martes, 6 de diciembre de 2016

[ † ] Miércoles de San José. 07/12/2016. San Ambrosio ¡ruega por nosotros!

JA

JMJ

Pax

Lectura del santo Evangelio según san Mateo (11, 28-30)

Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, Jesús dijo: "Vengan a mí, todos los que están fatigados y agobiados por la carga, y yo los aliviaré. Tomen mi yugo sobre ustedes y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontrarán descanso, porque mi yugo es suave y mi carga, ligera".

Palabra del Señor.

Gloria a ti, Señor Jesús.

Suplicamos tu oración: Esto es gratis pero cuesta. No sería posible sin tus oraciones: al menos un Avemaría de corazón por cada email que leas. Dios te salve María, llena eres de Gracia, el Señor es contigo; bendita tu eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús; Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén. ¡Recuérdanos en tus intenciones de Misa!

Aclaración: una relación muere sin comunicación y comunidad-comunión. Con Dios es igual: las "palabras de vida eterna" (Jn 6,68; Hc 7,37) son fuente de vida espiritual (Jn 6, 63), pero no basta charlar por teléfono (oración), es necesario visitarse, y la Misa permite ver a Jesús, que está tan presente en la Eucaristía, que Hostias han sangrado: www.therealpresence.org/eucharst/mir/span_mir.htm

Por leer la Palabra, no se debe dejar de ir a Misa, donde ofrecemos TODO (Dios) a Dios: al actualizarse el sacrificio de la Cruz, a) co-reparamos el daño que hacen nuestros pecados al Cuerpo de Cristo que incluye los Corazones de Jesús y de María, a Su Iglesia y nosotros mismos, b) adoramos, c) agradecemos y d) pedimos y obtenemos Gracias por nuestras necesidades y para la salvación del mundo entero… ¿Que pasa en CADA Misa? 5 minutos: http://www.youtube.com/watch?v=v82JVdXAUUs

Nota: es una película protestante, por eso falta LA MADRE.

El Misterio de la Misa en 2 minutos: https://www.youtube.com/watch?v=0QCx-5Aqyrk

El que no valora una obra de arte es porque necesita cultura: https://www.youtube.com/watch?v=mTKKaT-KaKw

Lo que no ven tus ojos (2 minutos): http://www.gloria.tv/media/y3hgYNp23xu

El Gran Milagro (película completa): http://www.gloria.tv/media/hYyhhps7cqX

Explicación: http://www.youtube.com/watch?v=eFObozxcTUg#!

San Leonardo, "El GRAN tesoro oculto de la Santa Misa": http://iteadjmj.com/LIBROSW/lpm1.doc

Audio (1/5): https://www.youtube.com/watch?v=2NjKuVnxH58

Si Jesús se apareciera, ¿no correríamos a verlo, tocarlo, adorarlo? Jesús está aquí y lo ignoramos. Jesús nos espera (Mc 14,22-24) en la Eucaristía: "si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros" (Jn 6,53; 1 Jn 5,12). La Misa es lo mínimo para salvarnos. Es como si un padre dijera "si no comes, te mueres, así que come al menos una vez por semana". Si comulgamos en estado de Gracia y con amor, nos hacemos uno (común-unión) con el Amor y renovamos la Nueva Alianza de Amor. Si faltamos a las bodas del Cordero (Ap.19,7-10) con su Iglesia (nosotros), sabiendo que rechazamos el Amor de Dios, que está derramando toda su Sangre por nuestros pecados personales, nos auto-condenamos a estar eternamente sin Amor: si una novia falta a su boda, es ella la que se aparta del amor del Novio para siempre, sabiendo que Él da la Vida por ella en el altar. ¿Qué pensaríamos si un cónyuge le dice al otro: "Te amo, pero no quiero verte todos los días, y menos los de descanso"? ¿Le ama realmente?

Faltar a Misa viola los principales mandamientos: el primero ("Amar a Dios sobre todas las cosas") y tercero ("Santificar las fiestas"). Por nuestro propio bien y evitar el infierno eterno, Dios sólo nos pide que nos regalemos 1 de las 168 horas de vida que Él nos regala cada semana: 0,6% ¡No seamos ingratos! Idolatramos aquello que preferimos a Él: los "dioses" son el descanso, entretenimiento, comida, trabajo, compañía, flojera. Prefieren baratijas al oro. Si en la Misa repartieran 1 millón de dólares a cada uno, ¿qué no harías para asistir? ¡Pues recibes infinitamente más! "Una misa vale más que todos los tesoros del mundo"… Por todo esto, es pecado mortal faltar sin causa grave a la Misa dominical y fiestas (Catecismo 2181; Mt 16, 18-19; Ex 20,8-10; Tb 1,6; Hch 20,7; 2 Ts 2,15).

Si rechazamos la Misa, ¿cómo vamos a decir "Padre Nuestro" si rechazamos volver a la Casa del Padre? ¿cómo decir "Santificado sea Tu Nombre", "Venga a nosotros Tu Reino", "Hágase Tu Voluntad", "Danos hoy nuestro pan supersubstancial de cada día" y "no nos dejes caer en la tentación más líbranos del malo", si todo eso lo obtenemos de la Misa?

Estamos en el mundo para ser felices para siempre, santos. Para lograr la santidad, la perfección del amor, es imprescindible la Misa y comunión, si es posible, diaria, como pide la Cátedra de Pedro, el representante de Cristo en la tierra (Canon 904). Antes de comulgar debemos confesar todos los pecados mortales: "quien come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propia condenación" (1 Cor 11,29; Rm 14,23). ¿Otros pecados mortales? no confesarse con el Sacerdote al menos una vez al año (CDC 989), no comulgar al menos en tiempo pascual (920), abortar (todos los métodos anticonceptivos no barrera son abortivos), promover el aborto (derecho a decidir, derechos (i)reproductivos, fecundación artificial), planificación natural sin causa grave, deseo o actividad sexual fuera del matrimonio por iglesia, privar de Misa a niños en uso de razón, borrachera, drogas, comer a reventar, envidia, calumnia, odio o deseo de venganza, ver pornografía, robo importante, chiste o burla de lo sagrado… ver más en http://www.iesvs.org/p/blog-page.html

Si no ponemos los medios para confesamos lo antes posible y nos sorprende la muerte sin arrepentirnos, nos auto-condenamos al infierno eterno (Catecismo 1033-41; Mt. 5,22; 10, 28; 13,41-50; 25, 31-46; Mc 9,43-48, etc.). Estos son pecados mortales objetivamente, pero subjetivamente, pueden ser menos graves, si hay atenuantes como la ignorancia. Pero ahora que lo sabes, ya no hay excusa (Jn 15,22).

 

 

Misal

 

Bendice al Señor, alma mía

Feria de Adviento: miércoles de la 2a. semana

Ya viene el Señor para salvar a su pueblo

Antífona de Entrada

Ven, Señor, y no tardes, ilumina los secretos de las tinieblas y manifiéstate a todas las naciones.

Oración Colecta

Oremos:

No permitas, Padre todopoderoso, que quienes esperamos la llegada consoladora de nuestro salvador desfallezcamos en la tarea, que tú nos has encomendado, de prepararnos a su venida.

Por nuestro Señor Jesucristo...

Amén.

 

Primera Lectura Lectura del libro del profeta Isaías (40, 25-31)

"¿Con quién me van a comparar, que pueda igualarse a mí?", dice el Dios de Israel. Alcen los ojos a lo alto y díganme quién ha creado todos aquellos astros. El es quien cuenta y despliega su ejército de estrellas y a cada una la llama por su nombre; tanta es su omnipotencia y tan grande su vigor, que ninguna de ellas desoye su llamado.

¿Por qué dices tú, Jacob, y lo repites tú, Israel: "Mi suerte se le oculta al Señor y mi causa no le preocupa a mi Dios"? ¿Es que no lo has oído? Desde siempre el Señor es Dios, creador aun de los últimos rincones de la tierra.

El no se cansa ni se fatiga y su inteligencia es insondable. El da vigor al fatigado y al que no tiene fuerzas, energía. Hasta los jóvenes se cansan y se rinden, los más valientes tropiezan y caen; pero aquellos que ponen su esperanza en el Señor, renuevan sus fuerzas; les nacen alas como de águila, corren y no se cansan, caminan y no se fatigan.

Palabra de Dios.

Te alabamos, Señor.

 

Salmo Responsorial Salmo 102

Bendice al Señor, alma mía.

Bendice al Señor, alma mía, que todo mi ser bendiga su santo nombre. Bendice al Señor, alma mía, y no te olvides de sus beneficios.

Bendice al Señor, alma mía.

El perdona tus pecados y cura tus enfermedades; él rescata tu vida del sepulcro y te colma de amor y de ternura.

Bendice al Señor, alma mía.

El Señor es compasivo y misericordioso, lento para enojarse y generoso para perdonar. No nos trata como merecen nuestras culpas, ni nos paga según nuestros pecados.

Bendice al Señor, alma mía.

 

Aclamación antes del Evangelio

Aleluya, aleluya.

Ya viene el Señor para salvar a su pueblo. Dichosos los que estén preparados para salir a su encuentro.

Aleluya.

 

Evangelio

Lectura del santo Evangelio según san Mateo (11, 28-30)

Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, Jesús dijo: "Vengan a mí, todos los que están fatigados y agobiados por la carga, y yo los aliviaré. Tomen mi yugo sobre ustedes y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontrarán descanso, porque mi yugo es suave y mi carga, ligera".

Palabra del Señor.

Gloria a ti, Señor Jesús.

 

Oración sobre las Ofrendas

Te pedimos, Señor, que este sacrificio, signo de nuestra total entrega a ti, te sea ofrecido siempre, para que realice la intención que tuviste al instituir este sacramento, y lleve a cabo plenamente en nosotros tu salvación.

Por Jesucristo, nuestro Señor.

Amén.

 

Prefacio de Adviento I

Las dos venidas de Cristo

El Señor esté con ustedes.

Y con tu espíritu.

Levantemos el corazón.

Lo tenemos levantado hacia el Señor.

Demos gracias al Señor, nuestro Dios.

Es justo y necesario.

En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno, por Cristo nuestro Señor.

El cual, al venir por vez primera en la humildad de nuestra carne, realizó el plan de redención trazado desde antiguo y nos abrió el camino de la salvación, para que cuando venga de nuevo, en la majestad de su gloria, revelando así la plenitud de su obra, podamos recibir los bienes prometidos que ahora, en vigilante espera, confiamos alcanzar.

Por eso, con los ángeles y los arcángeles y con todos los coros celestiales, cantamos sin cesar el himno de tu gloria:

Santo, Santo, Santo...

 

Antífona de la Comunión

He aquí que el Señor vendrá con gran poder e iluminará los ojos de sus siervos.

 

Oración después de la Comunión

Oremos:

Que esta Eucaristía nos purifique, Señor, de toda mancha y nos prepare así a celebrar dignamente la Navidad ya próxima.

Por Jesucristo, nuestro Señor.

Amén.

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Dia 7/12 San Ambrosio (obispo y doctor de la Iglesia, blanco)

Antífona de Entrada

El Señor lo eligió sumo sacerdote y derramó sobre él todos los bienes.

 

Oración Colecta

Oremos:
Señor y Dios nuestro: tú que hiciste al obispo san Ambrosio doctor esclarecido de la fe católica y ejemplo admirable de fortaleza apostólica; suscita en medio de tu pueblo hombres que, según tu voluntad, gobiernen a tu Iglesia con sabiduría y fortaleza.
Por nuestro Señor Jesucristo...
Amén.

 

Primera Lectura

Se me ha concedido la gracia de anunciar a los paganos la riqueza insondable, que es Cristo

Lectura de la carta el apóstol san Pablo a los Efesios 3, 8-12

Hermanos: A mí, el más insignificante de todos los fieles, se me ha dado la gracia de anunciar a los paganos la incalculable riqueza que hay en Cristo, y dar a conocer a todos cómo va cumpliéndose este designio de salvación, oculto desde el principio de los siglos en Dios, creador de todo.
El lo dispuso así, para que la multiforme sabiduría de Dios sea dada a conocer ahora, por medio de la Iglesia, a los espíritus celestiales, según el designio eterno realizado en Cristo Jesús, nuestro Señor, por quien podemos acercarnos libre y confiadamente a Dios, por medio de la fe en Cristo.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Salmo Responsorial

Del salmo 88

Proclamaré sin cesar la misericordia del Señor.

Cantaré eternamente del Señor las bondades y anunciará mi boca tu lealtad por todas las edades. Pues el Señor ha dicho: "Mi amor es un amor eterno y mi fidelidad, más firme que los cielos".
Proclamaré sin cesar la misericordia del Señor.

Una alianza pacté con mi elegido, a mi siervo David yo le he jurado: "Perpetuaré tu descendencia y afirmaré para siempre tu reinado".
Proclamaré sin cesar la misericordia del Señor.

Hallé a David, mi siervo, y lo he ungido con óleo sagrado a fin de que mi mano lo sostenga y lo revista de valor, mi brazo.
Proclamaré sin cesar la misericordia del Señor.

Su poder en mi nombre crecerá, mi amor y mi lealtad serán su escolta. El me podrá decir: "Tú eres mi Padre, mi Dios, mi roca salvadora".
Proclamaré sin cesar la misericordia del Señor.

Aclamación antes del Evangelio

Aleluya, aleluya.
Yo soy el buen pastor; dice el Señor; yo conozco a mis ovejas y ellas me conocen a mí.
Aleluya.

Evangelio

El buen pastor da la vida por sus ovejas

† Lectura del santo Evangelio según san Juan 10, 11-16

Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, Jesús dijo a los fariseos:
"Yo soy el buen pastor. El buen pastor da la vida por sus ovejas. En cambio, el asalariado, el que no es el pastor ni el dueño de las ovejas, cuando ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye; el lobo se arroja sobre ellas y las dispersa, porque a un asalariado no le importan las ovejas.
Yo soy el buen pastor, porque conozco a mis ovejas y ellas me conocen a mí, así como el Padre me conoce a mí y yo conozco al Padre. Yo doy la vida por mis ovejas. Tengo además otras ovejas que no son de este redil y es necesario que las traiga también a ellas; escucharán mi voz y habrá un solo rebaño y un solo pastor".
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

 

Oración sobre las Ofrendas

Recibe, Señor, las ofrendas que tu pueblo te presenta en la memoria de san Ambrosio; que ellas nos merezcan, como lo esperamos, el auxilio de tu misericordia.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.

 

Prefacio

Los santos pastores siguen presentes en la Iglesia

En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación, darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre Santo, Dios todopoderoso y eterno, por Cristo, Señor nuestro.
Porque permites que tu Iglesia se alegre hoy con la festividad de san Ambrosio, para animarnos con el ejemplo de su vida, instruirnos con su palabra y protegernos con su intercesión.
Por eso,
con los ángeles y los santos, te cantamos el himno de alabanza diciendo sin cesar:

Antífona de la Comunión

Nosotros predicamos a Cristo crucificado; fuerza de Dios y sabiduría de Dios.

 

Oración después de la Comunión

Oremos:
Reanimados con el pan del cielo, te rogamos, Señor, que, a imitación de san Ambrosio, permanezcamos en continua acción de gracias por los dones recibidos.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén

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Meditación diaria

 

Adviento. 2ª semana. Miércoles

EL CAMINO DE LA MANSEDUMBRE

— Jesús, modelo de mansedumbre que hemos de imitar.

— La mansedumbre se apoya en una gran fortaleza de espíritu.

— Frutos de la mansedumbre. Su necesidad para la convivencia y el apostolado.

I. El texto del profeta Isaías en la Primera lectura de la Misa1, como el Salmo responsorial2, nos invitan a contemplar la grandeza de Dios, frente a esa debilidad nuestra que conocemos por la experiencia de repetidas caídas. Y nos dicen que el Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en misericordia3, y quienes esperan en Él renuevan sus fuerzas, les nacen alas como de águila, corren sin cansarse, marchan sin fatigarse4.

El Mesías trae a la humanidad un yugo y una carga, pero ese yugo es llevadero porque es liberador y la carga no es pesada, porque Él lleva la parte más dura. Nunca nos agobia el Señor con sus preceptos y mandatos; al contrario, ellos nos hacen más libres y nos facilitan siempre la existencia. Venid a mí todos los fatigados y agobiados, y yo os aliviaré, nos dice Jesús en el Evangelio de la Misa. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas: porque mi yugo es suave y mi carga ligera5. Se propone a Sí mismo el Señor como modelo de mansedumbre y de humildad, virtudes y actitudes del corazón que irán siempre juntas.

Se dirige Jesús a aquellas gentes que le siguen, maltratadas y abatidas como ovejas sin pastor6, y se gana su confianza con la mansedumbre de su corazón, siempre acogedor y comprensivo.

La liturgia de Adviento nos propone a Cristo manso y humilde para que vayamos a Él con sencillez, y también para que procuremos imitarle como preparación de la Navidad. Solo así podremos comprender los sucesos de Belén; solo así podremos hacer que quienes caminan junto a nosotros nos acompañen hasta el Niño Dios.

A un corazón manso y humilde, como el de Cristo, se abren las almas de par en par. Allí, en su Corazón amabilísimo, encontraban refugio y descanso las multitudes; y también ahora se sienten fuertemente atraídas por Él, y en Él hallan la paz. El Señor nos ha dicho que aprendamos de Él. La fecundidad de todo apostolado estará siempre muy relacionada con esta virtud de la mansedumbre.

Si observamos de cerca a Jesús, le vemos paciente con los defectos de sus discípulos, y no tendrá inconveniente en repetir una y otra vez las mismas enseñanzas, explicándolas detalladamente, para que sus íntimos, lentos y distraídos, conozcan la doctrina de la salvación. No se impacienta con sus tosquedades y faltas de correspondencia. Verdaderamente, Jesús, "que es Maestro y Señor nuestro, manso y humilde de corazón, atrajo e invitó pacientemente a sus discípulos"7.

Imitar a Jesús en su mansedumbre es la medicina para nuestros enfados, impaciencias y faltas de cordialidad y de comprensión. Ese espíritu sereno y acogedor nacerá y crecerá en nosotros en la medida en que tengamos más presencia de Dios y consideremos con más frecuencia la vida de Nuestro Señor. "Ojalá fuera tal tu compostura y tu conversación, que todos pudieran decir al verte o al oírte hablar: este lee la vida de Jesucristo"8. Especialmente la contemplación de Jesús nos ayudará a no ser altivos y a no impacientarnos ante las contrariedades.

No cometamos el error de pensar que ese "mal carácter" nuestro, manifestado en ocasiones y circunstancias bien determinadas, depende de la forma de ser de quienes nos rodean. "La paz de nuestro espíritu no depende del buen carácter y benevolencia de los demás. Ese carácter bueno y esa benignidad de nuestros prójimos no están sometidos en modo alguno a nuestro poder y a nuestro arbitrio. Esto sería absurdo. La tranquilidad de nuestro corazón depende de nosotros mismos. El evitar los efectos ridículos de la ira debe estar en nosotros, y no supeditarlo a la manera de ser de los demás. El poder de superar nuestro mal carácter no ha de depender de la perfección ajena, sino de nuestra virtud"9.

La mansedumbre se ha de poner especialmente de manifiesto en aquellas circunstancias en las que la convivencia puede resultar más dificultosa.

II. La mansedumbre no es propia de los blandos ni de los amorfos; está apoyada, por el contrario, sobre una gran fortaleza de espíritu. El mismo ejercicio de esta virtud implica continuos actos de fortaleza. Así como los pobres son los verdaderamente ricos según el Evangelio, los mansos son los verdaderos fuertes. "Bienaventurados los mansos porque ellos, en la guerra de este mundo, están amparados contra el demonio y contra los golpes de las persecuciones del mundo. Son como vasos de vidrio recubiertos de paja o heno, que no se quiebran al recibir los golpes. La mansedumbre es como un escudo muy fuerte contra el que se estrellan y rompen los golpes de las agudas saetas de la ira. Van vestidos con vestidura de algodón muy suave que los defiende sin molestar a nadie"10.

La materia propia de esta virtud es la pasión de la ira, en sus muchas manifestaciones, a la que modera y rectifica de tal forma que no se enciende sino cuando sea necesario y en la medida en que lo sea.

Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón. Ante la majestad de Dios, que se ha hecho Niño en Belén, todo lo nuestro adquiere sus justas proporciones, y lo que podría convertirse en una gran contrariedad se queda en su exacta medida; la contemplación del nacimiento de Jesús nos sirve para avivar nuestra oración, extremar la caridad y no perder la paz. Junto a Él aprendemos a ser justos al valorar, en su presencia, los diversos incidentes de la vida ordinaria, a callar en otras ocasiones, a sonreír, a tratar bien a los demás, a esperar el momento oportuno para corregir una falta. También a salir en defensa de la verdad y de los intereses de Dios y de nuestros hermanos con toda la fuerza que sea necesaria. Porque a la mansedumbre, íntimamente relacionada con la humildad, no se opone una cólera santa ante la injusticia. No es mansedumbre lo que sirve de pabellón a la cobardía.

La ira es justa y santa cuando se guardan los derechos de los demás; de modo especial, la soberanía y la santidad de Dios. Vemos a Jesús santamente airado frente a los fariseos y los mercaderes del Templo11. Encuentra el Señor el Templo convertido en una cueva de ladrones, en un lugar falto de respeto, dedicado a otras cosas que nada tenían que ver con la adoración a Dios. El Señor se enfada terriblemente, y lo demuestra con sus palabras y sus hechos. Pocas escenas nos han dejado los Evangelistas con tanta fuerza como esta.

Y junto a la santa ira de Jesús con quienes prostituyen aquel santo lugar, su gran misericordia con los necesitados. Al mismo tiempo se acercaron a Él, en el Templo, varios ciegos y cojos, y los curó12.

III. La mansedumbre se opone a las estériles manifestaciones de violencia, que en el fondo son signos de debilidad (impaciencias, irritación, mal humor, odio, etcétera), a los desgastes inútiles de fuerzas por enfados que no tienen razón de ser, ni por su origen –muchas veces estriba este en pequeñeces, que podían haber pasado con una sonrisa o un silencio–, ni por sus resultados, porque nada arreglan.

De la falta de esta virtud provienen las explosiones de mal humor entre los esposos, que van corroyendo poco a poco el verdadero amor; se origina también la irascibilidad y sus funestas consecuencias en la educación de los hijos; la falta de paz en la oración, porque en vez de hablar con Dios se rumian agravios; en la conversación, la cólera debilita enseguida los argumentos más sólidos. El dominio de sí mismo –que forma parte de la verdadera mansedumbre– es el arma de los fuertes; nos contiene de hablar demasiado pronto, de decir palabras que hieren y que luego nos hubiera gustado no haber pronunciado nunca. La mansedumbre sabe esperar el momento oportuno y matiza los juicios, con lo que adquieren toda su fuerza.

La falta habitual de mansedumbre es fruto de la soberbia, y solo produce soledad y esterilidad a su alrededor. "Tu mal carácter, tus exabruptos, tus modales poco amables, tus actitudes carentes de afabilidad, tu rigidez (¡tan poco cristiana!), son la causa de que te encuentres solo, en la soledad del egoísta, del amargado, del eterno descontento, del resentido, y son también la causa de que a tu alrededor, en vez de amor, haya indiferencia, frialdad, resentimiento y desconfianza.

"Es necesario que con tu buen carácter, con tu comprensión y tu afabilidad, con la mansedumbre de Cristo amalgamada a tu vida, seas feliz y hagas felices a todos los que te rodean, a todos los que te encuentren en el camino de la vida"13.

Los mansos poseerán la tierra. Primero se poseerán a sí mismos, porque no serán esclavos de sus impaciencias y de su mal carácter; poseerán a Dios, porque su alma se halla siempre dispuesta para la oración, en un clima de continua presencia de Dios; poseerán a los que les rodean, porque un corazón así es el que gana amistad y cariño, imprescindibles en la convivencia diaria y en todo apostolado. A nuestro paso por el mundo hemos de dejar el buen aroma de Cristo14: nuestra sonrisa habitual, una calma serena, buen humor y alegría, caridad y comprensión.

Examinemos nuestra disposición al sacrificio necesario para hacer agradable la vida de los demás; si somos capaces de ceder el juicio propio, sin pretender tener siempre razón; si sabemos reprimir el genio y pasar por alto los roces de toda convivencia. Este tiempo de Adviento es buena ocasión para reforzar esta actitud del corazón. Lo conseguiremos si tratamos con más frecuencia a Jesús, a María y a José; si luchamos cada día por ser más comprensivos con quienes nos rodean; si procuramos sin descanso limar nuestras propias asperezas; si sabemos acudir al Sagrario para tratar con el Señor los asuntos que más nos preocupan.

1 Cfr. Is 40, 25-31. — 2 Sal 102, 1-2. 8. 10. — 3 Sal 102, 8. — 4 Is 40-31. — 5 Mt 11, 28-30. — 6 Mt 9, 36. — 7 Conc. Vat. II, Decl. Dignitatis humanae, 11. — 8 San Josemaría Escrivá, Camino, n. 2. — 9 Casiano, Constituciones, 8. — 10 F. de Osuna, Tercer abecedario espiritual, III, 4. — 11 Cfr. Jn 2, 13-17. — 12 Mt 21, 14. — 13 S. Canals, Ascética Meditada, pp. 72-73.— 14 Cfr. 2 Cor 2, 15.

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7 de diciembre. 8º Día de la Novena

PUERTA DEL CIELO

— A través de María encontramos siempre a Jesús.

— La intercesión de Nuestra Señora.

— La devoción a la Virgen, señal de predestinación.

I. Ave, maris stella, // Dei Mater alma, // atque semper Virgo, // felix caeli porta. Dios te salve, estrella del mar, // Madre santa de Dios, // y siempre Virgen, // dichosa puerta del Cielo1.

Ianua caeli, Puerta del Cielo, así la hemos invocado tantas veces en las letanías del Santo Rosario. Ella es la entrada y el acceso a Dios, es la Puerta oriental del Templo2 de la que habla el Profeta, porque por allí nos llegó Jesús, el Sol de justicia. Y es, a la vez, "la puerta dorada del Cielo por la que confiamos entrar algún día en el descanso de la eterna bienaventuranza"3. A través de María encontramos siempre a Jesús.

Los hombres han recorrido a veces mil caminos extraviados, buscando a Dios con nostalgia; han intentado llegar a Él a fuerza de brazos, de complicadas especulaciones, y han olvidado esta entrada sencilla que es María, "que nos conduce al interior del Cielo de la convivencia con Dios"4.

Se cuenta de fray León, un lego que acompañaba siempre a San Francisco de Asís, que después de morir el santo depositaba todos los días sobre su tumba hierbas y flores y meditaba sobre las verdades eternas. Un día se quedó dormido y tuvo una visión del día del Juicio. Vio que se abría una ventana en el Cielo y aparecía Jesús, el amable Juez, acompañado de San Francisco. Descolgaron una escala roja, que tenía los peldaños muy espaciados, de tal manera que era imposible subir por ella. Todos lo intentaron y poquísimos consiguieron subir. Al cabo de un tiempo, y como llegara de la tierra un gran clamor, se abrió otra ventana, en la que apareció de nuevo San Francisco, y la Virgen al lado de Jesús. Tiraron otra escala, pero esta era blanca y con los peldaños mucho más juntos. Y todos, con inmensa alegría, iban subiendo. Cuando alguno de ellos se sentía especialmente débil, Santa María le animaba llamándole por su nombre y enviando a alguno de los ángeles que la servían para que le echase una mano. Y así subieron uno tras otro5. No deja de ser una leyenda piadosa, que nos enseña una verdad esencial y consoladora, conocida desde siempre por el pueblo cristiano: con la Virgen es más fácil la santidad y la salvación. Sin la Virgen no solo se hace todo más difícil, sino que quizá se vuelve imposible, pues Dios mismo ha querido que fuera "la dispensadora de todos los tesoros que Jesús nos conquistó con su Sangre y su Muerte"6.

La Virgen no solo es la Puerta del Cielo Ianua caeli, sino una ayuda poderosísima para que lleguemos a él. Pues, "asunta a los cielos, no ha dejado esta misión salvadora, sino que con su múltiple intercesión continúa obteniéndonos los dones de la salvación eterna. Con su amor materno se cuida de los hermanos de su Hijo, que todavía peregrinan y se hallan en peligros y ansiedad hasta que sean conducidos a la Patria bienaventurada. Por este motivo, la Santísima Virgen es invocada en la Iglesia con los títulos de Abogada, Auxiliadora, Socorro, Mediadora"7.

Por voluntad divina, la Santísima Virgen es la Mediadora ante el Mediador, como enseña San Bernardo8, y subordinada a Él. Todas las gracias nos vienen de manos de María, de tal manera, afirman muchos teólogos, que Cristo no nos otorga nada sino a través de Nuestra Señora. Y Ella está siempre bien dispuesta a concedernos lo que le pidamos y nos ayude en nuestra salvación. No nos quedemos cortos durante esta Novena en la petición. Con motivo de la gran fiesta que estamos preparando, Ella otorga sus dones con largueza.

II. San Alfonso M.ª de Ligorio afirma que María es Puerta del Cielo porque, de la misma forma que toda gracia e indulto que otorga el Rey pasa por la puerta de su palacio, de igual modo ninguna gracia desciende del Cielo a la tierra sin pasar por las manos de María9.

Desde su vida terrena, aparece Nuestra Señora como la dispensadora de las gracias. Por Ella, Jesús santifica al Precursor, cuando visita a su pariente Isabel. En Caná, a instancias de María realizó Jesús su primer milagro, convirtiendo el agua en vino; allí también, por este milagro, sus discípulos creyeron en Él10. La Iglesia comienza su camino, a través de la historia de los hombres y de los pueblos, el día de Pentecostés, y "se sabe que al comienzo de este camino está presente María, que vemos en medio de los Apóstoles en el cenáculo "implorando con sus ruegos el don del Espíritu Santo""11.

Por la intercesión ante su Hijo, María nos alcanza y distribuye todas las gracias, con ruegos que no pueden quedar defraudados. Esta intercesión es aún mayor después de su Asunción al Cielo y de haber sido elevada en dignidad por encima de los ángeles y de los arcángeles. Ella nos distribuye el agua de la fuente, no toda de una vez afirma San Bernardo-, sino que hace caer la gracia gota a gota sobre nuestros corazones resecos, a unos más, a otros menos. De la fuente que brota del corazón del Padre, nos distribuye enseguida a nosotros todo cuanto somos capaces de recibir12. Ella conoce perfectamente nuestras necesidades y nos distribuye las gracias que necesitamos. Solo nuestra mala voluntad puede impedir que esas gracias lleguen al alma.

Por el conocimiento que tiene de las necesidades espirituales y materiales de cada uno de sus hijos, Nuestra Señora, llevada por su inmensa caridad, intercede constantemente por nosotros. Mucho más cuando se lo pedimos con insistencia, como hacemos estos días. Otras veces dejaremos en sus manos la solución de los problemas que nos agobian, con el claro convencimiento de que Ella sabe mejor que nosotros lo que nos conviene: "Madre mía... ya ves que necesito esto y aquello... que este amigo, este hermano, este hijo... están lejos de la Casa paterna...". En Ella se dan con toda plenitud las palabras de Jesús en el Evangelio: quien busca, encuentra: quien pide, recibe: al que llama, se le abrirá13. ¿Cómo nos va a dejar en la puerta cuando le pedimos que nos abra? ¿Cómo no nos va a socorrer si nos ve tan necesitados?

III. Ianua caeli, ora por eis... ora pro me.

El título de Puerta del Cielo le conviene a la Virgen por su íntima unión con su Hijo y por cierta participación en la plenitud de poder y de misericordia que deriva de Cristo, Nuestro Señor. Él es, por derecho propio y principal, el camino y la entrada a la gloria, ya que con su Pasión y Muerte nos abrió las puertas del Cielo, antes cerradas. A María la llamamos Puerta del Cielo porque, con su intercesión omnipotente, nos procura los auxilios necesarios para llegar al Cielo y entrar hasta el mismo trono de Dios14, donde nos espera nuestro Padre.

Además, ya que por esa puerta celestial nos llegó Jesús, vayamos a Ella para encontrarle, pues "María es siempre el camino que conduce a Cristo. Cada encuentro con Ella se resuelve necesariamente en un encuentro con Cristo mismo. ¿,Qué otra cosa significa el continuo recurso a María, sino un buscar entre sus brazos, en Ella y por Ella y con Ella, a Cristo, nuestro Salvador"15. Siempre, como los Magos en Belén, encontramos a Jesús con María, su Madre16. Por eso se ha dicho en tantas ocasiones que la devoción a la Virgen es señal de predestinación17. Ella cuida de que sus hijos acierten con la senda que lleva a la Casa del Padre. Y si alguna vez nos desviamos, utilizará sus recursos poderosos para que retornemos al buen camino, y nos dará su mano como las madres buenas para que no nos desviemos de nuevo. Y si hemos caído, nos levantará; y nos arreglará una vez más para que estemos presentables ante su Hijo.

La intercesión de la Virgen es mayor que la de todos los santos juntos, pues los demás santos nada obtienen sin Ella. La mediación de los santos depende de la de María, que es universal y siempre subordinada a la de su Hijo. Además, las gracias que nos obtiene la Virgen ya las ha merecido por su honda identificación con la Pasión y Muerte de Cristo. Con su ayuda entraremos en la Casa del Padre.

Con esos pequeños actos de amor que le estamos ofreciendo estos días, no podemos ni siquiera imaginar la lluvia de gracias que está derramando sobre cada uno de nosotros y sobre las personas que le encomendamos, y sobre toda la Iglesia. "Las madres no contabilizan los detalles de cariño que sus hijos les demuestran; no pesan ni miden con criterios mezquinos. Una pequeña muestra de amor la saborean como miel, y se vuelcan concediendo mucho más de lo que reciben. Si así reaccionan las madres buenas de la tierra, imaginaos lo que podremos esperar de Nuestra Madre Santa María"18. No nos separemos de su lado; no dejemos un solo día de acudir a su protección maternal.

1 Himno Ave, maris stella. — 2 Ez 44, 1. — 3 Benedicto XIV, Bula Gloriosae Dominae, 27-IX-1748. — 4 F. M. Moscher, Rose mística, p. 240. — 5 Cfr. Vita fratris Leonis, en Analecta Franciscana, III, I. — 6 San Pío X. Enc. Ad diem illum. 2-II-1904. — 7 Conc. Vat. II. Const. Lumen gentium, 62. — 8 San Bernardo, Sermón sobre las doce prerrogativas de la B. Virgen María, en Suma Aurea, VI, 996. — 9 San Alfonso María de Ligorio, Las glorias de María, 1, 5, 7. — 10 Cfr. Jn 2, 11. — 11 Juan Pablo II, Enc. Redemptoris Mater, 25-III-1987, n. 26. — 12 Cfr. San Bernardo, Homilía en la Natividad de la B. Virgen María, 3, 5. — 13 Mt 7, 8. — 14 Cfr. Card. I. Gomá, María Santísima, vol. II, pp. 162-163. — 15 Pablo VI, Enc. Mense Maio, 29-IV-1965. — 16 Cfr. Mt 2, 11. — 17 Cfr. Pío XII, Enc, Mediator Dei, 20-II-1947. — 18 San Josemaría escrivá, Amigos de Dios, 280.

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Santoral               (si GoogleGroups corta el texto, lo encontrará en www.iesvs.org)

 

San Ambrosio
Arzobispo de Milán
  Año 397

San Ambrosio: que así como tu palacio de Arzobispo estaba
siempre abierto para que entraran todos los necesitados de
ayudas materiales o espirituales, que así también cada
uno de nosotros estemos siempre disponibles para hacer
todo el mayor bien posible a los demás.

Ambrosio significa "Inmortal".

Este santo es uno de los más famosos doctores que la Iglesia de occidente tuvo en la antigüedad (junto con San Agustín, San Jerónimo y San León).

Nació en Tréveris (sur de Alemania) en el año 340. Su padre que era romano y gobernador del sur de Francia, murió cuando Ambrosio era todavía muy niño, y la madre volvió a Roma y se dedicó a darle al hijo la más exquisita educación moral, intelectual, artística y religiosa. El joven aprendió griego, llegó a ser un buen poeta, se especializó en hablar muy bien en público y se dedicó a la abogacía.

Las defensas que hacía de los inocentes ante las autoridades romanas eran tan brillantes, que el alcalde de Roma lo nombró su secretario y ayudante principal. Y cuando apenas tenía 30 años fue nombrado gobernador de todo el norte de Italia, con residencia en Milán. Cuando su formador en Roma lo despidió para que fuera a posesionarse de su alto cargo dijo: "Trate de gobernar más como un obispo que como un gobernador". Y así lo hizo.

En la gran ciudad de Milán, Ambrosio se ganó muy pronto la simpatía del pueblo. Más que un gobernante era un padre para todos, y no negaba un favor cuando en sus manos estaba el poder hacerlo. Y sucedió que murió el Arzobispo de Milán, y cuando se trató de nombrarle sucesor, el pueblo se dividió en dos bandos, unos por un candidato y otros por el otro. Ambrosio temeroso de que pudiera resultar un tumulto y producirse violencia se fue a la catedral donde estaban reunidos y empezó a recomendarles que procedieran con calma y en paz. Y de pronto una voz entre el pueblo gritó: "Ambrosio obispo, Ambrosio obispo". Inmediatamente todo aquel gentío empezó a gritar lo mismo: "Ambrosio obispo". Los demás obispos que estaban allí reunidos y también los sacerdotes lo aclamaron como nuevo obispo de la ciudad. Él se negaba a aceptar (pues no era ni siquiera sacerdote), pero se hicieron memoriales y el emperador mandó un decreto diciendo que Ambrosio debía aceptar ese cargo.

Desde entonces no piensa sino en instruirse lo más posible para llegar a ser un excelente obispo. Se dedica por horas y días a estudiar la S. Biblia, hasta llegar a comprenderla maravillosamente. Lee los escritos de los más sabios escritores religiosos, especialmente San Basilio y San Gregorio Nacianceno, y una vez ordenado sacerdote y consagrado obispo, empieza su gran tarea: instruir al pueblo en su religión.

Sus sermones comienzan a volverse muy populares. Entre sus oyentes hay uno que no le pierde palabra: es San Agustín (que todavía no se ha convertido). Éste se queda profundamente impresionado por la personalidad venerable y tan amable que tiene el obispo Ambrosio. Y al fin se hace bautizar por él y empieza una vida santa.

Nuestro santo era prácticamente el único que se atrevía a oponerse a los altos gobernantes cuando estos cometían injusticias. Escribía al emperador y a las altas autoridades corrigiéndoles sus errores. El emperador Valentino le decía en una carta: "Nos agrada la valentía con que sabe decirnos las cosas. No deje de corregirnos, sus palabras nos hacen mucho bien". Cuando la emperatriz quiso quitarles un templo a los católicos para dárselo a los herejes, Ambrosio se encerró con todo el pueblo en la iglesia, y no dejó entrar allí a los invasores oficiales.

El emperador de ese tiempo era Teodosio, un creyente católico, gran guerrero, pero que se dejaba llevar por sus arrebatos de cólera. Un día los habitantes de la ciudad de Tesalónica mataron a un empleado del emperador, y éste envió a su ejército y mató a siete mil personas. Esta noticia conmovió a todos. San Ambrosio se apresuró a escribirle una fuerte carta al mandatario diciéndole: "Eres humano y te has dejado vencer por la tentación. Ahora tienes que hacer penitencia por este gran pecado". El emperador le escribió diciéndole: "Dios perdonó a David; luego a mí también me perdonará". Y nuestro santo le contestó: "Ya que has imitado a David en cometer un gran pecado, imítalo ahora haciendo una gran penitencia, como la que hizo él".

Teodosio aceptó. Pidió perdón. Hizo grandes penitencias, y en el día de Navidad del año 390, San Ambrosio lo recibió en la puerta de la Catedral de Milán, como pecador arrepentido. Después ese gran general murió en brazos de nuestro santo, el cual en su oración fúnebre exclamó: "siendo la primera autoridad civil y militar, aceptó hacer penitencia como cualquier otro pecador, y lloró su falta toda la vida. No se avergonzó de pedir perdón a Dios y a la Santa Iglesia, y seguramente que ha conseguido el perdón".

San Ambrosio componía hermosos cantos y los enseñaba al pueblo. Cuando tuvo que estarse encerrado con todos sus fieles durante toda una semana en un templo para no dejar que se lo regalaran a los herejes, aprovechó esas largas horas para enseñarles muchas canciones religiosas compuestas por él mismo. Después los herejes lo acusaban de que les quitaba toda la clientela de sus iglesias, porque con sus bellos cantos se los llevaba a todos para la catedral de Milán. Sabía ejercitar su arte para conseguirle más amigos a Dios.

Este gran sabio compuso muy bellos libros explicando la S. Biblia, y aconsejando métodos prácticos para progresar en la santidad. Especialmente famoso se hizo un tratado que compuso acerca de la virginidad y de la pureza. Las mamás tenían miedo de que sus hijas charlaran con este gran santo porque las convencía de que era mejor conservarse vírgenes y dedicarse a la vida religiosa (Él exclamaba: "en toda mi vida nunca he visto que un hombre haya tenido que quedarse soltero porque no encontró una mujer con la cual casarse"). Pero además de su sabiduría para escribir, tenía el don de poner las paces entre los enemistados. Así que muchísimas veces lo llamaron del alto gobierno para que les sirviera como embajador para obtener la paz con los que deseaban la guerra, y conseguía muy provechosos armisticios o tratados de paz.

El viernes santo del año 397, a la edad de 57 años, murió plácidamente exclamando: "He tratado de vivir de tal manera que no tenga que sentir miedo al presentarme ante el Divino Juez" (San Agustín decía que le parecía admirable esta exclamación).

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María Josefa Rossello, Santa Fundadora, 7 Dicembre  

María Josefa Rossello, Santa

Fundadora

 

Etimológicamente significa "princesa de las aguas", en lengua siria; "espejo", en lengua hebrea.

Si fuera posible sondear nuestro corazón humano, la sorpresa sería descubrir, fugaz o estable, la espera de una invisible presencia. El creyente es consciente de que está presencia la tiene asegurada en Cristo resucitado.

Esta joven vino al mundo en el año 1811 y murió en la ciudad en que nació, Savona, en el 1880.
Desde pequeña se distinguió por su piedad y su gran devoción. Muy pronto, iluminada por el Señor, soñaba con entregarse a él en la Tercera Orden Franciscana.

Unos nobles quisieron adoptarla como hija, pero ella lo rechazó sin la menor duda.

Cuando quiso entrar en el instituto religioso, tenía fe en que así sucedería a pesar de que no tenía dote (dinero o bienes que había que aportar al convento).

Cuando el obispo se dio cuenta de que no tenía lo necesario para entrar, le dijo que se ocupara de la juventud pobre. María, siempre dispuesta a hacer la voluntad de Dios, fundó con él las "Hijas de Nuestra Señora de la Misericordia."

La sorpresa acudía a su alma cada vez que emprendía nuevas actividades. Sí, porque poco tiempo después, sus hijas religiosas se dedicaron a tratar y educar a los esclavos negros.

Sintiendo en las profundidades de su alma el celo por el amor a Dios y al prójimo, abrió casas para la reeducación de las chicas pobres y un seminario para los jóvenes que querían ser sacerdotes pero no podían entrar en el centro por falta de medios económicos.

Ella, por su parte, vivía centrada en Dios y los asuntos evangélicos. Era muy desprendida.
Solía repetir:" Si no somos generosos con Dios, él no lo será con nosotros. Sólo se responde al amor con el amor".

O esta otra declaración suya que señala su punto de intimidad con Dios:"Haz lo que puedas. Dios hará el resto".

Hoy, millares de hermanas de su instituto trabajan por todo el mundo.

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Antonio de Siya, Santo Abad, 7 de diciembre  

Diciembre 7

 

Etimológicamente significa " florido, inestimable" Viene de la lengua griega.

Dice el Salmo: "Te busco de todo corazón, Señor; en mi corazón escondo tus consignas, para no pecar contra ti".

Nació en Archangelsk. La vida de trabajo aquí era muy mala. Por eso tuvo que irse a encontrarlo a Novgorod.

Se puso al servicio de un señor mercader altamente rico. Estaba tan contento con su rendimiento, amabilidad y madurez que incluso le permitió contraer matrimonio con su hija.

Por desgracia, la mujer murió y se quedó viudo siendo todavía muy joven.

Desde entonces sólo le daba vueltas en la cabeza a una cosa: hacerse monje en un monasterio.

Y, una vez que se lo hubo pensado en serio, se encaminó al de Kensk.

Al cabo de unos años, lo dejó para irse a vivir la soledad del bosque cercano al Mar Blanco.

Se cuenta que comía solamente champiñones y frutos silvestres.

Pero cuando la soledad va cargada de santidad y de un corazón que busca ardientemente al Señor, pronto llegó la gente a conocer la virtud de este santo eremita.

Tenía muchas visitas de personas de los alrededores. Su fama se extendía cada día más y más. Incluso el príncipe de Moscú, al enterarse de su existencia y obras buenas que hacía con quien le visitaba, y que ya tenía hasta discípulos, mandó que le construyeran un monasterio.

El abad Antonio los dirigió con tanto amor y entrega a la oración y ala penitencia que todos estaban felices con él.

Bueno todos, no.

Era él mismo el que deseaba volver de nuevo a su amada soledad. Recapacitando en su interior, se decidió por volver de nuevo a la comunidad que lo pedía con insistencia.

Murió el año 1556.

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Fuente: ar.geocities.com/misa_tridentina04
Fara o Burgundófora, Santa Abadesa y Virgen, 7 Diciembre  

Fara o Burgundófora, Santa

Santa Fara nació en la ciudad de Pipimisicum (hoy Poincy, cerca de Meaux). Sus padres eran el conde Cagnerico y Leodegonda. Tuvo dos hermanos santos: Cagnoaldo, monje en Luxeuil, y Farone, Obispode Meaux.

De pequeña fue bendecida y dedicada a Dios por San Colombano quien, exiliado de Luxeuil, había recibido la hospitalidad de los padres de la santa.

Ya adulta, su padre, indiferente a la promesa hecha al santo, resolvió casarla. La joven acudió en busca de ayuda a Eustasio, sucesor de Colombano en la dirección del monasterio de Luxeuil, quien recomendó a Cagnerico que dejara a su hija libre para consagrarse a Dios.

El padre prometió hacerlo, pero no mantuvo su promesa. La Santa entonces, viendo que nuevamente se empezaba a hablar de casamiento, abandonó la casa paterna y se refugió en la de una fiel amiga, cerca de la iglesia de San Pedro. Descubierta, le ruegan que vuelva a la casa paterna, amenazándola de muerte si no lo hace. Informado Eustasio de lo que estaba ocurriendo, interviene, y reprimiendo severamente a Cagnerico, impone el velo a la joven.

Más tarde, Fara recibió en herencia de su padre un terreno en donde fundó el monasterio de Evoriacum (Faremoutiers), del que fue abadesa durante cuarenta años. El convento pronto se convirtió en centro de ferviente vida espiritual: primero adoptaron la regla de San Colombano, y luego la benedictina.

Santa Fara murió alrededor de el año 675. Es invocada especialmente contra los males de los ojos.

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Fuente: Cpalsj.org
Carlos Garnier, Santo Mártir, 7 Diciembre  

Carlos Garnier, Santo

Este santo es muy querido en la Compañía de Jesús. Desde muy joven se entregó con gran generosidad al llamado de Dios. Siempre fue un hombre feliz. En su vida no parece haber una sombra de tristeza. La consolación espiritual lo acompaña en todas las etapas.

Nacimiento y patria

Carlos Garnier nace el 25 de mayo de 1606, en la ciudad de París. Sus padres tienen grandes medios económicos. Son católicos fervorosos y se preocupan por la buena formación de los hijos. La prudencia del padre y la devoción de la madre fueron su mejor escuela.

De esa familia, tan religiosa, salieron cuatro hombres consagrados: Carlos para la Compañía, Enrique para los Carmelitas, José para los Capuchinos y Antonio para el clero diocesano.

En el Colegio de los jesuitas

Cuando llega la edad de empezar los estudios secundarios, Carlos es matriculado en el Colegio de Clermont de la Compañía de Jesús, el más importante de Francia. Es bien acogido. Se siente a gusto y pronto se distingue en todo. Tiene facilidad para los estudios, y con agrado ingresa a la Congregación Mariana de los alumnos mayores (hoy, Comunidades de Vida cristiana, CVX).

Su padre es generoso con el dinero. Carlos recibe siempre una buena cantidad para sus gastos personales. Pero el muchacho gasta solamente lo indispensable. El resto, todos los meses, va a parar a la alcancía que los jesuitas han destinado para la ayuda de los presos de la cárcel.

Un día pasea por el Puente Nuevo. En los escaparates hay algunos libros inconvenientes. Los compra todos y los destruye. Cuando le preguntan, dice con natural simpatía: "Alguno podría comprarlos y al leerlos podría, tal vez, ofender a Dios".

El ingreso a la Compañía

Sin dudar, como algo muy natural, decide a los 18 años ingresar a la Compañía de Jesús.

Su padre siente tristeza cuando el buen hijo decide partir. Sufre en silencio. Se sobrepone y, con entereza, lo acompaña hasta el Noviciado, el 5 de septiembre de 1624.

Las palabras del señor Garnier al Superior le muestran a Carlos el temple de su padre: "Estoy tranquilo. Si yo no quisiera a la Compañía no daría a mi hijo. Desde que nació jamás ha desobedecido, jamás ha dado la menor molestia".

En el Noviciado, Carlos se entrega como él sabe hacerlo, como es su costumbre. No parece sentir la menor molestia. La vida religiosa le es agradable. Con suavidad, se acomoda a todo hasta en los pequeños detalles.

Sus compañeros de noviciado pasan a ser, ahora, sus mejores amigos. A algunos los conoce desde el Colegio. Pedro Chastellain es su compañero de ingreso, desde el primer día. La amistad va a continuar en las misiones del Canadá. Francisco José Le Mercier será también su compañero en la misión. En una carta a su hermano Enrique, el carmelita, le escribe: "Cuando ruegues por mí, ruega también por Pedro, mi mejor amigo".

La formación tradicional

Carlos con alegría y paz, sin sobresaltos, continúa la formación que dan los jesuitas a los ingresados para el sacerdocio.

Los votos de pobreza, castidad y obediencia los hace el 6 de septiembre de 1626, en la casa del Noviciado. Para él es un día de plena felicidad.

De inmediato, es destinado al Colegio de Clermont para hacer los estudios de filosofía. ¿Qué pasa? Todo parece resultarle fácil. Ni siquiera se imagina que puedan venir dificultades.

En octubre de 1629, está en el Colegio de Eu, en la Normandía francesa. Es la experiencia del magisterio. Debe enseñar literatura. Las dificultades tampoco se presentan en esta etapa. Tiene cualidades y mucho ánimo. Con gusto se entrega a sus alumnos. Él siente que el Señor le allana los caminos.

El primer contacto con Juan de Brébeuf

En el Colegio de Eu se encuentra con un gigante. Es el P. Juan de Brébeuf, el fundador de la misión de los hurones, quien ha debido volver a Francia al ser expulsado por los ingleses después de la caída de Quebec.

Las conversaciones con Brébeuf son interminables. Con él sigue las peripecias por el gran río San Lorenzo. Parece ir por los bosques y las nieves sin fin. Conoce las costumbres, las supersticiones y las guerras de las tribus. Comparte con Juan el anhelo de convertir a esos pueblos tan abandonados. El deseo por la misión empieza a anidar en el corazón de Carlos.

La ordenación sacerdotal

Los estudios de teología los hace también en el Colegio de Clermont. El caminar en la Compañía lo hace dichoso. Ahí madura su vocación a las misiones del Canadá. La preparación al sacerdocio y a la misión, para él, corren paralelas.

La ordenación sacerdotal la recibe en París, al terminar su tercer año de teología. Es una gracia que Carlos recibe con honda gratitud. Considera como un regalo de Dios el poder asistir al año siguiente, en ese mismo altar, a la ordenación del P. Isaac Jogues, otro de sus amigos que quiere ser misionero como él.

Carlos Garnier es destinado al Canadá al terminar la teología. Él lo ha pedido con insistencia. Los Superiores lo conocen bien. Saben que la misión es dura, pero él tiene el corazón firme y una virtud muy bien probada. Le ponen, eso sí, una condición: hablar con su padre y obtener su aprobación y bendición.

La Misión del Canadá

Al señor Garnier le resulta muy difícil bendecir, por esta separación, al hijo tan querido. Ha sido muy dura la separación cuando se hizo jesuita, pero esta segunda es extremadamente dolorosa.

Carlos respeta, siente el cariño del padre. Pero ante Dios insiste con mucha fuerza. Un año dura el combate. Al fin obtiene lo que quiere.

El 8 de abril de 1636 sale la flota desde el puerto de Dieppe. Él va feliz. Su amigo, el P. Isaac Jogues, viaja en la misma nave. Juntos comienzan la conquista del nuevo mundo.

La travesía resulta fácil, sin tormentas. Con Isaac tiene el consuelo de decir la misa casi diariamente. Fueron dos meses. Una carta a su padre encierra sus sentimientos:

"El viaje podría haber sido duro, pero el capitán lo hizo fácil. En estos dos meses, solamente, doce días no pudimos celebrar Misa. Nuestra capilla era la cabina del capitán. Una parte de la tripulación asistía a la primera misa, la otra a la segunda. A la elevación se disparaban los mosquetes. En los domingos truena la artillería. El capitán y muchos otros comulgan. Enseñamos catecismo y leímos a todos las vidas de los santos".

Su corazón va lleno de alegría. El agradecimiento a Dios es grande. No sólo porque él va en viaje a la misión, sino también porque sabe que en otra de las ocho naves de la flota va también su amigo el P. Pedro Chastellain.

A la Misión de los hurones

El 1 de julio de 1636, recibe el encargo de dirigirse a Trois Rivières. Desde allí deberá salir hacia los hurones. Su compañero de misión es el P. Pedro Chastellain, su gran amigo. Ambos tienen la misma edad, 29 años. Juntos han ingresado a la Compañía de Jesús y juntos van a la misión que tanto han deseado. Carlos se siente como un preferido de Dios.

El viaje resulta también sin mayores tropiezos. Los hurones se muestran buenos y los tratan con cariño. Pedro y Carlos parecen encantados. Cada uno va en canoa distinta. A Carlos los hurones lo empiezan a llamar Uracha.

Escribe Carlos, el 8 de agosto: "Dios sea bendito. Ayer llegamos a Nipissirinien, sanos y salvos. El Señor se portó bien conmigo. No he remado en demasía. No he cargado sino mi propio equipaje. Solamente, por dos o tres días, debí cargar el equipaje de un hurón enfermo. A la isla llegamos en la vigilia de San Ignacio. Compramos grano. No encontramos enemigos, ni peligros".

El 13 de agosto, llega a Ihonatiria. El P. Chastellain está ahí desde el día anterior. El Superior es su amigo el P. Juan de Brébeuf, el más cariñoso de los padres. En la capilla de troncos agradece al Señor. Después, en la cabaña de paja comparte con los amigos. Todos cantan, y comen la pobre comida de los indios hurones.

Las terribles epidemias

La alegría no puede ser eterna. Unos días después de la llegada del P. Isaac Jogues, la peste irrumpe en la misión. Los jesuitas también caen. Carlos interrumpe los Ejercicios espirituales, que ha comenzado, y se entrega al cuidado de sus hermanos. Acompaña al gigante Brébeuf, pero pronto también lo derriba la fiebre. Fue duro el recibimiento de la misión tanto tiempo apetecida.

Los primeros apostolados

Una vez restablecido, el P. Juan de Brébeuf lo destina a hacer los primeros recorridos por las aldeas huronas. El 4 de diciembre, Carlos está en Ossossané, el 14 en Anenatea, para ayudar a una muchacha moribunda. Este viaje lo hace con su amigo el P. Francisco José Le Mercier.

Asiste a la fiesta que dan los hurones por su niña enferma, después a la danza de la muerte. Con los hurones canta y danza golpeando las ramas. Contempla con pena cómo colocan cenizas ardientes en las manos de la enferma. Terminada la fiesta, Carlos bautiza a la niña.

Un tiempo después, es destinado a iniciar la misión de Ossossané. Su trabajo es visitar, enseñar catecismo y practicar la amistad. No le parece difícil. Con agrado nota que el idioma de los hurones empieza pronto a perder sus secretos. Cada día lo habla con más soltura.

A Uracha los hurones no le tienen miedo. Lo dejan entrar a sus cabañas y bendecir a los niños. Uracha es incansable, cariñoso y un buen amigo.

Cuando los hurones abandonan a sus parientes moribundos, incapaces de soportar ellos mismos el hedor de la peste y el terrible temor a la muerte, ahí está Uracha. Con caridad, Carlos logra acercarse. Los lava, los acaricia, los alimenta y a los que van a partir los bautiza. Después llora con sus amigos los hurones.

En una carta a su padre, de 1637, manifiesta su temple:

"Estamos en las manos de Dios. El cuida de nosotros. Por supuesto, tenemos dificultades, pero somos felices. Te cuento, en Ossossané tenemos una fortaleza mejor que la Bastilla. Aquí, no hay cañones españoles que puedan asustar como en París. Estamos en paz. Nuestra defensa es de madera, palos de diez y doce pies. Tenemos una torre en un ángulo de la empalizada y estamos construyendo otras dos para asegurar los caminos de acceso.

¿Te acuerdas de mi fastidio por los estudios de medicina? Ahora ésta es una de mis principales ocupaciones. Preparo cataplasmas y suministro polvos. No te preocupes por mi salud. Nunca me he sentido mejor. Si tus amigos en Francia vivieran como yo, sé que estarían libres de muchas enfermedades.

Respecto al idioma, hago progresos. Anoto todas las palabras que escucho. Es cierto, no tengo mucho tiempo para escribir porque dedico casi todo el tiempo, desde la mañana hasta la noche, a predicar, a visitar a los enfermos, a recibir a los hurones en mi tienda".

Sobre los gustos artísticos de los pieles rojas escribe en una carta a su hermano Enrique, el carmelita:

"Necesito una pintura de Jesucristo, pero que no tenga barba. Si no es posible, que tenga muy poca, como si tuviera dieciocho años. La figura sobre la cruz debe ser muy clara, sin nadie al lado, para no distraer la atención. Sobre la cabeza de la Virgen María, haz poner una corona y un cetro en las manos, que el Niño esté en las rodillas. Esto ayuda a la imaginación de los hurones. No debes poner ninguna aureola, cámbiala por un sombrero. Los rayos pueden prestarse a equívocos, las cabezas deben estar siempre cubiertas.

Mándame un cuadro sobre la resurrección del último día, pero haz que las almas de los bienaventurados aparezcan extraordinariamente felices. Cuando representes el Juicio final, preocúpate de no confundir. Los muertos resucitados deben estar fuera de sus tumbas y, si se puede, iluminados. Las caras no deben pintarse de perfil, sino de frente y con los ojos muy grandes. Los cuerpos no deben estar completamente vestidos, por lo menos una parte debe estar desnuda. Los cabellos no deben ser rizados. Ninguna cabeza puede ser calva. Nadie debe usar barba. Nuestro Señor y Nuestra Señora deben ser muy blancos. Sus vestidos deben tener colores vivos: rosado, azul, escarlata; nunca verde ni café. Los santos que descienden del cielo deben ser blancos, como la nieve, con ornamentos relucientes, con una cara llena de risa y felicidad. Los condenados deben estar pintados de color negro y asados al fuego. Pon algunas llamas encima y dentro de la cabeza. Los ojos deben ser como brasas. La boca que esté abierta y de ella debe salir fuego, también de la nariz y de las orejas. Toda la cara debe aparecer atormentada, llena de arrugas. Las manos, los pies y los costados deben tener cadenas de fierro. Pon un terrible dragón, que se retuerza alrededor de las víctimas, y les muerda las orejas. Recuerda que las escamas de la bestia deben ser horribles, jamás de color azul. A cada lado de un condenado, pon dos demonios que lo torturen con arpones de fierro y un tercero que lo tire de los cabellos".

La Misión entre los petuns

Después de establecer la Residencia central de Santa María para la misión de los hurones, el nuevo Superior, el P. Pablo Raguenau, destinó a los Padres Isaac Jogues y Carlos Garnier a la región habitada por los petuns o tribu del Tabaco. Ambos deben iniciar allí un nuevo campo de evangelización.

El territorio de la nueva misión dista, hacia el occidente, a unas doce a quince leguas de la región de los hurones. El nombre de la tribu se debe a las grandes plantaciones de tabaco.

Los dos misioneros parten en noviembre de 1639. Para Carlos es un desafío que lo llena de alegría. El camino es duro en el invierno, tanto que ningún hurón acepta acompañarlos.

Se pierden en el bosque, los senderos han sido borrados por la nieve. Con hambre llegan a la primera aldea. Ellos la bautizan con el nombre de los Apóstoles Pedro y Pablo.

El recibimiento es muy duro. Nadie se atreve a darles hospitalidad. Las mujeres huyen espantadas a esconderse en las tiendas. Los muchachos siguen a sus madres dando gritos. Todos piensan que los carapálidas traen enfermedad y hambre. ¿Qué otra cosa pueden pensar al verlos arrodillados? Sin duda están preparando los maleficios.

Cada dos días deben seguir a otra aldea. Nadie desea tenerlos más tiempo. Isaac y Carlos no desmayan. Como les permiten vivir, ellos pueden continuar recorriendo los pueblos. No se quejan. Sólo están agradecidos.

Fueron tres meses muy duros. Al fin, regresan a Santa María con la cara llena de risa. No han logrado casi nada, pero están contentos porque piensan en el futuro.

El misionero insistente

Ocho meses después, Carlos Garnier regresa a la tribu de los hombres del tabaco. Esta vez, él es el Superior. Su compañero es el P. Pijart. Sabe que será mal recibido, pero tiene la decisión de quedarse entre ellos.

Al llegar a la aldea de los Apóstoles Pedro y Pablo, convoca a los jefes. Les habla con dulzura, distribuye regalos y solicita quedarse. Es escuchado sin interrupción. Cuando termina, uno de los sachems le responde:

"No queremos tus regalos. Deja pronto nuestro país si no quieres sufrir las consecuencias".

Pero Carlos, a pesar de la amenaza, decide quedarse.

Son otros meses de trabajo difícil y peligroso. Carlos sabe lo que busca y no desmaya. En dos ocasiones está a punto de morir, pero Dios parece liberarlo. "Nosotros te arrancaremos de la tierra, raíz venenosa".

La profesión solemne

En 1642, Carlos queda encargado de la misión de San José, en la aldea hurona de Teanaustayé. Esta es la época de la cosecha para Carlos Garnier. Domina el idioma, quiere profundamente a los hurones, sabe su oficio. A los pocos meses recoge a manos llenas.

"En un mes o dos han progresado en el conocimiento y en el amor de Dios, más de lo que yo hubiera esperado con un trabajo de uno o dos años".

La alegría de Carlos se interrumpe con la noticia terrible de la prisión de sus amigos Isaac Jogues y René Goupil en manos de los iroqueses. El martirio de René lo llora junto a sus hermanos. La oración, entonces, la dirige por la preservación de Isaac.

El día 30 de agosto de 1643, en la capilla de la misión de Santa María, Carlos hace su profesión solemne de cuatro votos en manos del Superior del Canadá, el P. Jerónimo Lalement. Carlos agradece a Dios la incorporación definitiva a esa Compañía de Jesús que tanto ama.

El sufrimiento de un gran amigo

En el mes de agosto de 1644, Carlos Garnier recibe las más increíbles noticias de sus hermanos jesuitas. Isaac Jogues, su entrañable amigo, ha regresado al Canadá. Sano y salvo. Ha sido torturado por los iroqueses. Ha podido huir gracias a la ayuda de los holandeses. Estuvo en Francia y ha regresado. ¡Cómo quisiera volar a su lado para abrazarlo! Con muchas lágrimas de consuelo, agradece a Dios por la vida del amigo. Pero la obediencia y los trabajos lo obligan a permanecer en Teanaustayé.

Los detalles de la odisea de Isaac los va sabiendo, uno tras otro. Ya conocía el hecho de la prisión, en manos iroquesas, el triste día del 30 de junio de 1642. Por la narración entregada por Isaac, ahora se impone del terrible viaje al interior del país de los mohaws. Una a una le cuentan las torturas. También los detalles del martirio de San René Goupil. En su interior, Carlos envidia al joven cirujano.

Isaac Jogues no ha querido decir mucho sobre su tiempo de esclavitud entre los iroqueses. Algo más ha contado sobre los holandeses del fuerte de Rensselaerswyck y de New Amsterdam. Han sido palabras agradecidas hacia esos amigos hugonotes. Ha narrado la huida, el viaje en velero, la llegada a Francia.

Carlos cree merecida la acogida triunfal en la corte francesa. Se alegra con la dispensa del Papa y goza con su regreso. Y ahora, admira el temple de su amigo que ha decidido partir nuevamente al país de los iroqueses.

De nuevo en la tribu de los petuns

En octubre de 1646, la misión de Teanaustayé es encargada al P. Antonio Daniel. Carlos Garnier y el P. Leonardo Garreau deben partir a la siempre deseada misión en la tribu del Tabaco. Esta vez, Carlos ha sido llamado por los sachems. Eso lo llena de alegría. La aldea Etharita del Clan de los Lobos y la aldea Ekarenniondi del Clan de los Ciervos solicitan que Uracha sea quien los lleve a la verdadera fe.

En ese terreno, que bien puede ser considerado virgen, Carlos siente que ha encontrado el campo y la perla tanto tiempo pesquisados. Es duro, pero también el consuelo es grande. Muy pronto establece firmemente dos misiones: la de San Juan y la de San Matías.

Lleva dos meses en su nuevo puesto. Una carta le trae pronto las noticias del martirio de sus amigos Isaac Jogues y Juan de La Lande en el país de los iroqueses. Carlos y Leonardo lloran, pero se consuelan en la fe. Saben que ambos son ahora sus mejores intercesores.

Una carta escrita al P. General, d el 25 de abril de 1647, dice casi todo de su trabajo entre los petuns:

"El buen P. Garreau y yo estamos casi siempre separados, porque él vive en una aldea distante de la mía, unos diez o doce días de camino. Él viene a mí y yo a él de tanto en tanto. Y después de permanecer unos días juntos él regresa al poblado donde yo estaba y yo al de él. Así vivimos".

La guerra de los iroqueses

Pero la cruz del aislamiento no es la más pesada. Las incursiones de los iroqueses son su mayor preocupación. Carlos sabe que la guerra hace estragos entre los hurones. No se hace ilusiones. Un día la violencia llegará también a sus dos misiones de la tribu del Tabaco.

En julio de 1648, con pena conoce la destrucción de su querida misión de Teanaustayé y la muerte violenta del P. Antonio Daniel, su sucesor entre los hurones. El Superior, en su carta, les pide discernir. Carlos y Leonardo deciden quedarse con sus pueblos.

Poco después, el Superior, al conocer la decisión, determina enviarles compañeros. El P.
Natal Chabanel será el compañero de Carlos en San Juan, y el P. Adrián Grélon acompañará a Leonardo, en San Matías.

En el mes de marzo de 1649, la amenaza de los iroqueses parece acercarse cada vez más. Hasta el país de los petuns, con la rapidez del rayo, ha llegado la noticia del martirio de los PP. Juan de Brébeuf y Gabriel Lalement. Después del incendio, nada queda de las aldeas huronas.

La muerte de la Misión hurona

Ese día del 16 de marzo de 1649, en Santa María de los hurones, el P. Pablo Raguenau observa la espiral de humo que se eleva por encima de los bosques. Parece venir desde la vecina misión de San Luis.

Poco después, llegan las mujeres llorando y los niños hurones espantados. Con aullidos anuncian el ataque de los iroqueses. Los PP. Juan de Brébeuf y Gabriel Lalement habían decidido quedarse con los hurones.

La sangre del P. Raguenau se hiela en las venas. Sin duda, a estas horas ambos pueden estar en poder de los iroqueses. De inmediato, el P. Raguenau organiza la defensa de Santa María. Si llegan los iroqueses, todos pueden perecer.

Al día siguiente, llegan trescientos hurones de la nación del Oso. Ellos anuncian la llegada de otros doscientos de sus guerreros. Sigilosamente salen los hurones hacia San Luis y San Ignacio. Primeramente son vencidos; después, con los socorros, viene la victoria.

El 19 de marzo llegan a Santa María los hurones que, con el desastre iroqués, se han liberado. El sachem Esteban Annaotaha cuenta a los horrorizados jesuitas los detalles del martirio de Juan de Brébeuf y de Gabriel Lalement. Todos lloran.

Al amanecer del día veinte, los jesuitas con algunos guerreros viajan a San Luis y a San Ignacio. Sólo encuentran ruinas, silencio y muerte. Sollozando, recogen el cuerpo ennegrecido de Juan y el cadáver del atormentado Gabriel. Con veneración los llevan a Santa María.

En una semana, los hurones abandonan quince aldeas. Algunos buscan refugio en la nación de los neutrales. Otros se dirigen al norte, hacia los algonquines. Centenares parten hacia la tierra de los petuns. La nación hurona parece morir.

Los jesuitas deciden, entonces, acompañarlos. Determinan abandonar la Misión de Santa María y reconstruirla en otro sitio. Con doce hurones mayores celebran consejo, y deciden trasladarse a la isla Ahoendoe.

De inmediato, el P. Raguenau organiza los trabajos. Con sus hurones, construye una barcaza de 16 metros de longitud y una balsa de troncos de 25 metros. Empaquetan y enfardan todo: ropa, maíz, provisiones, semillas y pescado ahumado. Con especial cuidado envuelven los vasos sagrados, ornamentos, imágenes y los libros. Las reliquias de los mártires las ponen en una caja, con fuertes cerraduras.

El 14 de junio de 1649, después de asegurarse de que no hay iroqueses en la cercanía, se embarcan todos, aun los animales. Los hurones los siguen en sus canoas. Santa María es destruida a fuego.

Desembarcan en Ahoendoe, y febrilmente comienzan a levantar las construcciones. Los hurones, hambrientos, llegan de todas partes. Los problemas de alimentación son extremadamente duros y ésta es la primera preocupación del Superior.

La guerra en el país de los petuns

En noviembre, algunos hurones, que regresan de la tierra de los petuns, comunican la aterradora noticia de que los iroqueses han levantado también el hacha de guerra contra la tribu del Tabaco.

El P. Pablo Raguenau queda aterrado, pues ahora cuatro de sus misioneros viven en los poblados de los petuns. En Etarita, están los PP. Carlos Garnier y
Natal Chabanel y, a 15 kilómetros más lejos, los PP. Adrián Grélon y Leonardo Garreau.

De inmediato, el P. Raguenau escribe a Carlos Garnier, ordenándole a él y a los otros tres dirigirse a la nueva Santa María de Ahoendoe, cuanto antes, a menos que alguna poderosa razón lo impida.

Otro discernimiento heroico

En Etarita, a principios de diciembre, los PP. Carlos Garnier y
Natal Chabanel reciben la orden del P. Raguenau. Silenciosamente y con tristeza se miran ambos. Cada uno da sus razones. Sí, el peligro de los iroqueses existe. Pero ése no puede ser un motivo para abandonar a los cristianos. Conversan, discuten, rezan y disciernen, como tal vez jamás lo han hecho en sus vidas.

Al fin, Carlos Garnier, el superior de los dos, toma la decisión. Partirá el P.
Natal Chabanel y él se quedará con los petuns. En carta al P. Pablo Raguenau, explica:

"No tengo temor alguno por mi vida. Lo que más sentiría sería abandonar a mis cristianos. Ellos me necesitan en su hambre, miseria y en el terror de la guerra. Dejaría de utilizar la oportunidad que Dios me da, de morir por Él. Pero en todo momento estoy dispuesto a dejarlo todo y a morir en la obediencia".

Bajo el doble mandato de la obediencia, el P.
Natal Chabanel sale de Etarita el 5 de diciembre de 1649.

El ansiado martirio

El martes 7 de diciembre, a las tres de la tarde, mientras Carlos hace su acostumbrada visita apostólica, oye el grito aterrorizado de sus cristianos: ¡Los iroqueses! ¡Los iroqueses!.

De inmediato corre. Ve a los iroqueses, con sus pinturas de guerra, entrando al poblado y derribando todo. Corre a la Capilla. Grita a los petuns para que huyan sin tardanza. Bendice a los cristianos.

"¡Uracha, sálvate! ¡Huye con nosotros! Él hace un gesto, negándose. De pronto, siente en su pecho la herida de una bala de mosquete. Después, otra bala le perfora el estómago. Pierde entonces el conocimiento.

Al recobrarlo, se encuentra totalmente desnudo, con la sangre manando de las heridas. Musita el acto de contrición. A poca distancia ve a un petun que se retuerce en agonía.

Carlos entonces se levanta, penosamente, y se desploma. Haciendo un esfuerzo, intenta taponar la sangre y se arrastra hacia el moribundo. Entonces, un iroqués se precipita sobre él, le corta el cuero cabelludo y le clava el hacha en la cabeza.

La glorificación

Los restos de Carlos fueron recogidos por los PP. Adrián Grélon y Leonardo Garreau, dos días después.

Sentados en tierra permanecieron todo el día, como estatuas de bronce, la cabeza inclinada y los ojos fijos en el suelo. No debían llorar, porque eso era indigno de un valiente. Lo enterraron en lo que había sido su Capilla.

San Carlos Garnier fue canonizado el 26 de junio de 1930, conjuntamente con Juan de Brébeuf,
Isaac Jogues, René Goupil, Juan de La Lande, Antonio Daniel, Gabriel Lalement y Natal Chabanel.

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Fuentes: IESVS.org; EWTN.com; hablarcondios.org, Catholic.net, misalpalm.com

 

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