JMJ
Pax
† Lectura del santo Evangelio según san Marcos 12, 18-27
Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, fueron a ver a Jesús algunos de los saduceos, los cuales afirman que los muertos no resucitan, y le dijeron:
"Maestro, Moisés nos dejó escrito: "Si un hombre muere dejando a su viuda sin hijos, que la tome por mujer el hermano del que murió para darle descendencia a su hermano". Había una vez siete hermanos, el primero de los cuales se casó y murió sin dejar hijos. El segundo se casó con la viuda y murió también, sin dejar hijos; lo mismo el tercero. Los siete se casaron con ella y ninguno de ellos dejó descendencia. Por último, después de todos murió también la mujer. El día de la resurrección, cuando resuciten de entre los muertos, ¿de cuál de los siete será mujer? Porque fue mujer de los siete".
Jesús les contestó:
"Están en un error, porque no entienden las Escrituras ni el poder de Dios. Pues cuando resuciten de entre los muertos, ni los hombres tendrán mujer ni las mujeres marido, sino que serán como ángeles del cielo. Y en cuanto al hecho de que los muertos resucitan, ¿acaso no han leído en el libro de Moisés aquel pasaje de la zarza, en que Dios le dijo: "Yo soy el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob?" Dios no es Dios de muertos, sino de vivos. Están, pues, muy equivocados".
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.
Suplicamos tu oración: Esto es gratis pero cuesta. No sería posible sin tus oraciones: al menos un Avemaría de corazón por cada email que leas. Dios te salve María, llena eres de Gracia, el Señor es contigo; bendita tu eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús; Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén. ¡Recuérdanos en tus intenciones de Misa!
Aclaración: una relación muere sin comunicación y comunidad-comunión. Con Dios es igual: las "palabras de vida eterna" (Jn 6,68; Hc 7,37) son fuente de vida espiritual (Jn 6, 63), pero no basta charlar por teléfono (oración), es necesario visitarse, y la Misa permite ver a Jesús, que está tan presente en la Eucaristía, que Hostias han sangrado: www.therealpresence.org/eucharst/mir/span_mir.htm
Por leer la Palabra, no se debe dejar de ir a Misa, donde ofrecemos TODO (Dios) a Dios: al actualizarse el sacrificio de la Cruz, a) co-reparamos el daño que hacen nuestros pecados al Cuerpo de Cristo que incluye los Corazones de Jesús y de María, a Su Iglesia y nosotros mismos, b) adoramos, c) agradecemos y d) pedimos y obtenemos Gracias por nuestras necesidades y para la salvación del mundo entero… ¿Que pasa en CADA Misa? 5 minutos: http://www.youtube.com/watch?v=v82JVdXAUUs
Nota: es una película protestante, por eso falta LA MADRE.
Lo que no ven tus ojos (2 minutos): http://www.gloria.tv/media/y3hgYNp23xu
El Gran Milagro (película completa): http://www.gloria.tv/media/hYyhhps7cqX
Explicación: http://www.youtube.com/watch?v=eFObozxcTUg#!
"El GRAN tesoro oculto de la Santa Misa": http://iteadjmj.com/LIBROSW/lpm1.doc
Si Jesús se apareciera, ¿no correríamos a verlo, tocarlo, adorarlo? Jesús está aquí y lo ignoramos. Jesús nos espera (Mc 14,22-24) en la Eucaristía: "si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros" (Jn 6,53; 1 Jn 5,12). La Misa es lo mínimo para salvarnos. Es como si un padre dijera "si no comes, te mueres, así que come al menos una vez por semana". Si comulgamos en estado de Gracia y con amor, nos hacemos uno (común-unión) con el Amor y renovamos la Nueva Alianza de Amor. Si faltamos a las bodas del Cordero (Ap.19,7-10) con su Iglesia (nosotros), sabiendo que rechazamos el Amor de Dios, que está derramando toda su Sangre por nuestros pecados personales, nos auto-condenamos a estar eternamente sin Amor: si una novia falta a su boda, es ella la que se aparta del amor del Novio para siempre, sabiendo que Él da la Vida por ella en el altar. ¿Qué pensaríamos si un cónyuge le dice al otro: "Te amo, pero no quiero verte todos los días, y menos los de descanso"? ¿Le ama realmente?
Faltar a Misa viola los principales mandamientos: el primero ("Amar a Dios sobre todas las cosas") y tercero ("Santificar las fiestas"). Por nuestro propio bien y evitar el infierno eterno, Dios sólo nos pide que nos regalemos 1 de las 168 horas de vida que Él nos regala cada semana: 0,6% ¡No seamos ingratos! Idolatramos aquello que preferimos a Él: los "dioses" son el descanso, entretenimiento, comida, trabajo, compañía, flojera. Prefieren baratijas al oro. Si en la Misa repartieran 1 millón de dólares a cada uno, ¿qué no harías para asistir? ¡Pues recibes infinitamente más! "Una misa vale más que todos los tesoros del mundo"… Por todo esto, es pecado mortal faltar sin causa grave a la Misa dominical y fiestas (Catecismo 2181; Mt 16, 18-19; Ex 20,8-10; Tb 1,6; Hch 20,7; 2 Ts 2,15).
Si rechazamos la Misa, ¿cómo vamos a decir "Padre Nuestro" si rechazamos volver a la Casa del Padre? ¿cómo decir "Santificado sea Tu Nombre", "Venga a nosotros Tu Reino", "Hágase Tu Voluntad", "Danos hoy nuestro pan supersubstancial de cada día" y "no nos dejes caer en la tentación más líbranos del malo", si todo eso lo obtenemos de la Misa?
Estamos en el mundo para ser felices para siempre, santos. Para lograr la santidad, la perfección del amor, es imprescindible la Misa y comunión, si es posible, diaria, como pide la Cátedra de Pedro, el representante de Cristo en la tierra (Canon 904). Antes de comulgar debemos confesar todos los pecados mortales: "quien come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propia condenación" (1 Cor 11,29; Rm 14,23). ¿Otros pecados mortales? no confesarse con el Sacerdote al menos una vez al año (CDC 989), no comulgar al menos en tiempo pascual (920), abortar (todos los métodos anticonceptivos no barrera son abortivos), promover el aborto (derecho a decidir, derechos (i)reproductivos, fecundación artificial), planificación natural sin causa grave, deseo o actividad sexual fuera del matrimonio por iglesia, privar de Misa a niños en uso de razón, borrachera, drogas, comer a reventar, envidia, calumnia, odio o deseo de venganza, ver pornografía, robo importante, chiste o burla de lo sagrado… ver más en http://www.iesvs.org/p/blog-page.html
Si no ponemos los medios para confesamos lo antes posible y nos sorprende la muerte sin arrepentirnos, nos auto-condenamos al infierno eterno (Catecismo 1033-41; Mt. 5,22; 10, 28; 13,41-50; 25, 31-46; Mc 9,43-48, etc.). Estos son pecados mortales objetivamente, pero subjetivamente, pueden ser menos graves, si hay atenuantes como la ignorancia. Pero ahora que lo sabes, ya no hay excusa (Jn 15,22).
† Misal
mie 9a. Ord. año impar desp Pentecostés
Antífona de Entrada
Confío, Señor, en tu misericordia; alegra mi corazón con tu auxilio. Cantaré al Señor por el bien que me ha hecho.
Oración Colecta
Concédenos, Señor, ser dóciles a las inspiraciones de tu Espíritu, para que realicemos siempre en nuestra vida tu santa voluntad.
Por nuestro Señor Jesucristo...
Amén.
Primera Lectura
El Dios de la gloria escuchó las súplicas de Sara y de Tobit.
Lectura del libro de Tobías 3, 1-11. 16-17
En aquellos días, Tobit, profundamente afligido, oró entre sollozos, diciendo:
"Señor, tú eres justo y tus obras también son justas. Siempre procedes con misericordia y lealtad. Tú eres el juez del mundo. Acuérdate de mí, Señor, y ten piedad de mí. No me castigues por mis pecados, no tomes en cuenta mis faltas ni las de mis padres.
Porque desobedecimos tus mandatos nos entregaste al saqueo, al destierro y a la muerte; nos hiciste objeto de las murmuraciones, las burlas y el desprecio de las naciones entre las cuales nos dispersaste. Señor, tu castigo es verdaderamente justo, porque ni mis padres ni yo hemos cumplido tus mandamientos ni hemos sido leales contigo. Haz de mí lo que quieras, Señor: quítame la vida, hazme desaparecer y volver al polvo, pues más me vale morir que vivir, porque me han llenado de insultos y estoy hundido en la tristeza. Líbrame ya, Señor, de esta desgracia, envíame al descanso eterno y no te alejes de mí. Pues más me vale morir que vivir sufriendo tantas desgracias y escuchando tantos insultos".
Aquel mismo día, Sara, la hija de Ragüel, que vivía en la ciudad de Ecbatan, en la provincia de Media, tuvo que soportar los insultos de una esclava de su padre, porque Sara se había casado siete veces y Asmodeo, el malvado demonio, había matado a todos sus maridos, apenas se acercaban a ella. Así pues, la esclava le dijo:
"¡Tú eres la que estrangulas a tus maridos! Te has casado con siete y no has disfrutado a ninguno. ¿Por qué te desquitas con nosotras por la muerte de tus esposos? Vete a donde están ellos y que nunca veamos ni un hijo ni una hija tuyos".
Sara se entristeció tanto, que comenzó a llorar y subió al segundo piso de su casa, con intención de ahorcarse. Pero reflexionó: "No lo haré, no vaya a ser que la gente insulte a mi padre, diciéndole que su hija única, tan querida, se ahorcó de dolor y sea yo así la causa de que mi padre se muera de tristeza. Más vale que no me ahorque, sino que le pida al Señor que me envíe la muerte, para que no tenga que escuchar ya tantos insultos durante mi vida". Entonces levantó sus manos hacia el cielo e invocó al Señor Dios.
En aquel instante, el Dios de la gloria escuchó las súplicas de Sara y de Tobit, y envió al ángel Rafael a curarlos: a Tobit, quitándole las manchas blancas de los ojos, a fin de que pudiera ver la luz de Dios, ya Sara, hija de Ragüel, librándola del malvado demonio Asmodeo, para darla como esposa a Tobías, hijo de Tobit, pues Tobías tenía más derecho a casarse con ella que todos los que la habían pretendido.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.
Salmo Responsorial
Del Salmo 24
A ti, Señor, levanto mi alma.
A ti, Señor, levanto mi alma; mi Dios, en ti confío, no quede defraudada mi confianza ni se burlen de mí mis enemigos.
A ti, Señor, levanto mi alma.
Nadie que haya confiado en ti ha quedado jamás decepcionado. Quienes a Dios traicionan por los ídolos, ésos sí quedarán decepcionados.
A ti, Señor, levanto mi alma.
Descúbrenos, Señor, tus caminos, guíanos con la verdad de tu doctrina. Tú eres nuestro Dios y salvador y tenemos en ti nuestra esperanza.
A ti, Señor, levanto mi alma.
Acuérdate, Señor, que son eternos tu amor y tu ternura. Según ese amor y esa ternura, acuérdate de nosotros.
A ti, Señor, levanto mi alma.
Porque el Señor es recto y bondadoso indica a los pecadores el sendero, guía por la senda recta a los humildes y descubre a los pobres sus caminos.
A ti, Señor, levanto mi alma.
Aclamación antes del Evangelio
Aleluya, aleluya.
Yo soy la resurrección y la vida, dice el Señor; el que cree en mí no morirá para siempre.
Aleluya.
Evangelio
Dios no es Dios de muertos, sino de vivos
† Lectura del santo Evangelio según san Marcos 12, 18-27
Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, fueron a ver a Jesús algunos de los saduceos, los cuales afirman que los muertos no resucitan, y le dijeron:
"Maestro, Moisés nos dejó escrito: "Si un hombre muere dejando a su viuda sin hijos, que la tome por mujer el hermano del que murió para darle descendencia a su hermano". Había una vez siete hermanos, el primero de los cuales se casó y murió sin dejar hijos. El segundo se casó con la viuda y murió también, sin dejar hijos; lo mismo el tercero. Los siete se casaron con ella y ninguno de ellos dejó descendencia. Por último, después de todos murió también la mujer. El día de la resurrección, cuando resuciten de entre los muertos, ¿de cuál de los siete será mujer? Porque fue mujer de los siete".
Jesús les contestó:
"Están en un error, porque no entienden las Escrituras ni el poder de Dios. Pues cuando resuciten de entre los muertos, ni los hombres tendrán mujer ni las mujeres marido, sino que serán como ángeles del cielo. Y en cuanto al hecho de que los muertos resucitan, ¿acaso no han leído en el libro de Moisés aquel pasaje de la zarza, en que Dios le dijo: "Yo soy el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob?" Dios no es Dios de muertos, sino de vivos. Están, pues, muy equivocados".
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.
Oración sobre las Ofrendas
Que este sacrificio de acción de gracias y de alabanza nos ayude, Señor, a conseguir nuestra salvación eterna.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.
Prefacio
Cristo, huésped y peregrino en medio de nosotros
Tú, en la etapa final de la historia, has enviado a tu Hijo, como huésped y peregrino en medio de nosotros, para redimirnos del pecado y de la muerte, y has derramado el Espíritu, para hacer de todas las naciones un solo pueblo nuevo, que tiene como meta tu reino; como estado, la libertad de tus hijos; como ley, el precepto del amor.
Por estos dones de tu benevolencia, unidos a los ángeles y a los santos, cantamos con gozo el himno de tu gloria:
Antífona de la Comunión
Proclamaré Señor, todas tus maravillas, me alegraré en ti y entonaré salmos a tu nombre, Dios altísimo.
Oración después de la Comunión
Que el Cuerpo y la Sangre de Cristo que nos has dado, Señor, en este sacramento, sean para nosotros una prenda segura de vida eterna.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.
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† Meditación diaria
9ª semana. Miércoles
RESUCITAREMOS CON NUESTROS PROPIOS CUERPOS
— Una verdad de fe expresamente enseñada por Jesús.
— Cualidades y dotes de los cuerpos gloriosos.
— Unidad entre el cuerpo y el alma.
I. Los saduceos, que no creían en la resurrección, se acercaron a Jesús para intentar ponerle en un aprieto. Según la ley antigua de Moisés1, si un hombre moría sin dejar hijos, el hermano debía casarse con la viuda para suscitar descendencia a su hermano, y al primero de los hijos que tuviera se le debía imponer el nombre del difunto. Los saduceos pretenden poner en ridículo la fe en la resurrección de los muertos, inventando un problema pintoresco2. Si una mujer se casa siete veces al enviudar de sucesivos hermanos, ¿de cuál de ellos será esposa en los cielos? Jesús les responde poniendo de manifiesto la frivolidad de la objeción. Les contesta reafirmando la existencia de la resurrección, valiéndose de diversos pasajes del Antiguo Testamento, y al enseñar las propiedades de los cuerpos resucitados se desvanece el argumento de los saduceos3.
El Señor les reprocha no conocer las Escrituras ni el poder de Dios, pues esta verdad estaba ya firmemente asentada en la Revelación. Isaías había profetizado4: las muchedumbres de los que duermen en el polvo de la tierra se despertarán: unos para eterna vida, otros para vergüenza y confusión; y la madre de los Macabeos confortaba a sus hijos en el momento del martirio recordándoles que el Creador del universo (...) misericordiosamente os devolverá la vida si ahora la despreciáis por amor a sus santos lugares5. Y para Job, esta misma verdad será el consuelo de sus días malos: Sé que mi Redentor vive, y que en el último día resucitaré del polvo (...); en mi propia carne contemplaré a Dios6.
Hemos de fomentar en nuestras almas la virtud de la esperanza, y concretamente el deseo de ver a Dios. «Los que se quieren, procuran verse. Los enamorados solo tienen ojos para su amor. ¿No es lógico que sea así? El corazón humano siente esos imperativos. Mentiría si negase que me mueve tanto el afán de contemplar la faz de Jesucristo.Vultum tuum, Domine, requiram, buscaré, Señor, tu rostro»7. Ese deseo se saciará, si permanecemos fieles, porque la solicitud de Dios por sus criaturas ha dispuesto la resurrección de la carne, verdad que constituye uno de los artículos fundamentales del Credo8, pues si no hay resurrección de los muertos, tampoco resucitó Cristo. Y si Cristo no resucitó, vana es nuestra predicación, y vana es también nuestra fe9. «La Iglesia cree en la resurrección de los muertos (...) y entiende que la resurrección se refiere a todo el hombre»10: también a su cuerpo.
El Magisterio ha repetido en numerosas ocasiones que se trata de una resurrección del mismo cuerpo, el que tuvimos durante nuestro paso por la tierra, en esta carne «en que vivimos, subsistimos y nos movemos»11. Por eso, «las dos fórmulas resurrección de los muertos y resurrección de la carne son expresiones complementarias de la misma tradición primitiva de la Iglesia», y deben seguirse usando los dos modos de expresarse12.
La liturgia recoge esta verdad consoladora en numerosas ocasiones:En Él (en Cristo) brilla la esperanza de nuestra feliz resurrección; y así, aunque la certeza de morir nos entristece, nos consuela la promesa de la futura inmortalidad. Porque la vida de los que en ti creemos, Señor, no termina, se transforma; y, al deshacerse nuestra morada terrenal, adquirimos una mansión eterna en el Cielo13. Dios nos espera para siempre en su gloria. ¡Qué tristeza tan grande para quienes todo lo han cifrado en este mundo! ¡Qué alegría saber que seremos nosotros mismos, alma y cuerpo, quienes, con la ayuda de la gracia, viviremos eternamente con Jesucristo, con los ángeles y los santos, alabando a la Trinidad Beatísima!
Cuando nos aflija la muerte de una persona querida, o acompañemos en su dolor a quien ha perdido aquí a alguien de su familia, hemos de poner de manifiesto, ante los demás y ante nosotros mismos, estas verdades que nos inundan de esperanza y de consuelo: la vida no termina aquí abajo en la tierra, sino que vamos al encuentro de Dios en la vida eterna.
II. Toda alma, después de la muerte, espera la resurrección del propio cuerpo, con el que, por toda la eternidad, estará en el Cielo, cerca de Dios, o en el Infierno, lejos de Él. Nuestros cuerpos en el Cielo tendrán características diferentes, pero seguirán siendo cuerpos y ocuparán un lugar, como ahora el Cuerpo glorioso de Cristo y el de la Virgen. No sabemos dónde está, ni cómo se forma ese lugar: la tierra de ahora se habrá transfigurado14. La recompensa de Dios redundará en el cuerpo glorioso haciéndolo inmortal, pues la caducidad es signo del pecado y la creación estuvo sometida a ella por culpa del pecado15. Todo lo que amenaza e impide la vida desaparecerá16. Los resucitados para la Gloria –como afirma San Juan en el Apocalipsis– no tendrán hambre, ni tendrán ya sed ni caerá sobre ellos el sol, ni ardor alguno17: esos sufrimientos que enumera el Apocalipsis fueron los que más dañaron al pueblo de Israel mientras atravesaba el desierto: los abrasadores rayos del sol caían como dardos, se desencadenaba con rapidez la corrupción, y el viento seco del desierto consumía las fuerzas18. Estas mismas tribulaciones son símbolo de los dolores que tendría que soportar el nuevo Pueblo de Dios, la Iglesia, mientras dure su peregrinación hasta la Patria definitiva.
La fe y la esperanza en la glorificación de nuestro cuerpo nos harán valorarlo debidamente. El hombre «no debe despreciar la vida corporal, sino que, por el contrario, debe tener por bueno y honrar a su propio cuerpo, como criatura de Dios que ha de resucitar en el último día»19. Sin embargo, qué lejos está de esta justa valoración el culto que hoy vemos tributar tantas veces al cuerpo. Ciertamente tenemos el deber de cuidarlo, de poner los medios oportunos para evitar la enfermedad, el sufrimiento, el hambre..., pero sin olvidar que ha de resucitar en el último día, y que lo importante es que resucite para ir al Cielo, no al Infierno. Por encima de la salud está la aceptación amorosa de la voluntad de Dios sobre nuestra vida. No tengamos preocupación desmedida por el bienestar físico. Sepamos aprovechar sobrenaturalmente las molestias que podamos sufrir –poniendo con serenidad los medios ordinarios para evitarlas–, y no perderemos la alegría y la paz por haber puesto el corazón en un bien relativo y transitorio, que solo será definitivo y pleno en la gloria.
En ningún momento debemos olvidar hacia dónde nos encaminamos y el valor verdadero de las cosas que tanto nos preocupan. Nuestra meta es el Cielo; para estar con Cristo, con alma y cuerpo, nos creó Dios. Por eso, aquí en la tierra «la última palabra solo podrá ser una sonrisa... un cántico jovial»20, porque más allá nos espera el Señor con la mano extendida y el gesto acogedor.
III. Aunque sea grande la diferencia entre el cuerpo terreno y el transfigurado, hay entre ellos una estrechísima relación. Es dogma de fe que el cuerpo resucitado es específica y numéricamente idéntico al cuerpo terreno21.
La doctrina cristiana, basándose en la naturaleza del alma y en diversos pasajes de la Sagrada Escritura, muestra la conveniencia de la resurrección del propio cuerpo y la unión de nuevo con el alma. En primer lugar, porque el alma es solo una parte del hombre, y mientras esté separada del cuerpo no podrá gozar de una felicidad tan completa y acabada como poseerá la persona entera. También, por haber sido creada el alma para unirse a un cuerpo, una separación definitiva violentaría su modo de ser propio; pero, sobre todo otro argumento, es más conforme con la sabiduría, justicia y misericordia divinas que las almas vuelvan a unirse a los cuerpos, para que ambos, el hombre completo –que no es solo alma, ni solo cuerpo–, participen del premio o del castigo merecido en su paso por la vida en la tierra; aunque es de fe que el alma inmediatamente después de la muerte recibe el premio o el castigo, sin esperar el momento de la resurrección del cuerpo.
A la luz de la enseñanza de la Iglesia vemos con mayor profundidad que el cuerpo no es un mero instrumento del alma, aunque de ella recibe la capacidad de actuar y con ella contribuye a la existencia y desarrollo de la persona. Por el cuerpo, el hombre se halla en contacto con la realidad terrena, que ha de dominar, trabajar y santificar, porque así lo ha querido Dios22. Por él, el hombre puede entrar en comunicación con los demás y colaborar con ellos para edificar y desarrollar la comunidad social. Tampoco podemos olvidar que a través del cuerpo el hombre recibe la gracia de los sacramentos: ¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo?23.
Somos hombres y mujeres de carne y hueso, pero la gracia ejerce su influjo incluso sobre el cuerpo, divinizándolo en cierto modo, como un anticipo de la resurrección gloriosa. Mucho nos ayudará a vivir con la dignidad y el porte de un discípulo de Cristo considerar frecuentemente que este cuerpo nuestro, templo ahora de la Santísima Trinidad cuando vivimos en gracia, está destinado por Dios a ser glorificado. Acudamos hoy a San José para pedirle que nos enseñe a vivir con delicado respeto hacia los demás y hacia nosotros mismos. Nuestro cuerpo, el que tenemos en la vida terrena, también está destinado a participar para siempre de la gloria inefable de Dios.
1 Dt 24, 5 ss. — 2 Mt 12, 18-27. — 3 Cfr. Sagrada Biblia, Santos Evangelios, 2ª ed., Pamplona 1985, comentarios a Mac 12, 18-27 y lugares paralelos. — 4 Is 26, 19. — 52 Mac 7, 23. — 6 Job 19, 25-26. — 7 San Josemaría Escrivá, en Hoja informativa, n. 1, de su proceso de beatificación, p. 5. — 8 Cfr. Symbolo Quicumque, Dz 40;Benedicto XII, Const. Benedictus Deus, 29-I-1336. — 9 1 Cor 15, 13-14. — 10Congregación para la Doctrina de la Fe, Carta sobre algunas cuestiones referentes a la escatología, 17-V-1979. — 11 Conc. XI de Toledo, año 675, Dz 287 (540); cfr. Conc. IV de Letrán, cap. I, Sobre la fe católica, Dz 429 (801), etc. — 12 Congregación para la Doctrina de la Fe, Declaración acerca de la traducción del artículo «carnis resurrectionem» del Símbolo Apostólico, 14-XII-1983. — 13 Misal Romano, Prefacio I de Difuntos. — 14 Cfr. M. Schmaus, Teología Dogmática, vol VII, Los Novísimos, p. 514. — 15 Rom 8, 20. — 16 Cfr. M. Schmaus. o. c., vol. VII, p. 225 ss. — 17 Apoc 7, 16. — 18 Cfr. Eclo 43, 4; Sal 121, 6; Sal 91, 5-6. — 19 Conc. Vat. II, Const. Gaudium et spes, 14. — 20 L. Ramoneda Molins, Vientos que jamás ha roto nadie, Danfel, Montevideo 1984, p. 41. — 21 Cfr. Dz 287, 427, 429, 464, 531. — 22 Gen 1, 28. — 231 Cor 6, 15.
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Meditaciones sobre la Sagrada Eucaristía. 3
COMO EL LADRÓN ARREPENTIDO
— Los Sagrarios de nuestro camino habitual.
— Imitar al Buen Ladrón.
— Purificación de nuestras faltas.
I. In Cruce latebat sola Deitas... En la Cruz se escondía solo la divinidad, pero aquí se esconde también la humanidad; creo y confieso ambas cosas, y pido lo que pidió el ladrón arrepentido.
El Buen Ladrón supo ver en Jesús moribundo al Mesías, al Hijo de Dios. Su fe, por una gracia extraordinaria de Dios, venció la dificultad que representaban aquellas apariencias, que solo hablaban de un ajusticiado. La divinidad se había ocultado a los ojos de todos, pero aquel hombre podía al menos contemplar la Humanidad Santísima del Salvador: su mirar amabilísimo, el perdón derramado a manos llenas sobre quienes le insultaban, su silencio conmovedor ante las ofensas. Jesús, también en la Cruz, en medio de tanto sufrimiento, derrocha amor.
Nosotros miramos a la Hostia santa y nuestros ojos nada perciben: ni la mirada amable de Jesús, ni su compasión... Pero con la firmeza de la fe, le proclamamos nuestro Dios y Señor. Muchas veces, expresando la seguridad de nuestra alma y nuestro amor, le hemos dicho: Creo, Señor, firmemente que estás aquí, que me ves, que me oyes... Tu mirada es tan amable como la que contempló el Buen Ladrón y tu compasión sigue siendo infinita. Sé que estás atento a la menor de mis peticiones, de mis penas y de mis alegrías.
Jesús, de distinto modo, está igualmente presente en el Cielo y en la Hostia consagrada. «No hay dos Cristos, sino uno solo. Nosotros poseemos, en la Hostia, al Cristo de todos los misterios de la Redención: al Cristo de la Magdalena, del hijo pródigo y de la Samaritana, al Cristo del Tabor y de Getsemaní, al Cristo resucitado de entre los muertos, sentado a la diestra del Padre (...). Esta maravillosa presencia de Cristo en medio de nosotros debería revolucionar nuestra vida (...); está aquí con nosotros: en cada ciudad, en cada pueblo»1. Todos los días, quizá al transitar por la calle, pasamos cerca, a pocos metros de donde Él se encuentra. ¿Cuántos actos de fe se habrán hecho a esa hora de la mañana o de la tarde delante de ese Sagrario, desde la misma calle o entrando unos instantes donde Él está? ¿Cuántos actos de amor?... ¡Qué pena si nosotros pasáramos de lago! Jesús no es indiferente a nuestra fe y a nuestro amor. «No seas tan ciego o tan atolondrado que dejes de meterte dentro de cada Sagrario cuando divises los muros o torres de las casas del Señor. —Él te espera»2. ¡Cuánto bien nos hace este consejo lleno de sabiduría y de piedad!
Jesús escuchó emocionado, entre tantos insultos, aquella voz que le reconocía como Dios. Era la voz de un ladrón que, aun estando Dios tan oculto, le supo ver y le confesó en voz alta, y además le dio a conocer a su compañero. El encuentro con Jesús le llevó al apostolado.
El amor rechaza la ceguera y el atolondramiento, la tibieza. Ese amor vivo –quizá expresado en una jaculatoria encendida– hemos de tener nosotros cuando queden ya pocos instantes para recibir a Jesús en la Sagrada Comunión y cuando pasemos cerca de un Sagrario, camino del trabajo. Y nuestra alma se llenará de gozo. «¿No te alegra si has descubierto en tu camino habitual por las calles de la urbe ¡otro Sagrario!?»3. ¡Es la alegría de todo encuentro deseado! Si nos late el corazón más de prisa cuando divisamos a una persona amada a lo lejos, ¿vamos a pasar indiferentes ante un Sagrario?
II. Pido lo que pidió el ladrón arrepentido... Jesús, acuérdate de mí, cuando llegues a tu Reino4.
Con una jaculatoria –¡tan grande fue su fe!– mereció el Buen Ladrón purificar toda su vida. Llamó a Jesús por su nombre, como hemos hecho nosotros tantas veces. Y Él «siempre da más de lo que se le pide. Aquel pedía que el Señor se acordara de él cuando estuviera en su Reino, y el Señor le contestó: En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el Paraíso; y es que la vida verdadera consiste en estar con Cristo, porque donde está Cristo allí está su reino»5. Es tan grande el deseo del Maestro de tenernos con Él en la gloria, que nos da su Cuerpo como anticipo de la vida eterna.
Hemos de imitar a aquel hombre que reconoció sus faltas6 y supo merecer el perdón de sus culpas y su completa purificación. «He repetido muchas veces aquel verso del himno eucarístico: peto quod petivit latro poenitens, y siempre me conmuevo: ¡pedir como el ladrón arrepentido!
»Reconoció que él sí merecía aquel castigo atroz... Y con una palabra robó el corazón a Cristo y se abrió las puertas del Cielo»7. ¡Si nosotros, delante del mismo Jesús, consiguiéramos aborrecer sinceramente todo pecado venial deliberado y purificar ese fondo del alma en el que hay tantas cosas que oscurecen la imagen de Jesús: egoísmos, pereza, sensualidad, apegamientos desordenados...! «Jesús en el Sacramento es esta fuente abierta a todos, donde siempre que queramos podemos lavar nuestras almas de todas las manchas de los pecados que cada día cometemos»8.
La Comunión frecuente, realizada con las debidas disposiciones, nos llevará a desear una Confesión también frecuente y contrita, y esta mayor pureza de corazón crea, a su vez, unos vivos deseos de recibir a Jesús Sacramentado9. El mismo sacramento eucarístico, recibido con fe y amor, purifica el alma de sus faltas, debilita la inclinación al mal, la diviniza y la prepara para los grandes ideales que el Espíritu Santo inspira en el alma del cristiano.
Pidamos al Señor un gran deseo de purificarnos en esta vida para que podamos librarnos del Purgatorio y estar cuanto antes en la compañía de Jesús y de María: «¡Ojalá, Jesús mío, fuera verdad que yo nunca os hubiera ofendido! Pero ya que el mal está hecho, os ruego que os olvidéis de los disgustos que os he causado y, por la muerte amarga que por mí habéis padecido, llevadme a vuestro reino después de la muerte; y mientras la vida me dure haced que vuestro amor reine siempre en mi alma»10. Ayúdame, Señor, a aborrecer todo pecado venial deliberado; dame un gran amor a la Confesión frecuente.
III. El Santo Cura de Ars recoge en sus sermones la piadosa leyenda de San Alejo, y saca unas consecuencias acerca de la Eucaristía. Se cuenta de este Santo que un día, oyendo una particular llamada del Señor, dejó su casa y vivió lejos como un humilde pordiosero. Pasados muchos años, regresó a su ciudad natal flaco y desfigurado por las penitencias y, sin darse a conocer, recibió albergue en el mismo palacio de sus padres. Diecisiete años vivió bajo la escalera. Al morir y ser amortajado el cuerpo, la madre reconoció al hijo y exclamó llena de dolor: «¡Oh, hijo mío, qué tarde te he conocido...!».
El Santo Cura de Ars comentaba que el alma, al salir de esta vida, verá por fin a Aquel que poseía cada día en la Sagrada Eucaristía, a quien hablaba, con el que se desahogaba cuando ya no podía con sus penas. Ante la vista de Jesús glorioso, el alma poco enamorada, de fe escasa, tendrá que exclamar: ¡Oh Jesús, que pena haberte conocido tan tarde...!, habiéndote tenido tan cerca.
Cuando estemos delante del Sagrario o miremos la Hostia Santa sobre el Altar hemos de ver a Cristo allí presente, el mismo de Belén y de Cafarnaún, el que resucitó al tercer día de entre los muertos y ahora está glorioso a la diestra de Dios Padre. Tantum ergo Sacramentum // veneremur cernui... Adoremos de rodillas este Sacramento -nos invita la liturgia-; y el Antiguo Testamento ceda el lugar al nuevo rito: la fe supla la flaqueza de nuestros sentidos11. Una fe firme y llena de amor.
Jesús nos reveló que los limpios de corazón verán a Dios12. Esta visión comienza ya aquí en la tierra y alcanza su perfección y plenitud en el Cielo. Cuando el corazón se llena de suciedad, se oscurece y desdibuja la figura de Cristo y se empobrece la capacidad de amar. «Ese Cristo, que tú ves, no es Jesús. —Será, en todo caso, la triste imagen que pueden formar tus ojos turbios... —Purifícate. Clarifica tu mirada con la humildad y la penitencia. Luego... no te faltarán las limpias luces del Amor. Y tendrás una visión perfecta. Tu imagen será realmente la suya: ¡Él!»13. Le reconoceremos, como el Buen Ladrón, en cualquier circunstancia.
¡Qué alegría tener a Cristo tan cerca!... y verle... y amarle... y servirle. Él nos escucha cuando en la intimidad de nuestra oración le decimos: Señor, acuérdate de mí, desde el Cielo y desde ese Sagrario más cercano donde estás también realmente presente. Para que purifiquemos en esta vida la huella dejada por los pecados, Él nos mueve a una mayor penitencia y a un amor más grande al sacramento del Perdón, a aceptar los dolores y contrariedades de la vida con espíritu de reparación, a buscar esas pequeñas mortificaciones que vencen el propio egoísmo, que ayudan a los demás, que permiten una mayor perfección en nuestra tarea diaria.
Si somos fieles a estas gracias, el día último de nuestra vida aquí en la tierra, quizá dentro de no mucho tiempo, oiremos a Jesús que nos dice: Hoy estarás conmigo en el Paraíso. Y le veremos y le amaremos con un gozo sin fin.
Al terminar nuestra oración le decimos a Jesús Sacramentado: Ave verum Corpus natum ex Maria Virgine... Salve, verdadero Cuerpo, nacido de María Virgen... Haz que te gustemos en el trance de la muerte. Al Ángel Custodio le pedimos que nos recuerde la cercanía de Cristo, para que jamás pasemos de largo. Y nuestra Madre Santa María, si acudimos a Ella, acrecentará la fe y nos enseñará a tratarle con más delicadeza, con más amor.
1 M. M. Philipon, Los sacramentos en la vida crisitiana, p. 1-16. — 2 San Josemaría Escrivá, Camino, n. 269. — 3 Ibídem, n. 270. — 4 Lc 23, 42. — 5 San Ambrosio,Tratado sobre el Evangelio de San Lucas, in loc. — 6 Cfr. Lc 23, 41. — 7 San Josemaría Escrivá, Vía Crucis, Rialp, Madrid 1981, XII, n. 4. — 8 San Alfonso Mª de Ligorio, Visitas al Santísimo Sacramento, 20. — 9 Cfr. Juan Pablo II, Alocución a la Adoración Nocturna, Madrid 31-X-1982. — 10 San Alfonso Mª de Ligorio,Meditaciones sobre la Pasión, Meditación XII, para el Miércoles Santo, 1. — 11Himno Tantum ergo. — 12 Cfr. Mt 5, 8. — 13 San Josemaría Escrivá, Camino, n. 212.
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† Santoral (si GoogleGroups corta el texto, lo encontrará en www.iesvs.org)
San Carlos Luanga y los mártires de Uganda Año 1886 Santos mártires de Uganda:
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Uganda es un país del Africa. Los padres Blancos del Cardenal Lavigerie empezaron a misionar ese país y pronto hubo muchos negros convertidos al catolicismo y esta religión les transformó muy notablemente su modo de pensar y obrar.
Y sucedió que el jefe de esa nación, llamado Muanga, tenía el vicio de la homosexualidad. Y cuando el jefe del personal de mensajeros del palacio José Makasa, se convirtió al catolicismo le hizo saber al jefe que la Biblia condena y prohibe totalmente la homosexualidad y que la llama una "aberración", o sea algo abominable, que va contra la Ley Divina y que es totalmente impropio de la persona humana. Y que el Libro Sagrado dice que "la homosexualidad es un pecado merecedor de la muerte" (Levítico 18) y "algo que va contra la naturaleza (Rom. 1,26) y que los que lo cometen no poseerán el Reino de Dios (1 Cor. 6,10). Esto indignó tanto al reyezuelo, que ordenó asesinar a José Makasa el 15 de noviembre de 1885, y así este llegó a ser el primero de los 26 mártires de Uganda. (Ahora se llama San José Makasa). Otra de las causas del asesinato de José fue haber reprendido al rey por el asesinato del dos misioneros.
Al saber esta terrible noticia, los demás católicos que trabajaban en el palacio real como mensajeros o empleados, en vez de acobardarse, se animaron más fuertemente a preferir morir antes que ofender a Dios.
La segunda víctima fue un pequeño mensajero llamado Denis. El jefe Muanga quiso irrespetar a un jovencito llamado Muafa, pero este le dijo que su cuerpo era un templo del Espíritu Santo, y que él se haría respetar costara lo que costara. Averiguó el rey quién le había enseñado al niño estas doctrinas y le dijeron que era otro de los mensajeros, Denis, ¡y le dio muerte! Así este jovencito llegó a ser el segundo mártir San Denis. (Antes de darle muerte, el rey le preguntó: "¿eres cristiano?" y el niño respondió: "Sí, soy cristiano y lo seré hasta la muerte").
Mientras tanto allá en un salón del palacio, el nuevo jefe de los mensajeros, Carlos Luanga (que había reemplazado a San José Makasa) reunía a todos los jóvenes y les recordaba lo que enseña San Pablo en la S. Biblia, que "los que cometen el pecado de homosexualidad tendrán un castigo inevitable por su extravío" (Rom. 1,18) y les recordaba que "homosexualidad es la tendencia a cometer acciones impuras con personas del propio sexo", y que eso no es amor de caridad que busca el bien de la otra persona, sino que es un "amor de concupiscencia" por el afecto que se siente hacia personas bien parecidas del propio sexo, y que lo que busca es satisfacer sus propios apetitos e inclinaciones anormales hacia las cualidades físicas del otro. Y les narraba cómo las ciudades de Sodoma y Gomorra fueron destruidas por una lluvia de fuego por cometer ese pecado, y cómo la Biblia anuncia tremendos castigos para los que lo cometen. Carlos terminaba sus charlas recordando aquellas palabras de Jesús: "Al que se declare a mí favor aquí, yo me declararé a su favor en el cielo".
Con estas instrucciones de Carlos Luanga, ya todos los jovencitos mensajeros y empleados del palacio real de Uganda quedaron resueltos a perder su vida antes que renunciar a las creencias católicas o perder la pureza de su alma con un pecado de homosexualidad. Y ahora iba a llegar el desenlace fatal y sangriento.
El reyezuelo tenía como primer ministro al terrible brujo Katikiro, el cual estaba disgustadísimo porque los que se volvían cristianos católicos, ya no se dejaban engañar por sus brujerías. Y entonces se propuso convencer al rey de que debía hacer morir a todos los que se declararon cristianos.
El cruel Muanga reunió a todos sus mensajeros y empleados y les dijo: "De hoy en adelante queda totalmente prohibido ser cristiano, aquí en mi reino. Los que dejen de rezar al Dios se los cristianos, y dejen de practicar esa religión, quedarán libres. Los que quieran seguir siendo cristianos irán a la cárcel y a la muerte".
Y luego les dio una orden mortal: - Los que quieran seguir siendo cristianos darán un paso hacia adelante".
Inmediatamente Carlos Luanga, jefe de todos los empleados y mensajeros del palacio, dio el paso hacia adelante. Lo siguió el más pequeño de los mensajeros, que se llamaba Kisito. Y enseguida 22 jóvenes más dieron el paso decisivo. Inmediatamente entre golpes y humillaciones fueron llevados todos a prisión.
El Padre misionero no había alcanzado a bautiza a algunos de ellos, y entonces estos jóvenes valientes viendo que su muerte estaba ya muy próxima pidieron a Carlos que los bautizara. Y allí en la oscuridad de la prisión Carlos Luanga bautizó a los que aún no estaban bautizados, y se prepararon todos para su paso a la eternidad feliz, que ya estaba muy cerca.
El reyezuelo los volvió a reunir y les preguntó: "¿Siguen decididos a seguir siendo cristianos?". Y ellos respondieron a coro: "Cristianos hasta la muerte". Entonces por orden del cruel ministro Katikiro fueron llevados prisioneros a 60 kilómetros de distancia por el camino, y allí mismo fueron asesinados por los guardias.
Después de haberlos tenido siete días en prisión en esas lejanías, en medio de los más atroces sufrimientos, mientras reunían la leña para el holocaustos el 3 de junio del año 1886, día de la Ascensión, los envolvieron en esteras de juntos muy secos, y haciendo un inmenso montón de leña seca los colocaron allí y les prendieron fuego. Entre las llamas salían sus voces aclamando a Cristo y cantando a Dios, hasta el último aliento de su vida.
Por el camino se llevaron los verdugos a dos mártires más, ya mayores de edad. El uno por haber convertido y bautizado a unos niños (San Matías Kurumba) y el otro por haber logrado que su esposa se hiciera cristiana (San Andrés Kawa). Ellos se unieron a los otros mártires (de los cuales 17 eran jóvenes mensajeros) y en total murieron en aquel año 26 mártires católicos por defender su fe y su castidad.
El cruel Katikiro fue fusilado y echado a los perros unos años después en una revolución. El reyezuelo Muanga fue derrotado por sus enemigos y desterrado a terminar sus años en una isla solitaria. Y los 26 mártires de Uganda, con Carlos Luanga a la cabeza, fueron declarados santos por el Papa Pablo VI, y ahora en Uganda hay un millón de católicos: "La sangre de los mártires, produce nuevos cristianos".
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Morando, Santo Monje, Junio 3
MonjeEn la aldea de Altkirch, en la región de Basilea, entre los helvecios, san Morando, monje, oriundo de Renania, que siendo presbítero peregrinó a Compostela y al regreso entró en el monasterio de Cluny, fundando más adelante el cenobio en el que terminó su santa vida (c. 1115). |
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Fuente: EWTN.com
Clotilde, Santa Reina de Francia, Junio 3
Reina de FranciaClotilde quiere decir: "la que lucha victoriosamente" (tild: luchar. Clot: victoria). |
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Fuente: www.ParroquiaSanJuanGrande.es
Juan Grande Román, Santo Religioso, Junio 3
Patrón de la Diocesis de Asidonia-Jerez |
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Fuente: Santopedia.com
Andrés Caccioli, Beato Franciscano, Junio 3
Primer Sacerdote de la Orden de los Hermanos MenoresAndrés Caccioli nació en Spello, Umbría, en 1194. Pronto abrazó la vida eclesiástica y llegó a ser sacerdote. |
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Fuente: Franciscanos.org
Diego Oddi, Beato Laico Franciscano, Junio 3
Hermano laico profeso de la Orden de Hermanos Menores. Se dedicó a la vida de piedad y al trabajo del campo hasta que entró en la casa retiro de Bellegra (Roma). Fue limosnero durante cuarenta años y, aunque no tenía estudios, edificó a las gentes con sus palabras germinadas en un corazón acostumbrado a dialogar con Dios. Lo beatificó Juan Pablo II el 3 de octubre de 1999. |
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Fuente: Santopedia.com
Kevin de Glendalough, Santo Abad, Junio 3
Glendalough (el Valle de Los Dos Lagos) es un valle estrecho, pintoresco y solitario, en el corazón de las Montañas de Wicklow. La fama de su escuela monástica se debe principalmente, a su fundador, San Kevin y a Laurence O´Tool, el último de los santos irlandeses canonizados. |
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Fuentes: IESVS.org; EWTN.com; hablarcondios.org, Catholic.net, misalpalm.com
Mensajes anteriores en: http://iesvs-org.blogspot.com/
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