martes, 18 de abril de 2017

[ † ] Martes por los ángeles custodios. 18/04/2017. San Francisco Solano ¡ruega por nosotros!

JA

JMJ

Pax

† Lectura del santo Evangelio según san Juan (20, 11-18)

Gloria a ti, Señor.

El día de la resurrección, María se había quedado llorando junto al sepulcro de Jesús. Sin dejar de llorar, se asomó al sepulcro y vio dos ángeles vestidos de blanco, sentados en el lugar donde había estado el cuerpo de Jesús, uno en la cabecera y el otro junto a los pies. Los ángeles le preguntaron:

"¿Por qué estás llorando, mujer?" Ella les contestó: "Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo habrán puesto".

Dicho esto, miró hacia atrás y vio a Jesús de pie, pero no sabía que era Jesús. Entonces él le dijo: "Mujer, ¿por qué estás llorando? ¿A quién buscas?" Ella, creyendo que era el jardinero, le respondió:

"Señor, si tú te lo llevaste, dime dónde lo has puesto".

Jesús le dijo: "¡María!" Ella se volvió y exclamó: "¡Rabuní!", que en hebreo significa 'maestro'. Jesús le dijo:

"Déjame ya, porque todavía no he subido al Padre. Ve a decir a mis hermanos: 'Subo a mi Padre y su Padre, a mi Dios y su Dios' ".

María Magdalena se fue a ver a los discípulos para decirles que había visto al Señor y para darles su mensaje.

Palabra del Señor.

Gloria a ti, Señor Jesús.

Suplicamos tu oración: Esto es gratis pero cuesta. No sería posible sin tus oraciones: al menos un Avemaría de corazón por cada email que leas. Dios te salve María, llena eres de Gracia, el Señor es contigo; bendita tu eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús; Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén. ¡Recuérdanos en tus intenciones de Misa!

Aclaración: una relación muere sin comunicación y comunidad-comunión. Con Dios es igual: las "palabras de vidaeterna" (Jn 6,68; Hc 7,37) son fuente de vida espiritual (Jn 6, 63), pero no basta charlar por teléfono (oración), es necesario visitarse, y la Misa permite ver a Jesús, que está tan presente en la Eucaristía, que Hostias han sangrado:www.therealpresence.org/eucharst/mir/span_mir.htm

Por leer la Palabra, no se debe dejar de ir a Misa, donde ofrecemos TODO (Dios) a Dios: al actualizarse el sacrificio de la Cruz, a) co-reparamos el daño que hacen nuestros pecados al Cuerpo de Cristo que incluye los Corazones de Jesús y de María, a Su Iglesia y nosotros mismos, b) adoramos, c) agradecemos y d) pedimos y obtenemos Gracias por nuestras necesidades y para la salvación del mundo entero… ¿Que pasa en CADA Misa? 5 minutos:http://www.youtube.com/watch?v=v82JVdXAUUs

Nota: es una película protestante, por eso falta LA MADRE.

El Misterio de la Misa en 2 minutos: https://www.youtube.com/watch?v=0QCx-5Aqyrk

El que no valora una obra de arte es porque necesita cultura: https://www.youtube.com/watch?v=mTKKaT-KaKw

Lo que no ven tus ojos (2 minutos): http://www.gloria.tv/media/y3hgYNp23xu

El Gran Milagro (película completa): http://www.gloria.tv/media/hYyhhps7cqX

Explicación: http://www.youtube.com/watch?v=eFObozxcTUg#!

San Leonardo, "El GRAN tesoro oculto de la Santa Misa": http://iteadjmj.com/LIBROSW/lpm1.doc

Audio (1/5): https://www.youtube.com/watch?v=2NjKuVnxH58

Si Jesús se apareciera, ¿no correríamos a verlo, tocarlo, adorarlo? Jesús está aquí y lo ignoramos. Jesús nos espera (Mc 14,22-24) en la Eucaristía: "si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros" (Jn 6,53; 1 Jn 5,12). La Misa es lo mínimo para salvarnos. Es como si un padre dijera "si no comes, te mueres, así que come al menos una vez por semana". Si comulgamos en estado de Gracia y con amor, nos hacemos uno (común-unión) con el Amor y renovamos la Nueva Alianza de Amor. Si faltamos a las bodas del Cordero (Ap.19,7-10) con su Iglesia (nosotros), sabiendo que rechazamos el Amor de Dios, que está derramando toda su Sangre por nuestros pecados personales, nos auto-condenamos a estar eternamente sin Amor: si una novia falta a su boda, es ella la que se aparta del amor del Novio para siempre, sabiendo que Él da la Vida por ella en el altar. ¿Qué pensaríamos si un cónyuge le dice al otro: "Te amo, pero no quiero verte todos los días, y menos los de descanso"? ¿Le ama realmente?

Faltar a Misa viola los principales mandamientos: el primero ("Amar a Dios sobre todas las cosas") y tercero ("Santificar las fiestas"). Por nuestro propio bien y evitar el infierno eterno, Dios sólo nos pide que nos regalemos 1 de las 168 horas de vida que Él nos regala cada semana: 0,6% ¡No seamos ingratos! Idolatramos aquello que preferimos a Él: los "dioses" son el descanso, entretenimiento, comida, trabajo, compañía, flojera. Prefieren baratijas al oro. Si en la Misa repartieran 1 millón de dólares a cada uno, ¿qué no harías para asistir? ¡Pues recibes infinitamente más! "Una misa vale más que todos los tesoros del mundo"… Por todo esto, es pecado mortal faltar sin causa grave a la Misa dominical y fiestas (Catecismo 2181; Mt 16, 18-19; Ex 20,8-10; Tb 1,6; Hch 20,7; 2 Ts 2,15).

Si rechazamos la Misa, ¿cómo vamos a decir "Padre Nuestro" si rechazamos volver a la Casa del Padre? ¿cómo decir "Santificado sea Tu Nombre", "Venga a nosotros Tu Reino", "Hágase Tu Voluntad", "Danos hoy nuestro pan supersubstancial de cada día" y "no nos dejes caer en la tentación más líbranos del malo", si todo eso lo obtenemos de la Misa?

Estamos en el mundo para ser felices para siempre, santos. Para lograr la santidad, la perfección del amor, es imprescindible la Misa y comunión, si es posible, diaria, como pide la Cátedra de Pedro, el representante de Cristo en la tierra (Canon 904). Antes de comulgar debemos confesar todos los pecados mortales: "quien come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propia condenación" (1 Cor 11,29; Rm 14,23). ¿Otros pecados mortales? no confesarse con el Sacerdote al menos una vez al año (CDC 989), no comulgar al menos en tiempo pascual (920), abortar (todos los métodos anticonceptivos no barrera son abortivos), promover el aborto (derecho a decidir, derechos (i)reproductivos, fecundación artificial), planificación natural sin causa grave, deseo o actividad sexual fuera del matrimonio por iglesia, privar de Misa a niños en uso de razón, borrachera, drogas, comer a reventar, envidia, calumnia, odio o deseo de venganza, ver pornografía, robo importante, chiste o burla de lo sagrado… ver más enhttp://www.iesvs.org/p/blog-page.html

Si no ponemos los medios para confesamos lo antes posible y nos sorprende la muerte sin arrepentirnos, nos auto-condenamos al infierno eterno (Catecismo 1033-41; Mt. 5,22; 10, 28; 13,41-50; 25, 31-46; Mc 9,43-48, etc.). Estos son pecados mortales objetivamente, pero subjetivamente, pueden ser menos graves, si hay atenuantes como la ignorancia. Pero ahora que lo sabes, ya no hay excusa (Jn 15,22).

 

 

† Misal

 

Martes de la Octava de Pascua

El Señor nos llenará de gloria eternamente

Antífona de Entrada

El Señor les dará a beber el agua de la sabiduría; se apoyarán en él y no vacilarán. El los llenará de gloria eternamente. Aleluya.

Se dice Gloria.

Oración Colecta

Oremos:

Señor, tú que nos has librado del pecado por medio de la muerte y resurrección de tu Hijo, prosigue en nosotros la obra liberadora de tu gracia y concédenos el gozo de celebrar la Pascua eterna, que ya desde ahora nos llena de esperanza y alegría.

Por nuestro Señor Jesucristo...

Amén.

 

Primera Lectura

Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles (2, 36-41)

El día de Pentecostés, dijo Pedro a los judíos: "Sepa todo Israel, con absoluta certeza, que Dios ha constituido Señor y Mesías al mismo Jesús, a quien ustedes han crucificado".

Estas palabras les llegaron al corazón y preguntaron a Pedro y a los demás apóstoles:

"¿Qué tenemos que hacer, hermanos?" Pedro les contestó: "Arrepiéntanse y bautícense en el nombre de Jesucristo, para el perdón de sus pecados y recibirán el Espíritu Santo.

Porque las promesas de Dios valen para ustedes y para sus hijos y también para todos los paganos que el Señor, Dios nuestro, quiera llamar, aunque estén lejos".

Con éstas y otras muchas razones los instaba y exhortaba, diciéndoles: "Pónganse a salvo de este mundo corrompido". Los que aceptaron sus palabras se bautizaron, y aquel día se les agregaron unas tres mil personas.

Palabra de Dios.

Te alabamos, Señor.

 

Salmo Responsorial Salmo 32

En el Señor está nuestra esperanza. Aleluya.

Sincera es la palabra del Señor y todas sus acciones son leales. El ama la justicia y el derecho, la tierra llena está de sus bondades.

En el Señor está nuestra esperanza. Aleluya.

Cuida el Señor de aquellos que lo temen y en su bondad confían; los salva de la muerte y en épocas de hambre les da vida.

En el Señor está nuestra esperanza. Aleluya.

En el Señor está nuestra esperanza, pues él es nuestra ayuda y nuestro amparo. Muéstrate bondadoso con nosotros, puesto que en ti, Señor, hemos confiado.

En el Señor está nuestra esperanza. Aleluya.

 

Secuencia

(Opcional durante la Octava)

Aclamación antes del Evangelio

Aleluya, aleluya.

Este es el día del triunfo del Señor, día de júbilo y de gozo.

Aleluya.

 

Evangelio

† Lectura del santo Evangelio según san Juan (20, 11-18)

Gloria a ti, Señor.

El día de la resurrección, María se había quedado llorando junto al sepulcro de Jesús. Sin dejar de llorar, se asomó al sepulcro y vio dos ángeles vestidos de blanco, sentados en el lugar donde había estado el cuerpo de Jesús, uno en la cabecera y el otro junto a los pies. Los ángeles le preguntaron:

"¿Por qué estás llorando, mujer?" Ella les contestó: "Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo habrán puesto".

Dicho esto, miró hacia atrás y vio a Jesús de pie, pero no sabía que era Jesús. Entonces él le dijo: "Mujer, ¿por qué estás llorando? ¿A quién buscas?" Ella, creyendo que era el jardinero, le respondió:

"Señor, si tú te lo llevaste, dime dónde lo has puesto".

Jesús le dijo: "¡María!" Ella se volvió y exclamó: "¡Rabuní!", que en hebreo significa 'maestro'. Jesús le dijo:

"Déjame ya, porque todavía no he subido al Padre. Ve a decir a mis hermanos: 'Subo a mi Padre y su Padre, a mi Dios y su Dios' ".

María Magdalena se fue a ver a los discípulos para decirles que había visto al Señor y para darles su mensaje.

Palabra del Señor.

Gloria a ti, Señor Jesús.

 

No se dice Credo.

 

Oración sobre las Ofrendas

Acepta, Señor, en tu bondad, los dones que te presentamos, y concédenos tu protección para conservar tu gracia y conseguir la felicidad eterna.

Por Jesucristo, nuestro Señor.

Amén.

Prefacio de Pascua I

El misterio pascual

El Señor esté con ustedes.

Y con tu espíritu.

Levantemos el corazón.

Lo tenemos levantado hacia el Señor.

Demos gracias al Señor, nuestro Dios.

Es justo y necesario.

En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación glorificarte siempre, Señor, pero más que nunca en este tiempo, en que Cristo, nuestra pascua, fue inmolado. Porque Él es el Cordero de Dios que quitó el pecado del mundo: muriendo, destruyó nuestra muerte, y resucitando, restauró la vida.

Por eso, con esta efusión de gozo pascual, el mundo entero se desborda de alegría y también los coros celestiales, los ángeles y los arcángeles, cantan sin cesar el himno de tu gloria:

Santo, Santo, Santo...

Antífona de la Comunión

Puesto que habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas del cielo, donde Cristo está sentado a la derecha de Dios; aficionaos a los bienes del cielo, no a los de la tierra. Aleluya.

Oración después de la Comunión

Oremos:

Tú que nos has concedido la gracia inmerecida del bautismo, purifica, Señor, y fortalece nuestros corazones, para que podamos alcanzar un día la felicidad eterna.

Por Jesucristo, nuestro Señor.

Amén.

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† Meditación diaria

Octava de Pascua. Martes

JESUCRISTO VIVE PARA SIEMPRE

— El Señor se aparece a María Magdalena. Jesús en nuestra vida.

— Presencia de Cristo entre nosotros.

— Buscar a Cristo y tratarle. El ejemplo de María Magdalena nos enseña que quien busca con sinceridad al Señor acaba encontrándolo.

I. María de Magdala ha vuelto al sepulcro. Conmueven el cariño y la devoción de esta mujer por Jesús aun después de muerto. Ella había sido fiel en los momentos durísimos del Calvario, y el amor de la que estuvo poseída por siete demonios1 sigue siendo muy grande. La gracia había arraigado y fructificado en su corazón después de haber sido librada de tantos males.

María se queda fuera del sepulcro llorando. Unos ángeles, que ella no reconoce como tales, le preguntan por qué llora. Se han llevado a mi Señor, les dice, y no sé dónde lo han puesto2. Es lo único que le importa en el mundo. A nosotros también es lo único que nos interesa por encima de cualquier otra cosa.

Dicho esto –nos sigue narrando el Evangelio de la Misa–, se volvió hacia atrás y vio a Jesús de pie, pero no sabía que era Jesús. María no ha dejado de llorar la ausencia del Señor. Y sus lágrimas no le dejan verlo cuando lo tiene tan cerca. Le dijo Jesús: Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?Vemos a Cristo resucitado sonriente, amable y acogedor. Ella, pensando que era el hortelano, le dijo: Señor, si te lo has llevado tú, dime dónde lo has puesto y yo lo recogeré.

Bastó una sola palabra de Cristo para que sus ojos y su corazón se aclarasen. Jesús le dijo: ¡María!La palabra tiene esa inflexión única que Jesús da a cada nombre –también al nuestro– y que lleva aparejada una vocación, una amistad muy singular. Jesús nos llama por nuestros nombres, y su entonación es inconfundible.

La voz de Jesús no ha cambiado. Cristo resucitado conserva los rasgos humanos de Jesús pasible: la cadencia de su voz, el modo de partir el pan, los agujeros de los clavos en las manos y en los pies.

María se volvió, vio a Jesús, se arrojó a sus pies, y exclamó en arameo: ¡Rabbuni!, que quiere decir Maestro. Sus lágrimas, ahora incontenibles como río desbordado, son de alegría y de felicidad. San Juan ha querido dejarnos la palabra hebraica original –Rabbuni– con que tantas veces le llamaron. Es una palabra familiar, intocable. No es Jesús un "maestro", entre tantos, sino el Maestro, el único capaz de enseñar el sentido de la vida, el único que tiene palabras de vida eterna.

María fue a los Apóstoles a cumplir el encargo que le dio Jesús, y les dijo: ¡He visto al Señor! En sus palabras se transparenta una inmensa alegría. ¡Qué distinta su vida ahora que sabe que Cristo ha resucitado, de cuando solo buscaba honrar el Cuerpo muerto de Jesús!

¡Qué distinta también nuestra existencia cuando procuramos comportarnos según esta consoladora realidad: Jesucristo sigue entre nosotros! El mismo a quien aquella mañana María de Magdala confundió con el hortelano del lugar. "Cristo vive: Cristo no es una figura que pasó, que existió en un tiempo y que se fue, dejándonos un recuerdo y un ejemplo maravillosos (...).

"Su Resurrección nos revela que Dios no abandona a los suyos. ¿Puede la mujer olvidarse del fruto de su vientre, no compadecerse del hijo de sus entrañas? Pues aunque ella se olvidare, yo no me olvidaré de ti (Is 49, 14-15), había prometido. Y ha cumplido su promesa. Dios sigue teniendo sus delicias entre los hijos de los hombres (Cfr. Prov 8, 31)"3.

Jesús nos llama muchas veces por nuestro nombre, con su acento inconfundible. Está muy cerca de cada uno. Que las circunstancias externas –quizá las lágrimas, como a María Magdalena, por el dolor, el fracaso, la decepción, las penas, el desconsuelo– no nos impidan ver a Jesús que nos llama. Que sepamos purificar todo aquello que pueda hacer turbia nuestra mirada.

II. Cristo Jesús, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, que se hizo hombre en el seno virginal de María, está en el Cielo con aquel mismo Cuerpo que asumió en la Encarnación, que murió en la Cruz y resucitó al tercer día. También nosotros, como María Magdalena, contemplaremos un día la Humanidad Santísima del Señor, y mientras tanto hemos de fomentar el deseo de verle: Oigo en mi corazón: "Buscad mi rostro". Tu rostro buscaré, Señor4. En el Cielo veremos a Jesús como es, sin imágenes oscuras; será el encuentro con quien nos conoce y a quien conocemos porque ya le hemos tratado en muchas ocasiones.

Además de estar en el Cielo, Cristo está realmente presente en la Sagrada Eucaristía. "La única e indivisible existencia de Cristo, el Señor glorioso en los cielos, no se multiplica, pero por el Sacramento se hace presente en varios lugares del orbe de la tierra, donde se realiza el sacrificio eucarístico. La misma existencia, después de celebrado el sacrificio, permanece presente en el Santísimo Sacramento, el cual, en el tabernáculo del altar, es como el corazón vivo de nuestros templos. Por lo cual estamos obligados, por obligación ciertamente suavísima, a honrar y a adorar en la Hostia Santa que nuestros ojos ven, al mismo Verbo encarnado que ellos no pueden ver, y que, sin embargo, se ha hecho presente delante de nosotros sin haber dejado los cielos"5. "La presencia de Jesús vivo en la Hostia Santa es la garantía, la raíz y la consumación de su presencia en el mundo"6.

Cristo vive, y está también presente con su virtud en los sacramentos; está en su Palabra, cuando en la Iglesia se lee la Sagrada Escritura; está presente cuando la Iglesia ora y se reúne en su nombre7. Vive en el cristiano de una manera íntima, profunda e inefable. Cumplió la promesa que hizo a los Apóstoles cuando se despedía de ellos en la Última Cena: Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él y en él haremos morada8. Dios habita en nuestra alma en gracia y ahí debemos buscarle, ahí debemos escucharle, pues nos habla, y le entenderemos, si tenemos el oído atento y el corazón limpio. A esa presencia se refiere San Pablo cuando afirma que cada uno de nosotros es templo del Espíritu Santo9.

San Agustín, al considerar la cercanía inefable de Dios en el alma, exclamaba: "¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé!; he aquí que tú estabas dentro de mí y yo fuera, y por fuera te buscaba (...). Tú estabas conmigo, mas yo no estaba contigo. Me tenían lejos de Ti las cosas que, si no estuviesen en Ti, no serían. Tú me llamaste claramente y rompiste mi sordera; brillaste, resplandeciste y curaste mi ceguedad"10.

En el alma en gracia, el Señor está más cerca que cualquier persona que esté a nuestro lado, más cerca que el hijo o el hermano que tenéis en vuestros brazos o lleváis de la mano; está más presente que el propio corazón. No dejemos de tratarle.

III. Cristo vive, y de diversos modos está entre nosotros y aun dentro de nosotros. Por eso debemos salir a su encuentro, esforzarnos por tener más conciencia de esa presencia inefable para que, teniéndole más presente, le tratemos más, y su amor crezca en nosotros. "Hay que tratar a Cristo, en la Palabra y en el Pan, en la Eucaristía y en la Oración. Y tratarlo como se trata a un amigo, a un ser real y vivo como Cristo lo es, porque ha resucitado. Cristo, leemos en la epístola a los Hebreos, como siempre permanece, posee eternamente el sacerdocio. De aquí que puede perpetuamente salvar a los que por medio suyo se presentan a Dios, puesto que está siempre vivo para interceder por nosotros (Heb 7, 24-25).

"Cristo, Cristo resucitado, es el compañero, el Amigo. Un compañero que se deja ver solo entre sombras, pero cuya realidad llena toda nuestra vida, y que nos hace desear su compañía definitiva"11. Si contemplamos a Cristo resucitado, si nos esforzamos en mirarlo con mirada limpia, comprenderemos hondamente que también ahora es posible seguirle de cerca, vivir junto a Él nuestra vida, que entonces se engrandece y adquiere un sentido nuevo.

Con el tiempo, entre Jesús y nosotros se irá estableciendo una relación personal –una fe amorosa– que puede ser hoy, al cabo de veinte siglos, tan auténtica y cierta como la de aquellos que le contemplaron resucitado y glorioso con las señales de la Pasión en su Cuerpo. Notaremos que, cada vez con más naturalidad, vamos refiriendo al Señor todas las cosas de nuestra existencia, y que no podríamos vivir sin Él. Encontrar al Señor nos supondrá en ocasiones una paciente y laboriosa búsqueda, comenzar y recomenzar cada día, quizá con la impresión de que estamos en la vida interior como al principio. Sin embargo, si luchamos, siempre estaremos más cerca de Jesús. Pero es preciso no dejar jamás que penetre el desaliento en nuestra alma por posibles retrocesos, muchas veces aparentes.

El ejemplo de María Magdalena, que persevera en la fidelidad al Señor en momentos difíciles, nos enseña que quien busca con sinceridad y constancia a Jesucristo acaba encontrándolo. En cualquier circunstancia de nuestra vida le hallaremos mucho más fácilmente si iniciamos nuestra búsqueda de la mano de la Virgen, nuestra Madre, a quien le decimos en la Salve: muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre.

1 Cfr. Lc 8, 2. — 2 Jn 20, 13. — 3 San Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 102. — 4 Sal 26, 8. — 5Pablo VI, Credo del pueblo de Dios. — 6 San Josemaría Escrivá, loc. cit. — 7 Cfr. Conc. Vat. II, Const. Sacrosanctum Concilium, 7. — 8 Jn 14, 23. — 9 Cfr. 2 Cor 6, 16-17. — 10 San Agustín,Confesiones, 10, 27-38. — 11 San Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 116.

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† Santoral               (si GoogleGroups corta el texto, lo encontrará en www.iesvs.org)

 

San Francisco Solano
Misionero
(año 1610)

Francisco Solano, llamado "el Taumaturgo del nuevo mundo", por la cantidad de prodigios y milagros que obtuvo en Sudamérica, nació en 1549, en Montilla, Andalucía, España.

Su padre era alcalde de la ciudad, y el jovencito desde muy pequeño se caracterizó por su habilidad en poner paz entre los que se peleaban. Cuando había algún duelo a espada, bastaba que Francisco corriera a donde los combatientes a suplicarles que no se pelearan más, para que hicieran las paces.

Estudió con los Jesuitas, pero entró a la comunidad Franciscana porque le atraían mucho la pobreza y la vida tan sacrificada de los religiosos de San Francisco. Los primero años de sacerdocio los dedicó a predicar con gran provecho en el sur de España. Sus sermones no tenían nada de rebuscado ni de elegante, pero llegaban hasta el fondo del corazón de los pecadores y conseguían grandes conversiones. Es que rezaba mucho antes de cada predicación.

Primer contagio. Llegó a Andalucía la peste del tifo negro y Francisco y su compañero Fray Buenaventura se dedicaron a atender a los enfermos más abandonados. Buenaventura se contagió y murió (y ahora es santo también) luego se contagió también Francisco y creyó que ya le había llegado la hora de partir para la eternidad, pero luego, de la manera más inesperada, quedó curado. Con eso se dio cuenta de que Dios lo tenía para obras apostólicas todavía más difíciles.

Pidió a sus superiores que lo enviaran de misionero al Africa, y no le fue aceptada su petición. Pero poco después el rey Felipe II pidió a los franciscanos que enviaran misioneros a Sudamérica y entonces sí fue enviado Francisco a extender la religión por estas tierras. Fue una gran alegría para su corazón.

Y sucedió que una terrible tempestad lanzó el barco contra unas rocas frente a Panamá y se partió en dos. No había sino una embarcación para volver a tierra firme, y el misionero prefirió aguardar allá en esos escollos con los esclavos negros que él había venido instruyendo durante el viaje y acompañarlos hasta que llegara otra barca a salvarlos. Y aprovechó esos tres días de terror y peligro, para acabar de instruirlos y bautizarlos allí mismo. Varios de ellos perecieron luego entre aquellas olas pero ya habían sido bautizados.

La pequeña embarcación los llevó a unas costas inhospitalarias y allá pasaron días terribles de hambre y peligros. Cuando los marineros se desesperaban lo único que podía calmarlos era la intervención del Padre Francisco. Cuando había peleas, al único que le hacían caso para dejar de pelear, era el Padre Solano. Al fin lograron que un barco los recogiera y los llevara a la ciudad de Lima.

Fray Francisco Solano recorrió el continente americano durante 20 años predicando, especialmente a los indios. Pero su viaje más largo fue el que tuvo que hacer a pie, con incontables peligros y sufrimientos, desde Lima hasta Tucumán (Argentina) y hasta las pampas y el Chaco Paraguayo. Más de 3,000 kilómetros y sin ninguna comodidad. Sólo confiando en Dios y movido por el deseo de salvar almas.

Y le sucedió en aquel gran viaje misionero, que lograba aprender con extraordinaria facilidad los dialectos de aquellos indios a las dos semanas de estar con ellos. Y le entendían todos admirablemente sus sermones. Sus compañeros misioneros se admiraban grandemente de este prodigio y lo consideraban un verdadero milagro de Dios. Pero lo más admirable es que las tribus de indios, aun las más belicosas, y opuestas a los blancos, recibían los sermones del santo con una docilidad y un provecho que parecían increíbles. Dios le había concedido la eficacia de la palabra y la gracia de conseguir la simpatía y buena voluntad de sus oyentes.

Fray Francisco llegaba a las tribus más guerreras e indómitas y aunque al principio lo recibían al son de batalla, después de predicarles por unos minutos con un crucifijo en la mano, conseguía que todos empezaran a escucharle con un corazón dócil y que se hicieran bautizar por centenares y miles.

Un Jueves Santo estando el santo predicando en La Rioja (Argentina) llegó la voz de que se acercaban millares de indios salvajes a atacar la población. El peligro era sumamente grande, todos se dispusieron a la defensa, pero Fray Francisco salió con su crucifijo en la mano y se colocó frente a los guerreros atacantes y de tal manera les habló (logrando que lo entendieran muy bien en su propio idioma) que los indígenas desistieron del ataque y poco después aceptaron ser evangelizados y bautizados en la religión católica.

El Padre Solano tenía una hermosa voz y sabía tocar muy bien el violín y la guitarra. Y en los sitios que visitaba divertía muy alegremente a sus oyentes con sus alegres canciones. Un día llegó a un convento donde los religiosos eran demasiado serios y recordando el espíritu de San Francisco de Asís que era vivir siempre interior y exteriormente alegres, se puso a cantarles y hasta a danzar tan jocosamente que aquellos frailes terminaron todos cantando, riendo y hasta bailando en honor del Señor Dios.

San Francisco Solano misionó por más de 14 años por el Chaco Paraguayo, por Uruguay, el Río de la Plata, Santa Fe y Córdoba de Argentina, siempre a pie, convirtiendo innumerables indígenas y también muchísimos colonos españoles. Su paso por cada ciudad o campo, era un renacer del fervor religioso. Un día en el pueblo llamado San Miguel, estaban en un toreo, y el toro feroz se salió del corral y empezó a cornear sin compasión por las calles. Llamaron al santo y éste se le enfrentó calmadamente al terrible animal. Y la gente vio con admiración que el bravísimo toro se le acercaba a Fray Francisco y le lamía las manos y se dejaba llevar por él otra vez al corral.

A imitación de su patrono San Francisco de Asís, el padre solano sentía gran cariño por los animalillos de Dios. Las aves lo rodeaban muy frecuentemente, y luego a una voz suya, salían por los aires revoloteando, cantando alegremente como si estuvieran alabando a Dios.

Por orden de sus superiores, los últimos años los pasó Fray Francisco en la ciudad de Lima predicando y convirtiendo pecadores. Entraba a las casas de juegos y hacía suspender aquellos vicios y llevaba a los jugadores a los templos. En los teatros, en plena función inmoral hacía suspender la representación y echaba un fogoso sermón desde el escenario, haciendo llorar y arrepentirse a muchos pecadores. En plena plaza predicaba al pueblo anunciando terribles castigos de Dios si seguían cometiendo tantos pecados y esto conseguía muchas conversiones.

Un día estando predicando en una misa empezó a temblar. Las gentes quisieron salir huyendo, pero él les dijo: "Si piden perdón a Dios, no les sucederá nada malo". Todos pidieron perdón y nada malo sucedió aquel día allí. Otro día en pleno sermón exclamó: "Por las maldades de estas gentes, todo lo que está a mi alrededor será destruido y no quedará sino el sitio desde donde estoy predicando". Y así sucedió años después. llegó un terremoto y destruyó el templo y todos los alrededores, y el único sitio que quedó sin que le pasara nada, fue aquel desde donde el santo había predicado.

En mayo de 1610 empezó a sentirse muy débil. Los médicos que lo atendían se admiraban de su paciencia y santidad. El 14 de julio, una bandada de pajaritos entró cantando a su habitación y el Padre Francisco exclamó: "Que Dios sea glorificado", y expiró. Desde lejos las gentes vieron una rara iluminación en esa habitación durante toda la noche. San Francisco Solano: pídele a Dios muchas bendiciones para América.

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Beata María de la Encarnación
Madre de familia
Año 1618

He aquí una madre de seis hijos, que se dio el gusto de poder llevar a su país tres nuevas comunidades religiosas, y de llegar a tener tres hijas religiosas y un hijo sacerdote, además de dos hijos muy buenos católicos y padres de familia.

Nació en París en 1565 de noble familia. Sus padres deseaban mucho tener una hija y después de bastantes años de casados no la habían tenido. Prometieron consagrarla a la Sma. Virgen y Dios se la concedió. Tan pronto nació la consagraron a Nuestra Señora y poco después fueron al templo a dar gracias públicamente a Dios por tan gran regalo.

De jovencita deseaba mucho ser religiosa, pero sus padres, por ser la única hija, dispusieron que debería contraer matrimonio. Ella obedeció diciendo: "Si no me permiten ser esposa de Cristo, al menos trataré de ser una buena esposa de un buen cristiano". Y en verdad que lo fue.

A sus seis hijos los educaba con tanto esmero especialmente en lo espiritual que la gente decía: "Parece que los estuviera preparando para ser religiosos".

Su esposo Pedro Acarí, un joven abogado, que ocupaba un alto puesto en el Ministerio de Hacienda del gobierno, era muy piadoso y caritativo y ayudaba con gran generosidad especialmente a los católicos que tenían que huir de Inglaterra por la persecución de la Reina Isabel. Pero como todo ser humano, Don Pedro tenía también fuertes defectos que hicieron sufrir bastante a nuestra santa. Pero ella los soportaba con singular paciencia.

A quienes le preguntaban si a sus hijos los estaba preparando para que fueran religiosos, ella les respondía: "Los estoy preparando para que cumplan siempre y en todo de la mejor manera la voluntad de Dios".

El Sr. Acarí pertenecía a la Liga Católica y este partido fue derrotado y quedó de rey Enrique IV, el cual desterró a los jefes de la Liga y les confiscó todos sus bienes. De un momento a otro la señora de Acarí quedaba sin esposo y sin bienes y con seis hijitos para sostener. Pero ella no era mujer débil para dejarse derrotar por las dificultades. Personalmente asumió ante el gobierno la defensa de su marido y obtuvo que levantaran el destierro y que le devolvieran parte de los bienes que le habían quitado. Y llegó a ganarse la admiración y el aprecio del mismo rey Enrique IV.

Desde los primeros años de su matrimonio dispuso llevar una vida de mucha piedad en su hogar. Al personal de servicio le hacía rezar ciertas oraciones por la mañana y por la noche, y a la vez que les prestaba toda clase de ayudas materiales, se preocupaba mucho porque cada uno cumpliera muy bien sus deberes para con Dios. Se asoció con una de sus sirvientas para rezar juntas, corregirse mutuamente en sus defectos, leer libros piadosos y ayudarse en todo lo espiritual.

La bondad de su corazón alcanzaba a todos: alimentaba a los hambrientos, visitaba enfermos, ayudaba a los que pasaban situaciones económicas difíciles, asistía a los agonizantes, instruía a los que no sabían bien el catecismo, trataba de convertir a los herejes, a los que habían pasado a otras religiones y favorecía a todas las comunidades religiosas que le era posible. Su marido a veces se disgustaba al verla tan dedicada a tantas actividades religiosas y caritativas, pero después bendecía a Dios por haberle dado una esposa tan santa.

La señora de Acarí se hizo amiga de una mujer mundana la cual empezó a tratar en sus charlas de temas profanos, y al iniciarla en lecturas de novelas y de escritos no piadosos. Esto la enfrió mucho en su piedad. Afortunadamente su esposo se dio cuenta y la previno contra el peligro de esa amistad y de esas lecturas y empezó a llevarle los libros escritos por Santa Teresa, y estos libros la transformaron completamente. Otra lectura que la conmovió profundamente fue la de las Confesiones de San Agustín. Una frase de este santo que la movió a dedicarse totalmente a Dios fue la siguiente: "Muy pobre y miserable es el corazón que en vez de contentarse con tener a Dios de amigo, se dedica a buscar amistades que sólo le dejan desilusión".

Muere su esposo y ella puede ahora dedicarse con más exclusividad a las labores espirituales. Arregla todo de la mejor manera para que sus hijos sigan recibiendo la mejor educación posible y ella dirige todos sus esfuerzos a una labor que le ha sido confiada en una visión.

Un día mientras está orando, después de haber leído unas páginas de la autobiografía de Santa Teresa, siente que ésta santa se le aparece y le dice: "Tú tienes que esforzarte por que mi comunidad de las carmelitas logre llegar a Francia". Desde esa fecha la Señora Acarí se dedica a conseguir los permisos para que las Carmelitas puedan entrar a su país. Pero las dificultades que se le presentan son muy grandes. Hay leyes que prohiben la llegada de nuevas comunidades. Habla con el rey y con el arzobispo, pero cuando todo parece ya estar listo, de nuevo se les prohibe la entrada. Una nueva aparición de Santa Teresa viene a recomendarle que no se canse de hacer gestiones para que las religiosas carmelitas puedan entrar a Francia, porque esta comunidad va a hacer grandes labores espirituales en ese país. Por sus ruegos el Padre Berule (el futuro Cardenal Berule) se va a España y obtiene que preparen un grupo de carmelitas para enviar a París. Y mientras tanto la Sra. Acarí sigue en la capital haciendo gestiones para conseguirles casa y por obtener todos los permisos del alto gobierno.

Nuestra santa no es de las que se quedan con los brazos cruzados. Sabe que a París ha llegado el famoso obispo San Francisco de Sales a predicar una gran serie de sermones y lo invita a su casa y este santo apóstol que es admirador incondicional de los escritos de Santa Teresa se le convierte en su mejor aliado y habla con las más altas personalidades y le ayuda a conseguir los permisos que necesitan. Otro que les ayudó mucho fue el abad de los Cartujos, que era su confesor. Y entre todos logran conseguir del Papa Clemente VIII un decreto permitiendo la entrada de las hermanas a Francia. Un ideal conseguido. En 1604 llegaron a París las primeras hermanas Carmelitas. Iban dirigidas por dos religiosas que después serían beatas: la beata Ana de Jesús y la Madre Ana de San Bartolomé. La señora de Acarí con sus tres hijas las estaba esperando en las puertas de la ciudad, y con ellas lo mejor de la sociedad. Y cantando el salmo 116: "Alabad al Señor todas las naciones, aclamadlo todos los pueblos", entraron al pueblo para dar gracias y luego las acompañaron a la casa que les tenían preparada. Poco después las tres hijas de la señora Acarí se hicieron monjas carmelitas y luego lo será ella también.

La comunidad de las carmelitas estaba destinada a hacer un gran bien en Francia por muchos siglos y a tener santas famosas como por ejemplo, Santa Teresita del Niño Jesús.

La beata de la cual estamos hablando en esta biografía tiene la especialidad de haber sido una de las monjas más especiales que ha tenido la Iglesia Católica. Madre de seis hijos (tres religiosas carmelitas, un sacerdote y dos casados) viuda, dama de la alta sociedad y termina siendo humilde monjita en un convento donde su propia hija es la superiora. No es un caso tan fácil de repetirse.

Después de conseguirles muchas novicias a las hermanas carmelitas y de ayudarles a fundar tres conventos en Francia y de haber tenido el gusto de que sus tres hijas se hicieran monjas carmelitas, pidió ella también ser aceptada como hermanita legal en uno de los conventos. Y allí se dedicó a los oficios más humildes y a obedecer en todo como la más sencilla de las novicias. Al ser nombrada su hija como superiora del convento, la mamá de rodillas le juró obediencia.

Los últimos años de la hermana María de la Encarnación (nombre que tomó en la comunidad) fueron de profunda vida mística y de frecuentes éxtasis. Dios le revelaba importantes verdades. Estas elevaciones espirituales, ahora en la vida del convento las podía gozar mucho más tranquilamente. Santa Teresa en una tercera aparición le anunció que ella también llegaría a pertenecer a su comunidad de hermanas carmelitas y esto la animó a hacer la petición para entrar a la santa comunidad. Desde que se hizo religiosa su ilusión era pasar escondida y en silencio, cumpliendo con la mayor exactitud los reglamentos de la congregación. Las monjitas empezaron pronto a presenciar sus éxtasis y les parecía que esta venerable señora era ante Dios como una niñita sencilla, pura y obediente que tenía su cuerpo acá en la tierra pero que ya su espíritu vivía más en el cielo que en este mundo.

En abril de 1618 enfermó gravemente y quedó medio paralizada. No se cansaba de bendecir a Dios por todas las misericordias que le había regalado en su vida. A una hija que lloraba al sentir que se iba a morir le decía: "Pero hija, ¿te entristeces porque me marcho a una patria mucho mejor que esta?". Y su lecho de muerte se convierte en cátedra desde donde enseña a todas la santidad. Sin cesar recomienda a quienes la visitan que no se apeguen a los goces de la tierra que son tan pasajeros y que se esfuercen por conseguir los goces del cielo que son eternos.

Las hermanas le preguntan: "¿Le va pedir a Dios que le revele la fecha de su muerte?", y responde: -"No, yo lo que le pido a Nuestro Señor es que tenga misericordia de mí en esta hora final". Otra le pregunta: "¿Qué le pedirá a Dios al llegar al cielo? - Le pediré que en todo y en todas partes se haga siempre la voluntad de su querido Hijo Jesucristo". El 16 de abril de 1618 tiene un éxtasis y al final de él una monjita le pregunta: "¿Qué hacía hermana durante este rato?" Y le responde: "Estaba hablando con mi buen Padre, Dios". Luego con una suave sonrisa se quedó muerta.

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Fuente: ar.geocities.com/misa_tridentina01 
Atanasia o Anastasia, Santa Abadesa, 18 de abril  

Atanasia o Anastasia, Santa

Abadesa

Martirologio Romano: En la isla Egina, santa Atanasia, viuda, que vivió como solitaria y fue también hegúmena, ilustre por sus virtudes y observancia monástica (s. IX).

 

Santa Atanasia o Anastasia (siglo IX) Nació y murió en la isla de Egina, Grecia. 

Aspiraba a la vida religiosa, pero fue obligada a casarse dos veces. La primera vez con un hombre rico y bastante joven. Formaron un matrimonio feliz hasta que murió su marido defendiendo el puerto de Egina del que pretendían apoderarse los musulmanes procedentes de España. Las leyes de la isla forzaban a las viudas jóvenes a contraer un nuevo matrimonio, ya que ésta se había despoblado tras la guerra. Su nuevo esposo, más rico aún que el primero, era un hombre bueno y misericordioso con los pobres, igual que ella. Se dedicaban juntos a la oración y a socorrer a los indigentes. 

Cuando llegaron a la vejez, se separaron para preparar su muerte cada uno por su cuenta. Anastasia se quedó en su palacio que transformó en convento y dirigió una comunidad de religiosas. Las monjas llevaban una vida extremadamente austera moderada bajo la hábil guía de un abad llamado Matías, que les sugirió que se mudaran a un lugar más solitario: Tamia. 

Allí, el monasterio creció y prosperó. La fama de Atanasia llegó a oídos de la emperatriz de Constantinopla, Teodora, esposa del Emperador Teófilo el Iconoclasta. Ésta le pidió que fuera a Constantinopla, para ayudarla a restaurar la veneración de las imágenes. Allí permaneció Atanasia durante siete años. De regreso a Tamia, cayó gravemente enferma, pese a lo cual, siguió asistiendo al oficio divino hasta la víspera de su muerte.

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Fuente: OSAnet.org 
Andrés de Montereale, Beato Agustino,Abril 18  

Andrés de Montereale, Beato

Vino a la luz de este mundo en la pequeña localidad de Mascioni, provincia de L'Aquila (Italia), en el seno de una modesta familia de campesinos. Aunque desconocemos la fecha exacta de su nacimiento, es muy probable que tuviera lugar dentro del primer decenio del siglo. Se dice que a los catorce años entró en el vecino convento de los agustinos de Montereale. Ciertamente en 1431 figura como estudiante de teología en Rimini, y en los años sucesivos en Padua y Ferrara, logrando los grados de lector y bachiller. En 1438 explicó en el studio et universitate Senensi los libros de las Sentencias, y pocos años después obtuvo el título de maestro en sagrada teología.

A sus obligaciones docentes o de gobierno – en 1453 fue elegido provincial de Umbría - se vio obligado a añadir otras delicadas actividades, pues en consideración a su dinamismo, a la valía de su persona y a la reconocida rectitud, en varias ocasiones los Padres generales de la Orden lo nombraron su vicario con el específico encargo de restablecer la observancia en los conventos de Nursia (1452), Amatrice (1468) y Cerreto di Spoleto (1475).

Desde el principio, el desempeño de esta misión de reformador le ocasionó no pocos sufrimientos e incomprensiones. En 1459, siendo prior y regente del estudio de Siena renunció a ambos oficios, muy probablemente por causa de los cargos contra su persona y modo de proceder que algunos religiosos hicieron llegar a Roma. No se conoce el resultado de la investigación llevada a término, pero sí ha llegado a nosotros el juicio del P. General Ambrosio Massari de Cori, por aquel entonces presidente del estudio de Perugia, quien no dudó en afirmar que Andrés, "soportando injusticias y mostrando siempre gran paciencia, maximum ostendit exemplum sanctitatis". Los hechos posteriores confirman tal elogio, ya que en 1471 fue reelegido provincial, y nunca disminuyó la estima y la confianza de los superiores mayores de la Orden, que continuaron sirviéndose de él para promover la observancia regular.

Los últimos años del Beato transcurrieron serenos en el convento de Montereale, donde murió en abril de 1479, y donde aún hoy, en la iglesia en otros tiempos de la Orden, se veneran sus restos mortales.

Entre las festividades locales vinculadas a su memoria destaca la celebrada el 13 de septiembre, día en que, según la tradición, en 1691 habría alzado desde la tumba su brazo derecho para salvar la ciudad de un terremoto.

Su culto fue aprobado por Clemente XIII el 11 de mayo de 1764.

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Román Archutowski, Beato Sacerdote y Mártir, Abril 18  

Román Archutowski, Beato

Román Archutowski, sacerdote de la Arquidiócesis de Varsovia, víctima del nazismo por odio a su fe cristiana.

Murió en el pueblo de Majdanek, próximo a Lublin, el 18 de abril de 1943.

El Papa Juan Pablo II lo elevó a la gloria de los altares el 13 de junio de 1999 junto con otros 107 víctimas de aquella persecución.

Para ver más sobre los 108 mártires Polacos durante la segunda guerra mundial haz "click" 
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Fuente: sdp.congregacion.org 
Savina Petrilli, Beata Fundadora, Abril 18  

Savina Petrilli, Beata

Fundadora de laCongregación
de las Hermanas de los Pobres de Santa Catalina de Siena

Nació el 29 de agosto de 1851 en Siena, Italia.

Un año después, a causa de una enfermedad, recibiría la unción. Su infancia y adolescencia estuvieron marcadas por sufrimientos físicos debidos a su mala salud. A los 10 años, al recibir la primera comunión sintió la llamada a hacerse religiosa. 

En 1869, durante una audiencia, el beato Pío IX le dijo. "Camina sobre las huellas de Catalina de Siena y sigue sus ejemplos".

Esto la animó a fundar una nueva familia religiosa. En 1872, con permiso del obispo, fundó la Congregación de las Hermanas de los Pobres de Santa Catalina de Siena.

Inicialmente la obra se dedicó a los huérfanos, después abrazó otros apostolados de alivio a la miseria y el sufrimiento. 

Redactó una Regla muy austera, convencida de que sólo con el empeño y la renuncia a uno mismo se puede ayudar a los pobres. Los últimos 30 años de su vida sufrió una grave enfermedad degenerativa. Murió el 18 de abril de 1923 en Siena.

El Papa Juan Pablo II la beatificó el 24 de abril de 1988.

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Fuente: Archidiócesis de Madrid 
Perfecto de Córdoba, Santo Mártir, Abril 18  

Perfecto de Córdoba, Santo

Mártir

Fue el primero de los mártires cristianos que ocasionó la persecución de Abd al-Rahman II, el emir de al-Andalus, hijo y sucesor de Al-Hakam I, en el año 850. San Eulogio, contemporáneo suyo, comienza con el relato de su martirio el Memorial de los mártires.

Hijo de padres cristianos y nacido en Córdoba, conocedor del idioma árabe, aparece vinculado a la Iglesia de san Acisclo donde se formó y se ordenó de sacerdote, cuando es pleno el dominio musulmán.

En el año 850 se abre una etapa de mayor rigor e intransigencia musulmana que rompe la convivencia hasta el momento equilibrada entre las poblaciones monoteístas de la ciudad. El presbítero Perfecto encabeza la lista de los mártires cordobeses del siglo IX.

En los comienzos del 850 le rodea un malintencionado grupo de musulmanes; le preguntan su parecer acerca de Cristo y de Mahoma. Perfecto expresó con claridad su fe en Jesucristo: Jesucristo es el Señor, sus seguidores están en la verdad, y llegarán a la salvación; la Ley de Cristo es del Cielo y dada por el mismo Dios. "En cuanto a lo que los católicos piensan de vuestro profeta, no me atrevo a exponerlo, ya que no dudo que con ello os molestaréis y descargaréis sobre mí vuestro furor". Pero, ante su insistencia y con la promesa de impunidad, con la misma claridad expone lo que pensaba sobre quien ellos tenían como profeta: Mahoma es el hombre del demonio, hechicero, adúltero, engañador, maldito de Dios, instrumento de Satanás, venido del infierno para ruina y condenación de las gentes. Han quedado sus interlocutores atónitos, perplejos y enfurecidos. ¿Cómo podrán soportar que se llame al profeta Mahoma mentiroso y a su doctrina abominación? ¿Aceptarán oír que quienes le siguen van a la perdición, tienen ciego el entendimiento y su modo de vivir es una vergüenza? 

Le llaman traidor, le llevan al cadí y entra en la cárcel.

Allá, junto al Gaudalquivir, el 18 de abril del 850, en el sitio que se llamó "Campo de la Verdad" por los muchos mártires que se coronaron, fue degollado por odio a la fe que profesaba,.

Luego se enterró su cadáver en la iglesia de san Acisclo y sus restos se trasladaron más tarde -en el 1124- a la iglesia de san Pedro.

Su muerte ejemplar alentó a los acorralados y miedosos cristianos. Desde este martirio, habrá quienes se acerquen voluntariamente a los jueces.

Además de claridad en los conceptos, hay exactitud en las palabras y lo que es más importante coherencia en las obras. Quizá los "hábiles dialogantes" de hoy tildaríamos a Perfecto de "imprudente" por nuestra extraña cobardía que pega al suelo; pero, si la prudencia es virtud que acerca al cielo, Perfecto fue un hombre prudente. La verdad tiene un camino y, cuando Perfecto abría la boca, en su simpleza, sólo sabía decir la verdad. 
No es bueno confundir la tolerancia con la indiferencia.

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Fuente: Franciscanos.org 
Andrés Hibernón, Beato Franciscano, Abril 18  

Andrés Hibernón, Beato

El Beato Andrés, hermano profeso primero en la Observancia y después en los Descalzos franciscanos, nació en Murcia y murió en Gandía (Valencia). Se distinguió por su austeridad y vida de oración, que estuvo acompañada de carismas extraordinarios, así como por el fiel complimiento de los oficios conventuales y la particular atención a los pobres y necesitados. Sus devociones favoritas fueron la Sagrada Eucaristía y la Virgen María en el misterio de su Inmaculada Concepción.

Vida seglar de Andrés Hibernón

Los padres del Beato Andrés se llamaban Ginés Hibernón y María Real. El padre era un ciudadano noble de Cartagena. La madre, originaria de la Serranía de Cuenca. Ambos, descendientes de familias ilustres de sangre, honradas y católicas. También ellos se distinguieron por sus virtudes cristianas. El piadoso matrimonio se había establecido en la villa de Alcantarilla, pero en 1534 se trasladó a la capital, Murcia, para visitar a un hermano de la consorte María, que era beneficiado de la catedral de dicha ciudad. Durante la estancia de los padres en Murcia acaeció el circunstancial nacimiento del hijo a quien bautizaron en la Catedral poniéndole el nombre de Andrés.

Pocos días después del nacimiento de Andrés, sus padres regresaron a su casa y a sus ocupaciones de Alcantarilla, y a partir de entonces su preocupación principal fue la educación de su hijo. Ginés y María se esmeraron en infundirle su fe y sus sentimientos cristianos. Y el niño, al ritmo que crecía en edad, crecía también en piedad y devoción. Puso gran empeño en aprender a ayudar a Misa, como veía que lo hacían otros niños. 

Viendo los padres que el niño era de despiertas facultades intelectuales cuidaron también su educación en las letras y en las ciencias. Pero la fortuna de la familia se basaba en las heredades que poseía el padre, por lo que, unos años de sequía hicieron que la familia se viera en tal penuria, que no pudiese sufragar los gastos de la manutención y estudios del joven Andrés. Muy a pesar suyo, los padres se vieron obligados a enviar a Andrés a Valencia, a casa de su tío Pedro Ximeno, quien lo empleó en la custodia del ganado. El joven Andrés, consciente de que cumplía la voluntad de Dios, se dedicó con tal solicitud a la guarda del ganado de su tío por las fértiles campiñas de Valencia, que D. Pedro se sentía satisfecho y complacido de tener a su servicio un sobrino tan juicioso, cumplidor y temeroso de Dios.

Al propio tiempo el joven aprovechó la soledad del campo y la elocuencia de la naturaleza para el recogimiento interior, la meditación y el cultivo de las virtudes cristianas. Visitaba con frecuencia las iglesias y ermitas de su entorno. Frecuentaba, cuanto podía, los sacramentos. Mortificaba con ayunos y asperezas su cuerpo. Sus virtudes eran la edificación de cuantos le trataban; nunca se le vio reñir con nadie, ni turbarse por siniestro alguno, sino siempre agradable, manso, dócil, afable y modesto.

Su espíritu creció en anhelos de mayor perfección cristiana y, a los veinte años, decidió volver a su tierra de origen, movido por una fuerza interior que le impulsaba a buscar algo distinto y mejor. Su tío sintió la pérdida de tan fiel sobrino y servidor, y, agradecido a sus buenos servicios, le gratificó con ochenta ducados de plata que el joven Andrés, con desprendimiento de los bienes materiales, pensaba destinar para la dote de una hermana suya, con tal desventura que, en el viaje de regreso a su patria, unos desalmados ladrones le robaron su pequeño caudal.

De nuevo en su casa, fue recibido con el natural regocijo por sus padres, que habían sufrido y lamentado la ausencia de tan querido hijo. La nobleza de sus costumbres le ganó bien presto tal estimación y concepto, que todos procuraban su amistad. Entre otros, D. Pedro Casanova, Regidor de la ciudad de Cartagena y Alguacil Mayor del Santo Oficio, lo estimaba sobremanera y gustaba de su trato y conversación. Este señor Regidor quiso llevarle a la ciudad de Granada, adonde tenía que trasladarse por negocios importantes de Cartagena. En prenda de su confianza, entregó a su compañero Andrés las llaves de todo su dinero, alhajas y joyas, haciéndole absoluto depositario de todo lo suyo.

Ingreso en la Orden Franciscana

Ya en Granada, el joven Andrés fue madurando en el propósito que anidaba en su interior desde que se despidiera de su tío de Valencia: una vida de mayor perfección cristiana, propósito que sólo Dios y su confesor conocían. Un buen día Andrés no volvió a la casa de don Pedro Casanova, su señor, quien vivió preocupado durante unos días por incomparecencia del joven en quien había depositado su confianza, y porque nadie le daba razón de él. Casualmente encontró las llaves de sus dineros y joyas que había confiado a su joven compañero, confirmando, con admiración, que no le faltaba nada. En su aflicción por la extraña ausencia de Andrés, don Pedro recibió carta de su esposa doña Francisca Angosto diciéndole que se tranquilizara porque Andrés Hibernón había decidido hacerse religioso franciscano y no se lo había comunicado para que no le disuadiera de su propósito.

En efecto, desde hacía tiempo el joven Andrés estaba en contacto con los franciscanos, a quienes tal vez conocería en Valencia, esperando órdenes para poder ingresar en el noviciado. Le llegó la ansiada noticia de su admisión estando en Granada y partió presto hacia Albacete donde estaba el convento noviciado de la Provincia Franciscana Observante de Cartagena. Allí vistió el hábito franciscano el día 31 de octubre de 1556, a la edad de veintidós años, cumpliendo así uno de los grandes anhelos de su vida. Durante el año de probación se distinguió por su humildad y sencillez, por su espíritu de sacrificio y el don de la oración. Aprendió de memoria la Regla de San Francisco y la observaba con escrupulosa piedad. Juzgándole los superiores idóneo para la vida religiosa, le admitieron a la profesión de los votos el día de Todos los Santos de 1557. Con ello el joven Andrés se consagraba a Dios, a los veintitrés años, con una voluntad generosa y reflexiva de amarle y servirle al estilo de San Francisco de Asís.

Por entonces surgió la reforma franciscana promovida por San Pedro de Alcántara, que ha venido a ser conocida como la reforma Alcantarina o de los Descalzos. Pronto se extendió por los reinos de Valencia y Murcia, hasta Granada, y llegó a formarse una importante y floreciente provincia con el nombre de Provincia Descalza de San Juan Bautista. Conocedor el joven religioso Fr. Andrés del género de vida, de rigurosa y estrecha observancia, de los Descalzos, sintió vivos deseos de abrazar este nuevo estilo franciscano e hizo lo posible por entrar en contacto con dichos religiosos. Convencido, en la oración, de que sus deseos eran de Dios, consiguió las licencias necesarias de la Silla Apostólica y el beneplácito de sus superiores para vestir el hábito de los franciscanos Descalzos o Alcantarinos, no sin el natural desencanto de los Observantes de la Provincia de Cartagena, con quienes había vivido siete años dando prueba de la más ejemplar vida religiosa.

Fue recibido en el convento de los Descalzos de San José de Elche por el padre Fray Alonso de Llerena, guardián de dicho convento y, a la vez, Custodio Provincial, el año 1563, a sus veintinueve años de edad. Gozoso en su nuevo estilo de vida, puso todo su esfuerzo en seguir a San Pedro de Alcántara para llegar a ser un verdadero y legítimo hijo suyo. Un año después tomaba el hábito en el mismo convento de San José de Elche otro insigne religioso, San Pascual Bailón, y resultaría difícil averiguar si Pascual se aplicaba a aprender las virtudes heroicas de Andrés, o si éste empleaba toda su atención en elevarse a la perfección de Pascual. Lo cierto es que el uno inflamaba al otro, y ambos se encendían mutuamente en el amor de Dios y en su entrega para la salvación de los hombres.

El mayor empeño de Fray Andrés era guardar siempre la presencia de Dios. De ahí su espíritu de continua oración: en el trabajo, en la iglesia, en la celda y allí donde se hallara. Su modo habitual de orar era hincado de rodillas, por cansado que estuviera y hasta en sus achaques y avanzada edad. Nunca dejó de asistir a los Maitines de media noche. No podía pasar por delante de una iglesia o capilla sin entrar a adorar al Santísimo. El centro de su meditación eran los misterios de la vida, pasión y muerte de Jesucristo. A la oración mental unía sus devociones particulares: además del Oficio Divino de los Padrenuestros, ordenado por San Francisco para los frailes no sacerdotes, rezaba el Oficio Parvo de la Santísima Virgen, el Oficio de Difuntos, los Salmos Penitenciales, con las Letanías de los Santos, y los Salmos Graduales. Rezaba también todos los días la Corona franciscana y el santo Rosario; etc. Diríase que no le quedaba mucho tiempo para otras obligaciones, y, sin embargo, atendía cumplidamente los oficios que la obediencia le confiaba.

Oficios domésticos ejercidos por fray Andrés

Nunca fray Andrés hubiera considerado acepta a Dios la oración, si no hubiera ido unida a la prontitud en cumplir las obligaciones de su estado. Y de hecho ejerció ejemplarmente casi todos los oficios de la vida fraterna franciscana. 

En el convento de San José de Elche, que tenía muchos religiosos por ser casa de estudios, ejerció por muchos años los oficios de cocinero y hortelano, y también de refitolero, portero y limosnero. Atendía la cocina con la mayor eficacia y prontitud y con gran espíritu de caridad, particularmente para con los ancianos y enfermos y para con los pobres. Como hortelano, cultivaba hasta el último rincón de tierra fértil y tenía siempre limpios y aseados los caminales y paseos del huerto para servicio y recreación de sus hermanos; así la tierra se hacía tan productiva, que abundaban las verduras no sólo para la necesidad de los religiosos sino también para los pobres. En el convento de San Juan Bautista de Valencia, o San Juan de la Ribera, que era casa de mucho movimiento y actividad por ser la Curia o sede del Provincial, siendo ya de avanzada edad, fue a la vez refitolero y portero, oficios que también desempeñó en el convento de San José de Elche y en el de San Roque de Gandía. Una característica suya en el cuidado del refectorio fue la práctica de la justicia distributiva al repartir el pan. Conservaba el mejor para los enfermos; el más tierno para los ancianos; para los demás repartía igualmente del bueno y del ordinario, reservándose para sí los pedazos más duros. Ponía gran diligencia en que no se desperdiciara nada, guardando las sobras para sus pobres. Estando en el convento de San Roque de Gandía, que tenía una comunidad muy numerosa, sobrevino en la ciudad y su comarca una grave carestía, de manera que los limosneros no recogían suficiente pan para la comunidad ni para los pobres. Fray Andrés, aunque anciano y achacoso, salía él mismo a la limosna por la ciudad y pueblos circunvecinos. A tal extremo llegó la carestía, que cierto día llegó a faltar totalmente el pan. El anciano y caritativo refitolero no se turbó confiando en la Providencia. Poco antes de hacer la señal para el refectorio vieron muchos religiosos como un agraciado joven le ofreció en la portería un canasto con dieciocho panes muy blancos, que no sólo bastaron milagrosamente para toda la comunidad de cuarenta religiosos, sino que, además, sobró para repartir a la multitud de pobres que se hallaban en la portería.

En los distintos conventos en que moró y según las circunstancias, iba muchas veces al monte para hacer leña y carbón; a las viñas, a recoger sarmientos, llevando al convento, sobre sus espaldas, lo que recogía. Buscaba juncos y tejía con ellos espuertas; recogía esparto y trabajaba sandalias y esteras. Lavaba hábitos y los remendaba; cortaba y cosía hábitos nuevos para los religiosos. Barría, limpiaba y blanqueaba la iglesia, el convento y el claustro. Servía y limpiaba las celdas y los vasos de los enfermos. En las obras de los conventos servía de peón, cargando y llevando mortero, tierra, piedra y cuantos materiales se necesitaban. Parecía hombre bien dotado para todos los trabajos manuales.

En cualquier convento en que ejercía el oficio de portero, era extraordinario el concurso no sólo de mendigos, sino también de toda suerte de necesitados, porque sabían que cuantos acudían a él eran socorridos en sus necesidades corporales y espirituales, siendo tan tierna y amorosa la compasión que tenía de los menesterosos, que con la mayor atención se aplicaba a consolar a todos en todo. Los animaba y fortalecía con dulces y suaves palabras en sus necesidades y miserias, haciéndoles entender que por ellas se hacían semejantes a nuestro Señor Jesucristo. Los instruía en la doctrina cristina y principales misterios de nuestra santa fe. Les enseñaba muchas oraciones y devociones; reducía a buen camino a los extraviados; consolaba a los afligidos; limpiaba a los sucios; remendaba a los mal vestidos; curaba a los enfermos; sufría a los impertinentes, y renovaba muchas veces el milagro del Redentor en el desierto, multiplicando el pan para alimentar a los pobres hambrientos. Tenía especial respeto y miramiento a los sacerdotes pobres y a otras personas de calidad, a los que socorría en secreto en algún aposento del claustro, exhortándoles piadosamente a sufrir por amor de Jesucristo las incomodidades, trabajos y miserias de la vida humana.

Desde recién profeso, los superiores encomendaron a fray Andrés el oficio de limosnero, que él aceptó generosa y humildemente, a pesar de su repugnancia interior, dada su inclinación natural a la soledad y al retiro. Ejerció el oficio con notable ejemplo y provecho espiritual de los fieles. Nunca usó sandalias, ni en verano ni en invierno. Vestía un hábito de sayal burdo y áspero. Salía del convento después de ayudar cuantas misas podía y recibir la sagrada comunión. Cuando llegaba a los pueblos visitaba, lo primero, a Jesús Sacramentado y, asimismo, antes de volver al convento, visitaba cinco iglesias, si las había, o cinco altares, para ganar la indulgencia de las Cruzadas. Si algún convento se hallaba en penuria y muy necesitado, el padre Provincial enviaba al mismo a fray Andrés como limosnero, y con ello quedaba socorrido. Para este efecto le colocó la obediencia algún tiempo de morador en el convento de Santa Ana de Jumilla, población que dista una legua del convento.

Virtudes de fray Andrés

La entrega y la dedicación a las tareas que la obediencia le encomendaba, no apagaban en fray Andrés el espíritu de oración y devoción al que, según decía San Francisco, deben servir las cosas temporales. El Beato Andrés vivió con profundidad la fe, particularmente los misterios de la Santísima Trinidad y de la humanidad del Verbo Encarnado, de tal manera que había incluso teólogos que acudían a él reconociéndole en posesión del don de ciencia infusa. Cuando hablaba de algunos de los artículos de la fe lo hacía con tanto fervor que parecía testigo de vista de lo que decía. Impulsado por el celo de su fe visitaba los lugares de los moros para instruirles en la doctrina cristiana, a pesar del riesgo que esto entrañaba. Cuando iba de limosna por los pueblos ayudaba a los párrocos en la catequesis de sus fieles, tomando de su cuenta explicarla y enseñarla a los más rústicos y menos instruidos.

Fruto de la fe del Beato era su esperanza, heroica porque en los accidentes o desastres más escabrosos y peligrosos siempre se le veía la misma serenidad de rostro y corazón. Así ocurrió el año 1589 en que, estando fray Andrés de morador en el convento de San Juan de la Ribera de Valencia, se desbordó con tal furia el río Turia que inundó totalmente convento e iglesia, que estaban en la misma ribera del río. Todos estaban desmayados y medio muertos de miedo esperando por instantes lo peor; sólo fray Andrés permaneció con su acostumbrada tranquilidad y quietud en la santa oración, sin turbación ni temor. Asimismo, el año 1599 sufrió la ciudad de Gandía un espantoso terremoto por el que se desplomaron muchos edificios, torres y el campanario de aquella Colegial. Aterrado el pueblo, salió a habitar en los campos, y los religiosos, en el huerto; nuestro Beato no quiso salir del convento y dejar a su amado Sacramentado y el retiro de su celda.

Su amor a Dios era tan ardiente que, con frecuencia, le llevaba al éxtasis. Al mismo tiempo, el ímpetu de su caridad le impulsaba a buscar a los moros para hablarles de la hermosura del amor de Dios. Sentía como propias las dificultades, penas y aflicciones de los demás. Si divisaba por el semblante de algún religioso que se hallaba melancólico o afligido, no lo perdía de vista hasta dejarle alegre y consolado. Si echaba de ver alguna disensión o discordia, no cesaban sus fatigas hasta que lograba unir y concordar los ánimos. Su caridad se redoblaba con los enfermos, contándose verdaderas maravillas y hasta milagros, cuando de ellos se trataba. Así ocurrió cuando llegó al convento de San Juan de la Ribera de Valencia, donde encontró enfermo al padre guardián. Con la señal de la cruz, a ruegos del mismo, le curó repentinamente la gangrena del brazo. Y conociendo el Beato la sed que atormentaba al enfermo, le dijo: "Padre guardián, mande traer nieve al instante, porque me siento muy acalorado del viaje". Quedaron admirados al oír tal petición los religiosos, porque sabían muy bien que nunca había querido probar el agua de nieve, aun en las enfermedades de calenturas ardientes que había padecido. Traída la nieve, la bebieron ambos por espacio de tres días, al cabo de los cuales, mejorado ya el guardián, le dijo el caritativo huésped: "Ya no es menester, padre guardián, que traigan más nieve para mí, porque ya se ha templado el calor de mi viaje". Para atender a los pobres que acudían a la portería del convento, iba él mismo a pedir limosna por las casas y cuando éstas le faltaban le proveía el Señor milagrosamente.

Cuando los superiores tenían que tratar algún asunto arduo y de consideración o comunicarse con personas de calidad y distinción, se valían de él por el gran concepto que tenían de su mucha prudencia y discreción. Con esta prudencia heroica apaciguaba fácilmente las discordias y enemistades más radicadas e intestinas, y por su medio animaba y consolaba a los más afligidos y desesperados. En particular usaba de la mayor prudencia para evitar todo disturbio o discordia por leve que fuese entre los religiosos.

Siguiendo el ejemplo de San Francisco, era extraordinaria la veneración que fray Andrés tenía a los sacerdotes, reconociéndolos como ministros inmediatos y principales del Altísimo, por lo cual juzgaba ser obligación de justicia respetarlos y obsequiarlos con distinción. Siendo portero, a cualquier sacerdote que fuese al convento le pedía la bendición.

Llegó un día al convento de la Inmaculada Concepción de Sollana (Valencia) con el aviso de que iban a comer el padre Provincial y los Definidores. Ausentes el guardián y el cocinero, el padre presidente se vio turbado al tener que preparar la comida. Advirtiendo esta situación embarazosa el ya anciano, achacoso y cansado del viaje fray Andrés, le dijo: "Vaya, padre presidente, a prepararse para decir la santa misa, y deje a mi cargo la cocina". El buen presidente, en atención a la edad, achaques y cansancio del humilde hermano, le mandó que se fuese a descansar. Entonces el santo viejo, con humilde y respetuosa viveza de espíritu, le replicó: "No me mande esto, padre presidente, porque es contra justicia. A vuestra reverencia le toca estar en el altar y a mí en la cocina; sus manos deben estar entre los corporales y las mías entre los tizones".

Durante muchos años padeció una penosa fluxión de ojos junto con un intenso dolor de estómago, lo que sufrió con gran fortaleza y entereza de espíritu. Estando para morir, viendo los religiosos los dolores y angustias que sufría, sin proferir queja alguna, para consolarle le propusieron repartirse los dolores, a lo que fray Andrés contestó: "Esto no, mis carísimos hermanos, porque estos dolores me los ha regalado Dios, y los pido y quiero enteramente para mí. Creedme, hermanos, que no hay cosa más preciosa en este mundo que padecer por amor de Dios".

Emulando a su reformador San Pedro de Alcántara, dormía muy pocas horas. Asimismo era sumamente cauto y templado en el hablar: sin dobleces, ni excusas, ni simulaciones, evitando toda palabra inútil. Y su parquedad y moderación en las comidas eran tales que bien puede decirse que ayunaba de continuo.

Fue siempre muy pronto a la señal de la obediencia, obedeciendo a prelados y superiores con una exactísima puntualidad y reverencia. Por pesado que fuese el mandato, lo ejecutaba con prontitud y presteza, aun estando accidentado, enfermo y adelantado en edad. Fue tan ciego en obedecer, que nunca hizo mal juicio o se detuvo en examinar lo que el superior mandaba. El Duque de Gandía, que estimaba sobremanera a fray Andrés y gustaba en extremo de su compañía, quiso escribir al padre Provincial para que suspendiese una orden en la que mandaba al santo que pasase de morador al convento de San Diego, de Murcia. Apenas tuvo noticia de la resolución del señor Duque, pasó nuestro Beato a suplicarle con humildad respetuosa y lágrimas en sus ojos, que, lejos de ponerle algún impedimento, le permitiese cumplir la obediencia de su prelado.

Devociones y carismas de fray Andrés

Estre las devociones de Fray Andrés, una de las que hay que destacar es sin duda la que profesaba al Santísimo Sacramento del Altar. Cristo en el sagrario era su refugio en las tribulaciones, su vigor en las flaquezas, su alivio en las necesidades propias y ajenas, su consuelo en las aflicciones y su descanso singular en las fatigas. Todo el tiempo que podía, así de día como de noche, lo gastaba arrodillado en su presencia; ocupado en sus empleos, lo visitaba muchas veces, y si las ocupaciones no se lo permitían, con fervorosas jaculatorias lo veneraba con el corazón y el espíritu en donde quiera que se hallaba, quedándose muchas veces en éxtasis y arrebatado hacia él. Fue coetáneo de San Pascual Bailón, el "enamorado del Sacramento", y hermano de hábito y de la misma provincia franciscana de San Juan Bautista de Valencia; muchas veces habitaron en un mismo convento. Sería de ver la puja espiritual de estos dos enamorados del Santísimo, en constante emulación por amar más y más al "Amor de los amores".

Fray Andrés comulgaba casi todos los días, con permiso de sus superiores, según se lo permitían las normas y costumbres de entonces. Repetía muy a menudo la comunión espiritual, particularmente cuando oyendo o ayudando misa veía comulgar al sacerdote. Por eso procuraba oír y, mejor, ayudar cuantas misas podía. Con los sacerdotes procedía con el mayor respeto y reverencia. Aunque no tenía estudios especiales, entendía bastante bien el latín y disfrutaba en la liturgia de los días señalados, como en Navidad, al oír el evangelio del nacimiento del Verbo encarnado; durante la octava del Corpus, oyendo la secuencia; en Pascua de Resurrección, en el día de la Ascensión y especialmente el día de Pentecostés al entonarse el "Veni, Sancte Spiritus".

Otra de sus grandes devociones era la que sentía hacia la Santísima Virgen, particularmente en sus misterios de la Anunciación, en cuyo evangelio se trata con tanta claridad de la Encarnación del Verbo en el seno virginal de María, y de la Inmaculada Concepción. Es una costumbre muy antigua de la Orden Franciscana venerar con distinción, como Patrona principal y como misterio defendido por sus hijos, la Inmaculada Concepción de María virgen. Por eso, en todos los conventos se practicaban devociones propias, como la Benedicta de los viernes y la misa votiva cantada de todos los sábados. Nuestro Beato, que por María y en defensa de su Purísima Concepción, hubiera derramado su sangre, nunca faltó a funciones tan devotas. En cualquier lugar en que hallase alguna imagen suya, se arrodillaba y muy tiernamente la saludaba, singularmente si la imagen era de la Purísima Concepción. Agradecía tanto la Santísima Virgen esta devoción de su siervo, que muchas veces lo arrebataba a sí en el aire, en raptos y éxtasis. Fray Andrés celebraba con gran devoción las siete festividades de la Santísima Virgen, precedidas de una novena y seguidas de una octava de prácticas piadosas. En todas las oficinas conventuales en que estuviera, levantaba un pequeño altar con la imagen de la Virgen, para su particular veneración.

Un día, estando fray Andrés de portero en el convento de San Roque de Gandía, Baltasar Ferrer lo encontró elevado y arrebatado en el aire, de modo que la cabeza tocaba en el techo del claustro, delante de una imagen de la Concepción de María Virgen, dobladas las rodillas y con el Oficio menor de la misma en las manos. Admirado de lo que estaba viendo, el seglar se retiró con delicadeza y prudencia por no comprometer a fray Andrés cuando volviera en sí. En la misma ciudad de Gandía, le envió el superior para que acompañara a un sacerdote que iba a auxiliar a un moribundo. Llegados a la casa, dejó al sacerdote asistiendo al enfermo, y entre tanto se retiró a otro aposento solitario, donde, viendo una hermosísima imagen de la Santísima Virgen, se arrodilló inmediatamente en su presencia para obsequiarla. No bien se había puesto de rodillas, cuando en el mismo sitio se quedó elevado y absorto. Eran muchos y muy frecuentes sus raptos y éxtasis en los claustros, iglesias, caminos, campos, casas de seglares y en cualquier otro lugar que se hallase, porque no sólo se originaban de María Santísima, sino también de todos los inefables misterios de nuestra santa fe, y especialmente de los que pertenecen a la encarnación, vida, pasión y muerte del Salvador. Fray Andrés se apenaba en gran manera cuando se daba cuenta de que los religiosos y los seglares le habían visto en éxtasis. Pedía humildemente al Señor que le evitara esta prueba, sin alcanzar tan fervoroso ruego.

Nuestro hermano fray Andrés estuvo también dotado con el don de profecía. Conocía, con espíritu profético, lo futuro; penetraba lo oculto, y veía lo que aún estaba muy lejos. De todo ello se cuentan numerosos casos en las actas del proceso de beatificación.

También le dotó el Señor con la gracia y el don de los milagros, tanto antes como después de su muerte. Serían necesarios libros enteros para relatar las maravillas que obraba el Señor por mediación de su siervo fray Andrés, incluyendo, ya muerto nuestro Beato, la resurrección de muertos. Bástenos aquí recordar que en el sumario de su Causa de Beatificación se hallan compilados setenta y cuatro milagros que obró repentinamente después de su muerte, escogidos de la más vasta multitud de los registrados en sus Procesos Apostólicos. En la fase decisiva del Proceso, el 7 de septiembre de 1790, en presencia del Papa Clemente XIV, la Sagrada Congregación de Ritos aprobó tres de los cinco milagros presentados: la repentina curación de Mariana Cano de una tisis consumada; la instantánea y perfecta curación de Andrés Gisbert, loco de muchos años, y la improvisa y perfecta restitución de la vista a María García, absolutamente ciega. 

Muerte y glorificación del Beato Andrés

La muerte de fray Andrés acaeció en las primeras horas del día 18 de abril de 1602, en el convento de San Roque de Gandía (Valencia). Refieren las crónicas que el Señor reveló a fray Andrés el día y la hora de su muerte, un año antes de que ésta ocurriera, para lo que se preparó con fervores de novicio, con gran admiración de cuantos le conocían, ignorantes del motivo de su redoblada piedad y devoción. El día 16 de abril de 1602 se puso con la mayor diligencia a barrer y limpiar su celda, el dormitorio y la escalera del convento que bajaba a la iglesia, adornándola del mejor modo que pudo, como quien sabía ciertamente que al día siguiente se le había de administrar el Viático. Al otro día de estas diligencias, asaltado de un cruel dolor de costado, con una calentura aguda y maligna, le llevaron el sagrado Viático, que recibió con el mayor fervor de su vida, deshaciéndose en lágrimas de amor y de ternura. Finalmente, le acometió otro más grande dolor de estómago y de pasmo que lo postró y dejó sin movimiento.

Llegada la noche, quiso reconciliarse de nuevo para recibir la última absolución plenaria en el artículo de la muerte y la bendición papal; pidió después el sacramento de la Extremaunción, mostrando tanta alegría mientras se le administraba, como si sensiblemente estuviera gustando el más sabroso manjar. Rezaba con la mayor ternura las oraciones, letanías y salmos penitenciales con todos los religiosos que asistían con el superior. Se despidió, en fin, amorosamente de todos, pidiéndoles perdón de no haber cumplido como debía sus obligaciones ni correspondido a los deberes de la Religión, suplicándole al superior que le diese un pobre y viejo hábito para enterrar su cuerpo, encomendándose a las oraciones de todos para que el Señor, en su tránsito, tuviese piedad de él que había sido un siervo inútil en su casa.

Tocaron con esto a maitines, y el siervo del Señor, que durante su vida nunca había dejado de rezar el Oficio Divino en las horas establecidas por la Iglesia, suplicó a un religioso que llevase la cuenta de los Padrenuestros que debía rezar por los Maitines y Laudes, según la Regla de San Francisco, porque ya él no podía llevar por sí el orden de las cuentas, y lo rezó muy clara y devotamente. Destituido ya enteramente de fuerzas y hecha la recomendación del alma, a que respondió con el mayor fervor, tomando en sus manos un crucifijo y besándole tiernamente sus sagrados pies, fijos sus ojos en el precioso costado y sin ninguna señal de movimiento en el cuerpo, miembros, ojos ni boca, entregó plácidamente su bendita alma a su Creador al entrar el 18 de abril del año 1602, como una hora después de medianoche.

En la hora misma en que murió fray Andrés fue necesario abrir las puertas del convento por la gran multitud de eclesiásticos y seglares devotos que concurrieron. Todos procuraban hacerse con alguna cosa de su uso, tomando por esto cuanto encontraron en el convento y en su celda, si bien los religiosos se habían prevenido tomando con anticipación los recuerdos más importantes del Beato. No bien comenzó a rayar el día, el superior se vio obligado a hacer que bajasen el santo cuerpo a la iglesia, porque la multitud de mujeres de toda clase y condición que habían concurrido amenazaban con hacer alguna violencia para entrar en la clausura. Aquella mañana se despoblaron no solamente la ciudad de Gandía, sino también los pueblos circunvecinos y aun remotos, que concurrían en tropel para venerar y pedir gracias al difunto siervo del Señor. El Duque de Gandía mandó que acudiese uno de los más insignes pintores de aquel siglo, el padre Nicolás Borrás, religioso del célebre Monasterio de San Jerónimo de Gandía, discípulo de Juan de Juanes, que en su misma presencia sacó un bellísimo retrato de fray Andrés. Fue necesario vestirle algunas veces de nuevo porque, cortándole a pedazos con rara industria el hábito, lo dejaban muy presto casi desnudo. Fue forzoso tenerle expuesto tres días continuos, porque los favores y milagros que obraba incesantemente acrecentaban siempre más y más el concurso de los pueblos.

Fue universal la opinión de santidad que se tenía de fray Andrés Hibernón, ya en vida y sobre todo después de muerto. Basten aquí dos testimonios.

Su gran amigo, hermano y compañero, San Pascual Bailón, tenía en tal aprecio y concepto la santidad del hermano Andrés, que llegó a asegurar que era uno de los varones más perfectos que tenía en su tiempo la Iglesia. Aunque San Pascual Bailón tomó el hábito de Descalzo un año después que nuestro Beato, con todo, San Pascual le precedió once años en la muerte; y poco antes de morir, como despidiéndose del Beato, le dijo: "¡Ah, fray Andrés, y cuánto envidio vuestra vida! ¡Y cuánto deseara también poseer vuestras virtudes y tener vuestros méritos delante del Señor, que ya me llama a la eternidad para darle cuenta de mi vida tibia y negligente!". A lo cual respondió con admirable suavidad y dulzura: "¡Ah, fray Pascual, fray Pascual! Cuánto antes que por mí tocaran las campanas en gloria de vuestra caridad. Acuérdese de mí cerca del Señor en la otra vida, en donde están preparados los frutos y la recompensa de sus fatigas, que muy presto irá a gozar".

El entonces Arzobispo de Valencia, hoy San Juan de Ribera, le hacía ir con frecuencia desde Gandía a su palacio de Valencia para su consuelo y edificación espiritual, sirviéndose de su don de consejo en importantes negocios de su diócesis.

El cuerpo de fray Andrés fue colocado reverentemente en un arca de ciprés, forrada de tafetán blanco, y depositado en lugar decente de la iglesia del convento de San Roque de Gandía, mientras se arreglaba la Capilla de la Purísima Concepción, en dicha iglesia. Terminadas las obras de esta capilla, se trasladó a la misma el cuerpo del venerable religioso colocando el féretro dentro de un sepulcro que quedaba honoríficamente elevado del suelo. Todos los días se veía visitado su sepulcro de grandes concursos de los pueblos circunvecinos y aun de los forasteros que recurrían a su patrocinio o a darle las debidas gracias por los beneficios que liberalmente les dispensaba. Ocurrió por entonces que la Santa Sede dio un decreto que prohibía el culto público a los Siervos de Dios que fueran promovidos a la beatificación y canonización, debiendo constar en los Procesos que los tales Siervos de Dios estaban sepultados en lugar en que no podían tener pública veneración. Esto hizo que los religiosos de San Roque de Gandía se vieran obligados a soterrar el cuerpo de su venerable hermano Andrés Hibernón, retirando el sepulcro honorífico que le habían hecho, quitando al mismo tiempo todas las insignias, votos y presentallas. Este hecho no entibió ni disminuyó la devoción que se le profesaba, por los muchos favores que recibían los fieles por su intercesión.

Se abrió el Proceso de beatificación y canonización, por parte de los superiores de la Provincia descalza de San Juan Bautista de Valencia, con intervención del Arzobispo de Valencia y de los obispos de Cartagena y de Orihuela. El año 1624 se introdujo la causa en Roma.

Por aquel entonces la Provincia Descalza de San Juan Bautista de Valencia estaba empeñada en la causa de la canonización de otro santo suyo, el Siervo de Dios fray Pascual Bailón. Los gastos extraordinarios que acarrean estas Causas hizo que, con gran desencanto por parte de muchos, se tuviera que paralizar la del Siervo de Dios fray Andrés Hibernón, prolongándose luego la demora por espacio de más de cien años. Esto vino a confirmar la profética conversación que tuvieron, en vida, los dos santos amigos y hermanos en religión: cierto día dijo fray Andrés a fray Pascual que mucho tiempo antes tocarían las campanas por fray Pascual que por él. San Pascual fue canonizado el año 1690. Fray Andrés fue beatificado solemnemente por el papa Pío VI el 22 de mayo de 1791.

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Fuentes: IESVS.org; EWTN.com; hablarcondios.org, Catholic.net, misalpalm.com

 

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