un fraile llamado Melchor. Se toparon con unos indios llamados Talamancas, organizados en varias tribus. Eran indios antropófagos que hacían sacrificios humanos. Los españoles, ante las dificultades para tratar con ellos, utilizaban la fuerza y los llevaban a trabajar las tierras.
Los dos frailes sufrieron torturas y estuvieron próximos a perder la vida; fueron recibidos a saetazos y con golpes de hacha pero salieron indemnes del trance ante el asombro de los indígenas. En otra ocasión pasaron tres días de rodillas sin comer ni beber custodiados por los indios, pero sin duda uno de los momentos más complicados fue cuando fueron amarrados a un madero dentro de una hoguera. Finalmente los dos misioneros consiguieron su objetivo y convirtieron a los indios. Fundaron en la zona más de una docena de misiones (Santo Domingo, San Antonio, El Nombre de Jesús, La Santa Cruz, San Pedro y San Pablo, San José de los Cabécaras, La Santísima Trinidad de los Talamancas, La Concepción de Nuestra Señora, San Andrés, San Buenaventura de los Uracales, Nuestro Padre San Francisco de los Térrebas, San Agustín, San Juan Bautistay San Miguel Cabécar), consiguiendo que el gobernador de Guatemala prohibiese sacar más indios de sus tierras.
Fray Margil escribía de ellos en sus cartas:
«Son docilísimos y muy cariñosos: su modo de vivir entre sí, los que están de paz, muy pacífico y caritativo, pues lo poco que tienen, todo es de todos».
«después que nos vieron solos y la verdad con que procuramos el bien de sus almas, se vencieron y... nos quisieron poner en su corazón».
Verapaz, norte de Costa Rica
El obispo de Guatemala convenció a Margil y Melchor para que fueran al norte de Costa Rica en 1691.
Siguiendo su costumbre, entraban en los pueblos cantando y con la cruz en alto, saludaban a todos los indios y poniendo en manos de los caciques locales la cruz les pedían los ídolos a los que adoraban asegurando que no servían para nada; luego los quemaban públicamente y los dos franciscanos hacían penitencia.
En una carta al Padre Guardián del Colegio de la Santísima Cruz, nos cuentan los dos evangelizadores:
Nosotros nos volvemos a nuestra tarca gustosos hacia la Vera-Paz, en cuyo camino nos hallábamos, cuando fuimos llamados para lo dicho, tan bien ocupados por la misericordia del Señor, que según hemos experimentado, nos parece, que ahora entra la Fe de Nuestro Señor Jesucristo en ellos, ya que desde la conquista habían recibido elEvangelio. Han sido tantos los ídolos, abusos, y gentilidades, que se han quemado, que dan a entender, que solo el Rey Nuestro Sr. ha entrado ahora por lo mayor.[2]
En 1692 fueron a las tierras de los indios Choles, que habían sido evangelizados por los dominicos en 1574. Los censos de 1633 contaban unas 600.000 personas convertidas alcristianismo. Pero en ese mismo 1633 apostataron y quemaron las iglesias, volviendo al culto de sus antiguos dioses.
Margil y su compañero emplearon mucho tiempo en convertir a los apóstatas, y como sucedió en otras ocasiones, pasaron por diversos tormentos. Según cuenta la "Chronica Seraphica de Guatemala" y que reproduce el libro de Isidro Felis:
(...)los tuvieron desnudos, atados a un palo día y noche, descargando lluvia de azotes sobre sus fatigados miembros: y los tenían ya sentenciados a ser blanco de sus armadas saetas de que los libró el Señor por camino bien impensado. Súpose esto no de los Padres, sino de los vecinos indios.(...)[3]
El resultado de sus trabajos fue la fundación de ocho pueblos y sus respectivas iglesias.
Los lancadones
El alcalde de Cobán suplicó a la pareja que fuera a tierras de los lancadones, que vivían junto al río Usumacinta superior y las selvas meridionales, pues complicaban las relaciones entre Yucatán y Guatemala. En julio de 1693 ya se encontraban de camino, subiendo riscos y peñas por las montañas de las citadas tierras.
Los indios lancadones eran conocidos por su hostilidad desde los primeros tiempos de la conquista, y se había intentando reducirlos en diversas ocasiones. Sus correrías llegaban hasta la región de Chiapas, y al grito de "Cristianos, decid a vuestro Dios que os defienda" quemaban pueblos, mataban gente y llevaban cautivos, sacrificando a los niños en altares a sus dioses sacándoles el corazón.
Tras ser abandonados por los guías llegaron los frailes medio muertos a un poblado de lancadones. Éstos, al verlos, los molieron a palos, destrozaron sus ropas y las pocas pertenencias que acostumbraban a llevar y los encerraron cinco días en una cabaña con la intención de matarlos luego. Margil y Melchor se las arreglaron para hablar con el cacique local, no consiguiendo convencer a los indios ni éstos a los dos frailes para que adoraran a sus ídolos. Llegaron al siguiente acuerdo, en palabras de unos de los caciques:
(...)Vayan uno de vosotros con algunos de los nuestros a Cobán, y si nos reciben bien, es señal, que venís de paz, y con buen corazón, movidos solamente de la salvación de nuestras almas. Y con esto seremos hermanos y Cristianos, pero si no, conoceremos que nos engañáis.(...)
Quedó fray Melchor y marchó Margil con doce, pero debido a las inclemencias del tiempo murieron diez y al regreso molieron a palos a Margil, que fue llevado de vuelta con Melchor. Tras reponerse fueron a predicar nuevamente a Vera-paz y al poco se separaron los dos frailes, marchando Melchor hacia el sur.
Tiempo después el presidente de la Real Audiencia de Guatemala, Jacinto de Barrios Leal, organizó una expedición en 1695 con 600 hombres. Tras un penoso viaje por la selva llegaron en Semana Santa a un lugar cerca de un río, a las faldas de una montaña, el 30 de marzo de ese año. Al lugar lo bautizaron como Monte Santo, realizando allí los oficios correspondientes a las fechas. El 19 de abril entraron en el pueblo, que fundaron con el nombre de Nuestra Señora de los Dolores, el mismo pueblo lancadón donde sufrieron tormento los franciscanos. Se trasladó Margil a una misión próxima, que consagró a San Antonio de Padua. El Presidente de la Audiencia decretó regresar y al año próximo abrir un camino hasta el lugar, quedando allí Margil y otros compañeros. Llegó el Presidente a su casa el 4 de julio.
Según varios informes enviados por el Obispo de Nicaragua, fueron más de 40.000 los indios que acogieron la Fe cristiana.
Margil estuvo hasta 1597 evangelizando a los lancadones y otras tribus de la zona.
Colegio de Querétaro
II Viaje a Guatemala
Fundación del Colegio de Zacatecas
Misión en Texas
Regreso a Zacatecas
Últimos viajes
Referencias
↑http://www.cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/46850530212363942976613/ima0088.htmEn el pueblo de Tustia
↑http://www.cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/46850530212363942976613/ima0125.htmMargil hacia Vera-Paz
↑http://www.cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/46850530212363942976613/ima0131.htmMargil entre los Choles
Enlaces externos
El peregrino septentrional …
http://www.oremosjuntos.com/Venerable/FrayAntonioMargil.html
Y siguieron adelante con la Cruz en alto. Poco después aquellos indios, desconcertados por la bondad y el valor temerario de aquellos frailes, arrojaban a sus pies sus armas, les ofrecían frutas, y les traían enfermos para que los curaran.
Enseguida, todos sentados en círculo, hicieron los frailes solemnemente el anuncio del Evangelio. Una sacerdotisa "gruesa y corpulenta" parecía ostentar la primacía religiosa. Y Fray Melchor, por el intérprete, le dijo:
"Entiende, hija, que vuestra total ruina consiste en adorar a los ídolos, que siendo hechuras de vuestras manos, los tenéis por dioses".
Ella, dando "un pellizco" al crucifijo, argumentó:
"También éste que adoráis por Dios es hechura de las vuestras".
Así comenzó el diálogo y la predicación, que terminó, después de muchas conversaciones, en la abjuración de la idolatría, y en la destrucción de los ídolos. Fray Margil, con el mayor entusiasmo, iba echando a una hoguera todos los que le entregaban.
Varios meses permanecieron Fray Margil y Fray Melchor predicando y bautizando a aquellos indios, que no mucho antes estuvieron a punto de matarles. Levantaron dos iglesias, en honor de San Buenaventura y de San Andrés. Lograron que aquel pueblo hiciera la paz con los térrabas, sus enemigos de siempre. Y cuando ya hubieron de partir, recibieron grandes muestras de amistad. La que había sido sacerdotisa pagana, les dijo con mucha pena:
"Estábamos como niños pequeños, mamando la leche dulce de vuestra doctrina".
Ellos también se fueron con mucha lástima, aunque un tanto decepcionados por no haber llegado a sufrir el martirio que buscaban.
A la vuelta de estas aventuras, los dos frailes solían quedar destrozados, enfermos de bubas, los pies llagados e infectados por las picaduras de espinos y de mosquitos, y los hábitos rotos, que tapaban con cortezas de máxtate.
El 25 de agosto de 1691, Fray Juan Capistrano le ordenó regresar a Querétaro pero la orden fue revocada poco después.
Según datos ofrecidos por Francisco de Solano (Los mayas 118-121), en la Guatemala de 1689 los franciscanos tenían 22 conventos, que servían unos 70 anejos, -todos ellos llevaban nombres de santos-, en los que vivían unas 55.000 "almas de confesión", es decir, con los niños, unos 100.000 cristianos.
El 13 de agosto de 1683 llegó Fray Margil a Querétaro con tres compañeros al convento de San Francisco, y dos días después, ya con el padre Linaz y los otros asignados, tomaron posesión del Convento de la Santa Cruz.
Todavía este primer Colegio de Misiones franciscano de América no tenía más que un claustro con doce celdas y unos pocos frailes.
Es creyente, sus páginas brillantes ¿No consignan, acaso los gigantes de santidad: Felipe de Jesús, Las Casas y Zumárraga y Margil, Laurel y Zúñiga y la flor gentil Juana, la enamorada de la Cruz?
San José María Robles Hurtado
De su poesía "Imposible", Octubre de 1926.
Sacerdote español, Misionero
en México y
Países Americanos 1657 - 1726
Agosto 6
Lic. Juan Manuel Robles Gil
Luego se fueron a misionar unos pueblos de choles en la Verapaz, donde había ya franciscanos de Querétaro. Fray Margil quedó en el pueblo de Belén, para aprender la lengua cholti, y después de diez años de andar siempre juntos, Fray Melchor, su fiel compañero y amigo, partió a misionar más al sur.
Se organizó por entonces una expedición de seiscientos soldados, que sería conducida por el mismo Presidente de Guatemala, don Jacinto de Barrios Leal, para abrir camino entre Yucatán y Guatemala. Fray Margil, experto en caminos, asesoró con otros el proyecto. La marcha fue larga y muy penosa, y en los descansos y comidas Fray Margil no se quedaba con el grupo formado por Barrios, su séquito y otros religiosos, sino que se iba a sentar con los indios, a quienes les cedía el vino que le daban, pues él sólo bebía agua, y poca.
Días y semanas continuó la marcha hacia los lacandones, abriéndose muchas veces el camino con machetes. A los tres meses llegaron por fin a los lacandones, y precisamente al pueblo donde hacía más de un año estuvieron a punto de morir Fray Margil y Fray Melchor. Allí, con el nombre de Nuestra Señora de los Dolores, que aún dura, se hizo pueblo, fuerte e iglesia. En Dolores tradujo Fray Margil a la lengua lacandona una síntesis de la doctrina cristiana, en la que fueron instruidos los indios.
Un mercedario de la expedición, Fray Blas Guillén, contó después que Fray Margil oraba de rodillas desde la mitad de la noche hasta el amanecer, y que en la procesión del Corpus de 1695, "sin quitar la vista del Santísimo Sacramento que yo llevaba, caminaba de espaldas tañendo, danzando y cantando, con tanta agilidad y extraordinarios saltos, que se suspendía casi a una vara del suelo, exhalando en el rostro incomparable alegría". Hasta marzo de 1697 estuvo Fray Margil con los lacandones, evangelizándoles y honrando en ellos el nombre de Cristo.
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Cantar en los caminos interminables, para hacerlos más llevaderos, era igualmente antigua costumbre de los misioneros de América. Fray Margil, acompañado por el veterano Fray Melchor, cantaba siempre, en los caminos o al entrar en los pueblos, en ayunas o no. Y eso que a veces llegaban a los pueblos tan extenuados, como una vez en Tuxtla, que los daban por moribundos; pero a los pocos días, otra vez estaban de camino.
De tal modo los indios de Chiapas quedaron conmovidos por aquella pareja de frailes, tan miserables y alegres, que cuando después veían llegar un franciscano, salían a recibirle con flores, ya que eran "compañeros de aquellos padres que ellos llamaban santos".
Así fueron misionando hasta llegar a Guatemala, el 21 de septiembre de 1685 y tres años después a Nicaragua. Ni las distancias ni el tiempo eran para ellos propiamente un problema: llevados por el amor de Cristo a los hombres, ellos llegaban a donde fuera preciso.
En 1688 llegaron los Padres Margil y Melchor a la extremidad sureste de Costa Rica, a la Sierra de Talamanca, donde vivían los indios talamancas, distribuidos en varias tribus. Habían sido misionados hacía mucho tiempo por Fray Pedro Alonso de Betanzos y Fray Jacobo de Testera -aquél que fue a Nueva España en 1542 y llegó a conocer doce lenguas-, pero apenas quedaba en ellos huella alguna de cristianismo.
Eran indios bárbaros, cerriles, antropófagos, que ofrecían sacrificios humanos en cada luna, y que concebían la vida como un bandidaje permanente. Tratados por los españoles con dureza, se habían cerrado en sí mismos, con una hostilidad total hacia cuanto les fuera extraño. Entrar a ellos significaba jugarse la vida con grandes probabilidades de perderla.
En efecto, cuando entraron los dos frailes entre los talamancas, hubieron de pasar por peligros y sufrimientos muy grandes. Pero no se arredraron, y consiguieron, en primer lugar, que don Jacinto de Barrios Leal, Presidente de Guatemala, no permitiese que se sacasen más indios del lugar para el trabajo en las haciendas.
Enseguida ellos, con el esfuerzo de los indios, comenzaron a abrir caminos o a rehacer los que se habían cerrado. Levantaron iglesias con jarales y troncos, y fundaron unas 30 misiones desde Cartago, Costa Rica, hasta los límites con Panamá, entidades que pertenecían a la Capitanía de Guatemala; lo que hoy es Panamá estaba incorporado a la Gran Colombia y su zona de influencia era el Virreinato del Perú.
Algunas de ellas fueron: Santo Domingo, San Antonio, El Nombre de Jesús, La Santa Cruz, San Pedro y San Pablo, San José de los Cabécaras, La Santísima Trinidad de los Talamancas, La Concepción de Nuestra Señora, San Andrés, San Buenaventura de los Uracales y Nuestro Padre San Francisco de los Térrebas. Y aún hubo más fundaciones, San Agustín, San Juan Bautista y San Miguel Cabécar, que Fray Margil menciona en cartas.
Así, con estas penetraciones misioneras de vanguardia, Fray Margil y Fray Melchor abrían caminos al Evangelio, iniciando entre los indios la vida en Cristo. Luego otros franciscanos venían a cultivar lo que ellos habían plantado. Al comienzo, concretamente en Talamanca, las dificultades fueron tan grandes, que los dos franciscanos que en 1692 entraron a sustituirles, enfermaron de tal modo por la miseria de los alimentos, que "sino salieran con brevedad, hubieran muerto".
Los Padres Margil y Melchor tenían un aguante increíble para vivir en condiciones durísimas, y así, por ejemplo, en una carta que escribieron en 1690 al Presidente de Guatemala, se les ve contentos y felices en una situación que, como vemos, fue insoportable para otros misioneros:
En el Convento de la Cruz, aún existe un frondoso arbusto que da espinas en forma de cruz en cuyos brazos nacen otras semejando los clavos del Cristo. Cuenta la leyenda que la planta nació del bastón de Fray Margil que un día dejó olvidado en el patio; es única y en lo místico recuerda a la flor Pasionaria.
Los antecedentes de este convento datan de 1531, cuando en la Loma del Sangrenal fue construida una capilla para venerar la Santa Cruz de la Conquista. Luego, en 1666, la Iglesia y el convento fueron destinados a Casa de Recolección con el nombre de San Buenaventura.
Antonio Margil Ros, nació el 18 de agosto de 1657, en Valencia, capital del antiguo reino español, en la humilde familia formada por el matrimonio de Juan Margil y Esperanza Ros, que tuvieron otras dos hijas. A los siete años ayunaba a veces para poder llevar pan a los pobres de su escuela.
Cumplidos los quince años, el 22 de abril de 1673, entra en el Convento de la Corona de Cristo, de la Orden Franciscana, donde profesó en abril de 1674. Estudió tres años de Filosofía en el convento de San Antonio de Denia, en Alicante, donde permaneció hasta 1678. Después regresó a Valencia para estudiar la Teología.
A los veinticinco años es ordenado sacerdote, en 1682. Tuvo algunos ministerios en Onda y Denia, y pronto supo que el padre Linaz, mallorquín, había venido de México, buscando misioneros para los indios de Sierra Gorda, entre Querétaro y San Luis de Potosí. No tuvo que pensarlo Fray Antonio mucho tiempo, y con el mismo padre Linaz, nombrado por la Propaganda FIDE Prefecto de las Misiones en las Indias Occidentales, y con 17 padres más y 4 hermanos, el 4 de marzo de 1683 se embarcaron en Cádiz hacia América, llegando a Veracruz, México, el 6 de junio de 1683.
Poco antes Veracruz había sido arrasada por una docena de navíos piratas, y nuestros frailes, cumplida la caridad con aquella gente afligida, de dos en dos, por caminos distintos, se pusieron en camino hacia la Ciudad de México y Querétaro. Hacían el viaje al estilo franciscano, iniciado en México siglo y medio antes por Fray Martín de Valencia y los Doce: caminaban a pie y descalzos, sin alforja, con traza y realidad de pobres, alimentándose de limosna y pasando las noches en corrales o donde podían, armados sólo de un bastón, un crucifijo y el breviario.
Cuando la pareja de caminantes franciscanos, flacos y pobres, entraba en los pueblos cantando y con la cruz en alto, la gente salía a recibirlos con especial alegría: sentía que allí llegaba el Evangelio, es decir, que allí venía el mismo Cristo.
Esta marcha apostólica fue para Fray Antonio Margil de Jesús no más que un suave entrenamiento, pues en cuarenta y tres años de viajes misioneros él había de caminar decenas y decenas de miles de kilómetros, siempre descalzo y a pie, y a un paso muy ligero, como "fraile de pies alados".
En la expedición del Padre Linaz vino también un padre de edad avanzada, Fray Melchor López de Jesús, que durante muchos años fue el compañero inseparable de Fray Margil en sus correrías apostólicas. En el Proceso de beatificación de éste, se aseguró que Fray Melchor, el de aspecto marchito y hábito roto, había dicho en Valencia, cuando Antonio Margil era sólo un niño: éste "ha de ser mi compañero en las misiones de infieles".
Desde Querétaro, en 1684, se inicia la vida misionera de Fray Margil de Jesús, una carrera que había de durar cuarenta y tres años, y que llevaría la luz del Evangelio a lo largo de itinerarios asombrosamente largos. Desde Natchitoches, en el nordeste, cerca de la bahía del Espíritu Santo, en el Mississippi, hasta Boruca, en el istmo de Panamá, y por todo el centro de México, a través de innumerables pueblos, ciudades y despoblados, también en Yucatán, México, y en Guatemala, Fray Antonio Margil, viajando siempre a pie, predicó a españoles e indios, pero sobre todo, como evangelizador de vanguardia, a los indios de las zonas más lejanas, inhóspitas y peligrosas.
En 1684, a poco de llegar, Fray Margil y Fray Melchor partieron para el sur, con la idea de llegar a Guatemala. Atravesando por los grandiosos paisajes de Tabasco, caminaron con muchos sufrimientos en jornadas interminables, atravesando selvas y montañas. No llevaban consigo alimentos, y dormían normalmente a la intemperie, atormentados a veces por los mosquitos. Predicaban donde podían, comían de lo que les daban, y solamente descansaban media noche, pues la otra media, turnando entre los dos, se mantenían despiertos, en oración, velando el crucifijo. El 1° de abril de 1684 llegaron a Campeche.
En sus viajes misioneros, allí donde les parecía, en el claro de un bosque o en la cima de un cerro, tenían costumbre -como tantos otros misioneros- de plantar cruces de madera, tan altas como podían. Y ante la cruz, con toda devoción y entusiasmo, cantaban los dos frailes letrillas como aquélla:
"Yo te adoro, Santa Cruz / puesta en el Monte Calvario: / en ti murió mi Jesús / para darme eterna luz / y librarme del contrario".
Entonces los indios, hombres y mujeres, les rodearon con palos y lanzas. Ellos, amenazados y zarandeados, resistían firmes y obstinados. Pero los indios, "mostrándoles el Santo Cristo, lo escupieron y volvían los rostros para no verle, tirando muchas veces a hacerle pedazos", y uno de ellos dio un macanazo en la cara del crucifijo. Así, apaleados, empujados y molidos, los echaron fuera del pueblo, y ellos, con mucha pena, se volvieron a Cabec.
Nada de esto desanimaba o atemorizaba a Margil y Melchor, pues "consideraban como algo normal que la evangelización fuera aparejada con el martirio". De allí se fueron a los indios borucas, lograron cristianizar a una tercera parte de ellos, y levantaron en Boruca una iglesia y un Viacrucis.
Pasaron luego a los térrabas, los más peligrosos de la Talamanca, y con ellos alzaron una iglesia a San Francisco de Asís. Estando allí, enviaron un mensaje a los indios montañeses de los palenques, en el que les decían:
"Para que sepáis que no estamos enojados con vosotros y que sólo buscamos vuestras almas... después que hayamos convertido a los térrabas... volveremos a besaros los pies".
Y así lo hicieron. Se fueron a los palenques de la montaña, e hicieron intención de abrazar y besar los pies a los ocho caciques que les salieron al encuentro. Uno de ellos estaba lleno de "furor diabólico", jurando matarles, y los otros siete, que iban en paz, avisaron a los frailes que otros muchos indios estaban con ánimo hostil. Fray Margil les dijo:
"Siendo Dios nuestro Señor servido, con estos hábitos que sacamos del Colegio hemos de volver a él; y en cuanto a la comida, así entre cristianos como gentiles no nos ha faltado lo necesario y tenemos esa fe en el Señor que jamás nos ha de faltar; aunque es verdad que en todas estas naciones no hay más comidas que plátanos, yucas y otras frutas cortas, algún poco de maíz y en la Talamanca un poco de cacao... el afecto con que nos asisten con estas cosas, hartas veces nos ha enternecido el corazón".
Fray Margil escribía también de estos indios al Presidente intercediendo por ellos, para que recibieran buen trato:
"Son docilísimos y muy cariñosos: su modo de vivir entre sí, los que están de paz, muy pacífico y caritativo, pues lo poco que tienen, todo es de todos... después que nos vieron solos y la verdad con que procuramos el bien de sus almas, se vencieron y... nos quisieron poner en su corazón".
En febrero de 1691, la iglesita de San José por ellos levantada, cerca de Cabec, fue quemada por unos indios que vivían en unos palenques en las altas montañas. Los frailes Margil y Melchor, frente a la iglesia derruida y quemada, y ante los indios apenados, se quitaron el hábito, se cubrieron las cabezas con la ceniza, se ataron al cuello el cordón franciscano, y se disciplinaron largamente, mientras rezaban un Viacrucis. Hecho lo cual, anunciaron que se iban a la montaña, a evangelizar a los indios rebeldes de los palenques. El intérprete que iba con ellos, Juan Antonio, no quiso seguirles, pero tuvo la delicadeza de preguntarles en dónde querían que enterrasen sus cuerpos, pues los daba ya por muertos. Ellos respondieron que en San Miguel.
Más tarde, los mismos protagonistas de esta aventura apostólica escribían:
"Nos tiramos al monte... y llegando al primer palenque hallamos sus puertas y no hallamos nadie dentro... Estuvimos todo aquel día y noche en dicha casa".
Como en ella encontraron un tambor, en el silencio de la montaña y del miedo se pusieron con él a cantar alabanzas al Señor. A la mañana siguiente, entraron en el poblado y no vieron sino mujeres, casi ocultas, que les hacían señales para que huyeran. Fray Margil y Fray Melchor siguieron adelante, hasta dar con la casa del cacique, donde desamarraron la puerta para entrar.
Los dominicos atendían pastoralmente un número semejante, y lo mismo los seculares y mercedarios, con lo que el número de indios cristianos en aquella zona era de unos 300.000.
Había, sin embargo, todavía naciones de indios que se resistían tanto al Evangelio, como al dominio hispano, y entre ellos se contaban los de la región de Verapaz. El obispo de Guatemala rogó a los dos frailes misioneros que pasaron a evangelizar y pacificar a aquellos indios del norte de país. Y sin pensarlo dos veces, allí se fueron Fray Margil y Fray Melchor el 13 de diciembre de 1691.
Al entrar en los pueblos, iban con la Cruz alzada, cantando el Alabado, saludaban a todos, ponían la Cruz en manos del cacique y le pedían los ídolos, asegurándoles que no valían para nada. Entregaban los indios, sacándolos de sus escondrijos, figurillas de piedra o madera, hule o copa, y mientras todo ardía en el fuego, Fray Margil y Fray Melchor, para desagraviar al Creador y Redentor, se disciplinaban y castigaban con diversas penitencias.
La acción evangelizadora de estos frailes fue de tal modo recibida, que más tarde, cuando llegaban a otro pueblo, encontraban a veces la hoguera ya preparada para quemar en ella los ídolos.
A mediados de 1692, pasaron los dos misioneros a los choles. Estos indios ya en 1574 habían sido evangelizados por los dominicos de Cobán, que está al centro de la Guatemala actual, y para 1633 había en la nación Chol unos seis mil cristianos, reunidos en numerosas poblaciones. Pero en ese año se rebelaron y quemaron todas las iglesias, volviendo a su género anterior de vida. Todavía en 1671 un hermano dominico, y un decenio después algunos padres llamados por él, intentaron cristianizar los choles.
Con estos precedentes, cuando Fray Margil y Fray Melchor, informados por los dominicos, fueron a los choles, "toleraron hambres, descomodidades y peligros; y hubo veces que los tuvieron desnudos, atados a un palo día y noche, descargando lluvia de azotes sobre sus fatigados miembros". Cuando los dos frailes contaban más tarde esta misión, se limitaban a decir:
"Padecimos lo que el Señor fue servido".
Y tuvieron un éxito no pequeño, pues lograron fundar ocho pueblos, cada uno con su iglesia.
"A ésos buscamos, a ésos nos habéis de llevar primero".
A mediados de 1692, recibieron los frailes unos indios enviados por el alcalde de Cobán, que les rogaron fuesen a evangelizar a los lacandones, etnia emparentada con los mayas, enclavada en la selva de Chiapas, México. Estos indios, radicados en torno al río Usumacinta superior, y extendidos hacia las selvas meridionales, obstruían la relación entre Yucatán y Guatemala. Eran muy feroces, siempre irreductibles, y nadie se atrevía a internarse por su zona.
En 1555, los primeros apóstoles de los lacandones, los dominicos Andrés López y Domingo de Vico, habían muerto en sus manos. Era, pues, ésta una misión perfectamente adecuada para nuestros dos misioneros, que hacía tiempo habían dado ya su vida por perdida.
Fray Margil y Fray Melchor, con algunos guías indios, partieron de la próspera población de Cobán, con algunos bastimentos, hacia la sierra de los lacandones. Tras varias semanas de marcha, en medio de sufrimientos indecibles, y consumidos los víveres, fueron abandonados por los guías, que tenían horror a los lacandones, y después de seis meses de hambres y calamidades extremas, habiendo conseguido nuevos guías, llegaron medio muertos al primer poblado de los lacandones. Estos los molieron a golpes, les destrozaron los hábitos y cuanto llevaban consigo, y los encerraron en una cabaña durante cinco días, con intención de sacrificarlos después.
De todos modos, en ese tiempo los religiosos se las arreglaron para discutir con los indios. Pero ni los indios conseguían que los frailes adorasen sus ídolos, ni los frailes conseguían que los indios venerasen la Cruz.
Un cacique viejo propuso entonces que fuera a Cobán Fray Margil con varios lacandones, y que si les recibían bien, solamente entonces creerían que los frailes venían en son de paz. Fray Melchor quedó como rehén, y Fray Margil partió con doce lacandones tan rápidamente que llegaron a Cobán en quince días.
Permitió Dios, sin embargo, que con el cambio de clima, de los doce indios muriesen diez. Al regreso, los lacandones molieron a golpes a Fray Margil, que con Fray Melchor, hubo de regresar a los dominicos de Cobán. Se ve que no había llegado todavía para los lacandones la hora de Dios.
A finales del siglo XX, apenas quedan 200 personas en tres comunidades.
El 9 de mayo de 1692 le pidieron que volviera a Guatemala para fundar un hospicio para misioneros.
En No gustaba de honores externos, y cuando en un Viacrucis un religioso, en las vueltas, se obstinaba en darle siempre el lado derecho, él le dijo:
"Déjese de eso y vaya por donde le tocare, que en la calle de la Amargura no anduvieron en esas cortesías con Jesucristo".
En aquella zona los indios, ajenos a la autoridad hispana, seguían haciendo sacrificios humanos, realizaban toda clase de brujerías, y según una Relación de religiosos, se comían a los prisioneros de guerra, bien sazonados "en chile o pimiento". El primer biógrafo de Fray Margil, el Padre Isidro Félix de Espinoza, basado en informes realizados por aquél, dice que los indios de la región de Sébaco sacrificaban en una cueva cada semana "ocho personas grandes y pequeñas, degollándolas y ofreciendo la sangre a sus infames ídolos", y que la carne de las víctimas sacrificadas "era horroroso pasto de su brutalidad".
A finales de julio de 1703, volvió Fray Margil a Guatemala, al Colegio de Cristo Crucificado una temporada, a consolidar la construcción material y espiritual de aquel nuevo Colegio de Misiones, y a vivir en la comunidad el régimen claustral, según la norma que él mismo se había dado:
"Sueño, tres horas de noche y una de siesta; alimentos, nada por la mañana; al mediodía el caldo y las yerbas... "
De nuevo partió a misionar, esta vez a la vecina provincia de Suchiltepequez, donde todavía existía un numero muy grande de "papas", brujos y sacerdotes de los antiguos cultos.
Ayudado por Fray Tomás Delgado, consiguió Fray Margil entre aquellos pobres indios, oprimidos por maleficios, temores y supersticiones, grandes victorias para Cristo. Cuatro "papas", voluntariamente, se fueron al Colegio de Cristo, donde fueron catequizados y permanecieron hasta su muerte.
Las cartas-informes escritas por Fray Margil en esos años solían ser firmadas humildemente:
"La misma nada, Fr. Antonio Margil de Jesús".
En ellas se dan noticias y opiniones de sumo interés. En una de ellas, del 2 de marzo de 1705, se toca el tema de la conquista espiritual hecha con la Cruz y la espada. Dice así:
"Como es notorio y consta de tradición y de varios libros historiales, en ningún reino, provincia ni distrito de esta dilatada América se ha logrado reducción de indios sin que a la predicación evangélica y trato suave de los ministros, acompañe el miedo y respeto que ellos tienen a los españoles".
Guiado por esta convicción, a lo largo de su vida misionera, en muchas ocasiones vemos cómo Fray Margil, lo mismo que otros misioneros anteriores y posteriores de América, propuso y asesoró a los gobernadores las entradas de soldados entre los indios. En realidad, en la inmensa mayoría de las entradas pacificadoras y evangelizadoras realizadas en América, solía haber muy poca espada, y mucha Cruz.
Concretamente, Fray Margil, que ya había concluido su guardianía y que era entonces Vice-comisario de Misiones, propuso que una expedición de cincuenta hombres entrara a los indios de Talamanca, donde el bendito Fray Pablo de Rebullida, que ya hablaba siete lenguas indígenas, venía trabajando con grandes dificultades hacía años. El mismo Fray Margil se integró en la expedición, y así llegó de nuevo entre los indios de Talamanca.
Pero estaba de Dios que terminara ya su acción misionera en el sur. En efecto, por esas fechas fue llamado para fundar en Zacatecas, México, otro Colegio de Misiones. Para entonces, muchos lugares, entre Chiapas y Panamá, habían recibido para siempre el sello de Cristo que en ellos había marcado Fray Margil con otros misioneros. Muchos pueblos habían sido testigos de su caminar alado, de sus oraciones y penitencias, de sus predicaciones y milagros. En cien lugares diversos se guardaría memoria de él durante siglos: "Aquí estuvo Fray Margil de Jesús".
Milagros, en efecto, hizo muchos Fray Margil. En un cierto lugar, se acercó a una niña muerta, y con decirle: "Ya María, ya basta, ven de donde estás", la había devuelto a la vida. En otra ocasión, un ladrón le detuvo en la mitad de un bosque, pero terminó de rodillas, confesándole sus pecados. Y Fray Margil, después de haberle reconciliado con Dios, lo remitió al Guardián de un convento próximo, seguro de que iba a morir: en una carta suya que llevaba el ladrón arrepentido decía:
"Dará V. P. sepultura al portador".
De nuevo en 1706 el paso rápido de Fray Margil recorre los senderos de la Nueva España: México, Querétaro, y finalmente -por el camino que, según se dice, abrió aquel antiguo carretero, el franciscano Beato Sebastián de Aparicio-, Zacatecas, donde había de fundar, el 12 de enero de 1707, el tercer Colegio de Misiones de Propaganda FIDE, y fue su primer Superior.
De Zacatecas partió hacia el norte del país la cruzada evangélica del Siglo XVIII para crear una frontera ante la expansión protestante de los Estados Unidos. Hubo 28 Misiones en Nuevo México; 18 en el Obispado de Monterrey, México, en manos de franciscanos de los Colegios de Zacatecas y Pachuca. En el Obispado de Sonora hubo 24 misiones a cargo de franciscanos de Querétaro y de dominicos de México que tenían la Baja California.
En la Alta California había 37 a cargo de los franciscanos de San Fernando. Entre las distintas órdenes religiosas existieron en total 157 misiones.
Fray Margil era infatigable... En 1707 salió a predicar a muchas ciudades y pueblos de la región: Guadalajara, y otras zonas de Jalisco; Durango, Querétaro, San Juan del Río, Santa María de los Lagos -que luego cambió su nombre a Lagos de Moreno-, siempre llevado por sus rápidos pies descalzos, sin conocer nunca vacaciones ni más descansos que los indispensables. Solía decir:
"Para gozar de Dios nos queda una eternidad; pero para hacer algo en servicio de Dios y bien de nuestros hermanos, es muy corto [el tiempo] hasta el fin del mundo".
En Guadalajara conoció a las Carmelitas de Santa Teresa de Jesús, especialmente a Sor Leonor de San José, con quien tuvo una preciosa relación epistolar durante años.
En 1709 presidió el Capítulo Provincial intermedio de la Provincia de Zacatecas; en marzo regresó a Querétaro para intentar evangelizar a los nayaritas. En efecto, en ese mismo año de 1709 el Rey había autorizado al Gobierno de Guadalajara para que organizase una entrada a los indios de la Sierra del Nayarit, en la Sierra Madre Occidental, resistentes a todo gobierno hispano y a toda luz evangélica.
Ocho años antes, los nayaritas habían flechado y muerto en sus montañas a Francisco Bracamonte, a un clérigo y a diez soldados. Ahora, en la cédula real se indicaba que la parte evangelizadora de la empresa fuera conducida por Fray Margil, "diestro y experimentado en apostólicas correrías".
A comienzos de 1711, ejerciendo esa función asesora, Fray Margil escribe a la autoridad de Guadalajara, y solicita para todos los indios cora y nayaritas que en la próxima expedición fueran pacificados, un indulto general, de modo que no fueran castigados por los delitos cometidos en sus tiempos de rebeldía. Al mismo tiempo indicaba:
"También convendrá ofrecerles a los indios que se redujeren y estuvieren como buenos cristianos que no se les pondrá Alcalde Mayor ni otra justicia española, sino que el pueblo que se formare con su iglesia tendrá su Alcalde indio, de ellos mismos".
Y otra cosa más:
"Que no se permitirá entren a sus pueblos negros, mulatos, mestizos, sino los que los misioneros les pareciere ser conveniente".
La víspera de partir a esta acción misional, el 15 de abril de 1711, Fray Margil le escribía a Sor Leonor:
"Ya de aquí [de San Luis de Colotlán] iremos acercándonos al Nayarit, y así, ahora, apretar con nuestro buen Jesús... para que aquellos pobres reciban la fe... Acompañemos todos a Jesús. El solo sea el misionero y nosotros... sus jumentillos".
La expedición fue un fracaso. En mayo, desde Guazamota, fue enviada al jefe de los nayaritas una embajada de dos indios, uno de los cuales, Pablo Felipe, hablaba la lengua cora. Ellos leyeron solemnemente a los nayaritas la Cédula Real, en la que se proponían medios pacíficos de conquista, y el ofrecimiento de amistad. Pero la respuesta del rey de Nayarit fue tajante:
"No se cansen los padres misioneros. Sin los padres y los alcaldes mayores estamos en quietud, y si quieren matarnos que nos maten, que no nos hemos de dar para que nos hagan cristianos".
Fray Margil y Fray Luis decidieron insistir, y el 21 de mayo se entraron en la sierra, armados solamente con unas cruces de madera. Al fin llegaron a un lugar donde treinta arqueros les atajaron el paso. Fray Margil les habló con la mayor bondad, y luego él con Fray Luis se pusieron de rodillas, con los brazos en cruz, para que los flecharan. Los indios bajaron sus arcos, pero siguieron en su obstinada negativa, respondiendo por Pablo Felipe la misma palabra: "Que no quieren ser cristianos". No los flecharon, pero les echaron en burla un zorro lleno de paja: "¡Tomad eso para comer!".
Años después, cuando los Jesuitas lograron penetrar en la sierra nayarita, veneraban el árbol donde una noche Fray Margil lloró, al ver que los indios del Gran Nayar rechazaban a Jesucristo. Entonces, tanto nayares como Jesuitas, se quitaban el sombrero ante aquel árbol, en recuerdo devoto del bienaventurado Margil de Jesús.
El Colegio de Guadalupe, de Zacatecas, no había fundado todavía ninguna misión, y como Fray Margil tenía licencia del Comisario franciscano para predicar en cualquier lugar de la Nueva España, eligió el norte.
"Ya que este Colegio hasta ahora no ha podido tratar de infieles -escribía a comienzos de 1714-, será bueno que yo, como indigno negrito de mi ama de Guadalupe, pruebe la mano y Dios nuestro Señor obre".
Acercándose ya a los sesenta años, Fray Margil estaba flaco y encorvado, sus pies eran feos y negros como los de los indios, y ya no caminaba ligero, como antes, pero conservaba entera su alegría y su afán misionero era cada vez mayor. Había fundado por ese tiempo en el Real de Boca de Leones un hospital para misioneros de Zacatecas, y allí se estuvo, esperando irse a misionar a Texas, al norte.
Desde finales del siglo XVII, veinte años antes, misioneros de Querétaro y de Zacatecas habían misionado en el Nuevo Reino de León, en Coahuila, en Texas y Nuevo México. Pero aquellas misiones, tan costosamente plantadas, no acababan de prender, unas veces por lo despoblado de aquellos parajes, otras por los ataques de los indios, y también porque apenas llegaba allí el influjo de la autoridad civil española. Años hubo en que Fray Francisco Hidalgo quedó solo, a la buena de Dios, e hizo varios viajes más allá del río de la Trinidad, cerca del actual Houston, para asegurar a los indios de las antiguas misiones de San Francisco y Jesús María, que ya pronto regresarían los padres.
En 1714, ciertas intromisiones del francés Luis de Saint Denis con veinticinco hombres armados, que se acercó hasta el presidio de San Juan Bautista, junto a río Grande, alarmaron a las autoridades virreinales de México, que por primera vez comprendieron el peligro de que se perdieran para la Corona española las provincias del norte y Texas. Se dispuso, pues, a comienzos de 1716, una expedición de veinticinco soldados con sus familias, al mando del capitán Domingo Ramón, que con la ayuda de misioneros de Querétaro y de Zacatecas, habrían de asentarse en cuatro misiones.
Los cinco frailes de la Santa Cruz -entre ellos el Padre Hidalgo, aquél que se había quedado solo para asegurar a los indios el regreso de los frailes-, fueron conducidos por Fray Isidro Félix de Espinoza, biógrafo de Fray Margil. Y otros cinco religiosos del Colegio de Guadalupe partieron bajo la autoridad de Fray Margil de Jesús. Formaban entre todos una gran caravana de setenta y cinco personas, frailes y soldados con sus mujeres y niños. En una larga hilera de carretas, y arreando más de mil cabezas de ganado, partieron todos hacia el norte, para fundar poblaciones misionales en Texas.
En 1683 pasaron a manos de los Padres Apostólicos del Colegio de Misioneros de Propaganda FIDE, y de este lugar salieron Fran Antonio Margil de Jesús, Antonio Linaz y Melchor López para evangelizar. El edificio tiene una importancia adicional: Maximiliano de Habsburgo, Emperador de México, antes de ser fusilado en el Cerro de las Campanas, estuvo recluido en una de sus celdas.
El 11 de marzo de 1697 le llegó el nombramiento de rector del Colegio Misionero de la Santa Cruz, en Querétaro, México. La Orden franciscana no había elegido para ese importante cargo a un fraile lleno de diplomas y erudiciones, sino a un misionero que llevaba trece años "gastándose y desgastándose" por los indios.
Todos lloraron en la despedida, Fray Margil, Fray Blas y los indios. En dos semanas, no se sabe cómo, con su paso acelerado, llegó Fray Margil a Santo Domingo de Chiapas, a unos 600 kilómetros. Y en diez días hizo a pie el camino de Oaxaca a Querétaro, que son unos 950 kilómetros... Por esta razón fue llamado: "el misionero de los pies alados".
Este fraile iba tan rápidamente por los caminos del Evangelio -"la caridad de Cristo nos urge" (2Cor 5,14)-, que con frecuencia llegaba a los lugares antes que sus compañeros de a caballo. Se cuenta que, en una ocasión, estando en Zacatecas, para llegar al canto de la Salve, un día corrió en unos pocos minutos una legua, algo menos de 6 kilómetros. Esa vez llevaba agarrado a su hábito a un compañero fraile, que al llegar estaba tan mareado, que tuvo que ser atendido en la enfermería. Cuando le preguntaban cómo podía volar así por los caminos, él respondía:
"Tengo mis atajos y Dios también me ayuda".
A este paso suyo, el 22 de abril de 1697 llegó a Querétaro. En el camino real le esperaba su comunidad, que había salido a recibir al famoso padre, que había partido a misionar hacía trece años. Los frailes le vieron llegar "tostado de soles, con un hábito muy remendado, el sombrero colgado a la espalda, y en la cuerda, pendiente, una calavera".
El Colegio de la Santa Cruz, durante esos trece años, había crecido mucho, relanzando con fuerza las acciones misioneras. Fray Margil, como Guardián, reinició su vida comunitaria claustral, después de tantos años de vida nómada y azarosa. Con los religiosos era tan solícito como exigente. A un novicio que andaba pensando en dejar los hábitos le dijo:
"Al cielo no se va comiendo buñuelos".
Estando al frente de la comunidad, él daba ejemplo en todo, yendo siempre el primero en la vida santa, orante y penitente. Su celda era muy pobre, y en ella tenía dos argollas en donde, cuando no le veían, se ponía a orar en cruz. Dormía de ocho a once, se levantaba entonces, y con el portero Fray Antonio de los Ángeles leía un capítulo de la Mística Ciudad de Dios, de Sor María de Agreda. Después, escribe Fray Margil:
"Se sentaba él como mi maestro y yo decía mis culpas postrado a sus pies, y en penitencia me tendía yo en el suelo, boca arriba, y me pisaba la boca diciendo tres credos... luego me asentaba yo y él hacía lo mismo".
Seguía en oración toda la noche, y por la mañana, sin desayunar, decía misa y confesaba hasta la hora de comer, en que solamente tomaba un caldo y verduras. Por la tarde asistía a la conferencia moral y visitaba a los enfermos.
Fray Margil unió siempre a la vida conventual otros ministerios externos. Hizo diversas predicaciones en Valladolid, Michoacán y en la Ciudad de México. Y en el mismo Querétaro predicaba los domingos en el mercado. Su encendida palabra -a veces tan dura que fue denunciado al Santo Oficio- logró terminar con las casas de juego y las comedias inmorales.
Un día le llegó noticia de que en octubre de 1698, Fray Melchor había fallecido misionando en Honduras. Las campanas del convento elevaron su voz al cielo, y Fray Margil comentó:
"Si estuviera en mi mano, no mandara doblar [a difuntos], sino soltar un repique muy alegre, porque ya ese ángel está con Dios".
Terminado su trienio de Guardián, Fray Margil fue enviado por el Comisario General de nuevo a Guatemala. Llevaba consigo una cédula que le hacía muy feliz, pues en ella la Propaganda FIDE autorizaba, el 16 de julio de 1700, a fundar un Colegio de Misiones en Guatemala, el segundo en la Nueva España.
El 8 de mayo de 1701 se echaron los cordeles para iniciar el templo y el convento del Colegio de Cristo Crucificado, en Guatemala. Fue elegido Fray Margil como su primer Guardián, pero una vez ordenadas allí las cosas espirituales y materiales, no tardó mucho en irse a misionar a los indios. Partió, el 16 de febrero de 1703, con Fray Rodrigo de Betancourt hacia Nicaragua, predicando y misionando en León, Granada, Sébaco, y en la Tologalpa nicaragüense, en el país de los brujos.
Fray Margil, que tuvo siempre una profunda devoción a Nuestra Señora de Guadalupe, y que extendió su culto por toda la América Central, tuvo ahora la alegría de poner el Colegio Misionero de Zacatecas bajo el dulce nombre de la Virgen Guadalupana.
Hoy, es uno de los tres museos de arte sacro más importantes de México y su capilla de Nápoles es una joya artística.
Cuando Fray Margil, que salió más tarde, se reunión con ellos en julio de 1716, ya cuatro misiones habían sido fundadas en Texas, más allá del río de la Trinidad: San Francisco de Asís, la Purísima Concepción, Nuestra Señora de Guadalupe y San José, en las tierras de los indios nacoches, asinais, nacogdochis y nazonis.
Fray Margil, con seis religiosos más, quedó todo el año 1716 en Guadalupe de los Nacogdochis. Y en 1717, durante el invierno, muy frío por aquellas zonas, salió Fray Margil con otro religioso y el Capitán Domingo Ramón hacia el fuerte francés de Natchitoches, a orillas del río Rojo, y allí fundaron dos misiones, San Miguel de Linares y Nuestra Señora de los Dolores.
Mientras que Ramón y el antes mencionado Saint Denis hacían negocios de contrabando y comerciaban con caballos texanos, los misioneros quedaron solos y hambrientos. Concretamente Fray Margil, en 1717, cuando murió el hermano lego que le acompañaba, llegó a estar solo con los indios en la misión de Los Dolores, solo y con hambre. Desayunaba, cuenta Espinoza, "un poco de maíz tostado y remolido. Al mediodía y por la noche volvía a comer maíz y tal vez algunos granos de frijol sazonados con saltierra, pues sal limpia pocas veces alcanzaba a las comidas".
Un día llegó en el que faltándole estos groseros alimentos, comió carne de cuervo. Y decía:
"Como el oro en la hornilla prueba Dios a sus siervos. Si está con nosotros en la tribulación, ya no es tribulación, sino gloria".
La verdad es que Fray Margil tenía allí mucho tiempo para orar, y después de tantos años de viajes y trabajos, vivía en la más completa paz, en el silencio de aquellos paisajes grandiosos. Así pasó dos años con ánimo excelente, que le llevaba a escribir:
"Perseveremos hasta dar la vida en esta demanda como los Apóstoles... ¿Hay algo mejor?".
En 1719, las misiones de Zacatecas en Texas -Guadalupe, Los Dolores y San Miguel- y las que dependían de Querétaro -La Purísima, San Francisco y San José-, apenas podían subsistir, pues el Virrey no mandaba españoles que fundaran villas en la región. La guerra entre España y Francia había empeorado la situación, y el comandante francés de Natchitoches, Saint Denis, saqueó la misión de San Miguel.
Tuvieron, pues, que ser abandonadas las misiones, a pesar de que "los indios se ofrecían a poner espías por los caminos y avisar luego que supiesen venían marchando los franceses". Enterraron en el monte las campanas y todo lo más pesado, y se replegaron a la misión de San Antonio, hoy gran ciudad. Allí Fray Margil no se estuvo ocioso, pues en 1720 fundó la misión de San José, junto al río San Antonio, que fue la más prospera de Texas.
Por fin en 1721 llegó una fuerte expedición española enviada por el gobernador de Coahuila y Texas, y los frailes pudieron hacer renacer todas sus misiones, una tras otra. Pero Fray Margil, elegido Guardián del Colegio misional de Zacatecas para el trienio 1722-1725, hubo de abandonar para siempre aquellas tierras lejanas, silenciosas y frías, en las que durante seis años había vivido con el Señor, sirviendo a los indios.
Vuelto Fray Margil a Zacatecas en 1722, hizo con el Padre Espinoza, Guardián de Querétaro, una visita al Virrey de México, para exponerle la situación de Texas y pedir ayudas más estables y consistentes. La ayuda de la Corona española a las misiones no era ya entonces lo que había sido en los siglos XVI y XVII, durante el gobierno de la Casa de Austria.
Ahora, se quejaba Espinoza, diciendo: "como el principal asunto de los gobernadores y capitanes no es tomar con empeño la conversión de los indios, quieren que los padres lo carguen todo y que las misiones vayan en aumento sin que les cueste a ellos el menor trabajo". La visita al Virrey, que les acogió con gran cortesía, apenas valió para nada.
Fray Margil, aprovechando el viaje, predicó en México y en Querétaro. A mediados de 1725, con otro fraile, se retiró unos meses a la hacienda que unos amigos tenían cerca de Zacatecas. A sus sesenta y ocho años, estaba ya muy agotado y consumido, pero de todas partes le llamaban invitándole a predicar. Aún pudo predicar misiones en Guadalajara, en varios pueblos de Michoacán, en Valladolid.
A veces tuvo que viajar de noche y a caballo, pues los indios de día le salían al paso, con flores, música y Cruz alzada, y no le dejaban ir adelante. En Querétaro tuvo un ataque y quedó inconsciente una hora. Cuando volvió en sí, un amigo le preguntó si sentía lástima de dejar la actividad misionera. A lo que Fray Margil contestó:
"Si Dios quiere, sacará un borrico a la plaza y hará de él un predicador que convierta al mundo".
Ya muy enfermo, le llevaron al convento de México, para que allí recibiera mejores cuidados médicos. Fray Manuel de las Heras recibió su última confesión, y él mismo cuenta que, al quedar perplejo, viendo tan tenues faltas en tantos años de vida, Fray Margil le dijo:
"Si Vuestra Reverencia viera en el aire una bola de oro, que es un metal tan pesado, ¿pudiera persuadirse a que por sí sola se mantenía? No, sino que alguna mano invisible la sustentaba. Pues así yo, he sido un bruto, que si Dios no me hubiera tenido de su mano, no sé que hubiera sido de mí".
El Padre de las Heras, impresionado, siguió explorando delicadamente aquella conciencia tan santa, y pudo lograr alguna preciosa confidencia, como aquélla en la que Fray Margil le dijo con toda humildad:
"Acabando de consagrar, parece que el mismo Cristo le respondía desde la Hostia consagrada con las mismas palabras de la consagración, haciendo alusión al cuerpo del Venerable Padre: , favor que dicho Padre atribuía a que siempre había estado, o procurado estar, vestido de Jesucristo".
El 3 de agosto decía Fray Margil:
"¡Dispuesto está, Señor, mi corazón, dispuesto está!".
Y el día 6 de agosto de 1726, día de su muerte y de su nacimiento definitivo, dijo:
"Ya es hora de ir a ver a Dios".
Fray Antonio Margil de Jesús falleció en el Convento de San Francisco en la Ciudad de México, a la edad de 69 años.
La asistencia de la gente, que se acercaba a venerar en la sacristía de San Francisco los restos de Fray Margil, fue tan cuantiosa que "hacía olas", y hubo de hacerse presente la guardia del palacio. Todos querían venerar aquellos pies sagrados de Fray Margil, que -como escribió el Arzobispo de Manila, en unas exequias celebradas en México días más tarde- habían quedado "tan dóciles, tan tratables, tan hermosos sin ruga ni nota alguna. Pies que anduvieron tantos millares de leguas tan descalzos y fatigados en los caminos, tan endurecidos en los pedregales, tan quebrantados en las montañas, tan ensangrentados en los espinos... ¡Qué mucho que se conservasen hermosos pies que pisaron cuanto aprecia el mundo!".
La Causa de beatificación de Fray Antonio Margil de Jesús fue promovida por el Procurador en Guatemala y Zacatecas, Buenaventura Antonio Ruiz de Esparza. Sus restos fueron exhumados el 10 de febrero de 1778 y fueron depositados en la capilla de Nuestra Señora de la Macana.
El 31 de julio de 1836, el Papa Gregorio XVI declaró heroicas las virtudes del Venerable Siervo de Dios Fray Antonio Margil de Jesús, cuyos restos reposaron durante algún tiempo en la iglesia de La Purísima, en la Ciudad de México.
El 2 de abril de 1861 sus restos fueron trasladados a la Catedral de México. Entre las reliquias que conservan los franciscanos está un báculo de metal que tiene una Cruz en la parte superior, un par de sandalias, y parte del cordón de sus hábitos con los 3 nudos.
Aquellas palabras de Isaías 52, 7 podrían ser su epitafio:
"¡Qué hermosos son sobre los montes
los pies del heraldo que anuncia la paz,
que trae la Buena Noticia!"
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Fuente: ar.geocities.com/misa_tridentina01
Sixto II y compañeros, Santo XXIV Papa, Mártir, 6 de agosto
Papa y Mártir Martirologio Romano: Santos Sixto II, papa, y compañeros, mártires. El papa san Sixto, mientras celebraba los divinos misterios y enseñaba a los fieles los mandatos del Señor, al irrumpir los soldados para aplicar el edicto del emperador Valeriano fue detenido e, inmediatamente, decapitado el día seis de agosto. Con él sufrieron el martirio cuatro diáconos, que fueron enterrados con el papa en el cementerio de Calixto, en la vía Apia, y en ese mismo día, también sus diáconos santos Agapito y Felicísimo murieron en el cementerio de Pretextato, en donde fueron sepultados (258). "Cuando la espada (persecución) |
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Octaviano, Beato Obispo, 6 de agosto
Obispo Martirologio Romano: En Savona, de la Liguria, beato Octaviano, obispo y hermano del papa Calixto II, que tanto en el claustro como en la cátedra buscó con ahínco servir a Dios y a los hermanos (1132). |
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Carlos López Vidal, Beato Mártir, 6 de agosto
Sacristán Mártir Martirologio Romano: En las cercanías de Gandía, en Valencia, en España, beato Carlos López Vidal, mártir, que en tiempo de persecución de la fe alcanzó la gloria celestial (1936). |
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Fuente: Franciscanos.org
María Francisca de Jesús (Ana María Rubatto), Beata Fundadora, 6 de agosto
Fundadora del Instituto de las |
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Fuente: Enciclopedia Católica || ACI Prensa
Mateo de Bascio, Beato Fundador, 6 de agosto
Fundador de la Orden de Frailes |
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Fuente: ACIprensa.com
Hormisda, Santo LII Papa, 6 de agosto
LII Papa Martirologio Romano: En Roma, en la basílica de San Pedro, sepultura de san Hormisda, Papa. Abanderado de la paz, consiguió acabar con el cisma de Acacio en Oriente, y en Occidente hizo que se respetaran religiosamente por los nuevos pueblos los derechos de la Iglesia (523). |
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Fuente: Santiebeati.it
Tadeo Dulny, Beato Seminarista Mártir, 6 de agosto
Mártir Martirologio Romano: Cerca de Munich, de Baviera, en Alemania, beato Tadeo Dulny, mártir. Al ser ocupada militarmente Polonia, su patria, fue llevado al campo de concentración de Dachau por su fe en Cristo y, víctima de crueles tormentos, emigró a la gloria celestial (1942). El seminario, luego el campo de concentración, y allí dentro la muerte. Así se resume la vida de Tadeo Dulny. Nacido en una numerosa familia (seis hijos y dos hijas) en la Polonia sudoriental. Sus primeros maestros en la fe son sus padres, Jan y Antonina, quienes le dieron el sí cuando manifiesta su deseo de ingresar en el seminario de Wloclawek, después de haber terminado con mucho esfuerzo su educación en Ostrowiec. También en el seminario debe esforzarse mucho para llevar el ritmo de estudios, pero no se queja ni se rinde, cualidad que no deja de ser causa de admiración entre sus compañeros. |
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Fuentes: IESVS.org; EWTN.com; Colección Hablar con Dios de www.FranciscoFCarvajal.org de www.edicionespalabra.es , misalpalm.com, Catholic.net
Mensajes anteriores en: http://iesvs-org.blogspot.com/
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