JMJ
Pax
Suplicamos su oración: Esto es gratis pero cuesta. No sería posible sin sus oraciones: al menos un Avemaría de corazón por cada email que lea. Dios te salve María, llena eres de Gracia, el Señor es contigo; bendita tu eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús; Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén. ¡Recuérdenos en sus intenciones y misas!
Aclaración: una relación muere sin comunicación y comunidad-comunión. Con Dios es igual: las "palabras de vida eterna" (Jn 6,68; Hc 7,37) son fuente de vida espiritual (Jn 6, 63), pero no basta charlar por teléfono (oración), es necesario visitarse, y la Misa permite ver a Jesús, que está tan presente en la Eucaristía, que Hostias han sangrado: www.therealpresence.org/eucharst/mir/span_mir.htm
Por leer la Palabra, no se debe dejar de ir a Misa, donde ofrecemos TODO (Dios) a Dios: al actualizarse el sacrificio de la Cruz, a) co-reparamos el daño que hacen nuestros pecados al Cuerpo de Cristo que incluye los Corazones de Jesús y de María, a Su Iglesia y nosotros mismos, b) adoramos, c) agradecemos y d) pedimos y obtenemos Gracias por nuestras necesidades y para la salvación del mundo entero… ¿Que pasa en CADA Misa? 5 minutos: http://www.youtube.com/watch?v=v82JVdXAUUs
Si Jesús se apareciera, ¿no correríamos a verlo, tocarlo, adorarlo? Jesús está aquí y lo ignoramos. Jesús nos espera (Mc 14,22-24) en la Eucaristía: "si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros" (Jn 6,53; 1 Jn 5,12). Si comulgamos en estado de Gracia y con amor, nos hacemos uno (común-unión) con el Amor y renovamos la Nueva Alianza de Amor. Si faltamos a las bodas del Cordero (Ap.19,7-10) con su Iglesia (nosotros), sabiendo que rechazamos el Amor de Dios, que está derramando toda su Sangre por nuestros pecados personales, nos auto-condenamos a estar eternamente sin Amor: si una novia falta a su boda, es ella la que se aparta del amor del Novio para siempre, sabiendo que Él da la Vida por ella en el altar. Idolatramos aquello que preferimos a Él (descanso, comida, trabajo, compañía, flojera). Por eso, es pecado mortal faltar sin causa grave a la Misa dominical y fiestas (Catecismo 2181; Mt 16, 18-19; Ex 20,8-10; Tb 1,6; Hch 20,7; 2 Ts 2,15). "Te quiero, pero no te quiero ver todos los días, y menos los de descanso". ¿Qué pensaríamos si un cónyuge le dice a otro? ¿Le ama realmente? Estamos en el mundo para ser felices para siempre, santos. Para lograr la santidad, la perfección del amor, es necesaria la Misa y comunión, si es posible, diaria, como pide la Cátedra de Pedro, el representante de Cristo en la tierra (Canon 904). Antes de comulgar debemos confesar todos los pecados mortales: "quien come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propia condenación" (1 Cor 11,29; Rm 14,23). ¿Otros pecados mortales? no confesar pecados graves al menos una vez al año (CDC 989), no comulgar al menos en tiempo pascual (920), abortar (todos los métodos anticonceptivos son abortivos), promover el aborto (derecho a decidir, derechos (i)reproductivos, fecundación artificial), planificación natural sin causa grave, actividad sexual fuera del matrimonio por iglesia, demorar en bautizar a los niños, privar de Misa a niños en uso de razón, borrachera, drogas, comer a reventar, envidia, calumnia, odio o deseo de venganza, ver pornografía, robo importante, chiste o burla de lo sagrado, etc. Si no ponemos los medios para confesamos lo antes posible y nos sorprende la muerte sin arrepentirnos, nos auto-condenamos al infierno eterno (Catecismo 1033-41; Mt. 5,22; 10, 28; 13,41-50; 25, 31-46; Mc 9,43-48, etc.). Estos son pecados mortales objetivamente, pero subjetivamente, pueden ser menos graves, si hay atenuantes como la ignorancia. Pero ahora que lo sabes, ya no hay excusa.
† Misal
Cuerpo y Sangre de Cristo (B) (Id=391)
Antífona de Entrada
Alimentó a su pueblo con lo mejor del trigo y lo sació con miel silvestre.
Oración Colecta
Oremos:
Señor nuestro Jesucristo, que en este sacramento admirable nos dejaste el memorial de tu pasión; concédenos venerar de tal modo los sagrados misterios de tu Cuerpo y de tu Sangre, que experimentemos constantemente en nosotros el fruto de tu redención.
Tú que vives y reinas con el Padre en la unidad del Espíritu Santo, y eres Dios, por los siglos de los siglos.
Amén.
Primera Lectura
Esta es la sangre de la alianza que el Señor ha hecho con ustedes
Lectura del libro del Exodo
24, 3-8
En aquellos días, Moisés vino y comunicó al pueblo todo lo que le había dicho el Señor y todas sus leyes. Y todo el pueblo respondió a una:
"Cumpliremos todo lo que ha dicho el Señor".
Moisés puso entonces por escrito todas las palabras del Señor. Al día siguiente se levantó temprano y construyó un altar al pie de la montaña; levantó doce piedras conmemorativas, una por cada tribu de Israel. Luego mandó a algunos jóvenes israelitas que ofrecieran holocaustos e inmolaran novillos como sacrificios de comunión en honor del Señor. Moisés tomó la mitad de la sangre y la puso en unas vasijas, y la otra mitad la derramó sobre el altar. Tomó a continuación el código de la alianza y lo leyó en presencia del pueblo, el cual dijo:
"Cumpliremos y obedeceremos todo lo que ha dicho el Señor".
Entonces Moisés tomó la sangre y roció al pueblo diciendo:
"Esta es la sangre de la alianza que el Señor ha hecho con ustedes, según las disposiciones dadas".
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.
Salmo Responsorial
Sal 115, 12-13.15 y 16bc.17-18
Levantaré el cáliz de la salvación.
¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? Ofreceré la copa por la salvación, invocando su nombre.
Levantaré el cáliz de la salvación.
El Señor siente profundamente la muerte de los que lo aman. Señor, yo soy tu siervo, hijo de tu esclava: rompiste mis ataduras.
Levantaré el cáliz de la salvación.
Te ofreceré un sacrificio de acción de gracias invocando tu nombre; cumpliré mis promesas al Señor en presencia de todo el pueblo.
Levantaré el cáliz de la salvación.
Segunda Lectura
La sangre de Cristo purificará nuestra conciencia
Lectura de la carta a los Hebreos
9, 11-15
Hermanos: Cristo ha venido como sumo sacerdote de los bienes definitivos. Por medio de una tienda más grande y más perfecta, no hecha por hombres -es decir, no es de este mundo-, mediante su propia sangre y no por medio de la sangre de chivos y de toros, Cristo entró de una vez para siempre en el santuario habiendo conseguido una redención eterna.
Porque si la sangre de chivos y toros y las cenizas de una ternera con las que se rocía a las personas en estado de impureza, tienen poder para restaurar la pureza exterior, ¡cuánto más la sangre de Cristo que por el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo a Dios como víctima perfecta, purificará nuestra conciencia de las obras que conducen a la muerte para que podamos dar culto al dios vivo!
Por esto, Cristo es el mediador de la nueva alianza, pues él ha borrado con su muerte las transgresiones de la antigua alianza, para que los elegidos reciban la herencia eterna que se les había prometido.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.
Secuencia
Al Salvador alabemos,que es nuestro pastor y guía.
Alabémoslo con himnos y canciones de alegría.
Alabémoslo sin límites y con nuestras fuerzas todas; pues tan grande es el Señor,que nuestra alabanza es poca.
Gustosos hoy aclamamos a Cristo, que es nuestro pan, pues él es el pan de vida, que nos da vida inmortal.
Doce eran los que cenaban y les dio pan a los doce.
Doce entonces lo comieron, y, después, todos los hombres.
Sea plena la alabanza y llena de alegres cantos; que nuestra alma se desborde en todo un concierto santo.
Hoy celebramos con gozo la gloriosa institución de este banquete divino, el banquete del Señor.
Esta es la nueva Pascua, Pascua del único Rey, que termina con la alianza tan pesada de la ley.
Esto nuevo, siempre nuevo, es la luz de la verdad, que sustituye a lo viejo con reciente claridad.
En aquella última cena Cristo hizo la maravilla de dejar a sus amigos el memorial de su vida.
Enseñados por la Iglesia, consagramos pan y vino, que a los hombres nos redimen, y dan fuerza en el camino.
Es un dogma del cristiano que el pan se convierte en carne, y lo que antes era vino queda convertido en sangre.
Hay cosas que no entendemos, pues no alcanza la razón; mas si las vemos con fe, entrarán al corazón.
Bajo símbolos diversos y en diferentes figuras, se esconden ciertas verdades maravillosas, profundas.
Su sangre es nuestra bebida; su carne, nuestro alimento; pero en el pan o en el vino Cristo está todo completo.
Quien lo come no lo rompe, no lo parte ni divide; él es el todo y la parte; vivo está en quien lo recibe.
Puede ser tan sólo uno el que se acerca al altar, o pueden ser multitudes: Cristo no se acabará.
Lo comen buenos y malos, con provecho diferente; no es lo mismo tener vida que ser condenado a muerte.
A los malos les da muerte y a los buenos les da vida. ¡Qué efecto tan diferente tiene la misma comida!
Si lo parten, no te apures; sólo parten lo exterior en el mismo fragmento entero late el Señor.
Cuando parten lo exterior sólo parten lo que has visto; no es una disminución de la persona de Cristo.
El pan que del cielo baja es comida de viajeros. Es un pan para los hijos. ¡No hay que tirarlo a los perros!
Isaac, el inocente, es figura de este pan, con el cordero de Pascua y el misterioso maná.
Ten compasión de nosotros, buen pastor, pan verdadero. Apaciéntanos y cuídanos y condúcenos al cielo.
Todo lo puedes y sabes, pastor de ovejas, divino. Concédenos en el cielo gozar la herencia contigo.
Amén.
Aclamación antes del Evangelio
Aleluya, aleluya.
Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo, dice el Señor; el que come de este pan vivirá para siempre.
Aleluya.
Evangelio
Esto es mi cuerpo. Esta es mi sangre
† Lectura del santo Evangelio según san Marcos
14, 12-16. 22-26
Gloria a ti, Señor.
El primer día de la fiesta de los panes sin levadura, cuando se sacrificaba el cordero pascual, sus discípulos preguntaron a Jesús:
"¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de pascua?"
Jesús envió a dos de sus discípulos, diciéndoles:
"Vayan a la ciudad, y les saldrá al encuentro un hombre que lleva un cántaro de agua. Síganlo, y allí donde entre digan al dueño "El Maestro dice: ¿Dónde está mi sala, en la que voy a celebrar la cena de pascua con mis discípulos?" El les mostrará en el piso de arriba una sala grande y bien alfombrada. Preparen todo allí para nosotros".
Los discípulos salieron, llegaron a la ciudad, encontraron todo tal como Jesús les dijo y prepararon la cena de pascua.
Durante la cena, Jesús tomó pan, pronunció la bendición, lo partió, lo dio a sus discípulos y dijo:
"Tomen, esto es mi cuerpo".
Tomó luego un cáliz, pronunció la acción de gracias, lo dio a sus discípulos y bebieron todos de él. Y les dijo:
"Esta es mi sangre, la sangre de la alianza derramada por todos. Les aseguro que ya no beberé más del fruto de la vid hasta el día aquel en que beba un vino nuevo en el reino de Dios".
Después de cantar los himnos, salieron hacia el monte de los Olivos.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.
Oración de los Fieles
Celebrante:
Antes de disponer la mesa santa, donde el Señor hará nuevamente presente su tránsito pascual que salva a todos los seres humanos, elevemos nuestras súplicas a Dios Padre con la plena confianza de ser escuchados:
(Respondemos a cada petición: Te lo pedimos, Señor).
Para que los obispos y presbíteros, cuando presidan la celebración eucarística, vivan tan plenamente identificados con el Señor, que el pueblo vea en ellos la imagen viva de Cristo, que preside a quienes se han reunido en su nombre, roguemos al Señor.
Te lo pedimos, Señor.
Para que pronto llegue el día en que todos los cristianos celebremos la Eucaristía en la unidad de una sola Iglesia y todos los seres humanos, de un extremo al otro del mundo, ofrezcan el sacrificio del Cuerpo y la Sangre de Cristo, roguemos al Señor.
Te lo pedimos, Señor.
Para que los fieles que se encuentran a las puertas de la muerte dejen este mundo llenos de paz y, confiando en las promesas del Señor y fortalecidos con el Cuerpo y Sangre de Cristo, lleguen al reino de la felicidad y de la vida, roguemos al Señor.
Te lo pedimos, Señor.
Para que el Señor fortalezca constantemente nuestra fe y acreciente nuestro amor, a fin de que adoremos siempre en espíritu y verdad a Cristo, realmente presente en el admirable sacramento de la Eucaristía, roguemos al Señor.
Te lo pedimos, Señor.
Celebrante:
Contempla, Padre santo, a tu pueblo, reunido en torno a la mesa de tu Hijo para ofrecerte el sacrificio de la nueva alianza y escucha sus súplicas; purifica nuestros corazones para que, invitados a la mesa del Cordero, pregustemos en ella las delicias de la Pascua eterna que nos tienes preparada en la Jerusalén del cielo.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.
Oración sobre las Ofrendas
Señor, concede a tu Iglesia los dones de la unidad y de la paz, simbolizados en las ofrendas sacramentales que te presentamos.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.
Prefacio
El sacrificio y el sacramento de Cristo
En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación, darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre Santo, Dios todopoderoso y eterno, por Cristo, Señor nuestro, verdadero y único sacerdote.
El cual, al instituir el sacrificio de la eterna alianza, se ofreció a sí mismo como víctima de salvación, y nos mandó perpetuar esta ofrenda en conmemoración suya. Su carne, inmolada por nosotros, es alimento que nos fortalece; su sangre, derramada por nosotros, es bebida que nos purifica.
Por eso,
con los ángeles y los arcángeles y con todos los coros celestiales, cantamos sin cesar el himno de tu gloria:
Antífona de la Comunión
El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él, dice el Señor.
Oración después de la Comunión
Oremos:
Concédenos, Señor, disfrutar eternamente del gozo de tu divinidad, que ahora pregustamos en la comunión de tu Cuerpo y de tu Sangre. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
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† Meditación diaria
Décimo Domingo
ciclo b
LAS RAíCES DEL MAL
— La naturaleza humana en estado de justicia y santidad original.
— Solidaridad de todos los hombres en Adán. Transmisión del pecado original y de sus consecuencias. La lucha contra el pecado.
— Orientar de nuevo a Dios las realidades humanas.
I. Puso Dios al hombre en la cima de la Creación, para que dominase sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo, sobre los ganados y las bestias de la tierra y sobre cuantos animales se mueven en ella1. Por eso le dotó de inteligencia y de voluntad, de modo que libremente diera a su Creador una gloria mucho más excelente que la ofrecida por el resto de las criaturas. Pero, llevado de su amor, Dios decretó además elevar al hombre para que tomara parte en su vida divina2 y conociese de algún modo sus íntimos misterios, que superan absolutamente todas las exigencias naturales. Para este fin, Dios le revistió gratuitamente de la gracia santificante3 y de las virtudes y dones sobrenaturales, constituyéndole en santidad y justicia y dándole capacidad para obrar sobrenaturalmente4. Mediante la gracia, el alma se transforma, de modo que, sin dejar de ser humana, se diviniza: como el hierro cuando se mete en el fuego, que se vuelve incandescente, transformándose en algo parecido al fuego mismo; aunque este es un ejemplo imperfecto, pues la gracia realiza una transformación mucho más profunda que la que produce el fuego en el hierro.
Dios enriqueció además la naturaleza de Adán con los dones, también gratuitos, de la inmunidad de la muerte, de la concupiscencia y de la ignorancia, llamados dones preternaturales. Esta rectitud de la naturaleza humana en el estado de justicia original provenía de la sujeción perfecta, libre, de la voluntad del hombre a su Creador. El hombre, fortalecido con estos dones, no podía engañarse al conocer y era inmune a todo error. El cuerpo mismo gozaba de la inmortalidad, "no por virtud propia, sino por una fuerza sobrenatural impresa en el alma que preservaba el cuerpo de la corrupción mientras estuviese unido a Dios"5. En Adán, Dios contempla a todo el género humano. El don de justicia y de la santidad originales "había sido dado al hombre, no como a persona singular, sino como principio general de toda la naturaleza humana, de modo que después de él se propagara mediante la generación a todos los hombres posteriores"6. Todos hubiéramos nacido en amistad con Dios, y embellecidos alma y cuerpo con las perfecciones otorgadas por el Señor. Y llegado el momento, habría confirmado a cada uno en la gracia, arrebatándolo de la tierra sin dolor y sin pasar por el trance de la muerte, para hacerle gozar de su eterna felicidad en el Cielo.
Así derramó Dios su bondad sobre el primer hombre, y este era el plan divino. Y para realizarlo, quiso Dios que el hombre cooperara libremente con la gracia, de modo semejante a como nos pide ahora a nosotros, durante este rato de oración, la correspondencia a tantas gracias que recibimos. Aquí en la tierra hemos de ganarnos el Cielo, para toda la eternidad.
II. "La presencia de la justicia original y de la perfección en el hombre, creado a imagen de Dios, que conocemos por la Revelación, no excluía que este hombre, en cuanto criatura dotada de libertad, fuera sometido desde el principio, como los demás seres espirituales, a la prueba de la libertad"7. Puso Dios una sola condición al hombre: de todos los árboles del paraíso puedes comer, pero del árbol de la ciencia del bien y del mal no comas, porque el día que de él comieres ciertamente morirás8. Conocemos por la Sagrada Escritura la triste transgresión de este mandato, y hoy leemos en la Primera lectura de la Misa9 el estado en que quedó el hombre. El diablo mismo, bajo la figura de serpiente, incitó a la primera mujer a desobedecer el mandato divino: tomó de su fruto y comió, y dio también de él a su marido, que también comió10. Inmediatamente se rompió la sujeción al Creador y la armonía que había en sus potencias se desintegró, perdió la santidad y la justicia original, el don de la inmortalidad, y cayó "en el cautiverio de aquel que tiene el imperio de la muerte (Hebr 2, 14), es decir, del diablo; y toda la persona de Adán por aquella ofensa de prevaricación fue mudada en peor, según el cuerpo y el alma"11. Fue expulsado del Paraíso y, aunque la naturaleza humana quedó íntegra en su propio ser, encuentra desde entonces graves obstáculos para realizar el bien, porque siente también la inclinación al mal. El pecado original, personalmente cometido por nuestros primeros padres en el comienzo de la historia, se propaga por generación a cada hombre que viene a este mundo. Es una verdad de fe declarada en ocasiones diversas por la Iglesia12.
La realidad del pecado original y el conflicto que crea en la intimidad de cada hombre es un dato comprobable. La fe explica su origen, y todos experimentamos sus consecuencias. "Lo que la Revelación divina nos dice coincide con la experiencia. El hombre, en efecto, cuando examina su corazón, comprueba su inclinación al mal y se siente anegado por muchos males, que no pueden tener su origen en su santo Creador"13. Sin la gracia, la criatura humana se percibe impotente para recuperar su propia dignidad.
Pablo VI enseña que el hombre nace en pecado, con una naturaleza caída, sin el don de la gracia del que antes estaba adornada, herida en sus mismas fuerzas naturales y sometida al imperio de la muerte. Además, "el pecado original se transmite juntamente con la naturaleza humana, por propagación, no por imitación", y "se halla como propio en cada uno"14.
Se da una misteriosa solidaridad de todos los hombres en Adán, de modo que "todos se pueden considerar como un solo hombre, en cuanto todos convienen en una misma naturaleza recibida del primer padre"15. La solidaridad de la gracia que unía a todos lo hombres en Adán antes de la desobediencia original, se transformó en solidaridad en el pecado. "Por esto, de la misma manera que se hubiera transmitido a los descendientes la justicia original, se ha transmitido en cambio el desorden"16.
El espectáculo que el mal presenta en el mundo y en nosotros, las tendencias y los instintos del cuerpo que no andan sujetos a la razón, nos convencen de la profunda verdad contenida en la Revelación y nos mueven a luchar contra el pecado, único mal verdadero y raíz de todos los males que existen en el mundo. "¡Cuánta miseria! ¡Cuántas ofensas! Las mías, las tuyas, las de la humanidad entera...
"Et in peccatis concepit me mater mea! (Sal 50, 7). Nací, como todos los hombres, manchado con la culpa de nuestros primeros padres. Después..., mis pecados personales: rebeldías pensadas, deseadas, cometidas...
"Para purificarnos de esa podredumbre, Jesús quiso humillarse y tomar la forma de siervo (cfr. Flp 2, 7), encarnándose en las entrañas sin mancilla de Nuestra Señora, su Madre, y Madre tuya y mía. Pasó treinta años de oscuridad, trabajando como uno de tantos, junto a José. Predicó. Hizo milagros... Y nosotros le pagamos con una Cruz.
"¿Necesitas más motivos para la contrición?"17.
III. Dios expulsó a nuestros primeros padres del Paraíso18, indicando así que los hombres vendrían al mundo en un estado de separación de Dios: en lugar de los dones sobrenaturales, Adán y Eva transmitieron el pecado. Perdieron la herencia que después habrían de dejar a sus descendientes; ya entre los primeros hijos de Adán y Eva se dejaron sentir enseguida las consecuencias del pecado: Caín mata por envidia a Abel. Del mismo modo, todos los males, personales y sociales, tienen su origen en el primer pecado del hombre. Aunque el Bautismo perdona totalmente la culpa y la pena del pecado original y de los pecados personales que pudieran haberse cometido antes de recibirlo, sin embargo no libra de los efectos del pecado: el hombre sigue sujeto al error, a la concupiscencia y a la muerte.
El pecado original fue un pecado de soberbia19. Y cada uno de nosotros caemos también en la misma tentación de orgullo cuando buscamos ocupar en la sociedad, en la vida privada, en todo, el lugar de Dios: seréis como dioses20; son las mismas palabras que oye el hombre en medio del desorden de sus sentidos y potencias. Como en los principios, busca también ahora –en muchas ocasiones– la autonomía que le convierta en árbitro del bien y del mal, y se olvida de su mayor bien, que consiste en el amor y sumisión a su Creador. Es en Él donde recupera la paz, la armonía de sus instintos y sentidos, y todos los demás bienes.
Nuestro apostolado en medio del mundo nos moverá a situar a cada hombre y a sus obras (el ordenamiento jurídico, el trabajo, la enseñanza...) en el legítimo lugar que les corresponde con relación a su Creador. Cuando Dios está presente en un pueblo, en una sociedad, la convivencia se torna más humana. No existe solución alguna para los conflictos que asolan el mundo, para una mayor justicia social, que no pase antes por un acercamiento a Dios, por una conversión del corazón. El mal está en la raíz –en el corazón del hombre–, y es ahí donde es necesario curarle. La doctrina sobre el pecado original operante hoy en el hombre y en la sociedad, es un punto fundamental en la catequesis y en toda formación que no conviene olvidar. Ante un mundo que, en ocasiones, parece profundamente desquiciado, no podemos cruzarnos de brazos como el que nada puede ante una situación que le supera. No es necesario que intervengamos en las grandes decisiones, que quizá no nos competen, pero sí hemos de hacerlo en esos campos que Dios ha puesto a nuestro alcance para que les demos una orientación cristiana.
Nuestra Madre Santa María, que "fue preservada inmune de toda mancha de la culpa del pecado original en el primer instante de su concepción inmaculada por singular gracia y privilegio"21 de Dios, nos enseñará a ir a la raíz de los males que nos aquejan, fortaleciendo ante todo, en cada situación, la amistad con Dios.
1 Gen 1, 26. — 2 Cfr. Conc. Vat. II, Const. Lumen gentium, 2. — 3 Cfr. Pío XII, Enc. Humani generis, 12-VIII-1950. — 4 Cfr. Conc. de Trento, Ses. V, can. 1. — 5 Santo Tomás, Suma Teológica, 1, q. 97, a. 1. — 6 ídem, De malo, q. 4, a. 1. — 7 Juan Pablo II, Alocución 3-IX-1986. — 8 Primera lectura de la Misa. Gen 2, 17. — 9 Gen 3, 9-15. — 10 Gen 3, 6. — 11 Conc. de Trento, Ses. V, can. 1. — 12 Cfr. Conc. de Orange, can. 2.— 13 Conc. Vat. II, Const. Gaudium et spes, 13. — 14 Pablo VI, Credo del Pueblo de Dios, 16. — 15 Santo Tomás, Suma Teológica, 1-2, q. 81, a. 1. — 16 Ibídem, 1-2, q. 81, a. 2. — 17 San Josemaría Escrivá, Via Crucis, IV, 2. — 18 Gen 3, 23. — 19 Cfr. Santo Tomás, o. c., 2-2, q. 163, a. 1. — 20 Gen 3, 5. — 21 Pío IX, Bula Ineffabilis Deus, 8-XII-1854.
Décimo Domingo
ciclo b
LAS RAíCES DEL MAL
— La naturaleza humana en estado de justicia y santidad original.
— Solidaridad de todos los hombres en Adán. Transmisión del pecado original y de sus consecuencias. La lucha contra el pecado.
— Orientar de nuevo a Dios las realidades humanas.
I. Puso Dios al hombre en la cima de la Creación, para que dominase sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo, sobre los ganados y las bestias de la tierra y sobre cuantos animales se mueven en ella1. Por eso le dotó de inteligencia y de voluntad, de modo que libremente diera a su Creador una gloria mucho más excelente que la ofrecida por el resto de las criaturas. Pero, llevado de su amor, Dios decretó además elevar al hombre para que tomara parte en su vida divina2 y conociese de algún modo sus íntimos misterios, que superan absolutamente todas las exigencias naturales. Para este fin, Dios le revistió gratuitamente de la gracia santificante3 y de las virtudes y dones sobrenaturales, constituyéndole en santidad y justicia y dándole capacidad para obrar sobrenaturalmente4. Mediante la gracia, el alma se transforma, de modo que, sin dejar de ser humana, se diviniza: como el hierro cuando se mete en el fuego, que se vuelve incandescente, transformándose en algo parecido al fuego mismo; aunque este es un ejemplo imperfecto, pues la gracia realiza una transformación mucho más profunda que la que produce el fuego en el hierro.
Dios enriqueció además la naturaleza de Adán con los dones, también gratuitos, de la inmunidad de la muerte, de la concupiscencia y de la ignorancia, llamados dones preternaturales. Esta rectitud de la naturaleza humana en el estado de justicia original provenía de la sujeción perfecta, libre, de la voluntad del hombre a su Creador. El hombre, fortalecido con estos dones, no podía engañarse al conocer y era inmune a todo error. El cuerpo mismo gozaba de la inmortalidad, "no por virtud propia, sino por una fuerza sobrenatural impresa en el alma que preservaba el cuerpo de la corrupción mientras estuviese unido a Dios"5. En Adán, Dios contempla a todo el género humano. El don de justicia y de la santidad originales "había sido dado al hombre, no como a persona singular, sino como principio general de toda la naturaleza humana, de modo que después de él se propagara mediante la generación a todos los hombres posteriores"6. Todos hubiéramos nacido en amistad con Dios, y embellecidos alma y cuerpo con las perfecciones otorgadas por el Señor. Y llegado el momento, habría confirmado a cada uno en la gracia, arrebatándolo de la tierra sin dolor y sin pasar por el trance de la muerte, para hacerle gozar de su eterna felicidad en el Cielo.
Así derramó Dios su bondad sobre el primer hombre, y este era el plan divino. Y para realizarlo, quiso Dios que el hombre cooperara libremente con la gracia, de modo semejante a como nos pide ahora a nosotros, durante este rato de oración, la correspondencia a tantas gracias que recibimos. Aquí en la tierra hemos de ganarnos el Cielo, para toda la eternidad.
II. "La presencia de la justicia original y de la perfección en el hombre, creado a imagen de Dios, que conocemos por la Revelación, no excluía que este hombre, en cuanto criatura dotada de libertad, fuera sometido desde el principio, como los demás seres espirituales, a la prueba de la libertad"7. Puso Dios una sola condición al hombre: de todos los árboles del paraíso puedes comer, pero del árbol de la ciencia del bien y del mal no comas, porque el día que de él comieres ciertamente morirás8. Conocemos por la Sagrada Escritura la triste transgresión de este mandato, y hoy leemos en la Primera lectura de la Misa9 el estado en que quedó el hombre. El diablo mismo, bajo la figura de serpiente, incitó a la primera mujer a desobedecer el mandato divino: tomó de su fruto y comió, y dio también de él a su marido, que también comió10. Inmediatamente se rompió la sujeción al Creador y la armonía que había en sus potencias se desintegró, perdió la santidad y la justicia original, el don de la inmortalidad, y cayó "en el cautiverio de aquel que tiene el imperio de la muerte (Hebr 2, 14), es decir, del diablo; y toda la persona de Adán por aquella ofensa de prevaricación fue mudada en peor, según el cuerpo y el alma"11. Fue expulsado del Paraíso y, aunque la naturaleza humana quedó íntegra en su propio ser, encuentra desde entonces graves obstáculos para realizar el bien, porque siente también la inclinación al mal. El pecado original, personalmente cometido por nuestros primeros padres en el comienzo de la historia, se propaga por generación a cada hombre que viene a este mundo. Es una verdad de fe declarada en ocasiones diversas por la Iglesia12.
La realidad del pecado original y el conflicto que crea en la intimidad de cada hombre es un dato comprobable. La fe explica su origen, y todos experimentamos sus consecuencias. "Lo que la Revelación divina nos dice coincide con la experiencia. El hombre, en efecto, cuando examina su corazón, comprueba su inclinación al mal y se siente anegado por muchos males, que no pueden tener su origen en su santo Creador"13. Sin la gracia, la criatura humana se percibe impotente para recuperar su propia dignidad.
Pablo VI enseña que el hombre nace en pecado, con una naturaleza caída, sin el don de la gracia del que antes estaba adornada, herida en sus mismas fuerzas naturales y sometida al imperio de la muerte. Además, "el pecado original se transmite juntamente con la naturaleza humana, por propagación, no por imitación", y "se halla como propio en cada uno"14.
Se da una misteriosa solidaridad de todos los hombres en Adán, de modo que "todos se pueden considerar como un solo hombre, en cuanto todos convienen en una misma naturaleza recibida del primer padre"15. La solidaridad de la gracia que unía a todos lo hombres en Adán antes de la desobediencia original, se transformó en solidaridad en el pecado. "Por esto, de la misma manera que se hubiera transmitido a los descendientes la justicia original, se ha transmitido en cambio el desorden"16.
El espectáculo que el mal presenta en el mundo y en nosotros, las tendencias y los instintos del cuerpo que no andan sujetos a la razón, nos convencen de la profunda verdad contenida en la Revelación y nos mueven a luchar contra el pecado, único mal verdadero y raíz de todos los males que existen en el mundo. "¡Cuánta miseria! ¡Cuántas ofensas! Las mías, las tuyas, las de la humanidad entera...
"Et in peccatis concepit me mater mea! (Sal 50, 7). Nací, como todos los hombres, manchado con la culpa de nuestros primeros padres. Después..., mis pecados personales: rebeldías pensadas, deseadas, cometidas...
"Para purificarnos de esa podredumbre, Jesús quiso humillarse y tomar la forma de siervo (cfr. Flp 2, 7), encarnándose en las entrañas sin mancilla de Nuestra Señora, su Madre, y Madre tuya y mía. Pasó treinta años de oscuridad, trabajando como uno de tantos, junto a José. Predicó. Hizo milagros... Y nosotros le pagamos con una Cruz.
"¿Necesitas más motivos para la contrición?"17.
III. Dios expulsó a nuestros primeros padres del Paraíso18, indicando así que los hombres vendrían al mundo en un estado de separación de Dios: en lugar de los dones sobrenaturales, Adán y Eva transmitieron el pecado. Perdieron la herencia que después habrían de dejar a sus descendientes; ya entre los primeros hijos de Adán y Eva se dejaron sentir enseguida las consecuencias del pecado: Caín mata por envidia a Abel. Del mismo modo, todos los males, personales y sociales, tienen su origen en el primer pecado del hombre. Aunque el Bautismo perdona totalmente la culpa y la pena del pecado original y de los pecados personales que pudieran haberse cometido antes de recibirlo, sin embargo no libra de los efectos del pecado: el hombre sigue sujeto al error, a la concupiscencia y a la muerte.
El pecado original fue un pecado de soberbia19. Y cada uno de nosotros caemos también en la misma tentación de orgullo cuando buscamos ocupar en la sociedad, en la vida privada, en todo, el lugar de Dios: seréis como dioses20; son las mismas palabras que oye el hombre en medio del desorden de sus sentidos y potencias. Como en los principios, busca también ahora –en muchas ocasiones– la autonomía que le convierta en árbitro del bien y del mal, y se olvida de su mayor bien, que consiste en el amor y sumisión a su Creador. Es en Él donde recupera la paz, la armonía de sus instintos y sentidos, y todos los demás bienes.
Nuestro apostolado en medio del mundo nos moverá a situar a cada hombre y a sus obras (el ordenamiento jurídico, el trabajo, la enseñanza...) en el legítimo lugar que les corresponde con relación a su Creador. Cuando Dios está presente en un pueblo, en una sociedad, la convivencia se torna más humana. No existe solución alguna para los conflictos que asolan el mundo, para una mayor justicia social, que no pase antes por un acercamiento a Dios, por una conversión del corazón. El mal está en la raíz –en el corazón del hombre–, y es ahí donde es necesario curarle. La doctrina sobre el pecado original operante hoy en el hombre y en la sociedad, es un punto fundamental en la catequesis y en toda formación que no conviene olvidar. Ante un mundo que, en ocasiones, parece profundamente desquiciado, no podemos cruzarnos de brazos como el que nada puede ante una situación que le supera. No es necesario que intervengamos en las grandes decisiones, que quizá no nos competen, pero sí hemos de hacerlo en esos campos que Dios ha puesto a nuestro alcance para que les demos una orientación cristiana.
Nuestra Madre Santa María, que "fue preservada inmune de toda mancha de la culpa del pecado original en el primer instante de su concepción inmaculada por singular gracia y privilegio"21 de Dios, nos enseñará a ir a la raíz de los males que nos aquejan, fortaleciendo ante todo, en cada situación, la amistad con Dios.
1 Gen 1, 26. — 2 Cfr. Conc. Vat. II, Const. Lumen gentium, 2. — 3 Cfr. Pío XII, Enc. Humani generis, 12-VIII-1950. — 4 Cfr. Conc. de Trento, Ses. V, can. 1. — 5 Santo Tomás, Suma Teológica, 1, q. 97, a. 1. — 6 ídem, De malo, q. 4, a. 1. — 7 Juan Pablo II, Alocución 3-IX-1986. — 8 Primera lectura de la Misa. Gen 2, 17. — 9 Gen 3, 9-15. — 10 Gen 3, 6. — 11 Conc. de Trento, Ses. V, can. 1. — 12 Cfr. Conc. de Orange, can. 2.— 13 Conc. Vat. II, Const. Gaudium et spes, 13. — 14 Pablo VI, Credo del Pueblo de Dios, 16. — 15 Santo Tomás, Suma Teológica, 1-2, q. 81, a. 1. — 16 Ibídem, 1-2, q. 81, a. 2. — 17 San Josemaría Escrivá, Via Crucis, IV, 2. — 18 Gen 3, 23. — 19 Cfr. Santo Tomás, o. c., 2-2, q. 163, a. 1. — 20 Gen 3, 5. — 21 Pío IX, Bula Ineffabilis Deus, 8-XII-1854.
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† Santoral (si GoogleGroups corta el texto, lo encontrará en www.iesvs.org)
Oliva (u Olivia) de Palermo, Beata Mártir, Junio 10
MártirEtimológicamente significa "oliva, pacífica". Viene de la lengua latina. |
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Fuente: Vatican.va || Santopedia.com
Eduardo Juan María Poppe, Beato Sacerdote, Junio 10
PresbíteroMartirologio Romano: En la ciudad de Moerzeke-les-Termonde, cerca de Gante, en Bélgica, beato Eduardo Poppe, presbítero, que con sus escritos y su predicación propagó por Flandes, en tiempos difíciles, la formación cristiana y la devoción a la Eucaristía (1924). Nació en Moerzeke, Bélgica, en el seno de una familia muy devota el 18 de Diciembre de 1890. En mayo de 1909 ingresa en el seminario de San Nicolás, en Waas, donde se distingue por su gran deseo de "...realizar del modo más perfecto la voluntad de Dios". En septiembre de 1910 es llamado al ejército y ahí inicia sus estudios de filosofía. Al estallar la Primera Guerra Mundial (1914-1918) es reclutado como enfermero, donde da muestras de caridad hasta el grado de enfermar de fatiga. Estando en el ejército recibe la orden sacerdotal en 1916 e inicia su labor pastoral como vice-párroco de la iglesia de Santa Coleta (Gante), ubicada en un barrio obrero. Ahí da muestra de ejemplar virtud al atender y socorrer a pobres, marginados, moribundos y niños. Su fortaleza espiritual la adquiere al pasar mucho tiempo ante el Sagrario. |
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Enrique de Bolzano, Beato Laico limosnero, Junio 10
Nacido en Bolzano por el año 1250, llevó la dura vida de un pobre artesano zapatero. En una fecha no precisada se mudó a Treviso con su mujer e hijo. En sus últimos años vivió en una pobreza extrema y aceptando limosna. |
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Fuente: santiebeati.it
Bogumilo de Gniezno, Santo Eremita y Obispo, Junio 10
EremitaMartirologio Romano: En Dobrowo, en Polonia, muerte de san Bogumilo, obispo de Gniezno, que, después de renunciar a su sede, llevó en este lugar vida eremítica, consumado por su austeridad (1182) Después de las numerosas instancias realizadas en los siglos XVII y XVIII, iniciadas por el arzobispo Matteo Lubienski (1641-52), la papa Pío XI aprobó con el decreto firmado el 27 mayo de 1925 el culto al beato Bogumilo y estableció que Polonia lo recuerde el día 10 junio. El centro del culto a Bogumilo, ya existente en el siglo XV, era la iglesia parroquial del Santísima Trinidad en Dobrowo, dónde se encontraba su tumba. Los primeros documentos de ese culto son los decretos de los años 1443 y 1462, emanados por los arzobispos de Gniezno para reglamentar la concurrencia "al tumbam S. Bogumili". Aproximadamente en el año 1580, ejecutando el "recognitio corporis", se encontraron en la tumba el cayado pastoral y el anillo que certificaban su dignidad episcopal, dignidad que también es sustentada en los cuadros de la iglesia de Dobrowo, en los que Bogumilo es representado como obispo con la mitra, el cayado pastoral y usando el hábito camaldulense, por lo que se arguye que pertenecía a esa orden. |
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Fuente: Zenit.org
Eustaquio (José) Kugler, Beato Religioso, 10 de junio
Un religioso que resistió a políticas nazisNi el miedo frente a la presión nazi ni el rechazo a las personas discapacitadas que se vivía en su país con el Nacionalsocialismo de Hitler pudieron apagar la intensa espiritualidad y el amor a los limitados físicos que tuvo el hermano Eustaquio Kugler. ORACIÓN
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Fuente: www.op.com.ar
Juan Dominici, Beato Arzobispo de Ragusa, Junio 10
ArzobispoMartirologio Romano: En la ciudad de Buda, en Hungría, tránsito del beato Juan Dominici, obispo de Ragusa, que, después de la peste negra, restauró la observancia regular en los conventos de la Orden de Predicadores, y luego, enviado a Bohemia y Hungría para contener la predicación de Juan Hus, le sorprendió la muerte (1419). Juan Bianchini, llamado Domínici probablemente por el nombre de su padre, nació alrededor del año. de 1355 en Florencia. |
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Fuentes: IESVS.org; EWTN.com; Colección Hablar con Dios de www.FranciscoFCarvajal.org de www.edicionespalabra.es , misalpalm.com, Catholic.net
Mensajes anteriores en: http://iesvs-org.blogspot.com/
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